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    Journal de Comunicación Social

    versión impresa ISSN 2412-5733

    J. Com. Soc. v.5 n.5 La Paz dic. 2017

     

    Reseñas de autores

     

    Dos disparos al amanecer: vida y muerte de Germán Busch.

     

     

    Robert Brockmann (2017). La Paz: Plural editores-Universidad Católica "San Pablo".

    Por Dr. Jorge Patiño Sarcinelli

     

     


    El arco del suicidio

    El suicidio, más que otras formas de muerte, marca no sólo el fin, lo que es obvio, sino toda una vida. La tesis de Brockmann en la biografía que acaba de publicar, Dos disparos al amanecer, es que Germán Busch llevaba desde joven el germen del suicidio; y que el desprecio por la muerte, los repentinos cambios de humor y los varios intentos de suicidio, son prueba de ello.

    El relato de la vida de Busch que nos ofrece Brockman, desde sus orígenes y las especulaciones sobre su nacimiento, la primera juventud en el campo, el colegio militar, el destierro a los confines del país, la guerra del Chaco, la política de la post guerra, la presidencia y el suicidio, se deja leer con pasión gracias a la fuerza narrativa que imprime Brockmann al relato. Esta es la primera virtud que se debe resaltar en este libro.

    En la secuencia hay capítulos que se leen como una novela de Karl May. Por ejemplo, la exploración que hace Busch en búsqueda de vestigios de una misión jesuítica, o los episodios de la guerra del Chaco donde cuenta el caos de una guerra desordenada, con muertes heroicas y victorias estériles. Es un capítulo que tiene la virtud de transmitir lo que fue esa guerra precaria.

    Otro capítulo, particularmente fuerte, trata del derrocamiento de Toro que Brockmann llama "golpe suave", pero bien podría haberse llamado golpe bufo. Imaginémonos a un presidente de la República que se entrega a días enteros de juerga, acompañado de amigos y chicas en el balneario de Urmiri, mientras en La Paz se gestaba un golpe en su contra del que él está informado, pero desdeña la gravedad de los hechos.

    De hecho, cuando vuelve a La Paz, los líderes revoltosos, Busch y el general Peñaranda, en lugar de forzar su renuncia, le dan tímidas explicaciones. "Toro riñó a Busch como a un hijo díscolo", relata Brockmann. Cuando ellos, vuelven al cuartel de los revoltosos, son increpados por su falta de firmeza.

    Ante la presión del momento, Peñaranda, quien debía asumir la presidencia después del golpe, se acobarda y dice: "Bueno, bueno... que vaya Busch. Lo que es yo, no voy. Yo no voy. Que vaya Busch a la Presidencia", como quien dice, que vaya otro a comprar pan. Y por virtud de una patética debilidad, Busch es llevado a la Presidencia. "Presidente por carambola" podría haber sido otro título del capítulo. Es un gran capítulo del libro, pero un triste episodio de nuestra historia.

    Es también muy intenso el capítulo donde el gabinete, por iniciativa de Busch, decide el fusilamiento de Hochschild para en la misma reunión perdonarle la vida en un vaivén de opiniones. Es digno de teatro.

    Uno de los puntos altos del libro es la promulgación del decreto de junio de 1939, que, revirtiendo un anterior decreto favorable a los mineros "concentra en el Banco Central de Bolivia el 100% de divisas proveniente del total bruto de las exportaciones". Esta medida le vale a Busch el paso a la historia como un revolucionario.

    Son bajas las expectativas revolucionarias que consideran un decreto que cambia un régimen impositivo como una revolución. Pero ¿qué se podía esperar de unos regímenes militares cuyos líderes eran los "jerarcas de la derrota", como los llama Brockman? Y refiriéndose a las medidas tomadas por Toro, dice que fueron "unas medidas económicas confusas que pretendían pasar por socialismo".

    ¿Que figura humana emerge del biografiado? Brockmann lo va pintando: "era alto y rubio para estándares bolivianos, de ojos claros, espigado y muy apuesto, Busch causaba sensación entre las jovencitas", anota. "No cabe ninguna duda de que Germán Busch era de temperamento volátil y puños fáciles", complementa el autor. De fácil revólver, se podría añadir.

    La figura que pinta esta biografía es la de un camba tosco y sentimental, de educación rudimentaria y no muchas luces, políticamente ingenuo. Valiente sin duda, que desafía pirañas y balas enemigas con igual indiferencia por la muerte. Un hombre que incluso en la Presidencia es un soldado más inclinado a amenazar con el revólver u ordenar un fusilamiento, que a la decisión meditada.

    ¿Son estos los rasgos de un suicida? Sin duda no los del típico melancólico, introspectivo, agobiado por las angustias de la vida. Si detrás de esa fachada de camba temperamental hervía el suicida, no lo sabemos. Los que lo conocían sabían de sus instintos auto destructivos pero no de sus porqués.

    Cuando una vida es una preparación del suicidio, es natural suponer que los momentos más cercanos al acto son los más significativos. Hagamos pues un recuento esquemático en clave sicológica de esos últimos años de Busch.

    Después de haber sido un soldado valiente y victorioso, que alcanza la máxima realización de su vocación de héroe en la guerra del Chaco, Busch cambia de mundo para ingresar al político, al de las intrigas y bajas traiciones, con las cuales su naturaleza de hombre cándido y emotivo no sintonizaba.

    En el prólogo, Pablo Stefanoni cita a Borges: "Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es". Pero en la vida de Busch podríamos invertir la cita, y decir que cuando él entra al mundo de la política, deja de saber quién es, y con ello viene el enajenamiento.

    Busch asume la Presidencia a través de un golpe donde él hace un triste papel de débil traidor; mal paso para un soldado que valoraba el honor y el coraje, un "guerrero victorioso", como lo llama Brockmann. Su residencia es difícil. La asume creyendo salvar a la Patria, y poco a poco percibe que no hay gratitud. Al contrario, circulan panfletos críticos que hieren exageradamente su corazón tierno de político inexperto.

    En el momento glorioso del decreto de junio de 1939, Busch ofrece su vida para asumir la responsabilidad de las consecuencias, como un capitán liderando un pelotón. "Si es necesario dar mi vida, la daré, feliz de que mi vida sirva de algo a esta pobre Patria. No tengo miedo a la muerte. Ustedes me conocen" dice Busch en un discurso. No sabe que ya no es un soldado, no sabe quién es.

    El último día de la vida de Busch es cumpleaños de su cuñado, y Busch organiza una fiesta íntima. Se come, se bebe. Busch saca la guitarra, su mujer toca el piano. Todos bailan. No hay señales del suicidio, excepto porque Busch "tenía una alegría inusitada y un tanto extraña". Algo no andaba bien: remolinos interiores hacían estragos en su precario equilibrio.

    Parten los últimos invitados y Busch despacha asuntos acompañado de sus cuñados, quienes presienten el impulso e intentan disuadirlo (no tan decididamente como para quitarle el arma), pero Busch en un arranque de violencia contra sí mismo se pega un tiro en la sien.

    Es el fin previsible, tenía 36 años. Una vida que combina lo previsible, lo extraordinario y lo enigmático: el soldado macho, el héroe temerario, el suicida. Lectura interesante.

    Cierro con el final de la primera carta, que se conoce, de un suicida. Un egipcio hace cuatro mil años.

    La muerte está hoy frente a mí como un hombre que ansía ver su casa cuando ha pasado años en cautiverio.

    El aspecto más difícil de comprender del suicida es que su vida es un cautiverio, y la muerte una huida.