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    Journal de Comunicación Social

    versión impresa ISSN 2412-5733

    J. Com. Soc. v.1 n.1 La Paz dic. 2013

     

     

     

    El curul electrónico
    El rol de los medios en la construcción de la opinión pública

     

     

    Phd. (Honoris Causa) Carlos D. Mesa Gisbert1

     

     


    Resumen

    ¿Vox populi, vox dei? Ésta es una de las interrogantes implícitas en el análisis que propone este texto, donde se expone la actual relación entre poder, democracia, medios de comunicación masivos y opinión pública. Se plantea un debate entre cómo se expresa el pueblo y cómo son interpretadas esas opiniones en el contexto actual. Se contempla las particularidades en Bolivia, hablando específicamente de sus sistemas de participación ciudadana para la toma de decisiones que afectan al colectivo y de la construcción de opinión pública mediada por los medios de comunicación masivos. Este último punto es cuestionado desde varias aristas para luego proponer una reflexión, basada en una apropiación consciente y profunda de las pautas éticas, en el trabajo de los medios masivos y su rol en la formación de la opinión pública, pues el papel de los medios no es demoler, sino construir.

    Palabras clave: Medios de comunicación masiva, comunicación y poder, democracia, opinión pública.


     

     

    I. Los asuntos de la mediación

    El poder, ese afrodisíaco perfecto, ha llegado a los medios de comunicación de masas y se ha apoderado de ellos sin ningún pudor. La democracia, que los necesita como nosotros al aire para respirar, los disfruta y los sufre. Nos hemos cansado nosotros mismos de cantar loas sobre nuestros méritos y sobre el papel definitivo que hemos jugado en la consolidación de este sistema, cuyo secreto es el respeto al derecho de todos y, sobre todo, el derecho de todos a la libertad, uno de cuyos pilares es la libertad de expresión y opinión, y uno de cuyos mediadores más extraordinarios es el conjunto de medios de comunicación de masas.

    El hermano mayor de la ficción sombría que proyectaron los totalitarismos europeos de la primera mitad de este siglo, se ha convertido en los muchos hermanos mayores de las democracias capitalistas de hoy, cuyo foco irradiador son los Estados Unidos.

    Si me pregunto como periodista ¿quién me eligió para estar donde estuve?, tengo opción a dos respuestas, la primera es: nadie me eligió, la segunda es: usted me eligió, usted que me lee, que me ve o que me escucha, usted me da la legitimidad incuestionable. Sobre esa segunda respuesta muchos comunicadores van lanza en ristre llevándoselo todo por delante.

    Ahora que está tan de moda execrar la política y los políticos, sus métodos y su moral, constatamos que si alguien está desacreditado en la sociedad democrática es político. Por ello es extraordinariamente rentable contribuir a esa labor de demolición sobre la lógica de un mecanismo perfecto, aquel que se alimenta a sí mismo y que crea una nueva deidad, la deidad democrática por antonomasia, el pueblo.

    ¿Es que alguien puede cuestionar aquella premisa clásica de que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? Claro que no, lo que es bueno analizar es cómo se expresa ese pueblo. Los mecanismos constitucionales hablan de una democracia representativa, elegimos a quienes nos representan y legislan o gobiernan a nuestro nombre, ellos (los políticos) nos representan. Pero en el mundo de hoy el mecanismo parece mezquino, insuficiente, paradójicamente cuando superamos los 7.000 millones de seres humanos, el criterio de la democracia directa nacido en la pequeña Grecia se intenta aplicar nuevamente. Hay muchos caminos para encontrar o exigir la democracia directa, independientemente de si son prácticos y posibles, o no.

    Bolivia discute y, más que eso, practica sistemas de participación que hagan más directa su democracia. La nueva Constitución Política del Estado (CPE) y, sobre todo, la idea de que nada es posible sin consensos y que los consensos deben responder a la consulta a todos los grupos de interés en relación a cualquier ley que se vaya a aprobar, muestran hasta qué punto Bolivia ha trascendido de alguna manera la línea restrictiva del texto constitucional.

    Pero aún esos mecanismos no son suficientes. La aparición, hace ya muchas décadas, de las encuestas como un procedimiento de consulta sistematizado, comenzó a cambiar la percepción sobre las limitaciones de la consulta popular y la decisión inmediata con base en esa consulta. Cuando las encuestas llegaron al punto de que un determinado hecho juzga en minutos y la opinión sobre él se conoce en minutos, se ha revolucionado el concepto de opinión pública. Las encuestas se han convertido en los grandes estrategas de la política. El candidato no hace su programa si previamente éste no ha sido compulsado en grupos focales o a través de encuestas representativas. Las virtudes o defectos de los personajes públicos se delinean en función de encuestas y se moldean el estilo, personalidad, el carácter, el rostro y el programa de ofertas electorales del político a imagen y semejanza de ese cada vez más poderoso pueblo preguntado, contado y tabulado por los grandes manipuladores, quienes diseñan y piensan las encuestas. Instrumentos cada día más perfectos y poderosos a los que parece hacer poca mella la evidencia de errores monumentales.

    El salto entre el trabajo del dentista social y el demiurgo se puede producir muy rápidamente. Si el comunicador de masas maneja la opinión pública a través de encuestas permanentes y establece por extensión que aquello de que "vox populi, vox dei" es indiscutible, convierte al pueblo abstracto, a esa opinión pública a la que representan un puñado de encuestados (unos cientos o un par de miles según el caso para reflejar la opinión de una sociedad de 10 millones de seres humanos), en una deidad que además de opinar tiene la virtud de inminente de la sabiduría. El pueblo no se equivoca. El pequeño gran detalle es que de ese pueblo es que salen los políticos de todas las tendencias que gobiernan, legislan y eventualmente juzgan, y se equivocan con notable frecuencia y son criticados impiadosamente por sus actos de ineptitud y creciente corrupción por el pueblo del que son hijos.

    Creada la deidad intocable de la democracia surge un nuevo elemento, el gran prestidigitador, el comunicador de masas se convierte realmente en todopoderoso, no solamente por su influencia en la opinión de miles de personas, sino porque es el mediador, el que escucha (¿el único?), compulsa e interpreta la opinión de las masas y las expresa. Habla a nombre de millones que son el pueblo que no se equivoca.

    "Qué Dios detrás de Dios la trampa empieza...", como escribió Borges en un poema sobrecogedor, el círculo perfecto de retroalimentación ha llegado, yo pregunto, oriento la encuesta, ustedes responden, yo interpreto la encuesta y hablo a nombre de todos ustedes Son las nuevas aristas del poder en este nuevo siglo.

     

    II. Los asuntos de las encuestas

    Este veleidoso juez que es la opinión pública cuyo carácter hoy es el de un Dios intocable y casi perfecto (lo de casi, por el pudor que todavía tienen quienes asumen que hay un supremo creador encima de todos nosotros), juzga y condena o absuelve, entroniza o execra sin miramientos a las figuras públicas y todos nos rendimos con pleitesía ante su veredicto inapelable, pero, como se verá, no inamovible.

    Las encuestas, los instrumentos excelsos del nuevo arte de este nuevo evangelio, que son la voz del pueblo traducida en números y estadísticas van esparciendo la buena o la mala nueva según a quien le toque, cada vez con mayor intensidad y con mayor celeridad. Casi no hay semana que no conozcamos el resultado de alguna encuesta que nos ayude a entender a ese conjunto archiperfecto (o casi) que es el pueblo (aquí y en Madagascar).

    Pero este pueblo encuestado es además de casi perfecto, veleidoso. Porque queda claro que su opinión es inmediatista y responde a los estímulos y percepciones circunstanciales que marca un determinado momento de sus vidas. Los héroes de ayer se convierten en villanos de hoy, y así sucesivamente...Pero ¿A quién le importa lo que opine el pueblo en el año 2020?, lo que importa es lo que opina ahora. ¿Y a quién le importa lo que opinaba hace cuatro años?, lo que importa es hoy.

    Es interesante esta conclusión, la divina voz popular sólo interesa hoy, y el hoy dejará de importar mañana. Con esa lógica hemos inventado un mecanismo perfecto de fotografías de un instante a las que damos valor demoledor e incuestionable ¡por un instante! El invento de la verdad instantánea es otra de las novedades de este mundo desenfrenado al que no le interesa nada en profundidad, que es capaz de quemarlo todo antes de darse cuenta siquiera de lo que tuvo entre las manos. El sentido de la permanencia o de la trascendencia se ha convertido en valores absurdos que no le interesan sino a un puñado de nostálgicos o de soñadores. Ésta es una sociedad inmediatista, alimentada por administradores de la inmediatez que consagran como verdades absolutas opiniones tan veleidosas como los intereses coyunturales o las sensaciones materiales del día. Sobre esa base de memoria frágil y poco proclive a la reflexión, quienes hoy lapidan una gestión o un protagonista político, mañana (léase en la próxima elección) votarán por él y lo consagrarán igual que hoy lo hunden, dependiendo del cambio de alguna inteligente pirueta formal y retórica extraída de la lectura de las propias encuestas que lo incineraban.

    En este contexto, gobernar para las futuras generaciones es un intento absurdo de locos o de megalómanos (¿o quizás de visionarios?). Si mañana nuestros hijos o nietos estarán mejor gracias a una u otra medida es algo que les toca debatir a historiadores, lo que hoy importa es evitar el bloqueo o el paro de mañana, contentar las exigencias que sistemáticamente dan cuarenta y ocho horas de plazo y que amenazan con llegar hasta sus últimas consecuencias (que por supuesto nunca llegan). Esta lógica demencial de deificar las opiniones tan efímeras como las palabras que las transmiten, tan cambiantes como el tránsito de las expectativas de voto de los candidatos hoy y los resultados que obtendrán mañana, tan insustanciales como una visión subjetiva e inmediata cuya memoria con suerte se remite a un par de meses atrás, termina por conducir a la sociedad a través de encuestas y sondeos que han perdido su valor funcional para adquirir un valor mítico.

    Así, han sido transformadas de instrumentos útiles de información y reflexión en directivas de carácter imperativo sobre lo que el pueblo quiere y lo que el político debe hacer so pena de convertirse en la némesis de ese nuevo dios colectivo y anónimo que somos todos y no es nadie. Encuestas y sondeos de opinión son las nuevas armas nucleares de la comunicación.

    Dios nos ampare de esta terrible realidad inmisericorde, en la que los propios promotores de su funcionamiento han decidido entregarse a su poder narcótico y olvidarse del lugar que ocupan y deben ocupar.

    Probablemente, si el 13 de abril de 1937 se hubiese hecho una encuesta de opinión en Alemania, Adolfo Hitler sería la personalidad más benéfica de la sociedad alemana en el siglo XX, lo que no demuestra nada más que una cosa, que el estado de ánimo de una sociedad cualquiera en un momento determinado no es necesariamente la verdad divina e inmutable que, a veces, la ceguera de los manipuladores de la opinión pública cree o quiere hacer creer al desprevenido ciudadano.

     

    III. Los asuntos del poder y de la autocomplacencia

    El poder en altas dosis no es siempre el mejor consejero, y el poder inmenso que tenemos en democracia los medios de masas es tan peligroso que nos acerca a la tentación de la soberbia, el más grave de los pecados de acuerdo a las sagradas escrituras, la razón por la que Luzbel acabó como acabó. Una de las lecciones de las muchas que podemos recibir del periodismo es que junto a la libertad total está la responsabilidad total, sobre todo cuando se trata de empresas de prestigio local, internacional o aún mundial.

    Hacer el trabajo de investigación con idoneidad profesional intachable es la primera premisa. Confirmar una y varias veces las fuentes es la segunda. Afrontar los problemas con responsabilidad institucional es la tercera. Compartir un código de ética profesional dentro de la empresa, que obligue al periodista a cumplirlo, es la cuarta. Los errores se pagan es la quinta y última. Cuando un medio serio despide a periodistas por un error grave en su profesión (cosa que está por verse en Bolivia), no lo hace porque éstos hayan sido deshonestos, sino por haber cometido un grave error que le cuesta el bien más preciado que ese medio tiene, la credibilidad. Si uno, a pesar de haber intentando cumplir las premisas éticas básicas se equivoca, situación que puede darse, aunque debiera ser por haberlas cumplido, está obligado a reconocerlo públicamente, sin falsas actitudes de suficiencia o de "si reconozco mi error me debilito", tan frecuentes en la lógica de muchos periodistas.

    La razón de todo esto es fundamentalmente ética, la certeza de que la moral que se les exige a los demás se practique en casa. Adicionalmente, es una reflexión para combatir el terrible peligro que se extiende como un cáncer, el anteponer la primicia, el golpe periodístico, el éxito de ser el número uno, antes que el trabajo profesional responsable y sin intereses subalternos.

    La tiranía del rating y la presión de la competencia que en Bolivia ha llegado con toda su fuerza en los últimos años, nos coloca ante una grave disyuntiva. La respuesta debiera conducirnos en el largo plazo al éxito, y esa respuesta no es otra que la seriedad profesional, la confirmación de fuentes y la consideración de que detrás de cada trabajo de investigación, hay personas o instituciones como "blancos" potenciales. El problema es si en esa lógica somos capaces de sobrevivir en el corto plazo. Hay ejemplos que parecen probarlo, pero el riesgo está. No nos queda otra alternativa que asumirlo.

    En tanto, las lecciones del periodismo son muy ilustrativas, porque más allá de sus defectos que no son pocos, siguen probando una alta capacidad de autoanálisis y de búsqueda de la excelencia tanto profesional como ética.

    Estamos cada día más convencidos de que los periodistas son los buenos de la película, que gracias a ellos la democracia se fortalece y que sin ellos la corrupción, el desparpajo y la inmoralidad no tendrían freno. "Si las comisarias de turno, o comunidades enardecidas sólo sirven para quemar a los ciudadanos, si los tribunales sólo resuelven casos aceitados por dinero, a los únicos a los que el ciudadano puede acceder es a los medios". Son valientes, esforzados, paladines de la investigación y de la denuncia, la espada de la verdad y de la justicia tremola en sus manos... demasiado bonito para ser totalmente cierto.

    Nadie puede negar la importancia fundamental de los medios de comunicación de masas en democracia, la contribución que los medios han hecho a este proceso y la trascendencia que hoy tienen en la fiscalización del poder. Pero los medios, los empresarios de éstos y los periodistas, se están acercando peligrosamente al pecado de la soberbia, a la condición de intocables, a la equivocada sensación de que son propietarios de la opinión pública. Una suerte de captura pacífica que ha transformado a la opinión pública en rehén de los medios, a partir de dos caminos, el concepto de participación (presencia permanente de la gente opinando en los medios) y el de las encuestas y sondeos de opinión que van desde lo más serio hasta lo más frívolo. Finalmente, la "voz de Dios" puede manipularse con relativa facilidad. No es lo mismo, por ejemplo, preguntar: "¿Cree que los políticos son corruptos?" en lugar de: "¿Qué opina de la terrible corrupción de los políticos", o "¿Cree que hay corrupción en la política?". También podría preguntarse: "¿Cree que hay corrupción en el periodismo?". Si la respuesta es sí, se podría matizar en torno a si esa corrupción es mucha o poca y se podrían hacer comparaciones más o menos sesgadas. Qué se pregunta, cuándo y cómo se pregunta, son armas definitivas para obtener los resultados que uno busca y luego atribuírselo a ese ángel o demonio, ciego y gigantesco al que se da forma a través de las encuestas.

    Si un político desesperado intenta contratacar a los medios, lo más probable es que esté cavando su tumba más profundamente. La razón es muy simple, el mango de la sartén está en manos del periodista. El poder excesivo es peligroso y, ojo, es un poder que está repartido de diverso modo: En los grandes empresarios (el gobierno el mayor de todos en los tiempos que corren) que, de pronto, afrontan el peligro de un borrachera de poder que les haga pensar que son los árbitros de nuestra política y actúen en consecuencia; en los "formadores de opinión" que desde los curules electrónicos están empachados de dar sermones y definir lo bueno de lo malo; el de los editores de prensa que se han enamorado de los periódicos como guías prácticas de denunciología; el de los reporteros que confunden el micrófono con una ametralladora y el de todos, que se han convertido en jueces sumariantes.

    Hay buen periodismo en Bolivia, claro que sí, pero hay también periodismo mediocre y malo. Hay periodistas que dicen que nuestros medios parecen boletines parroquiales al lado de los de otros países. No es para estar muy seguro. Lo fundamental sin embargo, más allá de ese tipo de valoraciones, es administrar el trabajo con responsabilidad. Investigar no es recibir una filtración interesada y publicarla; investigar es hacer un seguimiento minucioso de fuentes; cruzar información, confirmarla, certificar la responsabilidad de esas fuentes y luego hacer conocer la noticia. Disparar primero y apuntar después es peligroso; aunque igual que la demagogia populista reditúa en política en lo inmediato, y reditúa también en periodismo; el tema en debate es el costo ético y también el de credibilidad en el largo plazo.

    Entender que al otro lado están seres humanos que pueden ser irreparablemente dañados si uno se equivoca de buena o de mala fe, es vital a la hora de valorar un titular o una noticia. En la medida en que se haga un trabajo responsable, se equivocarán menos y en la medida en que se equivoquen menos, tendrán que rectificar menos; pero si hay que rectificar están obligados a hacerlo, y aquel es un trago que no gusta mucho. A algunos les cuesta menos un baño en el Choqueyapu que una rectificación pública.

    Necesitan más autocrítica; se necesita de urgencia un tribunal de ética que funcione y que sea moralmente vinculante, que sea aceptado por los comunicadores de todo el país y cuya palabra tenga un peso moral demoledor. Se necesita reflexionar sobre los tribunales de imprenta y su funcionalidad; se necesita dar respuestas en el marco de la absoluta libertad de expresión (hoy en la picota); pero aceptando falibilidad y responsabilidad social, además de valorar el peligro de cualquier fuero especial.

    Hay periodistas que piensan que el sistema político vuelve a estar tan podrido que necesita una demolición total. Hay mucho de cierto en que se trata de una estructura fuertemente contaminada; pero toda generalización es peligrosa e injusta. Sobre la necesidad de demolición: el sistema debe ser capaz de resolver sus deficiencias por sí mismo, de lo contrario, no creería en él. El papel de los medios no es demoler, sino construir.

    Es en el momento de mayor éxito, en el de mayor poder, en el de mejores resultados, que se hace indispensable la reflexión y la evaluación de lo que se hace, porque es el tiempo en el que los sentidos se embotan más, hasta que uno acaba creyéndose aquello de que es magnífico. Por ello, es valioso ejemplo aquel del emperador romano que tenía cerca un ilustrado esclavo griego que cada tanto le recordaba: "César, recuerda que eres mortal".

     

    IV. Conclusión

    Podría pensarse que en tiempos en que el Estado, usado por el gobierno para limitar la libertad de expresión, pero sobre todo para acumular poder a través de la concentración de medios por los dos caminos, el de incrementar el número de medios estatales y controlar, a través de terceros, medios privados: exime a los periodistas de reflexionar sobre el poder que tienen y su responsabilidad ante la opinión pública.

    Es una peligrosa coartada. Es precisamente en momento como éste en que se debe fortalecer la reflexión a propósito de cuestiones que de manera incuestionable interpelan al periodismo, pase lo que pase en el contexto circunstancial de la política.

    Podríamos apostar por la otra ruta, interpelar al gobierno, cuestionar sus excesos, denunciar sus arbitrariedades. Pero olvidaríamos la tarea ética de todos los días. Las acechanzas de una realidad mediática que con el surgimiento de la web, las redes sociales y el periodismo digital, no modifican un ápice esa mirada introspectiva que nos es obligatoria.

     

    Notas

    1

    Vicepresidente y Presidente del Honorable Congreso de la República de Bolivia entre 2002 y 2003. Posteriormente, asumió como Presidente de Bolivia entre 2003 y 2005. Además es historiador y periodista. Estudió literatura en las universidades Complutense de Madrid y Mayor de San Andrés de La Paz. Fue fundador y Director de la Cinemateca Boliviana; periodista desde 1979 en prensa, radio y televisión y analista de informativos de TV desde 1985. Se destacó como Director del programa de entrevistas "De Cerca" durante diecinueve años, así como fundador y director de Periodistas Asociados Televisión (P.A.T.), productora (1990-1998) y red de televisión (desde 1998). Actualmente, preside la Fundación Comunidad, cuyo trabajo es contribuir al fortalecimiento de las instituciones democráticas y los DD.HH, dirige la productora de televisión Plano Medio y es docente en la Carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana "San Pablo". Público dieseis textos, entre los cuales se destacan: Presidentes de Bolivia: Entre Urnas y Fusiles (1983, cuatro edic.), La Aventura del Cine Boliviano (1985), Historia de Bolivia (1997, ocho edic.), Presidencia Sitiada (2008, cuatro edic.) y La Sirena y el Charango, Ensayo sobre el Mestizaje (2013).