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 número37García Dávila, Gastón (2014). La Revolución del 52, el D. S. N° 21060 y el Estado Plurinacional de Bolivia. Cochabamba: Editorial Kipus, 208 págs. ISBN: 978-99974-42-41-3 índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
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    Historia-Revista de la Carrera de Historia

    versão impressa ISSN 2519-0253

    Historia  n.37 La Paz  2017

     

    RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

     

    Mendoza, Javier (2015). El espejo aymara. Ilusiones ideológicas en Bolivia. La Paz: Plural Editores, 317 págs. ISBN: 978-99954-1-652-2

     

     

    Paola Andrea Villarroel Oyanguren1
    1 Estudiante de la Carrera de Historia y de la Carrera de Psicología, UMSA, La Paz. Correo electrónico: andreaoyanguren@icloud.com

     

     


     

     

    Reflexiones, cuestionamientos, críticas y aclaraciones sobre cómo percibimos al otro y a nosotros mismos son lo que el psicólogo e historiador chuquisaqueño, Javier Mendoza Pizarro, nos ofrece en este libro. A través del análisis lingüístico del aymara como espejo del castellano, narra lo que él denomina un "desencuentro psicohistórico" entre dos formas de concebir el mundo y de interpretar la realidad, lo cual se evidencia en el desentendimiento con el otro a lo largo de la historia. A raíz de los cambios sociales actuales empezamos a caer en cuenta que, como el autor señala, "... no somos iguales, nunca lo fuimos y tal vez nunca lo seremos..." (p.20), no desde la perspectiva jurídica sino porque la forma de percibir el mundo del aymara hablante es diferente del que habla castellano. El idioma del otro hace de espejo y a través de su reflejo evidenciamos nuestras ilusiones ideológicas, permitiéndonos romper con la idea de las verdades de valor universal. Debemos ver nuestras diferencias respetando y comprendiendo esa diversidad: solo así podremos adoptar la mirada del otro y comprendernos los unos a los otros.

    El libro se divide en cuatro partes: en la primera explica que cada generación a lo largo de la historia tiene una forma de interpretar su realidad, lo que el autor conceptualiza como "lo mental en el tiempo". Esta forma de percibir y entender el mundo es ilusoria ya que cada quien otorga significado y valor a la realidad de acuerdo con su ideología2. De esta manera, cada lengua representa una interpretación del mundo que para la conciencia colectiva es entendida como una verdad incuestionable. Sin embargo, estas "ilusiones ideológicas" son versiones de la realidad y no así una representación objetiva de la misma.

    Para entender a la sociedad diglósica boliviana, el autor compara las ilusiones ideológicas y las representaciones sociales del castellano y el aymara desde su contacto inicial hasta la actualidad, con énfasis en la época colonial. Con este fin, hace un análisis paleopsicolingüís-tico3, utilizando dos pilares fundamentales: las obras coloniales sobre el idioma aymara de Ludovico Bertonio (1603-1612) y la obra de Benjamin Whorf (primera mitad de 1900) que plantea el principio de la relatividad lingüística. A partir del rol de idioma dominante del castellano en nuestra sociedad, Javier Mendoza describe la interacción entre el castellano y el aymara, evidenciando sus diferencias y por ende dos formas diferentes de concebir la realidad. Esto da pie a una confrontación inconsciente de procesos lingüísticos, concluyendo en una imposición ideológica como resultado de un proceso en el que se introduce una forma de ver el mundo de los que hablaban y hablan castellano.

    A continuación, expone un análisis exhaustivo de la estructura del idioma aymara: su oralidad, el proceso reduccionista de algunos conceptos, su gramática y la semántica. Además, identifica los procesos por los cuales algunas traducciones erróneas con el tiempo se establecen como estereotipos lingüísticos. Por último, se refiere a las sensaciones internas, es decir, todo lo que sucede dentro del cuerpo humano como tópico central en su análisis del idioma aymara. La forma en que éstas son interpretadas permite al autor ilustrar la percepción del mundo representadas en el idioma hablado.

    En la segunda parte, presenta el término chuyma como un concepto fundamental del idioma aymara, cuyo significado, por influencia del español, cambió de pulmones a corazón. A razón de este cambio, el autor describe minuciosamente los diferentes aspectos relacionados con el contexto en el que se usa éste término y cómo estos redefinen el mismo. Puntualiza cuáles fueron los mecanismos por los que se impone el castellano, proceso en el que la evangelización jugó un papel muy importante introduciendo conceptos nuevos como la idea de alma, dando lugar a una apropiación y deformación de los éstos. En el apartado de aspectos ideológicos, reflexiona sobre los conceptos de pensar y sentir en la cultura occidental y en la cultura aymara, confrontando estas dos visiones del mundo.

    En la tercera parte, trabaja sobre la concepción occidental del tiempo, su definición, y la forma en la que se manifiesta; muestra cómo cambió su concepción de un tiempo natural y cíclico a un tiempo lineal. En este proceso, el cristianismo jugó un papel importante ya que fija, con el nacimiento de Cristo, un punto de partida que permite contabilizar el tiempo. Los relojes a mediados del siglo XIV, la clase mercantil y el nacimiento de una economía monetaria reforzaron el encierro del tiempo en las horas.

    El tiempo como ilusión ideológica, como una cosa, como un bien preciado, que se mueve hacia adelante, avanzando inevitablemente hacia el futuro, es representado por la cultura occidental como una flecha del tiempo. A esta idea se adjunta la del progreso, la del futuro, y de lo monocrónico, todos estos conceptos propios del occidente que son concebidos como algo natural y que no nos permiten entender que hay otras maneras en las que el tiempo puede ser percibido. Por ejemplo, en la cultura aymara, el tiempo es entendido como policrónico y cíclico. Para ilustrar este punto, analiza expresiones relacionadas con eventos temporales, como pacha, cuyo significado, como demuestra el autor, suele reducirse a tiempo, pero que en realidad es mucho más complejo. Concluye que éste término no puede ser traducido en plenitud por el choque de percepción de la realidad que hay entre ambos idiomas.

    Expone la evolución de las ideas sobre el tiempo en la cultura aymara a partir del análisis del término ch'ina y su transición a qhipa y posteriormente a tinpu. El término ch 'ina está ligado a los conceptos espaciales de "atrás" y "adelante", que a su vez se relacionan con partes del cuerpo. Para el aymara, el pasado conocido se encuentra al frente; por eso está relacionado con la vista y el futuro desconocido. Está detrás, relacionado con la espalda. Es un concepto en el que intervienen el espacio y el tiempo a la vez. El termino tinpu es un ejemplo de cómo se reinterpreta la concepción del tiempo occidental. El autor devela la complejidad de la concepción aymara del tiempo y llega a la conclusión de que ambos idiomas tienen interpretaciones diferentes de este fenómeno, debido a que es una representación social y no un fenómeno material.

    En la cuarta parte, el autor refiere que cuando analizamos idiomas orales como el aymara, el contexto y las circunstancias adquieren importancia ya que nos permiten otorgar de significado y valor a lo dicho y hecho. Por este motivo, las cosas no son definitivas sino que todo está cargado de relatividad; hay segmentaciones entre lo cierto y lo falso. Esto nos permite entender la lógica trivalente de éste idioma. En los idiomas de occidente, por el contrario, se escapa de la ambigüedad manejando una lógica bivalente en lo que todo encaja entre verdadero o falso; no hay intermedios. Expone estas diferencias a través de la comparación de los significados que ambos idiomas otorgan a los términos "llevar" y "sentir", evidenciando también una contradicción en la visión que tienen sobre la capacidad de realizar abstracciones. Para la cultura occidental, la inteligencia de una persona es proporcional al nivel de abstracción del que sea capaz: es decir, cuanto más alto el nivel de abstracción, más inteligente es. Esta capacidad es medida a través de los tests psicológicos. Sin embargo, la dificultad yace en querer aplicar estos tests en poblaciones con diferentes idiomas: ¿cómo medir las abstracciones cuando el concepto mismo, por la forma en la que percibimos la realidad, es diferente? Ese es el cuestionamiento.

    En el epílogo presenta su reflexión y conclusión de cómo la interacción con los aymaras cambió su forma de percibir las cosas. Aclara el concepto de relatividad, mediante el cual admite que hay cosas que son universales pero que a la vez pueden ser diferentes de acuerdo con la perspectiva de quien observe. El autor llama la atención sobre la actitud actual ante la supuestamente inexorable desaparición de los idiomas nativos, resaltando que esta idea sólo es un producto humano. Resalta que es necesario tomar en cuenta que por cada desaparición de un idioma, desaparece una forma de percibir el mundo distinta a la nuestra, un espejo en el que nos podemos reflejar y ser reflejados a la vez. Finalmente, en los anexos, precisa las fuentes que utilizó, las categorías que armó para el análisis del aymara, específicamente de las sensaciones internas, el "Corpus sobre chuyma" con la selección de 1079 frases en aymara con referencia a éste término. Complementa su análisis con la selección de significados del "Radical am-"y concluye con la presentación de los postulados de Benjamín L. Whorf.

    Javier Mendoza señala que la convivencia con aymaras durante 30 años, el acceso libre a las fuentes, su formación y trabajo de psicólogo comunitario le permitieron escribir esta obra. En sus trabajos previos como La mesa coja (1997) y La duda fecunda (2001), plantea dos tradiciones históricas como parte de un proceso histórico de fabricación social de ilusiones ideológicas. Es en este libro donde expone la base teórica de dichos postulados.

    La obra es un gran aporte a nivel metodológico ya que nos muestra cómo analizar las fuentes de forma interdisciplinaria, en este caso a través de la lingüística, la psicología y la historia. La atención a los significados del cambio del tiempo de ciertas estructuras lingüísticas, la identificación de la naturaleza original del aymara en las fuentes más antiguas4 permite que haga un análisis de cómo el aymara se va adaptando a la imposición del castellano y su resultado. Es también un aporte a la historiografía ya que a través del análisis de estos desencuentros históricos, cargados de ideologías, contemplamos y cuestionamos nuestra postura frente a situaciones y discursos actuales, dando una clara utilidad a la historia.

    Evidenciar nuestras ilusiones ideológicas, consideradas ilusamente como universales y presupuestas, reforzadas de generación en generación, permite romper con las mismas descubriéndonos en nuestra desnudez lingüística y así comprender al otro, también, a través de nuestro reflejo. Finalmente como dice el autor: "... el objetivo no es sólo maravillarse porque los aymaras piensan con los pulmones y creen que el futuro está detrás" (p.227), sino autocriticarnos comprendiendo lo que "... nosotros entendemos por 'pensar', 'sentir' y de examinar objetivamente nuestra idea de 'futuro'" (p. 227).

     

    Notas

    2 Ideología para el autor es el “conjunto de conceptos, interpretaciones y creenciasque cada idioma elabora” (p. 38).
    3 “…relación entre el idioma hablado por una comunidad social en el pasado y la psicología de sus hablantes en esa época” (p. 21).
    4 Catecismos, gramáticas, y otros textos producidos por los primeros evangelizadores a los cuales tuvo acceso irrestricto gracias a la labor de su padre Gunnar Mendoza. Entre los documentos que utilizó están los que fueron publicados previa aprobación de El Concilio de la Iglesia Católica, reunido en Lima en 1583, los cuales consistían en un Cathecismo, Confessonario, y un Vocabulario Breve; también estudia las obras de Ludovico Bertonio; el Arte de la lengua Aymara de Diego de Torres Rubio de 1616, a partir del cual señala que hay tres siglos de oscurantismo bibliográfico que terminan con la publicación de La lengua de Adán de Ernesto Villamil de Rada, en 1888.