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    Journal de Comunicación Social

    versión impresa ISSN 2412-5733

    J. Com. Soc. v.6 n.6 La Paz mayo 2018

     

    ARTÍCULO ORIGINAL

     

    ¿Dónde está la falla? La simbología de las violencias a través de los medios

     

    Where is the fault? The symbolism of violence through the media

     

     

    Lic. Tatiana Carla Fernández Calleja1

    Correo electrónico: tatiana.fernandez@giz.de
    GIZ - La Paz, Bolivia

    Fecha de recepción: 10/02/18
    Fecha de aprobación: 26/04/18

     

     


    Resumen

    No es un secreto que los medios de comunicación tradicionales han encontrado una veta riquísima en la naturalización de la violencia, que se difunde en innumerables formatos. Tras la incursión de nuevas tecnologías, hoy los seres humanos no solo consumen violencia, sino que la reproducen y generan.

    Esta situación compleja suele abordarse desde el estereotipo mediático, dejando un amplio margen a la reproducción de la violencia y sus consecuencias sin atención. Por eso, hoy asistimos a una tensión constante entre el contexto que se manifiesta en innumerables formas de violencia y el yo, que se autopercibe ajeno a dichas manifestaciones.

    Este trabajo busca determinar algunos de los muchos tipos de violencia en los que estamos inmersos hoy en día, de los que participa la sociedad tecnologizada y los códigos culturales que garantizan estas formas de interrelación.

    Palabras clave

    Violencia, medios de comunicación, códigos culturales, redes sociales


    Abstract

    It is not a secret that the traditional media have found a rich vein in the naturalization of violence, which is disseminated in countless formats. After the incursion of new technologies, today human beings not only consume violence but also reproduce and generate it.

    This complex situation is usually approached from the media stereotype, leaving a wide margin for the reproduction of violence and its consequences without attention. That is why today we are witnessing a constant tension between the context that manifests itself in countless forms of violence and the self, which is self-aware of these manifestations.

    This work seeks to determine some of the many types of violence in which we are immersed today, of which the technological society participates and the cultural codes that guarantee these forms of interrelation.

    Keywords

    Violence, Media, culture codes, Social net


     

     

    I. Introducción

    Hace poco, sectores feministas increparon duramente al compositor Gonzalo Hermosa por hacer apología de la mujer-objeto en la nueva canción de Los Kjarkas "Cara bonita". Totalmente contrariado, el compositor se preguntaba, "¿dónde está la falla?" ante una sociedad donde el estereotipo de mujer aún tiende a la cosificación, se hace compleja la respuesta.

    A diario y gracias a los medios de comunicación, somos testigos de feminicidios, violaciones y atracos. Entramos en "la mente de un violador" gracias a documentales pseudocientíficos o nos desesperamos por la nueva temporada de esa serie que derrocha tecnología para lucir batallas sangrientas, erotismo y venganza. El consumo de estos productos mediáticos nos mantiene o, al menos eso creemos, en un espacio ajeno y distante a la "violencia real".

    Hoy el internet ha globalizado y sobredimensionado la difusión de violencia y nos muestra abiertamente esa esquizofrenia estructural, ya descrita por Manuel Castells (1996) afirmando que "Nuestras sociedades se estructuran cada vez más en torno a una oposición bipolar entre la red y el yo" (p. 2). Así aceptamos las dosis de violencia mediática, pasiva o activa, a la vez que demandamos acciones estatales y de los gobiernos para frenar el alarmante incremento de inseguridad ciudadana, feminicidios y violaciones.

    A través de este artículo, veremos algunos hechos que ilustran la tensión mediática cotidiana a la que nos exponemos y de la que somos parte en Bolivia, descubriendo cómo naturalizamos la violencia desde el consumo cultural de estereotipos y recreamos nuestras formas de interacción desde estos nuevos códigos de comportamiento.

     

    II. Desnudando la violencia

    "Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia; segunda, la desconfianza; tercera, la gloria" (Hobbes, 2015, p. 72).

    Thomas Hobbes en su obra Leviatán2 describe las condiciones que llevan al ser humano a su felicidad o a su miseria. Describe que de la igualdad entre seres humanos surge la desconfianza y de ésta, la guerra. Asume, por tanto, que la alianza entre seres humanos para conformar una sociedad está basada en el miedo y la desconfianza a ser atacado por el otro. Esta la razón principal de conformar un Estado, donde las regulaciones dadas desde el ámbito marco permiten una interacción pacífica entre las personas. En este análisis, Hobbes nos muestra un hecho evidente, que será más tarde refrendado por otros estudiosos de la violencia: el comportamiento violento es esencialmente cultural. Si bien en la naturaleza del hombre subyace la agresividad como estado emocional, la manifestación violenta se refleja en hechos socializados y aprendidos. Por esta razón, muchos autores afirman que es posible educar para la paz.

    Hobbes (2015) planteaba tres causas fundamentales para la manifestación violenta: la competencia, la desconfianza y la búsqueda de reconocimiento:

    La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera, para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda, para defenderlos; la tercera, recurre a la fuerza por motivos insignificantes, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea directamente en sus personas o de modo indirecto en su descendencia, en sus amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido. (p. 72).

    Aunque las formulaciones de Hobbes se hicieron en el siglo XVI, continúan vigentes para el análisis cinco siglos después, ya que estos "motivadores" de violencia, en esencia se mantienen vigentes; han mutado en formas de expresión a lo largo de los años, pero aún se pueden identificar en las manifestaciones violentas, incluso con la llegada de la tecnología y su invasión cultural. Dos fenómenos parecen vislumbrarse en torno a las hipótesis de Hobbes en este tiempo: primero, que esa alianza pacífica en torno a la figura del Estado, está perdiendo legitimidad de manera paulatina y al hacerlo, se abren nuevas posibilidades de interacción, fuera de todo canon establecido. Es evidente que la era tecnológica está revolucionando no solo la información sino el modo en que ésta se recibe y se difunde, así como la forma en que se producen las interacciones por internet, entre individuos y por supuesto, entre individuos e instituciones.

    Sí. La institucionalidad se cuestiona y se transforma gracias a las infinitas posibilidades de interacción social en la red.

    Lejos del poder del Estado y tras el anonimato que permite una suerte de "cercanía segura", violencias de todo tipo se manifiestan sin reparo. Esto ratificaría que la violencia estructural en este tiempo, es más fácil de reconocer fuera de las instituciones y los Estados. Es más factible identificar los elementos culturales en torno a la violencia, pero también es más sencillo que pasen desapercibidos, aunque causen controversia. Sea para competir, sea para atrincherarse en defensa de intereses propios o sea para encontrar reconocimiento, la convivencia en sociedades y grupos conlleva establecer códigos de interrelación que brinden legitimidad, valor y posición (sea económica, social o de cualquier otro tipo). Los gladiadores de este tiempo, que acuden a la arena mediática para combatir con los leones y anhelan la victoria dimensionada en cantidades de retuits o likes.

    Segundo, el miedo que da lugar a la desconfianza se expresa en las redes y le da color de desesperanza. Por alguna razón, el despliegue desbordante de violencia que las personas expresan por internet y a través de productos culturales, alimentan el pesimismo y la desilusión colectiva. Consumimos la desilusión de la violencia, pero también el sentido de injusticia que trasciende del hecho violento. Lo aceptamos, nos resignamos. Las objeciones a la violencia van quedando rezagadas frente al caudal de mensajes mediáticos que la legitiman y la establecen en códigos culturales aceptados y que marcan nuevas formas de interacción social.

     

    III. El triángulo de la violencia de Galtung

    Uno de los autores más prolíficos en torno al fenómeno de la violencia es Johan Galtung, que ha dedicado su obra a determinar las expresiones de este fenómeno exclusivamente humano. El análisis de este autor explica al conflicto como raíz que puede derivaren manifestaciones violentas o en transformaciones constructivas de paz (Bautista, 2012, p. 17).

    Un conflicto surge tras la existencia de actitudes, comportamientos y contradicciones que no se explicitan y donde elementos de tiempo y espacio son determinantes. De este modo, el contexto cultural es sumamente relevante, pues es desde este contexto que se generan las autopercepciones y proyecciones en torno al comportamiento del otro. Cuando un conflicto fracasa se torna en violencia (Calderón, 2009, p. 74) y, desde la teoría de Galtung, puede ser también reserva de oportunidades. Pero afirma que puede existir violencia sin conflicto y conflicto sin violencia.

    De esta manera, Galtung hace referencia a tipos de violencia que están latentes y se constituyen en elementos "fantasma" (pues no son evidentes a simple vista) y pueden ser difíciles de explicar en determinados contextos y situaciones.

    La triple dimensión a la que Galtung (1998, p. 14) se refiere es el triángulo de la violencia (ver figura 1). Nos habla de violencia estructural, violencia cultural y violencia directa. La primera se sostiene en los sistemas políticos, económicos y sociales. Pero estos deben compartir ciertos códigos que les permita aceptar o legitimar la violencia desde una mirada coincidente. Esto es, la violencia cultural. Finalmente, ambas violencias constituyen la base implícita de la expresión de la violencia directa, que puede darse de manera física, verbal o psicológica.

    Para Bourdieu (1999, p. 18), ambas dimensiones están subsumidas en lo que él denomina violencia simbólica. Esta violencia se liga íntimamente con las relaciones de poder y constituye esa "muralla invisible" construida en base a jerarquías, estatus, niveles sociales y culturales que los grupos sociales instauran para la convivencia. Si bien Bourdieu analiza la violencia simbólica desde los diferentes ámbitos sociales y la categoriza en opuestos, afirma que la violencia, derivada del establecimiento del poder se basa sin duda en el establecimiento de códigos aceptados por un conjunto social. Se acerca mucho al enfoque semiótico de la violencia en cuanto a su inherencia en códigos que se comparten culturalmente, pero enfatiza en que todo este conjunto simbólico en torno al poder, establece las dicotomías (dominador/ dominado) que se legitiman por consenso y se manifiestan en violencia simbólica (Fernández, 2005, p. 10).

    Así, los códigos culturales son los elementos básicos en los que descansa la carga de sentido y, por tanto, la carga de violencia que se justifica, se recrea, se promueve o se difunde.

    La trasformación de la violencia como oportunidad hacia una cultura de paz, en términos de Galtung, radica por tanto en no solo atacar las muestras evidentes de su existencia: la violencia física hacia la mujer, la exclusión de minorías étnicas o la violencia psicológica a través de la red (por citar algunos casos), sino en profundizar en las raíces culturales-simbólicas que calan la estructura social en la cual vivimos.

    Al igual que un iceberg, mirar la violencia solo desde las consecuencias evidentes y atacarla en sus manifestaciones directas es apenas el principio. Los esfuerzos por deconstruir los sistemas de violencia serán vanos en la medida que no se vea la profundidad en la que se sostiene la violencia directa. Por esta razón, vale la pena mirar con mayor detenimiento las formas de violencia estructural y cultural, así como en qué elementos se fundan.

     

    IV. Violencia simbólica y violencia estructural

    Está claro que, a diferencia de otros seres vivos, el humano es el único capaz de generar violencia de manera consciente y de atribuirle sentido. Este aspecto fue analizado a profundidad por Bourdieu para definir violencia simbólica.

    Pierre Bourdieu (1999) en los años sesenta, realiza una serie de estudios sociológicos de la violencia en cuanto instrumento para la socialización de los individuos y la configuración de clases. Concluye que la violencia como un acto no natural para los seres humanos, una construcción simbólica que favorece el orden establecido.

    La violencia simbólica es esa coerción que se instituye por mediación de una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por lo tanto, a la dominación) cuándo sólo dispone para pensarlo y pensarse o, mejor aún, para pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento que comparte con él y que, al no ser más que la forma incorporada de la estructura de la relación de dominación, hacen que ésta se presente como natural... (p. 172).

    Solemos reconocer la violencia cuando su manifestación es evidente: una guerra, una golpiza, actos de vandalismo o un asesinato. La nebulosa empieza al tratar de entender las violencias que no se expresan físicamente. En la perspectiva galtungniana, aún la violencia económica, psicológica o mediática constituyen formas de violencia directa.

    Desde lo estructural, la violencia está instaurada desde el Estado y la institucionalidad; en los sistemas que reproducen pobreza, desigualdad, injusticia social. Viene disfrazada en la condescendencia de las autoridades, en la amenaza velada. En los sistemas de desigualdad social, la pobreza y la exclusión. Es la forma de perpetuar el statu quo de dominación y las relaciones de poder, al delimitar con claridad las fronteras entre dominadores y dominados. La violencia simbólica es la que permite mantener las asimetrías de poder bajo las premisas de la institucionalidad establecida y se consolida en las estructuras que permiten la interrelación entre las personas.

    Todas estas expresiones de violencia subyacen en los códigos culturales que hemos aceptado para interrelacionarnos y conformar una sociedad. Son códigos culturales que hoy se han globalizado gracias a las nuevas tecnologías y hacen parte de la violencia estructural de la sociedad.

    La violencia estructural, por tanto, es el entramado de jerarquías, sistemas de poder económico y simbólico que garantizan un status quo que delimita, marca y establece diferencias. Para lograrlo, este sistema recurre a formas de violencia simbólica aceptadas culturalmente. Pone de manifiesto las contradicciones propias de la convivencia y la necesidad de defender lo propio, obtener lo deseado o legitimarse ante los demás.

    En abril de 2016, el gobierno de Evo Morales encaró una de las crisis más largas de su gestión al mantener irresuelto el conflicto social con los discapacitados. Además de los momentos en que se registraron enfrentamientos violentos entre marchistas y la policía, cabe destacar algunos elementos ilustrativos de violencia estructural que desencadenan violencia directa.

    A nivel estructural, el 2012 el sistema boliviano establecía políticas de incentivo a la inclusión de las personas con discapacidad a través de la Ley 223. Pero, la existencia de la norma no aseguraba su implementación. La solicitud del bono de Bs 500 mensuales por la cual marcharon los discapacitados desde Cochabamba hasta La Paz, se hizo en la lógica de mejorar las condiciones de este sector, por ejemplo, para la adquisición de medicamentos. La marcha y la vigilia visibilizaron la exclusión de este sector, la evidente desigualdad social y económica en que viven y la pobreza económica extrema en muchos casos.

    A nivel simbólico, la negativa de diálogo3 desde el gobierno, las acusaciones de trasfondo político y el paso de los días sin respuesta, generaron mayor molestia en el sector de discapacitados y la solidaridad de la población. La idea de diálogo establecida desde un Gobierno poniendo reglas no aceptadas por el sector que se autopercibía vulnerado, era una muestra clara de asimetría de poder. Pero hay más. Este conflicto no solo ratifica la hipótesis de Bourdieu en torno al poder simbólico. También nos muestra la construcción de violencia internalizada desde "dominadores" y desde "dominados".

    La acumulación de poder en torno al Estado y su institucionalidad es notoria y evidente. A diferencia del sector de discapacitados, que más allá de mover la solidaridad de la población ante su causa, no lograron que sus condiciones para negociar fueran escuchadas. Pasaban los días, acentuaba el frío en la ciudad de La Paz, las condiciones en los campamentos eran trágicas. El mensaje implícito era que la dramática situación no era suficiente para romper un sistema establecido para excluirlos. He ahí la "muralla invisible".

    La manifestación de este desequilibrio de fuerzas en torno al conflicto, se hace explícita finalmente en los intentos desesperados de los marchistas para romper el cerco metálico de Plaza Murillo y la respuesta de la policía, que arremete contra los discapacitados. ¿Qué puede llevar a personas en silla de ruedas a enfrentar a policías armados?

    Desde la perspectiva de Marc Rosenberg, otro impulsor de la Comunicación No Violenta, la persistencia de esa tensión de desequilibrio de fuerzas se acumula en los individuos. Es, lo que se denomina violencia pasiva.

    La violencia pasiva acaba por generar ira en la víctima que, como individuo o como miembro de una comunidad, responde también con violencia. Dicho en otras palabras, la violencia pasiva es el combustible que alimenta el fuego de la violencia física. (Rosenberg, 2006, p. 3).

    Ante una situación de conflicto, por tanto, se activan los sistemas y códigos culturales de violencia estructural donde las asimetrías de poder obran y en determinados casos, pueden desencadenar expresiones de violencia directa, como punto de ebullición de violencia pasiva que se acumula en el sector considerado más vulnerable o con menor acumulación de poder simbólico.

    Así que sea del lado "opresor" o del lado "oprimido", subyacen formas de violencia que tras determinadas circunstancias pueden emerger hacia hechos de violencia directa. ¿Cuán conscientes somos de ello?

    En la era digital, la tecnología se transforma también en un arma potenciadora de violencia. El bombardeo informativo y las redes sociales permiten una suerte de vivencia virtual ajena a las crudas realidades. Si bien la brecha tecnológica se acorta a medida que se abaratan los costos de la tecnología, es cierto que se vive el fenómeno de la abstracción extrema, donde es fácil percibir los factores de violencia estructural como espectáculos ajenos a la realidad de las personas. Así, es sencillo en el Facebook de las fotografías familiares de un amigo a imágenes de la guerra en Medio Oriente y luego a las ofertas del mes en el supermercado de moda. Vamos aceptando estas realidades difíciles, las seleccionamos y descartamos a conveniencia.

     

    V. Violencia entre iguales

    Dan Olweus fue uno de los primeros en acercase al fenómeno bullying y escribir sobre él, en referencia al comportamiento de niños y adolescentes en la escuela. Define al bullying como

    una conducta de persecución física y/o psicológica que realiza una o un estudiante contra otro, al que elige como víctima de repetidos ataques. Esta acción, negativa e intencionada, sitúa a la víctima en una posición de la que difícilmente puede salir por sus propios medios. La continuidad de estas relaciones provoca en las víctimas efectos claramente negativos: descenso de la autoestima, estados de ansiedad e incluso cuadros depresivos, lo que dificulta su integración en el medio escolar y el desarrollo normal de los aprendizajes. (Olweus, como se citó en Collel & Escudé, 2002, p. 2).

    ¿Qué lleva a los niños y adolescentes a agredirse entre iguales? El fenómeno bullying que ha causado incluso el suicidio de algunos jóvenes, suele iniciarse con un largo proceso de violencia que inicia de manera verbal o psicológica y suele desencadenar expresiones físicas. Se caracteriza por un conflicto inicial donde hay un agresor y un agredido. Las excusas son muchas: puede ser una burla, un malentendido, normalmente el agresor encontrará cualquier razón. La víctima conecta con esa agresión, ante la que se siente indefenso. Vale decir, se establece un desequilibrio de fuerzas entre ambas partes. Además, existe un consentimiento del conjunto. No necesariamente para también ejercer violencia, sino y sobretodo, por callar ante el hecho violento. Callan ante el mundo adulto, vale decir, maestros y padres de familia.

    Olweus (1994, p. 1172) plantea tres situaciones presentes en todo proceso de bullying:

    1) Hay un comportamiento agresivo o una intencionalidad de hacer daño.

    2) Que se lleva a cabo repetidamente en el tiempo

    3) En una relación interpersonal caracterizada por un desequilibrio de poder

    ¿Por qué sucede? Los estudios sobre el bullying coinciden en que los conflictos en el ámbito educativo son normales y cotidianos. Pasan inadvertidos hasta que cobran dimensiones de agresión evidente o física. Además, coinciden en que los agresores suelen tener algunos rasgos similares: ansiedad, baja autoestima, depresión, hiperactividad u otras que en la adolescencia desencadenan consumo de sustancias. También en las víctimas se han identificado rasgos comunes como baja autoestima, depresión, soledad, aislamiento, problemas de integración en la escuela.

    Las manifestaciones de violencia en el ámbito educativo, responden a violencia estructural. Dicho de otro modo, hay elementos en el sistema que alientan, permiten o simplemente desatienden aspectos de la conflictividad antes que se manifiesten de manera directa. La búsqueda de delimitación o establecimiento de poder simbólico es parte de la cotidianidad en la escuela. Es tan cotidiano, que se hace normal. Si bien hablamos de violencia entre iguales, lo que los jóvenes en conflicto buscan es establecer los límites, las asimetrías de poder y capitalizar poder simbólico entre iguales. Para ello, se valen de códigos culturales aceptados por todo el conjunto. De ahí que en el fenómeno bullying sea tan importante el rol de los terceros, aparentemente pasivos.

    Los terceros son piezas clave, el rol que juega la complicidad del resto de estudiantes es central en el establecimiento de este tipo de violencia. Sin el refuerzo a la actitud violenta, ésta tiende a reducirse. "Si no hay quién festeje, se ría o autorice como testigo la violencia, lo que sucede es que se termina" (Acosta, 2014, p. 17).

    Las investigaciones de Beatriz Lucas, Rosa Pulido e Irene Solbes (2010) en España, determinaron la dinámica del grupo más allá del rol de la víctima y el victimario. Muchos de los niños observadores de violencia no intervienen porque no gozan de total reconocimiento ante sus iguales. Por eso, su intervención podría convertirlos en una víctima. En cambio, la intervención de aquel niño o adolescente que goza de prestigio ante los profesores y ante sus pares logra ser determinante para frenar una agresión o bullying. Se trata de poder simbólico manifestado en ciertos ritos, en ciertas actitudes que legitimadas por el conjunto pueden escalar el conflicto hasta una manifestación directa o transformarlo hacia relaciones más armónicas entre iguales.

    El bullying, como fenómeno escolar de pugna de poder y reconocimiento entre iguales con los roles analizados, se ha "tecnologizado" para convertirse en ciberbullying con dinámicas muy similares, aunque en proporciones tales como lo permite internet.

    Siendo ciudadanos universales, sin restricción estatal y sin jerarquía entre usuarios, además del ciberbullying a adolescentes, es común en las redes encontrarse con casos de acoso.

    El 1.º de noviembre de 2013, Bolivia despertó con el primer escándalo mediático en redes sociales que involucraba a la conocida conductora de televisión Paola Belmonte. Las imágenes provenían de una cámara escondida y se difundieron en un sitio de internet para adultos. Las reacciones no se dejaron esperar. Además de las miles de reproducciones del video, las agresiones verbales en Facebook y WhatsApp contra la presentadora cobraron niveles descomunales.

    Dos elementos a considerar: primero, las características del ciberbullying presente en este caso concreto (con agravantes que le convierten en delito) y, segundo, los estereotipos a partir de los cuales se reproduce la violencia.

    El acosador llevaba meses amenazando a Belmonte y su familia, exigiendo dinero a cambio de lo no difusión del video. Al no obtener la respuesta deseada, cumplió su cometido y difundió las imágenes. El caso se volvió viral. Las expresiones de censura y juzgamiento extremo a Belmonte reforzaron al agresor, aún sin conocerlo. La actuación oportuna en los marcos legales, permitió a la conductora retirar las imágenes de circulación. La violencia psicológica a la que se expuso Belmonte y su familia fue ejercida no solo por el chantajista, sino por todos quienes, expresando su opinión, consejo, amenaza, etc., sometieron a esta familia a un "linchamiento mediático" a través de las redes.

    Belmonte no se quedó como la víctima indefensa. Tras una peregrinación judicial, el extorsionador fue tras las rejas. Ella estuvo 229 días ausente de su programa de televisión y admitió sentirse "destruida" tras el linchamiento mediático que sufrió, al punto de pensar en quitarse la vida (Apaza, 2014).

    El segundo aspecto retoma el planteamiento de Bourdieu sobre el sentido que le otorgamos a la violencia, es decir, a los símbolos que aceptamos normalizando, naturalizando la violencia. En el caso concreto, se trataba de la infidelidad de una mujer casada. Todos los estereotipos se activaron para juzgar un acto considerado inmoral para quienes condenaron a la conductora. A la vez, muchos expresaron su solidaridad con el esposo. Todo esto bajo el imaginario colectivo del "ser una buena esposa, mujer y/o madre" desconociendo la situación privada de esta familia. ¿En qué se basó la justificación para agredir y acosar por redes a esta pareja de conductores televisivos?

    En mayo de 2014, la pareja concede una entrevista televisiva. El énfasis ahora está en las preguntas que hizo el entrevistador en esa oportunidad, que permiten comprender los códigos culturales desde los que se actúa:

    El entrevistador enfatiza en el "error" de Belmonte (y ella se justifica varias veces), mientras expresa admiración a Sotomayor por tal acto de perdón.

    El acoso por diversos medios es una de las formas de violencia que se hace común con el uso de tecnologías y se torna insoportable para muchas figuras públicas. Varios cantantes, políticos y actores en todo el mundo, cerraron cuentas para evitar la violencia y las amenazas de los seguidores. Es el caso de Justin Bieber, Aleks Syntek y otros.

     

    VI. Violencia perfomativa

    Vísperas del Día Internacional de la Mujer del 2018. Un prestigioso hotel cinco estrellas es el escenario del lanzamiento de la campaña "HeForShe" de ONU Mujeres. Esta campaña se desarrolla en Bolivia desde el 2016 para motivar a los hombres a desarrollar acciones y gestiones favorables a la igualdad de las mujeres en todos los ámbitos. En primera fila embajadores y autoridades que se suman a la iniciativa. Entre el público puede distinguirse una mayoría de participantes varones, invitados a sumarse a la campaña. El lugar está decorado con banners institucionales, tanto de ONU Mujeres como de algunos auspiciadores, empresas sensibilizadas en la lucha contra toda forma de violencia a la mujer.

    El acto transcurría con plena normalidad hasta la irrupción "fuera de programa" de las activistas de Mujeres Creando4. Con el grafitti "Ustedes no sirven a las mujeres, se sirven de las mujeres. Basta de despilfarro a nuestro nombre", las activistas interpelaron duramente a los participantes.

    Sirvieron un líquido rojo en tazas de porcelana, asegurando que era sangre de las víctimas de feminicidio que no encuentran justicia. "Sabemos -decían-que ustedes no toman nada en taza de plástico". A continuación, repartieron guirnaldas hechas con los nombres de las víctimas de feminicidio. "Víctimas del sistema patriarcal, del sistema que a ustedes les da la mano para que hagan sus eventos en este lujoso hotel de cinco estrellas. Porque ustedes se pasean por el mundo para vivir como ricas a nombre de la pobreza de las mujeres, a nombre de los feminicidios, de tantos feminicidios que han quedado impunes".

    Mientras se realizaba esta interpelación, una cámara captaba las expresiones de los participantes (molestia e incomodidad evidentes). Al rato, el maestro de ceremonias pidió aplausos para la participación del colectivo e invitó a continuar el programa. "No queremos sus aplausos!" retrucaron. Menos de 3 minutos y la tensión le daba un aire irrespirable al lugar. Sin perder tablas, los organizadores del evento lograron retomar el control. Primero pidiendo se retire el letrero y segundo, pidiendo respeto al acto organizado. "La verdad es que no es fácil dar un discurso después de esta presentación", afirmó el siguiente discursante en la palestra.

    Sin duda, este hecho nos habla sobre las expresiones de violencia perfomativa, cuyas características y finalidad veremos a continuación.

    Para algunos autores como Jeffey Juris (como se citó en Zarzuri, 2008, p. 8), la violencia también puede ser una expresión que promueve el cambio social, la transformación de un status quo desfavorable para ciertos sectores. Por ello, propone considerarla como "un patrón cultural de acción significativa", que desafía el orden establecido empleando instrumentos y estrategias más estructurados. Se trata de la violencia performativa.

    Quienes la emplean suelen cuestionar la institucionalidad tradicional: La iglesia, el Estado, el machismo, la exclusión de las minorías, etc., y despliegan recursos creativos, que hoy se pueden optimizar gracias a las redes sociales.

    Este tipo de violencia se enfoca en la lucha simbólica y busca ante todo el reconocimiento mediático de la causa que aboga.

    Las formas cotidianas y rutinarias de la protesta no son noticia, mientras que las imágenes icónicas de coches en llamas y batallas callejeras entre manifestantes enmascarados y cuerpos policiales militarizados son retransmitidas al instante a través de las redes globales de comunicación. (Juris, como se citó en Zarzuri, 2008, p. 9).

    El autor remarca que muchas de estas expresiones suelen catalogarse de "sin sentido" por alterar el orden establecido, cuando en el fondo estas agrupaciones están interpelando el discurso dominante y, por ende, los modelos culturales que no les representan. He ahí la importancia de estas acciones. "Es una representación de rituales simbólicos que se manifiestan de forma violenta y que se manifiesta como un mecanismo de comunicación y de expresividad cultural" (Zarzuri, 2008, p. 9).

    La finalidad de la violencia performativa es ganar visibilidad en los medios. Norma l mente se utilizan actos espectaculares, dramáticos, para generar cambios. No son representaciones al azar. Tienen una estructura, una planificación, una connotación para lograr, finalmente, generar cambios a nivel cultural y, sobre todo, en cuanto al significado de ciertos códigos culturales en los que subyace el sentido de dominación que se cuestiona. Pero ¿Cuánto transforma la violencia a la propia violencia? Existe el peligro de que el mensaje sea superado por la espectacularidad y quede, finalmente como un conjunto de hechos pintorescos y llamativos que más que reflexión y cambio, generen folklore.

    La violencia performativa puede entenderse como acción de resistencia y de identificación, catalogadas por Manuel Castells, Gilberto Jiménez y Andrés Piqueras, como fundamentales para generar identidad (Mercado & Hernández, 2010, p. 230).

     

    VII. consumo de estereotipos que refuerzan códigos culturales en torno a la violencia

    Hemos visto que la violencia simbólica es un conjunto de mecanismos establecidos para asegurar la relación dominante-dominado. Y que, a través de la cultura, se arraiga en la institucionalidad, haciéndose estructural. La violencia es cuestionada desde varios ángulos, sobre todo, desde quienes sienten este sistema de sometimiento abstracto. Hoy en día muchos colectivos ciudadanos se conforman en torno fenómenos específicos para cuestionar este desequilibrio de poder. La forma en que se manifiestan (desde el arte o acontecimientos excepcionales) confrontan al orden establecido. Además, hemos reflexionado sobre la violencia como principio de asimetría de poder que también se da entre iguales, con el fin de marcar reconocimiento, diferenciación o supremacía en los espacios comunes. Pero ¿Cómo se hace posible que todos esos significados identificados y teorizados se establezcan en las interrelaciones de las personas y cobren legitimidad?

    Le debemos a Umberto Eco (1972) la estructura teórica para comprender el vínculo entre comunicación y cultura desde el ámbito semiótico, donde la información se subordina a procesos de significación. El acuerdo sobre lo que un signo representa, es, desde la perspectiva de Eco, el resultado de un proceso comunicativo que le ha dado sentido. Y del mismo modo, las convenciones sociales que aceptan dicho significado configuran los códigos culturales.

    En el modelo semiótico de la cultura de Eco, la comunicación es condición necesaria de los procesos de significación, mismos que requieren de un punto de vista del sujeto observador cuya competencia semiótica le permita identificar algo como signo (representación) y atribuirle un determinado significado de acuerdo con convenciones sociales establecidas (código). (Vidales, 2018, p. 1).

    La asimetría de poder, el deseo de reconocimiento, la defensa de lo propio o la conquista de lo ajeno, aún marcan las formas de nuestras interacciones.

    Entonces develamos violencia simbólica entre hombres y mujeres, entre adultos y jóvenes, entre collas y cambas, entre mestizos e indígenas, etc. No importan las categorías que se contrastan. Las personas de este tiempo tienen nuevos elementos para socializar y re-crear los modelos culturales del pasado. Los parámetros de socialización, aceptación o rechazo de símbolos en torno a la violencia ya no provienen únicamente de la escuela ni de la familia; mucho menos del Estado. Los parámetros de reconocimiento, de aceptación y de diferenciación vienen de los medios de comunicación. Estos son, hoy por hoy, los socializadores por excelencia.

    La socialización es el proceso cultural y comunicativo que permite a las personas aprender y aprehender elementos de su contexto. Son "los procesos a través de los cuales una sociedad se reproduce, esto en sus sistemas de conocimiento, sus códigos de percepción, sus códigos de valoración y de producción simbólica de la realidad" (Martín-Barbero, 1984, p. 80).

    Pero ¿qué sucede cuando además se incorpora el consumo cultural a esta socialización? Muchas de estas transformaciones de sentido y re-significaciones se hallan en manos de los medios de comunicación. Y desde los medios de comunicación, la generación de productos culturales con mensajes que se construyen desde arquetipos y estereotipos adoptados de acuerdo a las ventas, el rating y el consumo.

    Uno de los ámbitos de la violencia que más se cuestiona en este tiempo, es la violencia de género. Abarca tanto la violencia simbólica como la violencia directa, verbal, psicológica y física, que se arraiga en estereotipos sobre la mujer objeto, la cosificación de la mujer y sus roles tradicionales. Si bien se han dado pasos importantes al respecto, es indudable que a diario los medios de comunicación ofrecen innumerables estereotipos que refuerzan la asimetría de poder entre hombres y mujeres.

    En octubre de 2017, el INE presentó los datos de la Encuesta de Prevalencia y Características de la Violencia contra las Mujeres (EPCVcM). Resultados a nivel nacional otorgan información muy extensa para comprender el fenómeno de violencia hacia las mujeres 75 de cada 100 mujeres bolivianas afirma haber sufrido violencia de parte de su pareja, sea en matrimonio, unión libre o noviazgo.

    Veremos el indicador de justificación de la violencia contra las mujeres, que atinge a los códigos culturales vigentes. Este indicador "mide el grado en que las mujeres justifican la violencia física, en tendiéndola como una conducta normal en determinadas circunstancias"5.

    - "Una de cada tres mujeres justifica la violencia física hacia ellas por infidelidad de la mujer, por no obedecer a su pareja, por no cuidar bien a los hijos e hijas, por faltar al respeto a su pareja, por salir mucho o hablar con hombres".

    - "Las mujeres del área rural en mayor porcentaje, naturalizan y justifican la violencia física contra ellas, en relación a las mujeres del área urbana (comvomujer, 2017)".

    Los departamentos de La Paz, Cochabamba y Potosí presentaron los porcentajes más altos de justificación de violencia física hacia las mujeres. La causa principal que justifica la violencia es que la mujer sea infiel.

    La encuesta nos muestra los estereotipos en los que hoy se fundamenta la violencia. No olvidemos que antes de hacerse manifiesta, el proceso de violencia subyace en la cotidianidad. Y esa cotidianidad muestra que la convivencia boliviana con la violencia está normalizada. Los códigos culturales reflejan que las mujeres bolivianas aceptan o ven razonable que una mujer puede ser golpeada, insultada o maltratada si ha sido infiel, si es desobediente con su pareja, si no cuida a sus hijos, si sale mucho o habla con hombres extraños. Pero a la vez, 7 de cada 10 ha sufrido algún tipo de violencia en su vida. En términos bordianos, es otra muestra de que capitalizar el poder conduce a la dicotomía dominados y dominadores, pero lo hace bajo el agrado, agradecimiento, afecto o amor del dominado. Es un tipo de poder que muchas veces no requiere de fuerza física para imponerse, pues a la larga suele transformarse en carisma y es aceptado de buen grado.

    El capital simbólico es una propiedad cualquiera, fuerza física, riqueza, valor guerrero, que, percibida por unos agentes sociales dotados de las categorías de percepción y de valoración que permiten percibirla, conocerla y reconocerla, se vuelve simbólicamente eficiente, como una verdadera fuerza mágica. (Bourdieu, 1999, p. 173).

    Esta es una de las principales razones por las que la violencia no solo se hace normal, sino hasta atractiva. Mientras se lamenta el incremento de feminicidios en el país, a diario las y los jóvenes consumen productos mediáticos donde la violencia se muestra atractiva, carismática e inofensiva, incluso alentadora para la autoestima del joven. Más aún; se convierte en parte de los nuevos estereotipos de ídolo juvenil.

     

    VIII. Consumo de productos culturales en torno a la violencia

    Si compartimos violencia en la cotidianidad, seguro muchos de los símbolos que se han normalizado en torno a ella resultan no solo inofensivos, sino hasta positivos.

    El consumo, entendido como "el conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos", es, para García Canclini (1995), mucho más que una relación de causa-efecto entre el medio masivo y el consumidor pasivo; el consumo pasa por un proceso natural de filtro del contexto, que le otorga un sentido. Se reafirma la postura bordiana: consumimos símbolos (p. 45). Desde la distinción o diferenciación, pero también desde las similitudes. Ése el énfasis que García Canclini (1995) otorga al consumo cultural:

    Si los miembros de una sociedad no compartieran los sentidos de los bienes, si sólo fueran comprensibles para la élite o la minoría que los usa, no servirían como instrumentos de diferenciación. Un coche importado o una computadora con nuevas funciones distingue a sus escasos poseedores en la medida en que quienes no acceden a ellos conocen su significado sociocultural. A la inversa, una artesanía o una fiesta indígena -cuyo sentido mítico es propiedad de la etnia que la generó- se vuelven elementos de distinción o discriminación en tanto otros sectores de la misma sociedad; se interesan en ellas y entienden en alguna medida su significado. Luego, debemos admitir que en el consumo se construye parte de la racionalidad integrativa y comunicativa de una sociedad. (p. 45).

    Esa la base para el consumo juvenil. Los jóvenes consumen productos culturales para diferenciarse de otros, pero también para construir identidad. Es un consumo determinado para "pertenecer" o "diferenciarse". En este sentido, los códigos culturales pueden mutar en forma y contenido, y se expresan en las formas de interrelación, el valor que se confiere a los rituales y el reconocimiento que otorga.

    ¿Por qué cierto tipo de música, como el reguetón, despierta tanto interés en la juventud y rechazo en los adultos? El adulto juzga desde su moralidad, mientras el joven busca símbolos de desafío a la sociedad. Conjuga tecnología, irreverencia, diferenciación y pertenencia. Aunque en el fondo es posible que se perpetúen estereotipos o se reciclen las condiciones de violencia simbólica. Esto se expresa en los productos culturales. Y no es necesario mirar otros géneros sino la música boliviana, que también porta estos códigos, los recrea y reproduce.

    Para este caso, revisaremos tres canciones de música folklórica boliviana que recurren a los estereotipos tradicionales, pero con un despliegue audiovisual que le concede elementos competitivos en el mercado cultural actual.

    Canción: El olvido (2005)
    Vistas: 200.360 hasta 07.04.18    
    Intérprete: Bonanza
    Ritmo: huayño peruano

    Cuando te fuiste de mí, mujer, quise matarme
    quise encontrar en la muerte el olvidarme,
    tienen mis días de sombra y dolor todo por nada
    hundiéndome en el alcohol se fue la calma

    qué triste es vivir así sin esperanzas,
    qué triste es vivir así sin esperanzas.

    Triste agonía mujer vivo en tu ausencia
    tal vez el tiempo al final cure esta pena
    pero olvidarte no puedo mujer por más que quiera
    vives prendida a mi ser hasta que muera
    aunque me mate el licor sigo en la espera,
    aunque me mate el licor sigo en la espera.

    No me resigno mujer a olvidarte
    el tiempo se terminó ya no hay más nada
    nada de ti, de tu amor, de tu piel
    ya no hay más nada.

    Me arrebataste la felicidad maldita suerte,
    que me acompañe el licor hasta la muerte
    y así recuerdes mujer cuanto te he amado.

    (Énfasis propio, ver tabla 2)

     

    Canción: Agonías del corazón (2012)
    Vistas: 1.587.192 hasta el 07.04.18 
    Intérprete: Danielito y Valeria
    Ritmo: Morenada

    No sé cuál de los dos ha fallado más
    la verdad de una vez esto que se termine,
    No sé cuál de los dos ha fallado más
    la verdad de una vez esto que se termine,

    Dices que yo te hago daño
    Que no te dejo vivir,
    Y yo que puedo decir de ti
    lo mismo dices de mí.

    Dices que nunca te amado
    Aunque di todo por ti,
    Amarguras llanto y desamor
    Eso tú me diste a mí.

    Tanto, tanto amor donde fue a parar
    Tanta pasión entre tú y yo
    Dime, dime cuando se murió.
    Ven abrázame, acaríciame
    Amémonos, amémonos desde hoy hasta la eternidad.

    (Énfasis propio, ver tabla 3)

     

    Video: Coplas 2018
    Vistas: 611.450 al 07.09.18

    Intérprete Chila Jatun
    Ritmo: Coplas tradicionales carnavaleras

    Llega Chila Jatun desde Capinota (Llega Chila Jatun desde Capinota)
    Donde te diviertes con una y con otra (Donde te diviertes con una y con otra)
    Cuando canto coplas en el carnaval (Cuando canto coplas en el carnaval)
    De repente sale mi instinto animal (De repente sale mi instinto animal)
    Vámonos al grano, basta de fingir (Vámonos al grano, basta de fingir)
    Sabes que te gusta que te haga gemir (Sabes que te gusta que te haga gemir)
    ¡¡Ay carajo!! ¡¡Ay carajo!! ¡¡Que viva el trabajo!!
    Para los corruptos, ¡¡¡cárcel pues carajo!!!

    De ropa interior te traje un conjunto (De ropa interior te traje un conjunto)
    Para que en la noche te entierre al difunto (Para que en la noche te entierre al difunto)
    Que somos vulgares será su versión (Que somos vulgares será su versión)
    De los que no aman nuestra tradición (De los que no aman nuestra tradición)
    Si es que no les gusta las coplas picantes (Si es que no les gusta las coplas picantes)
    Apaguen su radio, pobres ignorantes (Apaguen su radio, pobres ignorantes)
    ¡¡Ay carajo!! ¡¡Ay carajo!! ¡¡Que viva el trabajo!!
    Para los corruptos, ¡¡¡nulo pues carajo!!!

    Aquí va una copla, copla de salón (Aquí va una copla, copla de salón)
    Espérame lista voy Sin pantalón (Espérame lista voy Sin pantalón)
    Ha llegado la hora De subir el tono (Ha llegado la hora De subir el tono)
    Tendremos 2 hijos Luego te abandono (Tendremos 2 hijos Luego te abandono)
    A todos tú dices que Soy un marica (A todos tú dices que Soy un marica)
    Viéndome desnudo tu cuestión te pica (Viéndome desnudo tu cuestión te pica)
    ¡¡Ay carajo!! ¡¡Ay carajo!! ¡¡Que viva el trabajo!!
    Para los corruptos, ¡¡¡cárcel
    pues carajo!!!

    (énfasis propio, ver tabla 4)

    El material visto, nos muestra una clara intención de difundir el folklore boliviano, dándole además elementos de espectacularidad en las imágenes.

    Los comentarios a los videos son en su mayoría positivos, siempre ponderando la difusión de la música boliviana. En el caso del video de los niños, hay una percepción muy positiva de niños talentosos difundiendo la cultura boliviana. En el caso de Chila Jatun, el apoyo desde otros países valorando la tradición cochabambina de las coplas.

    Para términos de este análisis, sin embargo, se identifican en letras e imágenes, los estereotipos que reafirman estereotipos en los que subyace la violencia. A saber:

    - El alcohol presente tanto para festejar como para llorar las penas. Existe un vínculo evidente entre consumo de alcohol y el incremento de violencia, pero es innegable que el triángulo alcohol-desengaño-violencia es una construcción cultural. Este es, sin duda un fuerte estereotipo en la sociedad boliviana y uno de los argumentos más empleados para justificar la violencia.

    - Cosificación de la mujer. La mujer como adorno, la mujer en roles tradicionales, la mujer para el sexo, la mujer engañada. Las letras y las imágenes de los tres videos combinan elementos que muestran a la mujer exhibiendo su cuerpo y celebrando las letras "picantes". Las imágenes de las niñas con trajes de china morena y súper maquilladas, que reafirman el segundo plano de la mujer, subordinada al liderazgo del hombre. La mujer objeto, en diferentes estratos y el hombre "de mundo" valorado positivamente por su desempeño sexual.

    - Las niñas vestidas de adultas. Nos muestran que los estereotipos de feminidad de hoy (la princesa, la mujer fatal) se aceptan con normalidad para las niñas. No se percibe cómo esta exposición las vulnera. "Desde pequeñas, las niñas son expuestas a imágenes que marcan prototipos femeninos: Barbie, las princesas de Disney, Bratz, por mencionar algunos ejemplos. Cada uno de estos estilos envía a las niñas mensajes sobre cómo deben de ser ellas, como mujeres: bonitas, delgadas, sofisticadas." (López, D en familia.com)

    - Homofobia y discriminación. Las coplas entremezclan el sentido picaresco y una serie de calificativos que sientan bases de discriminación evidentes. Se busca reivindicar el macho, el hombre viril que no puede ser cuestionado. Así, entre risas, queda claro quién tiene el liderazgo.

    - Rituales que se recrean y resignifican. En nombre de la difusión del folklore, los jóvenes toman un producto cultural y lo resignifican. Le dan nuevos sentidos, ahora, el folklore es "cool". Las tramas contadas en los videos mantienen los estereotipos y esto coadyuva a mantener el vínculo simbólico con el consumidor. Y la forma, gracias a la tecnología en la producción, le da el sentido de calidad, identidad, reafirmación.

    - La aceptación popular. Los comentarios a los videos ensalzan el esfuerzo de difundir la música y las tradiciones bolivianas. Destacan que se inculque a los niños este amor al folklore.

     

    IX. Conclusiones

    "Dónde está la falla?", preguntó Gonzalo Hermosa. La falla está en esta réplica inconsciente de estereotipos que solo reafirman las asimetrías. Está en que la fórmula fácil, la que vende, perpetúa la violencia.

    Hemos visto que la violencia es un fenómeno que se manifiesta en el ser humano como un acto consciente. Se genera por tres razones: por defender lo propio, por conquistar algo nuevo o por búsqueda de reconocimiento y prestigio ante los demás. Naturalmente, el ser humano posee la capacidad de tener estados emocionales y uno de ellos es la agresividad. Esta, canalizada de diferentes maneras y bajo enfoque educativos positivos, puede transformarse en constructiva para relaciones equitativas, igualitarias y respetuosas.

    Sin embargo, la violencia es una realidad. Se multiplica y establece de diversas maneras y se recrea de acuerdo a los medios que dispone un grupo social. De ahí que hoy en día, la tecnología también sirva de plataforma multiplicadora de violencia.

    Así como la punta de un iceberg, nos es más sencillo identificar la violencia directa: verbal, física o psicológica. Muchas veces buscamos medidas que solucionen este tipo de violencia, que es finalmente consecuencia de un sistema mucho más profundo y arraigado en las personas: la violencia estructural en la que socializamos, gracias a los códigos culturales que hacen a la violencia cultural.

    La violencia estructural se establece en diferentes sistemas e instituciones. Son barreras invisibles que perpetúan las desigualdades, las exclusiones y la pobreza. Para establecerse necesita de signos evidentes aceptados y legitimados por el conjunto social, esto es, la existencia de códigos culturales que establecen los ritos, símbolos, lenguaje, música y otros, legítimamente arraigados.

    La tecnología permite sobredimensionar y difundir estos códigos, pero también permite desvincularlos entre sí. Por esto las personas no perciben contradicciones, por ejemplo, en manifestarse en contra de los feminicidios y a la vez consumir música cuyos videos, letras e imágenes acentúan la violencia y la discriminación.

    Los medios de comunicación y la red se han convertido en los socializadores por excelencia. Antes, la escuela representaba el punto focal de aprendizaje y generación de conocimiento; hoy en día lo es internet y la televisión, que a través de infinidad de productos culturales, normalizan la violencia, la muestran atractiva y van recreando los códigos culturales en torno a ella, de modo que se hace cada vez más normal aceptar ciertos estereotipos violentos como modelos a seguir.

    Algunas manifestaciones de violencia buscan romper ese orden de desigualdad establecido por la institucionalidad; así, no es sorprendente encontrar colectivos artísticos y contestatarios organizados para generar transformaciones sociales desde lo simbólico. Esta lucha busca espacios en los medios y encuentra en el internet un campo fértil para promover sus reivindicaciones. Aunque queda aún la interrogante de su verdadera efectividad de luchar desde la violencia, combatiendo la violencia; es decir, si hay una verdadera incidencia en la transformación de la violencia estructural.

    Por otra parte, la violencia entre iguales, estudiada como fenómeno bullying en las escuelas, cobra efectos impredecibles y de alta vulneración a las personas cuando se transforma en ciberbullying, entendido como el acoso, agresión o violencias que se sirven de la tecnología. La capacidad de interacción a través de las redes, donde no hay regulaciones posibles, más el escudo del anonimato, ha permitido una transformación profunda en las interacciones humanas, convirtiéndose en campo fértil para reafirmar la violencia estructural.

    La violencia se establece a través de símbolos que se traducen en códigos culturales, es decir, en modos socialmente válidos para un conjunto social. Y se perpetúa gracias a los estereotipos que los medios de comunicación establecen y reafirman de manera permanente.

    Los medios de comunicación han establecido un vínculo estrecho con la naturalización-normalización de la violencia, toda vez que la espectacularidad que la acompaña se traduce en productos y mensajes de alto consumo cultural.

    El internet, especialmente las redes sociales permiten no solo la difusión de dichos productos culturales, sino una dinámica acelerada de participación y generación de violencia mediática.

    Los estereotipos de violencia pasan desapercibidos y normalmente los aceptamos con toda naturalidad. Tanto los dominados como los dominantes (en términos bordianos) socializamos bajo los mismos códigos y es la razón por que cuesta identificar en dónde nos equivocamos. Hemos aceptado la desigualdad y los factores de violencia al punto de defenderlos o justificarlos, tal como demuestra la Encuesta de Violencia hacia las Mujeres 2017, donde las propias mujeres justifican la violencia hacia sí mismas.

    La violencia se aprende y subyace en cada ser humano, en quien tiene poder simbólico y en quien es víctima del mismo. Todo esfuerzo por transformar la violencia desde la superficie es inútil. Los verdaderos cambios se podrán hacer si somos capaces de transformar de raíz los códigos que nos permiten interactuar. No sirve luchar contra la discriminación étnica si los productos culturales que más se consumen ensalzan la cultura occidental dominante. No se avanzará en la disminución de violencia de género si se alientan las relaciones inequitativas o que deshumanizan a los individuos.

    En términos de Castells, la sociedad boliviana no está fuera de la esquizofrenia entre función y significado; estamos revolucionando nuestras interrelaciones con la tecnología, sin haber resuelto las tensiones entre nuestra propia naturaleza humana y lo que el contexto hoy tan mediatizado nos ofrece. Y en esa tensión consumimos y dinamizamos la cultura. El desafío es grande para salir del molde vertiginoso de cultura dominante para buscar nuevas formas que re-signifiquen los códigos culturales hacia interacciones más justas. Si continuamos socializando desde la violencia y la desigualdad, las transformaciones posibles serán extensiones de marginación.

     

    Notas

    1 Tatiana Carla Fernández Calleja es comunicadora social, titulada de la UCBSP La Paz. Actualmente es asesora técnica para el proyecto ProPeriodismo, de formación dual en periodismo de la GIZ Bolivia y docente de Habilidades de la Comunicación en la Escuela de la Producción y la Competitividad de la UCBSP La Paz.

    2 Traducción al español de 2015.

    3 Un apunte: en el lenguaje cotidiano boliviano, el uso de "diálogo" se acerca más a "negociación" que a "encuentro o conversación". Por esta razón, es común que las partes en conflicto impongan o traten de imponer a las otras partes sus condiciones para llegar al "diálogo".

    4 Colectivo ciudadano autodenominado como "referente social en Bolivia (...) de rebeldía e interpelación al sistema patriarcal y a la violencia en todas sus expresiones". Se fundó hace aproximadamente 30 años y desarrolla diversas acciones de interpelación al machismo bajo el lema de "feminismo de la despatriarcalización".

    5 Extraído del informe preliminar presentado por el INE, comvomujer, AECID y el Ministerio de Justicia, 18 de octubre 2018.

     

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