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    Estudios Bolivianos

    versão impressa ISSN 2078-0362

    Estudios Bolivianos  n.26 La Paz jun. 2017

     

    DEBATE

     

    La comunidad imaginada del mar perdido.

    Reflexiones sobre la construcción

    de la identidad boliviana

     

    The imagined community of the lost sea.

    Reflections on the construction

    of the bolivian identity

     

    Guadalupe Peres Cajías1


     

    Resumen

    En este artículo se analiza la construcción de la identidad boliviana, a partir de las narrativas sobre la pérdida de la cualidad marítima, durante la Guerra del Pacífico (1879-1880), ilustrada a través del tiempo con la consigna de "recuperarel mar perdido". Desde este análisis, se planteará una visión alternativa para la construcción de la bolivianidad.

    Palabras clave: Identidad nacional // Bolivianidad // Narrativas

    Abstract

    This article discusses the construction of Bolivian identity, from the narratives about the maritime loss, during the war of the Pacific (1879-1880), illustrated through time with the slogan of 'recover the lost sea'. From this analysis, an alternative vision forthe construction of the bolivianidad will be raised.

    Key words: National Identity // Bolivian identity // Narratives


     

    Introducción

    ¿Qué nos hace bolivianos? Es una de las preguntas que más ha protagonizado la reflexión teórica en el área de Ciencias Humanas y Sociales del país. Para contribuir a resolver esta inquietud, este artículo propone un análisis sobre la construcción de la identidad nacional -desde la perspectiva de la Comunidad Imaginada de Benedict Anderson (1993)- con base en las narrativas de la pérdida boliviana de la causa marítima, producto del enfrentamiento con Chile en la "Guerra del Pacífico" (1879-1880). Luego, se propondrá una alternativa para construir bolivianidad, a partir de la principal virtud de este país: su diversidad cultural.

    A inicios de la década de los años 60 del pasado siglo, un grupo de académicos de la Universidad de Birmingham (Inglaterra) proponía una serie de reflexiones, que guiaron la apertura del Centro de Estudios Culturales, el cual posteriormente impulsó una corriente de pensamiento a nivel mundial. Una de las interrogantes más importantes que guió el trabajo de estos pensadores estaba relacionada con el "ser británicos", es decir, con el ser nacional.

    No era casual que tales inquietudes surgieran en ese contexto temporal. La Segunda Guerra Mundial había concluido poco antes (1939-1945). El dolor estaba todavía fresco, así como la confusión sobre el acontecer del viejo continente, el cual se había visto considerablemente alterado en la primera mitad del siglo XX. En tan solo 40 años, con un breve intermedio, Europa había protagonizado dos conflictos bélicos, que dejaron varios millones de muertos y un contexto geopolítico transformado.

    Así, la guerra incitaba a la reflexión sobre la identidad nacional. En el caso de Birmingham, el análisis se focalizaba en la británica por supuesto. Sin embargo, con el pasar del tiempo, otros emularon tal reflexión llevándola a sus propios contextos, tanto espaciales como temporales.

    El caso boliviano no es la excepción. Más aún porque en este escenario geográfico, la identidad nacional se construyó, en buena medida, con base en las narrativas sobre las guerras que ha enfrentado, particularmente la de independencia (1809-1825), la del Pacífico (1879-1880) y la del Chaco (1932-1935).

    Este artículo se centrará en la Guerra del Pacífico, pues esta ha logrado construir una narrativa única, focalizada en el sentimiento de pérdida del acceso soberano al mar, con el cual Bolivia había nacido como Estado-nación en 1825. A partir de este análisis, se propondrá una alternativa para construir la identidad nacional, con base en la riqueza cultural que caracteriza a este país sudamericano.

     

    1. La construcción de la nación

    Hablar de "la nación" parece atemporal en el marco actual, cuando la globalización parece "transnacionalizar" permanentemente los contextos particulares.

    Sin embargo, a diferencia de lo que se consideraba hasta hace algunos años, la globalización y lo relacionado con lo transnacional ha enfatizado los sentimientos particulares de pertenencia. En el caso boliviano, esto se visibiliza con el surgimiento de los movimientos indígenas, en la década de los 80, cuando el muro de Berlín estaba a punto de caer y el capitalismo se internacionalizaba, fortaleciendo el proceso mundializador.

    El sentimiento de nación-Estado tampoco es la excepción, como bien afirma B. Anderson: "el fin de la era del nacionalismo, anunciado durante tanto tiempo, no se encuentra ni remotamente a la vista. En efecto, la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo" (Anderson, 1993: 19).

    Probablemente salte a la vista el término nacionalismo y se considere muy distante al sentir de nación. Pero el citado autor aclara que "la nacionalidad o 'calidad de nación' -como podríamos preferir decirlo, en vista de las variadas significaciones de la primera palabra-, al igual que el nacionalismo, son artefactos culturales de una clase particular" (Ibíd. 21).

    Artefactos que habrían consolidado apegos profundos en los sujetos, a partir de su circulación, posicionamiento y apropiación en los miembros del Estado-nación. Por ello, para entender lo que es la nación, se debe reconocer a la misma como "una comunidad políticamente imaginada como inherentemente limitada y soberana. Es imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunidad" (Ibíd. 23).

    Considero que la definición de Anderson es una de las más pertinentes, pues relaciona desde el inicio la idea de la nación con la construcción simbólica, "imaginada", de la comunidad que representa.

    A partir de esta definición, este artículo propone una visión de la construcción identitaria, con base en el valor emocional (en términos de los mecanismos conductuales planteados por Weber (1922), más que en una razón instrumental o un valor racional. Esto implica entonces concebir la bolivianidad como una "comunidad de sentimiento".

    Esta comunidad imaginada se construye como una posibilidad para agrupar a los sujetos en un colectivo común, que emergía en el siglo XVIII y XIX como "la nación".

    El siglo de la Ilustración, del secularismo racionalista, trajo consigo su propia oscuridad moderna (...) lo que se requería entonces era una transformación secular de la fatalidad en continuidad, de la contingencia en significado, como veremos más adelante, pocas cosas eran (son) más propicias para este fin que una idea de nación (...) Lo que estoy proponiendo es que el nacionalismo debe entenderse alineándolo con los grandes sistemas culturales que lo precedieron, de donde surgió por oposición (Anderson, 1993:29).

    La idea de presentar a la nación como una comunidad imaginada tiene la intención de expresar que el sentimiento nacionalista es una configuración simbólica, ergo, un proceso en permanente construcción.

    Este sentimiento de pertenencia al colectivo nacional puede ser incentivado por el poder estatal instituido, aunque no es exclusiva responsabilidad del mismo. La ciudadanía reafirma el sentimiento compartido al sentirse interpelada por el aparato simbólico construido para tal fin. El propósito de la construcción identitaria nacional es generar un sistema colectivo de referencia para que unos y otros, que habitan un territorio común titulado como "nación", puedan sentir que forman parte de algo más grande que sus circuitos particulares. La búsqueda de ese sentimiento ha sostenido las diversas "comunidades imaginadas" para retomar el concepto de Anderson.

    Así, se puede afirmar que la identidad nacional logra consolidarse fundamentalmente como un fenómeno atravesado por la emoción, más que por la razón. Sin el sentimiento de la ciudadanía, la idea colectiva de nación no sería posible. El caso boliviano es una clara ilustración.

    1.1. Pensar la comunidad imaginada boliviana

    Como se mencionaba en el anterior acápite, la identidad nacional será entendida desde su construcción afectiva y simbólica más que racional o funcional, pues se considera que esta es la perspectiva más pertinente para analizar la construcción identitaria boliviana, la bolivianidad.

    Para entender este proceso y su consecuencia en el contexto actual, es necesario conocer algunas características de la historia boliviana, que serán descritas a continuación.

    1.1.1. Una comunidad fragmentada y frágil

    Desde la colonia, el territorio que actualmente se conoce como Bolivia2, sufrió la fragmentación en estratos sociales, con base en la categorización racial y étnica, que influyó a esta comunidad imaginada a lo largo de su historia republicana y contemporánea.

    En ese sentido, hasta finales del siglo XX e inicios del XXI, los pueblos indígenas fueron marginados en la construcción política y social, aunque culturalmente mantuvieran cierta influencia dada su capacidad de hibridación cultural con la influencia extranjera. No obstante, la vigencia de las prácticas culturales con matices indígenas no alcanzó una posición relevante en la construcción de nación hasta la llegada de Evo Morales a la presidencia (2006).

    Antes, el aparato simbólico que había construido el país estaba principalmente configurado con ideales de origen externo y sin un vínculo directo con los protagonistas locales.

    Como afirma Loayza (2011), en la perspectiva de Carlos Montenegro y René Zavaleta Mercado, "el cuerpo histórico" de Bolivia está interrumpido. El "cuerpo nacional" -que se refiere a la base popular de la sociedad nacional (indígena), que desde la matriz de estos autores constituye la mayoría y por lo tanto la esencia de la nacionalidad- debe aceptar un proyecto de nación al cual le cuesta adaptarse porque "la iniciativa histórica no le pertenece" (Zavaleta, 1986; Loayza, 2011: 39).

    Esta situación se agudiza aún más para los habitantes originarios de las zonas bajas del país (guaraníes, moxeños, por nombrar dos de las más de 20 etnias del oriente boliviano), quienes hasta el día de hoy tienen una ausencia considerable en los relatos de la nación.

    De hecho, posterior a la declaración de la independencia de la corona española, aún se asumía en los censos nacionales (1845-46/1854) las categorías de "salvajes" o "bárbaros", destinadas a los indígenas, que se diferenciaban de los "civilizados".

    En consecuencia, la identidad nacional boliviana inicia con una visible fragmentación entre los "padres republicanos" y la población originaria e incluso mestiza, que comprendía la mayor cantidad de bolivianos. Esto evidentemente influyó en el proceso de identificación de la población con la construcción imaginada de nación. Es difícil pensar en ser parte de un proyecto donde el sujeto no siente un proceso real de reconocimiento.

    A esta importante debilidad en el proyecto inicial de nación, se sumó la incapacidad del Estado naciente por dominar el amplio y diverso territorio nacional, así como la dificultad para administrar los recursos económicos (Peres-Cajías, J.A., 2011) y desarrollar un aparato que alcance el anhelado proceso moderno de industrialización.

    Además, la condición de pobreza se intensificó por las derrotas en las guerras que tuvo el país con la totalidad de sus países limítrofes, destacando entre esos conflictos bélicos el que se tuvo con Chile (1879-1880) y con Paraguay (1932-2935).

    En consecuencia, estas condiciones dificultaron la construcción de una identidad colectiva a partir de la razón instrumental o del valor racional, que podrían haberse construido si se hubiera consolidado el proyecto de Estado del Bienestar. Sin embargo, la identidad boliviana tuvo que construirse a través de otros mecanismos para poder posicionarse, en el imaginario de sus ciudadanos. Para eso, se utilizaron sentimientos fundados en la memoria histórica, como se explicará a continuación.

    1.1.2. La historia atravesada por la derrota

    Bolivia fue un país que nació con dos millones de kilómetros cuadrados de extensión territorial. Actualmente, tal característica apenas supera el millón. La razón de esta condición es la serie de guerras que Bolivia enfrentó y perdió con sus vecinos sudamericanos. Estas derrotas tienen una diversidad de causas; sin embargo, hay dos factores comunes que son importantes destacar: la riqueza de recursos naturales en el territorio nacional y la poca presencia del Estado en los escenarios disputados.

    Sobre el primer punto, cabe mencionar que Bolivia es un territorio con diversos pisos ecológicos, lo que permite una variedad destacable en sus recursos naturales. Sin embargo, fueron el guano y el salitre los que sedujeron a Chile y los hidrocarburos los disputados en la guerra con Paraguay. En ambas ocasiones, hubo una influencia de actores extranjeros interesados en tales bienes. Un factor que también determinará la narrativa de la identidad nacional, como se verá más adelante.

    Con relación al segundo elemento, es probablemente por la presencia de dos importantes poblaciones indígenas (la aymará y la quechua), que la zona andina ha sido la más atendida por el Estado boliviano, hasta muy avanzado el siglo XX, dejando a los otros territorios casi totalmente abandonados. Esta es una de las principales causas por las cuales los historiadores explican la exitosa invasión chilena a la costa de Antofagasta (sudoccidente boliviano) el 14 de febrero de 1879 y es una de las razones de la derrota del ejército boliviano frente al paraguayo (1935), en medio de la canícula casi deshabitada del Chaco.

    Así, estas guerras no solo minaron la capacidad económica del estado boliviano, ya frágil desde el inicio de la república -como se mencionó anteriormente-, sino que produjo un sentimiento colectivo de derrota y una consecuente sensación de amenaza, que serán utilizados posteriormente en la construcción imaginada de la nación. Sentimiento alentado además por la histórica culpa atribuida "al extranjero".

    En síntesis, la memoria histórica, base fundamental de la narrativa que construye a una nación, se ha focalizado en esa caracterización del país. Su incidencia en el imaginario colectivo estará relacionada con el contexto socialmente fragmentado y económicamente débil -en comparación a otros países de la región- y con la consolidación como referente común de representación. Proceso que será descrito y analizado a continuación.

     

    2. Las narrativas de la "mutilación"

    "Los orígenes de las naciones, como los de las narraciones, se pierden en los mitos del tiempo, y recién alcanzan su horizonte en el 'ojo de la mente'" (Bhabha, 2010:11).

    De esa manera Homi Bhabha, uno de los representantes contemporáneos más importantes de la corriente de los Estudios Culturales, introduce al lector a su compendio sobre "Nación y Narración". En este texto, se propone comprender la construcción de la identidad nacional, a través del análisis y entendimiento de las narrativas que la componen y su consecuente accionar en los sujetos sociales. Así, entender la identidad nacional desde el comportamiento de los actores que constituyen a una comunidad imaginada determinada.

    Sin esta concepción de la performatividad3 del lenguaje en las narrativas de la nación sería difícil comprender (...) la forma de atención crítica apropiada para los efectos culturales de la nación. Pues la nación, como una forma de elaboración cultural (en el sentido que Gramsci le da a este término), es un medio de narración ambivalente que mantiene a la cultura en su posición más productiva (Ibíd. 14).

    Esta narración vista como una "elaboración cultural" advierte la condición simbólica del proceso de construcción identitaria, así como el dinamismo que este tiene. Por lo mismo, se habla de "narraciones".

    Esta forma de nombrar al relato se sitúa en las corrientes del giro pos moderno, donde el lenguaje no solo es comprendido desde su funcionalidad lingüística y "dual" (como proponían los estructuralistas), sino -y sobre todo- a través del proceso interpretativo que genera (G. Peres-Cajías, 2014). Esto implica que además de analizar los códigos que se utilizan para expresar una narración, estos deben ser comprendidos en el accionar de los sujetos, o como indicaba Bhabha, en la “performatividad del lenguaje".

    El lenguaje entonces debe ser visto más allá de su condición lingüística. Debe ser analizado como parte de una construcción social, cultural y política, que permite una expresión y una interpretación particular del mismo.

    Los modos en los cuales se desarrolla y posiciona las narrativas están atravesados por el contexto que alberga al lenguaje y que hace posible su funcionamiento (Quiñones y Moreno, 2017). Un contexto que tiene una historia, unos actores, unos procesos políticos y culturales, que han construido un orden social particular. En este sentido, la narración debe estar "situada" para poder entenderla. A partir de esta conceptualización, se ha propuesto la idea de las "narrativas de la mutilación", que permitan entender las narrativas que han consolidado la idea común de nación en el caso boliviano. La mutilación es un término que advierte la pérdida territorial, producto de los conflictos bélicos que ha enfrentado -y perdido- el país en cada uno de los casos.

    Como advierte Loayza Bueno,

    ...las políticas públicas no han tenido un continnum que permita formar un credo nacional de búsqueda de desarrollo y progreso. Por el contrario, las guerras con Chile y Paraguay y la consecuente pérdida del territorio han contribuido a forjar una relación chocante con la nación entre los bolivianos, pues la identidad nacional se ha construido sobre las mutilaciones territoriales, antes que sobre la pertenencia al proyecto de "bienestar del Estado" (2011: 37).

    Esta última afirmación del autor boliviano hace referencia a lo que se advertía en páginas anteriores sobre el limitado desarrollo económico nacional (base de la sociedad del bienestar), en comparación a sus vecinos cercanos, desde que se fundara la República.

    El proyecto de bienestar no fue una vía para construir la nación, como podría haber ocurrido con el caso chileno o argentino, porque no logró consolidarse como tal. En esta situación, y dada la fragmentación en la categorizaron de los habitantes bolivianos, la guerra parece ser la única opción real de construir un proceso común de nación y el sentimiento, el "formato" para hacerlo.

    Esto se trabaja desde la narrativa, contada y actuada. Las fiestas cívicas son una ilustración de performatividad de la narrativa de la mutilación boliviana. Como afirma Eugenia Bridikhina, estas celebraciones, "en las que se enfatiza la creación y consolidación del Estado boliviano -a raíz de la Guerra de Independencia o de la Guerra del Pacífico, por ejemplo- son un recurso para el imaginario, una referencia al pasado como fuente de legitimidad para los gobiernos de turno y una convocatoria para el pueblo hacia un porvenir común reflejado en la memoria histórica nacional (...). Las fiestas cívicas nacionales se han convertido en parte del imaginario colectivo y por consiguiente han contribuido a construir una sola identidad nacional (2009: 17).

    Evidentemente, esta performatividad sólo es posible porque un aparato de control simbólico incita su realización, aunque es la ciudadanía la que la acepta, siente y práctica. Ese aparato es el Estado-nación, a través de sus líderes más representativos. Entre ellos, se puede nombrar los que guiaron a la revolución nacionalista de 1952. Una revuelta que fuera posible, curiosamente, por otro conflicto bélico, aquel que se desata con Paraguay, y que tendría incidencia en la subjetividad de los que posteriormente se convertirían en los próceres nacionalistas.

    La nominación "nacionalista" de este proceso y del partido que lo dirigió (Movimiento Nacionalista Revolucionario) se debe a la inspiración de este colectivo político que estaba relacionada con la propuesta nacional socialista, que había conducido a Europa a la desgracia máxima, aunque en Bolivia se implementó esta ideología con matices particulares.

    Uno de ellos era la presentación de la propuesta política con una etiqueta adicional "lo popular", haciendo referencia a la participación activa de la población en la citada revolución y al anhelo por incorporar a la mayoría de los ciudadanos del país al proyecto de nación.

    Por lo mismo, fue a partir de 1952, que el Estado encabezó una política cultural de contemplar elementos locales y pre coloniales para desarrollar y consolidar la construcción de la anhelada bolivianidad. Así nació el Instituto Boliviano del Cine, los arreglos tiwanakotas en la zona céntrica de Miraflores y los primeros alientos del Estado a posicionar al folklore boliviano como uno de los escenarios de construcción nacional (G. Peres Cajías, 2013).

    En ese mismo contexto, se dieron los primeros incentivos relevantes a la práctica de las fiestas cívicas, que despertarían un sentimiento colectivo de identificación nacional sobre la pérdida del mar, pues en ese capítulo bélico se perdió una cualidad irremplazable. La noción de "mutilación marítima", utilizada como el núcleo de la narrativa nacional, llegó a posicionarse "en el ojo de la mente” de los bolivianos.

    2.1. "Yo quiero un mar, un mar azul para bolivia"

    "La dimensión de frustración que tales acontecimientos han producido, dificulta la formación de una imagen positiva del 'yo nacional'" (Gotkowitz, 1999, en Loayza, 2011: 37).

    Esta cita reafirma la idea de cómo la guerra y las consecuentes derrotas fueron los elementos fundamentales del ser nación boliviano. Entre todos los conflictos, el establecido con Chile, en el marco de la Guerra del Pacífico, caló de una manera considerable en el imaginario nacional. No sólo por la importancia de la pérdida del mar y sus consecuencias geopolíticas y económicas, sino por la construcción simbólica que se ha desatado a partir de este conflicto, con la finalidad de recordar que el enemigo es externo, ante situaciones locales críticas, y que existe un factor común de identificación nacional, a pesar de las múltiples diferencias que nos atraviesan. Ese factor es la mutilación y el consecuente sentimiento de derrota.

    Antes de la llegada de los nacionalistas, en 1952, ya se advertían discursos e intenciones por contemplar este conflicto como parte de la construcción de bo-livianidad. En 1950, el presidente Mamerto Urriolagoita presentaba una postura de enfrentamiento para recuperar el mar. En esa antesala de la revolución, también se había decidido recuperar los restos del mártir del citado conflicto bélico, Eduardo Abaroa, como parte del patrimonio nacional. Precisamente, un mes antes de la revuelta nacionalista, los restos de Abaroa llegaban con un "apoteósico recibimiento" (La Noche 22/03/1952 citado en Vera (2009).

    Sin embargo, fueron los nacionalistas quienes intensificarían el uso simbólico de la pérdida del Litoral en el marco de la construcción de identidad nacional, dada la crisis que atravesaba el proyecto político liderado por Víctor Paz Estenssoro.

    Apartir de 1963 se restituye el sentido del 23 de marzo, no sólo como el día en el que se recuerda la pérdida del mar, sino en el que los discursos son explícitamente beligerantes e incitadores respecto a la recuperación de una salida al Océano Pacífico (...) Ante los acontecimientos y la notada pérdida de legitimidad del MNR que ya había sufrido una división al interior de su cúpula principal, además de las continuas reformas económicas que se llevaban de acuerdo al Plan Decenal de Desarrollo Económico Social que perjudicaba directamente a los mineros, el clima político era tenso y una forma de canalizar toda esta tensión fue a través de este nuevo discurso que tenía como objeto desplazar la frustración a un problema de otra índole (Vera, 2009: pág. 132).

    Así, esta celebración tendría un fin político particular, además de perseguir el ideal de construcción nacional. "Esto se refuerza además cuando el pueblo se manifiesta a través de agrupaciones civiles, constituyéndose en un actor político activo en distintas celebraciones (...) los desfiles escolares y militares van tomando cada vez más importancia en los festejos (...) En el caso del 23 de marzo, las celebraciones eran organizadas por la célula Eduardo Abaroa hasta 1960, y luego por militares con la participación de estudiantes" (Ibíd.: 133-134).

    Desde entonces, los desfiles protagonizados por los representantes del Estado, las Fuerzas Armadas y además la ciudadanía constituirían una performatividad de la narración sobre la Guerra del Pacífico, practicada con un sentimiento basado en la mutilación y la derrota, que, en consecuencia, llegará a incentivar la unión entre los bolivianos.

    Este sentimiento se produce frente a la derrota con Chile, pues en la guerra del Pacífico al perder el acceso soberano a la costa pacífica, se despierta un sentimiento que moviliza a la ciudadanía: la amenaza, el miedo a más pérdidas, a más mutilaciones. A partir de ello, se constituye una serie de prácticas que pretenden posicionar la fortaleza (y la unión) de la nación boliviana. Así inicia el "Día del Mar", conmemorado el 23 de marzo en la mayoría del territorio boliviano, con desfiles en escuadrones, bandas militares y paso marcado, haciendo alusión precisamente a la defensa, a la seguridad, como una forma de contrastar ese sentimiento de miedo y mutilación, que ha dejado la pérdida en la Guerra del Pacífico.

    La idea del desfile evidentemente hace alusión a un sector particular: el militar. Por ello, no es de extrañarse que en el gobierno dictatorial del General Hugo Bánzer Suárez esta celebración cobre una significatividad particular.

    "El gobierno banzerista decidió resaltar la imagen de Abaroa y aquellos símbolos olvidados como la vieja enseña nacional de las batallas del Pacífico y el arma con la que se defendió el puente del Topáter (ED:23/03/1977) (...) En este sentido, se llevaban a cabo varios festejos agrupados en lo que se denominó la "Semana del Mar", festejos en los que la figura de Abaroa es vista como la del 'soldado de la integridad territorial de Bolivia y símbolo de inspiración de la fraterna solidaridad continental' (ED:23/03/1973) (...) Así, para los representantes del gobierno, Abaroa personifica la reintegración de Bolivia con el territorio del Litoral y consecuentemente el punto de partida del desarrollo de la nación (...) El presidente (Bánzer) usa la memoria del héroe como un elemento de cohesión entre todos los ciudadanos del país, para dejar de lado las contrariedades por las que su población atravesaba (...) Estos componentes festivos, aunque no son elementos nuevos de la época de Banzer, (...) refleja claramente que durante el gobierno banzerista existió una gran participación de instituciones para resaltar los festejos del día del Mar" (Vera-Rojas, 2009: 142-145).

    De esta manera, se consolidaba el artefacto simbólico del "Día del Mar", que se practica hasta la actualidad, en el marco del Estado Plurinacional boliviano, gobernado por el primer presidente indígena, Evo Morales Ayma.

    En la reciente celebración de esta gestión (2017), se decidió ampliar los festejos por tres jornadas consecutivas, donde estudiantes, militares, representantes de oficinas públicas y privadas, marcharon con la bandera nacional, adornada -como se suele hacer en esta fecha- con lazos de color azul, haciendo una referencia simbólica directa al "mar".

    De hecho, a propósito de esta simbolización, se planteó la idea de la "Marea azul", que vistió al colectivo de los bolivianos en función a la demanda por la pérdida al acceso soberano al Pacífico. En esta ocasión, medios nacionales e internacionales, como la red alemana Deutsche Welle, reafirmaron la idea presentada en este artículo: "el mar -o su pérdida- es el elemento más poderoso del imaginario colectivo boliviano" (DW: 22/03/2017).

    En esa publicación, se cita a la politóloga Moira Suazo, quien afirma que "uno de los pocos anclajes de la idea de nación en Bolivia es el tema marítimo, desde la formación de la república, es la convicción de recuperar la cualidad marítima" (Ibíd).

    Esta idea se reafirma en la publicación del diario boliviano Página Siete: "Bolivia celebra el Día del Mar con mayor fe y unidad (...) el presidente de la Cámara de Senadores, José Alberto Gringo Gonzáles, afirmó que a 138 años de la mutilación que sufrió Bolivia rla vocación marítima es una cuestión irrenunciable' (...) En ese marco, dijo González, (...) 'el presidente invocará hoy a la unidad de todos los bolivianos en torno a nuestra demanda'" (PS: 23/03/2017).

    En esta cita periodística, destacan tres elementos de los cuales se ha comentado en este artículo, y que continúan su vigencia: la noción de "mutilación"; la "cuestión irrenunciable" y la incidencia de esta causa para promover "la unidad de todos los bolivianos". Estos términos se relacionan con la noción de pérdida de un acceso otrora soberano al mar y el consecuente sentimiento de amenaza frente al "otro".

    En el gobierno de Evo Morales, se enfatizó mucho más "la vocación marítima" no sólo por darle continuidad al principal referente de construcción nacional que había tenido Bolivia, sino para fortalecer la noción "del otro", Chile, como un enemigo común de Bolivia. Al tener un referente de oposición, la construcción del "nosotros" parece ser más viable.

    Esto último está relacionado con un importante antecedente histórico del gobierno de turno, la llamada "Guerra del Gas" (2003), evento que al desestabilizar el orden político condujo -entre otros factores más- a la eventual llegada del presidente Morales. Entonces, se cuestionaba la intención de exportar gas natural boliviano a través de puertos chilenos. El vecino país se posicionaba por líderes sociales nuevamente como "enemigo" de los intereses de la nación. El sentimiento de amenaza volvía a circular en el imaginario colectivo boliviano.

    Probablemente, a partir de esa noción, el ideal de recuperar el mar ha sido uno de los principales protagonistas en la discursividad del presidente Morales. Este se ha visto fortalecido al haberse logrado plantear la demanda boliviana, por la causa marítima, en la principal corte de justicia internacional: la Haya. En este proceso jurídico, se busca que Chile acepte sentarse a negociar con Bolivia un acceso soberano a la costa pacífica.

    Así, el "recuperar el mar" se ha convertido además en una política de Estado. Sin embargo, se considera que la mayor importancia a esta consigna la ha dado el sentimiento de los ciudadanos, los actores sociales que han hecho posible su vigencia en el imaginario colectivo, a través de los años.

    Esto se ilustra en cómo la importancia de esta narración trasciende la jornada misma de celebración y los discursos oficiales respectivos.

    Escolares, en su primera infancia, aprenden las tonadas que reclaman la pérdida del acceso al mar, antes que conocer la composición o la armonía fundamental en la música o, incluso, antes de poder desarrollar una conciencia plena de su condición humana como tal.

    Así, las escuelas instruyen a los profesores de música a tocar y enseñar canciones como la de Pedro Telmo, cuyo famoso estribillo indica "Yo quiero un mar/Un mar azul, para Bolivia/ Risas y llanto de mi pasado/Y esta canción/De enamorado/Y quiero igual/Su corazón aprisionado (...) Tiempo feliz de mi niñez/ Que nunca olvido/Recuerdos que en mi existir/Están grabados".

    Además, incitan a los estudiantes a desfilar en escuadrones mientras cantan "Recuperemos nuestro mar" en jornadas distintas al 23 de marzo. Esta canción en particular tiene un son militar, con el cual se ilustra el sentimiento nacional, con base en la pérdida del acceso soberano al Pacífico.

    La extensión simbólica de esta canción se puede escuchar diariamente, a través de la transmisión de emisoras con alcance nacional, las cuales luego de poner el himno nacional, circulan la consigna "volveremos a los puertos del Pacífico".

    Esto evidencia cómo la narración y el sentimiento de la pérdida del acceso al mar son apropiados y practicados por los actores sociales en dos espacios fundamentales del proceso de socialización, como son la educación y los medios de comunicación. Esto evidencia la trascendencia de la performatividad de la narrativa sobre la causa marítima, lo cual se relaciona con la propuesta de H. Bhabha (2010) sobre entender la narración de la nación en la interpretación que hacen los actores sociales al respecto. Esto permite un análisis más complejo y completo de la construcción narrativa de la identidad nacional y la posibilidad

    de transformarlos precisamente desde laperformatividad social. A partir de esta idea, se desarrollará el último acápite de este artículo.

     

    3. ¿Es posible una comunidad imaginada diferente a la del mar perdido?

    Como dijo H. Bhabha "estudiar la nación a través de su narrativa no implica centrar la atención meramente en su lenguaje y su retórica; también apunta a modificar el objeto conceptual mismo. Si el cierre de la textualidad es problemático por cuanto cuestiona la 'totalización' de la cultura nacional, entonces su valor positivo reside en que pone de manifiesto la amplia diversidad, a través de la cual construimos el campo de significados y simbolismo que se vinculan con la vida nacional" (Bhabha, 2010: 13).

    Ciertamente los debates sobre el "ser nación" son complejos. Sin embargo, como se ha podido evidenciar en este artículo, la construcción de la identidad boliviana ha tenido una tendencia considerable a centrarse en la narrativa de la Guerra del Pacífico. Esta, al expresar la pérdida de una condición irremplazable, como es la marítima, ha desatado un sentimiento de identificación colectiva, con base en la derrota y en la consecuente sensación de amenaza, producto de una "narrativa de la mutilación".

    Es importante proponer la necesidad de investigar más al respecto y de pensar en la posibilidad de "modificar el objeto conceptual" como diría Bhabha. Para ello, considero que es preciso cuestionarse sobre la utilidad y beneficio de esta narrativa en la construcción futura de Bolivia.

    Particularmente, considero que mantener la narrativa de la pérdida marítima, como la principal vía para construir la comunidad imaginada boliviana, puede ser poco útil para la construcción del sentido colectivo en el país. Este argumento se sostiene en tres motivos fundamentales: la relación de las simbologías del "Día del Mar" con las consecuencias negativas del nacionalismo; el desarrollo mecánico que implica las performatividades practicadas sobre esta narrativa frente a la necesidad de tener conciencia en el devenir identitario; la distancia simbólica de las narrativas sobre la pérdida del acceso marítimo con el principal potencial que tiene Bolivia.

    Los desfiles -así como otras expresiones del sentimiento que despierta la causa marítima- fueron promovidos como tales, en la revolución francesa. Montes-quieu y Rousseau fueron algunos de los ideólogos del concepto inicial de "identidad nacional" y de ese tipo de performatividad, desarrollada en el "ancien regime” con el fin de sobreponerse a la categorización e identificación de los sujetos.

    Sin embargo, al concluir la Segunda Guerra Mundial los países que alguna vez habían implementado artefactos culturales de tipo militar para impulsar el exacerbamiento de la nación (el nacionalismo), decidieron modificar sus mecanismos de representación nacional, al darse cuenta no sólo de la inutilidad de los mismos, sino de las consecuencias fatales a las cuales habían contribuido. Así, los países más golpeados por esta guerra iniciaron una reconstrucción de la nación, a partir de una reconfiguración de sus narrativas.

    El caso alemán es una ilustración importante. A pesar de algunas secuelas vigentes del ideal nazista en algunos ciudadanos, la política institucionalizada, pero sobre todo la consigna ciudadana está relacionada con el reconocimiento del pasado, como una posibilidad de entender lo contrario al "deber ser" nacional. La muestra clara es la narrativa contada en el museo del Holocausto en Berlín, o las que se interpretan en obras o musicales, propios de ese país, que recuerda a los actores sociales la necesidad de tumbar fronteras establecidas.

    Esta ilustración permite conducir al segundo argumento por el cual considero necesario reconfigurar la construcción identitaria nacional boliviana... por la condición mecánica en la performatividad de los actores sociales, en relación a la narrativa fundamentada en el conflicto del mar.

    El marchar al ritmo de los tambores o repetir estribillos de himnos o canciones no generan procesos de criticidad, o una participación activa y creativa de los sujetos sociales, ni en relación al pasado ni al presente nacional. Sin embargo, como afirmaban Rosa, Bellelli y Bakhurst, "la identidad es imposible sin la memoria, pero también sin alguna forma de conciencia" (2008:170).

    ¿Qué conciencia sobre el ser nacional logra producir la narrativa sobre la pérdida del mar? Probablemente reafirma una noción imaginaria, la de la derrota y la amenaza, que ilustrada en este conflicto bélico, hace referencia a los procesos pendientes de desarrollo, bienestar y equidad social, con los cuales nació el Estado boliviano, y que han sido parte de los ideales políticos nacionales, desde 1825 hasta la actualidad.

    ¿Qué conciencia se debería promover? Una conciencia emocional, pero que permita fortalecer el quiénes somos y no sólo lo que fuimos o lo que podríamos haber sido. Esta conciencia social habría que construirla con base en las intertex-tualidades en las cuales se ha desarrollado el país, pero que han sido escasamente promovidas como narración de nación.

    Es decir, promover aquéllas narraciones que hacen referencia al mundo indígena, andino y también el de tierras bajas, al mundo urbano, cada vez más poblado con actores que entretejen su identidad entre lo local y lo global. Así, las narrativas de identificación nacional estarán relacionadas con la principal singularidad boliviana: su multiplicidad actoral, su diversidad cultural.

    En lugar de enfatizar la amenaza que pueden producir los enemigos externos para consolidar el sentimiento de colectivo común, sería interesante fortalecer la vinculación y relación entre el nosotros para ese mismo fin. Las secuelas del pasado colonial y la aún vigente diferenciación étnica racial en el país instan la necesidad de crear espacios comunes de identificación nacional, donde los diversos actores puedan sentir un nivel de representación. La fiesta o el arte pueden ser una opción, pues estos logran movilizar sentimientos colectivos de manera considerable (G.Peres-Cajías, 2013).

    Sólo así así se podrá iniciar un proceso real y permanente de inclusión social, política y cultural, que permitirá fortalecer al país y, en consecuencia, mejorar su desarrollo.

    Pensar la identidad nacional no sólo es una oportunidad para comprender la construcción de la misma, sino una posibilidad para pensar la dirección de un país. La noción de la "comunidad imaginada" invita a pensar en los procesos que subyacen la condición de las naciones. A partir de ello, creo necesario ampliar y renovar las narraciones de nación para imaginar una Bolivia, donde se priorice la vinculación con el nosotros, desde la conciencia emocional colectiva hasta su performatividad.

     

    Notas

    1 Magíster en Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá-Colombia y Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana. Actualmente, coordina el área de investigación de la Carrera de Comunicación de la misma universidad de La Paz y es líder del proyecto de metodología del Programa de Cooperación Interuniversitaria entre esa casa de estudios y la red de universidades flamencas (VLIR-UOS). Ha publicado dos libros, varios artículos académicos y es columnista quincenal del periódico Página Siete. Email: guadap@gmail.com

    2 Ubicado en el corazón de América del Sur, con frontera con Brasil (en el lado norte y este); con Paraguay (en el sudeste); con Argentina (en el sur); con Chile (en el sudoeste) y con Perú (en el noroeste y este).

    3 Este concepto hace referencia al accionar de los sujetos que ilustran determinadas narrativas. Se podría considerar "el tiempo de la acción" en términos de Paul Ricoeur (1987).

     

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    Fecha de entrega: marzo de 2016

    Fecha de aprobación: mayo de 2017