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    Journal de Comunicación Social

    versión impresa ISSN 2412-5733

    J. Com. Soc. v.6 n.6 La Paz mayo 2018

     

    Reseñas de autores

     

    Pollera y ojos verdes: racismo en la interacción pública rutinaria.

     

     

    Natalia casanovas (2018). La Paz: Plural Editores-Universidad Católica Boliviana

    Por Msc. Rafael Loayza Bueno

     

     


    La discriminación social (específicamente racial) tanto en los ámbitos de la estructura y la agencia social nacionales, no son recientes y han sido moneda de cambio en la Bolivia moderna, por su trayectoria histórica y la distribución diferenciada del bienestar, consecuencia de los profundos heridas del proceso colonial.

    Pero como demuestra Natalia Casanovas en el libro Pollera y ojos verdes, hoy parecen haber saltado con más vigor a la discusión pública y al lenguaje cotidiano de los bolivianos, particularmente desde la llegada del Presidente Evo Morales a la Presidencia del Estado en enero de 2006.

    Así, el mandatario y su talante indígena, que es explotado por la discursividad política oficialista como una de las condiciones esenciales de su liderazgo, está revelando que la socialización política está profundamente marcada por capitalidades étnicas y raciales.

    Si bien lo "indígena originario campesino" ha estado siempre en el imaginario de la política nacional como un estamento fundamental en la composición sociopolítica, la llegada de Evo Morales ha ideologizado también las bases de identidad de los "ningunos" creando tensiones que hacen que los "castellanohablantes", aquellos que preferían antes no tener afinidades de ascendiente étnico por el pudor de no asumirse como españoles puros (como los indígenas originarios que en su denominación hacen ejercicio a tal prerrogativa) hoy están meditando su identidad también en términos étnico/raciales.

    En Pollera y ojos verdes podemos encontrar explicaciones profundamente imbricadas en las teorías modernas de la categorizaciones y diferenciación racial, en un estudio de caso, altamente ilustrativo de las contingencias de las relaciones raciales en la interacción pública que aquí estamos explicando.

    Al respecto:

    En enero de 2015, luego de inaugurada la línea verde del Teleférico, cientos de alteños notaron que podían llegar al Megacenter (que había sido publicitado como el mall de diversión familiar más sofisticado de Bolivia) en menos de 20 minutos, lo que con el sistema cooperativo tomaría alrededor de 45 minutos a una hora.

    Los alteños se volcaron entonces a visitar el lugar producto de la muy publicitada venta de este espacio de interacción público.

    El resultado de esta visita masiva sacó lo más oprobioso del "racismo" habituado en Bolivia que confrontó a estamentos étnica y racialmente diferenciados en una disputa que categorizaba a unos y otros por su vestimenta, lenguaje y color de la piel.

    Fue tan amplio el escandalo racial -unos explicando que su crítica apuntaba a demandar buenas costumbres antes que a segregar, otros denunciando a estos por "modositos" y "racistas" y la mayoría dada a singularizar a los unos de "q'aras" y a los otros de "t'aras"- que la disputa saltó rápidamente a las esferas de la política y los medios de comunicación.

    Ciertamente, el altercado se simplificó separando por un lado a los "indios sucios y malolientes" y por el otro lado "q'aras, culitos blancos" intolerantes y racistas.

    El suceso del Mega, no solo puso a los "no indígenas" de la zona Sur en el terreno del racismo desconsolado, sino que también los mostró como un conglomerado de privilegiados e intolerantes.

    La investigación de Natalia demuestra, con herramientas analíticas novedosas y audaces -fruto de un entendimiento profundo del paradigma de la estructuración, de Anthony Giddens- que semejante exposición (de racismo desconsolado) empezó a despertar sentimientos de solidaridad en la comunidad sin autoafirmación étnica (en los ningunos), producto justamente de la segmentación en sus habitantes cual "jailones", "blancoides (q'aras) y, por supuesto, "racistas".

    Este probablemente es el hallazgo más importante, y preocupante en términos de sus efectos sociales, que la licenciada Casanovas ha encontrado: La identidad de los "ningunos" (de los castellanohablantes) es una personificación racial internalizada.

    Esta "internalización", como dice Jenkins, ocurre cuando el grupo categorizado, expuesto a los términos con los que el otro grupo lo define (q'ara) asimila las categorías, parcial o totalmente, en su propia identidad. Sucede esto cuando la categorización es más o menos la misma a un aspecto que existe en la propia identidad.

    Está claro que los momentos de crisis, como el de la tensión racial del Mega, son los que exponen las simplificaciones racialistas, pues actúan como justificaciones de la heterofobia al quitarle el sentimiento de culpa al desprecio al otro. La investigadora lo explica con una claridad meridiana.

    Asimismo, para O. C. Cox, un marxista que escribió sobre clase y raza en 1970, el prejuicio racial se origina en el desarrollo del capitalismo y las relaciones raciales en la proletarización de trabajo, más aún en una sociedad postcolonial como la boliviana. Es decir, el racismo es desarrollado por la racionalización del poder económico y por su degradante tratamiento de la pobreza.

    Natalia le dio carácter a esta proposición, al mostrar que las segmentaciones de clase están presentes en Bolivia incluso en los espacios de interacción pública -concebidos arquitectónicamente para generar una interacción equitativa- pues los indígenas y no indígenas están separados aun en la plaza de comidas del Mega, en su acceso diferenciado a los Pollos Copacabana o a Factory, al quiosco o al pub, o incluso a las salas del cine que están separadas para cada estamento (q'ara y t’ara), según los días de la semana.

    Sin embargo, uno de los más notables hallazgos de la investigadora es la conciencia manifiesta que interpela la idea de que el status de clase sea el elemento exclusivo de la diferenciación étnico-racial en Bolivia.

    Así, Casanovas demuestra que la existencia de las nuevas "clases emergentes", constituidas por los indígenas que han dejado la línea de la pobreza, han hecho que las brechas de interacción pública entre ambas comunidades estén cada vez más estrechas. Así, al tener el mismo poder adquisitivo las comunidades étnicas reclaman las mismas prerrogativas que los "no étnicas", entre ellas ir a los lugares sofisticados de entretenimiento (como el Mega), en un contexto altamente contaminado por las tensiones raciales.

    Pollera y ojos verdes, ofrece conclusiones producto de un trabajo auténtico -y, cómo no, brillante- de la fenomenología del racismo en la interacción pública rutinaria que me permito sumariar:

    a) El caso del Mega, muestra que es plausible que algún grado de reforzamiento externo o validación emerge en el mantenimiento de las definiciones internas de los "no indígenas",

    b) Existe un cambio cultural producto del largo y relativamente armonioso contacto interétnico entre los estamentos "indígena" y "no indígena" bolivianos, pero también producto de la interacción pública tensa resultante de la urbanización y el ascenso social de los últimos 30 años, durante los cuales los originarios han emergido económicamente.

    c) En general, la categorización externa es producida por gente que, en los ojos del grupo original, tiene autoridad legítima para categorizarlos. Y en el contexto que Natalia estudia, los indígenas se han hecho con el poder político y están prestos a disputar la tenencia del poder económico, por lo menos en las esferas de la burocracia estatal y la clase media paceñas. Seguidamente, han empezado a tener una autoridad legítima de categorizar -como la tuvieron los "criollos" en el resultado de la sociedad postcolonial- que está desafiando a los "no indígenas" a politizar su identidad.

    Mis conclusiones y entusiasmo por el libro están probablemente sesgados por la admiración y el afecto que le tengo a la licenciada Casanovas, pues su interés investigativo ha partido de una trasgresión que le ha permitido sentir en carne propia las contingencias y los rigores del racismo.

    Es decir, este libro se ha originado en un momento de introspección profundo en el que ella, se ha abstraído de su zona de confort y sus ojos verdes y se ha puesto en los zapatos -y en la pollera- del otro para no solamente entenderlo y explicarlo, sino fundamentalmente para entenderse y explicarse a sí misma.

    Solo en esta conjunción crucial, entre empatía y abstracción, en el que el mundo se entiende porque Natalia, yo y ustedes somos parte de él, se pueden encontrar proposiciones explicativas que permitan no solamente explicar, sino combatir el racismo.

    Finalmente quiero decir que estoy muy honrado de haber dirigido la tesis que dio origen a este libro, y estoy profundamente orgulloso de verlo publicado. Y como homenaje al esfuerzo de Natalia de articular mente y corazón, ciencia y sensibilidad social, les recomiendo que compren Pollera y ojos verdes.