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    Historia-Revista de la Carrera de Historia

    versão impressa ISSN 2519-0253

    Historia  n.38 La Paz  2017

     

    RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

     

     

    Mesa Gisbert, Carlos D. (2016).

     

    La Historia del mar boliviano, La Paz:Editorial Gisbert. 253 p. ISBN 978-99974-878-8-9.

     

     

    Anna Karem Morales Peña1
    1 Es administradora de empresas y estudiante de la Carrera de Historia. Correo electrónico: morales@gmail.com

     

     


    Frecuentemente se escucha que Bolivia no ha tenido una política de Estado efectiva que haya contribuido a recuperar nuestro territorio con soberanía en las costas del océano Pacífico; sin embargo, La Historia del Mar Boliviano relata de forma clara todas las acciones tomadas por los gobiernos de turno a fin de lograr dicho objetivo.

    Carlos Mesa Gisbert, ex presidente de Bolivia, vocero oficial del Estado en la causa marítima, escritor, historiador, periodista, y autor de más de quince obras que abordan diferentes temas de la historia de Bolivia, expresa que su libro es principalmente un homenaje a la política exterior boliviana en la que varios de nuestros presidentes no abandonaron este importante tema histórico y, mediante sus agendas de Estado, han insistido y ratificado el trabajo de sus antecesores con el fin de lograr el objetivo de una salida soberana al mar. Asimismo, demuestra con hechos fehacientes la pertenencia indiscutible de ese territorio a Bolivia, remontándose a la época prehispánica, el periodo colonial y la época republicana con el fin de encontrar argumentos fundamentales para consolidar nuestra demanda.

    El libro está organizado en diecisiete capítulos. En la primera parte, el autor defiende la idea que el país ha desarrollado desde 1910 una política de Estado coherente, seria y realista en la cuestión marítima. Describe la política exterior llevada a cabo desde entonces con el gobierno de Eliodoro Villazón, en 1921 con el gobierno de Bautista Saavedra, en 1950 con Mamerto Urriolagoitia, en 1975 con Hugo Banzer, en 1979 con Walter Guevara, en 1987 con Víctor Paz Estenssoro hasta finalizar en 2011 con el gobierno de Evo Morales. Efectivamente, fue entonces que nació la idea de enjuiciar a Chile ante la Corte Internacional de Justicia: el proceso se inició en 2013, basándose en la premisa de no discutir el Tratado de 1904, sino más bien argumentar el hecho jurídico de que el compromiso unilateral de un país en este caso, la decisión documentada que Chile expresó en varias oportunidades de lograr un acuerdo con Bolivia sobre la base de un corredor con soberanía es la base de tal demanda.

    Mesa resalta cuán ominoso fue para Bolivia la firma del Tratado de 1904, atribuyéndola a la mentalidad empresarial mezquina de la época que actuó sin un concepto mínimo de responsabilidad histórica de largo plazo, marcando así una de las decisiones más desastrosas de política internacional boliviana cuyas consecuencias vivieron todos los gobiernos posteriores que intentaron una negociación con Chile para reivindicar el territorio usurpado. Para ello, en uno de los capítulos, describe hechos anteriores a 1904 como la firma del Pacto de Tregua de 1884: si bien en sus puntos principales, este daba fin al estado de guerra y restablecía las relaciones diplomáticas, también destaca que Chile continuaría gobernando los territorios del departamento del Litoral; además, se debía devolver los bienes confiscados a propietarios chilenos; los productos chilenos y bolivianos se internarían en ambos países libres de todo gravamen; las importaciones bolivianas por Antofagasta no pagarían derechos aduaneros, pero sí las importaciones por Arica; finalmente, 65% de esos ingresos favorecería a Chile y solo 35% a Bolivia. Las características de este pacto, claramente desfavorables para nuestro país, mostraban la evidencia de la imposición de los invasores amparados en su superioridad militar.

    Pese a que surgieron en Bolivia dos polos antagónicos de pensamiento que eran los practicistas y los guerristas, la mentalidad empresarial primó y condujo a establecer que el mejor camino era una paz duradera con Chile, toda vez que el desarrollo de los ferrocarriles y el libre tránsito eran compensaciones que valían el sacrificio. Sin embargo, no midieron el impacto del aislamiento y encierro para nuestro desarrollo y la consecuencia emocional que marcó a Bolivia de manera permanente.

    En ese contexto, en el gobierno de Ismael Montes se reiniciaron las negociaciones buscando sustituir el Pacto de Tregua, afirmando que este impedía el desarrollo pleno por la carencia de una autonomía comercial y aduanera y que obligaba a Bolivia al pago de compensaciones de guerra que esquilmaban sus arcas. Asimismo, se buscaba conseguir una base económica para dotar al país de una infraestructura ferroviaria adecuada, conseguir el libre tránsito para los productos exportados e importados y lograr la consolidación progresiva de los límites fronterizos del país. Como el acuerdo se tornó más favorable a los intereses chilenos, el tratado se firmó el 20 de octubre de 1904. El autor hace notar que de modo casi simultáneo a esta firma, se empezaron a explotar de manera intensiva en Chile los yacimientos de cobre cuyo epicentro fue la mina de Chuquicamata (Calama). Las riquezas que obtuvo Chile por el cobre fueron y siguen siendo tan determinantes en la economía chilena que sin ellas resulta simplemente impensable la explicación de su crecimiento y desarrollo en los siglos XX y XXI.

    En los capítulos siguientes, Mesa contextualiza históricamente la temática. Menciona que para evaluar las razones por las que Bolivia no pudo asentar con fuerza su soberanía en el territorio del Litoral es necesario recordar que sus principales centros urbanos y su eje político estaban en medio de la cordillera de los Andes, a una altitud promedio superior a los 2.500 msnm. La Paz, sede del gobierno en el siglo XX, se encuentra a casi 500 km del puerto de Arica y a más de 1.000 del puerto de Cobija2. En el siglo XIX, los caminos de las principales ciudades a la costa eran o precarios o prácticamente inexistentes. El tiempo que demandaba llegar de La Paz a Cobija era 25 a 30 días y las posibilidades de impulsar desde el Estado procesos migratorios para trabajar en la explotación de nuestros recursos naturales eran inexistentes. En 1831, sobre una población nacional de un millón de habitantes, el Litoral contaba con apenas 3.800 personas.

    El autor también hace notar que los grandes conflictos que libró el país se ubicaron lejos de nuestro escenario de dominio geográfico y económico. No deja de ser significativo que desde 1825, el corazón del país nunca fue tocado en ninguna de esas guerras. En el caso de la Guerra del Pacífico (1879-1880), el desplazamiento de nuestro ejército fue largo y lleno de dificultades por la compleja geografía y los problemas de logística. Al igual que en otras guerras, Bolivia desplegó su ejército en un territorio al que tardaba en trasladarse casi un mes desde La Paz, mientras que los barcos chilenos recorrían la distancia entre Santiago y Antofagasta en pocos días. La riqueza del Litoral (guano, salitre y plata) era explotadas por intereses chilenos e ingleses y la presencia de población chilena en ese departamento era muchísimo mayor que la boliviana.

    En lo que respecta a la pertenencia del Litoral a Bolivia, Mesa explica que se tomó como referencia de posesión territorial la jurisdicción de la Audiencia de Charcas que abarcaba la totalidad de la región del Litoral, a saber el desierto de Atacama y la costa. El paso fundamental en la nueva organización política de la República lo dio el presidente Sucre al crear, el 23 de enero de 1826, los cinco primeros departamentos de la república: Chuquisaca, Cochabamba, La Paz, Potosí y Santa Cruz. Potosí tenía bajo su jurisdicción la provincia del Litoral que comprendía el desierto de Atacama, cuya capital era San Pedro de Atacama. La superficie de este territorio se aproximaba a 120.000 km2 y la costa del Litoral tenía una extensión de aproximadamente 400 km, de norte a sur.

    Por otra parte, Mesa se refiere al importante papel que jugó el presidente Andrés de Santa Cruz en 1836 con su proyecto de creación de la Confederación Perú-Boliviana, el cual apuntaba a dar continuidad a lo que las culturas prehispánicas como Tiwanaku y el Tawantinsuyo iniciaron y que continuó en el período hispánico, por ser la Audiencia de Charcas parte del Virreinato peruano. Es decir, un gran proyecto integracionista de continuidad territorial entre los dos Estados que tuvieron mucho en común y que, una vez confederados, podrían tener mejores horizontes en lo político, militar e institucional. Si esto se hubiera dado tal vez otra habría sido la historia. Sin embargo, en esos años, Chile se encargó de oponerse drásticamente a este proyecto que habría engrandecido a Bolivia y Perú. A la oposición externa al proyecto se sumaron diversos actos de oposición interna expresados en sublevaciones y levantamientos que desembocaron en la derrota de Andrés de Santa Cruz, su reclusión y posterior exilio. Mesa resalta asimismo el trabajo del presidente José Ballivián en su afán de fortalecer Cobija con varías políticas económicas que lamentablemente no funcionaron de la mejor forma. Posteriormente, describe algunos errores significativos de Bolivia tales como la carencia de una flota mercante y de una escuadra militar, mientras que Perú y sobre todo Chile invirtieron en la adquisición de barcos para ambas tareas, lo que tuvo consecuencias significativas en el desarrollo de los conflictos de límites con Chile.

    Sin lugar a dudas, este libro tiene un enorme valor intelectual pues de una forma didáctica, nos ilustra sobre lo que los gobernantes han hecho en materia de política exterior a lo largo de estos años y demuestra la pertenencia indiscutible de ese territorio a Bolivia. Además, llama a concientizarnos acerca del enorme daño que sufre el país al carecer de una costa soberana pues, como él bien dice, después de la guerra del Acre (1899-1903) y pese a las pérdidas territoriales que significó este conflicto, Bolivia continuó siendo un país con presencia en la región amazónica; después de la guerra del Chaco (1932-1935), siguió teniendo presencia en la cuenca del Plata. En cambio, tras la guerra del Pacífico, Bolivia no sólo perdió su cualidad marítima sino que dejó de ser parte activa de la cuenca del Pacífico, la cuenca emblemática y más dinámica del siglo XXI.

     

    Notas

    2. Cabe resaltar que Andrés de Santa Cruz llevó a cabo importantes estrategias para vigorizar este puerto boliviano de Cobija; por ejemplo, lo declaró "puerto libre", ordenó la construcción del camino hacia Potosí y creó premios para quienes utilizaran este puerto. Sin embargo, no se obtuvo los resultados esperados.