SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.13 número60Bachillerato popular el cañón y biblioteca popular Carlos Almirón: espacios de formación para la lucha de clasesLa producción azucarera en la provincia cercado de Santa Cruz (1825-1880) índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Articulo

Indicadores

    Links relacionados

    • No hay articulos citadosCitado por SciELO
    • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

    Bookmark

    Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional

    versión impresa ISSN 1997-4485

    Rev. Fuent. Cong. v.13 n.60 La Paz feb. 2019

     

    INVESTIGACIÓN

     

    Defensores de la heredad Nacional: la Guerra del Pacífico

     

    Defenders of the National Heritage: the war of the Pacific

     

     

    Airton Laureano Chambi Ocaña*
    * Licenciado en historia. Maestrante de la Carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés
    Recepción: 5 de septiembre de 2018   Aprobación: 15 de noviembre de 2018   Publicación: Febrero de 2019

     

     


    Resumen

    La guerra del Pacífico marcó un estigma en la historia y memoria de la sociedad boliviana, cuyas consecuencias aún forman parte del pensamiento colectivo boliviano. Sin embargo, es necesario comprender y valorar el esfuerzo de todos los bolivianos y bolivianas que tuvieron parte en aquella contienda; tanto los indígenas como los de clase alta, los artesanos y campesinos, los de las montañas y de los llanos, todos formaron parte de la muralla viva que defendió el litoral boliviano. Todos ellos se entregaron de forma voluntariosa, en defensa de la heredad nacional. En honor a este sacrificio máximo realizado por quienes ofrendaron su vida y denodado esfuerzo en defensa de Bolivia se desarrollan estas páginas; para honrar su sacrificio, su valor y entrega patriótica; para rescatar del olvido y la indiferencia la loable labor realizada; para mostrar estas hazañas como ejemplos de un firme patriotismo y amor a la tierra natal.

    Palabras clave: <Bolivia-guerra del Pacífico> <Héroes bolivianos en la guerra del Pacífico> <Defensa de la heredad nacional><Reivindicación marítima>


    Abstract

    The War of the Pacific marked a stigma in the history and memory of Bolivian society, whose consequences are still part of Bolivian collective thought. However, it is necessary to understand and value the efforts of all Bolivians and Bolivians who took part in that struggle; Both the indigenous and the upper class, the artisans and peasants, the mountains and the plains, all were part of the living wall that defended the Bolivian coast. All of them surrendered voluntarily, in defense of the national inheritance. In honor of this maximum sacrifice made by those who offered their lives and dedicated effort in defense of Bolivia, these pages are developed; to honor his sacrifice, his courage and patriotic devotion; to rescue from oblivion and indifference the praiseworthy work done; to show these feats as an example of a firm patriotism and love of the native land.

    Keywords: <Bolivia-Pacific war> <Bolivian Heroes in the Pacific war> <Defense of the national heritage> <Maritime claim>


     

     

    Este año (2019) se recuerda 140 años del inicio de la infausta guerra del Pacífico, pero más allá de la injusta campaña y de las conspiraciones que la gestaron, es meritorio perpetuar y enaltecer a nuestros compatriotas que dieron todo en defensa de la heredad nacional. Es en la memoria de la guerra del Pacífico donde quedaron grabadas a sangre y fuego la historia del honor, valor y amor patrio de quienes estuvieron en el conflicto. Es desde la reminiscencia histórica, que su memoria clama la reivindicación de su participación, que sus nombres y actos no sean olvidados, por el contrario, deben ser recordados y honrados, realzando la dedicación y el esfuerzo de quienes combatieron en aquella contienda.

    El 2 de enero de 1867 se crea el departamento del Litoral por decreto del presidente Mariano Melgarejo. Su capital sería la población de Antofagasta, la cual, a su vez, sería ascendida al grado de Puerto Mayor el 22 de octubre de 1868, fecha en que se firma su acta de fundación:

    ...se elige este punto para la fundación oficial de la nueva población que se denomina de hoy en adelante "La Chimba", por reunir las justas previsiones aconsejadas por el Supremo Gobierno. Como un distintivo de la nueva ciudad se marcará un ancla que debe estar asentada en el punto más adecuado y visible del cerro adyacente de la población, que señale en el mar y en el puerto de desembarque a los buques el centro de radicatoria de las autoridades del Supremo Gobierno, para cumplir las leyes que rigen (Wikisource, 2017).

    Los fundadores fueron: el Prefecto del Departamento del Litoral Sr. José R. Taborga; el Sr. Calixto Viscarra, Tesorero Público; el Sr. Abdón S. Ondarza, Fiscal y el Sr. Agustín Vidaurre, Notario de Hacienda (Peñaranda, 1987).

    Fue en Antofagasta donde comenzó la campaña bélica, debido a que fue la primera ciudad boliviana que sufrió la invasión chilena el 14 de febrero de 1879 en donde las tropas chilenas avanzaron contra la población, que no pudo defenderse tal como la recuerda Ricardo Berdecio: "Había tan pocos soldados en Antofagasta y tan mal armados que era una locura pensar en ofrecer resistencia a un ataque del ejército chileno que había desembarcado en la ciudad" (Zárate 2018, 5). Los chilenos avanzaron desconociendo la autoridad del Prefecto Severino Zapata y del intendente de Policía Clemente Ríos cuya hija de 14 años, Genoveva Ríos, logró rescatar la bandera boliviana de la jefatura de Policía. El periódico El Comercio publicó un reportaje de la invasión el 28 de febrero, resaltando las siguientes palabras:

    ... las puertas de las casas eran ribatadas a fuerza de culatazos tanto los rotos (chilenos) como los soldados se precipitaban atropellando tiendas y almacenes dando cuenta con todo lo que encontraban a su paso, lanzando gritos de triunfo, ebrios de licor y de sangre saquearon y mataron a cuanto ser tuvo la desgracia de encontrarse en su camino, sin que los detuviera ni los sollozos de los niños ni los gritos de los ancianos (Corresponsal 1879, p. 1).

    Dicha realidad también fue comunicada al cónsul boliviano Manuel Granier por algunos vecinos de Antofagasta que llegaron a Tacna. Granier escribió un informe y una carta dirigida al presidente Hilarión Daza, enviando la misma con el chasqui Gregorio Collque, el Goyo, quien recorrió en pocos días la distancia que separaban Tacna y Arica haciendo un esfuerzo sobrehumano para llevar el mensaje. Como él, partió otro mensajero: Pedro Ramos, quien también apuró su viaje con tal de informar al presidente de cuanto había acontecido en Antofagasta. En la investigación realizada por Verónica Colque se denota el trabajo de Edgar Oblitas Fernández, sobre la travesía de Collque:

    El jueves 20 llamado de "compadres", salía de Tacna el correo extraordinario enviado por el cónsul Manuel Granier, con los partes y la correspondencia oficial urgente encomendada al estafeta Gregorio Collque, más comúnmente conocido como "El Goyo". Fue el héroe sufrido de esta titánica jornada de vencer 74 leguas en seis días, cruzando desiertos, precipicios, cumbres cordilleranas, la soledad matadora de la altiplanicie, sin un descanso, sino el preciso de acampar solitario. (...) La relación sigue los pasos del heraldo indio minuto a minuto, peldaño a peldaño hasta su arribo a la ciudad de La Paz, el día 25 de febrero (martes) a las once de la noche. Esa misma noche, sin descansar un solo minuto, dice el referido autor, el mensajero buscó afanosamente en diferentes domicilios a Daza, hasta ubicarlo en la casa del coronel José María Valdivia, que a la sazón ocupaba el cargo de Intendente de Policía, casa situada en la calle Pichincha (..) Fue en la casa de los Valdivia donde se conoció la indignante noticia de la invasión chilena. Es de imaginar la zozobra causada, cuando el presidente, acompañado de sus edecanes, recibió la noticia infausta; tras la lectura de oficios y partes, cruzó aprisa el salón principal encaminándose de inmediato al Palacio de Gobierno. (...) Los invitados, ante la extraña conducta del presidente y edecanes que salían apresuradamente de la casa, rodearon a Collque, que había quedado en la casa, interrogándole sobre lo ocurrido. Les comunicó cuanto sabía sobre el asalto del puerto de Antofagasta. (..) Al día siguiente la noticia también fue difundida desde el púlpito de la iglesia de San Francisco, hecho que dio lugar a una gran concentración que terminó con una multitudinaria manifestación patriótica que desembocó en la plaza de armas (Colque, 2014, p. 13).

    Debido a ello el presidente Daza suspendió los festejos de carnavales el martes de ch'alla, 25 de febrero, convocando al ejército. La guerra había comenzado. Se forjaron nuevos regimientos, compuestos en su mayoría por mestizos y criollos, así como se mantenía el apoyo auxiliar de grupos indígenas, quechuas y aymaras en su mayoría. El reclutamiento, organización y marcha de las unidades militares de Bolivia resonaron en toda la nación, por ello recibían mucho apoyo de parte de los medios escritos. Uno de ellos fue el periódico La Patria en Peligro cuyo editor Sr. Belisario Loza, transcribe el 10 de abril de 1879, la siguiente nota en referencia a la salida de tropas bolivianas hacia el escenario de la guerra del Pacífico:

    El día 3 del corriente partió del cuartel general el hermoso Batallón Sucre de Cazadores, consta de quinientas plazas (..) el lunes 7 partió también, vía Potosí el escuadrón de caballería "Sucre" de ciento cincuenta plazas (..) Todos los sentimientos, todas las aspiraciones todos los deseos, se habían condensado en una exclamación única ¡Que sean benditas!, que vuelvan victorias las armas de los soldados que abandonaron sus lugares, custodiados ahora por el ángel de la esperanza y vuelan presurosos a defender su patria y a castigar a un criminal cínico hasta la impudencia y cobarde hasta la alevosía y traición (Loza, 1879, p. 1).

    Mientras ello acontecía en el interior de la nación, las tropas chilenas avanzaron y ocuparon las poblaciones de Tocopilla, Cobija y Caracoles hasta que se adentraron en el desierto en búsqueda del oasis de Calama, llegando allí el 23 de marzo de 1879; en esa población, varios vecinos habían abandonado sus hogares para escapar hacia Potosí, pero una casta de 135 valientes se aprestaron a la defensa del poblado, a la cabeza del cochabambino Ladislao Cabrera, el prefecto de Antofagasta Severino Zapata y el hijo de San Pedro de Atacama: Eduardo Abaroa, quien fue el primer voluntario para la defensa. Cuando se le solicitó que regrese a Potosí, él respondió: "¡Soy Boliviano, esto es Bolivia y aquí me quedo!", (Querejazu 2001). Conscientes de que se enfrentarían a un fuerte contingente enemigo, los comandantes reunieron a los defensores a quienes Cabrera instó con el grito de: "Que sepa Chile que los bolivianos no preguntan cuántos son sus enemigos para aceptar combate". (Sánchez Guzmán 2015). Los defensores combatieron desde las 7 de la mañana, a los 600 soldados chilenos del 2do regimiento de Línea, comandados por Emilio Sotomayor. Es en esta lucha que se destacan varios defensores de gran valor y probado patriotismo, como el abogado Ricardo Ugarte, el valiente Cirilo Flores, el temerario Mariano Pereira, el osado Toribio Cari, así como el sargento Laureano Pérez, como ellos los demás defensores dieron su esfuerzo para repeler a las tropas invasoras, mas luego de varias horas de combate, los chilenos lograron superar a los defensores y los pocos sobrevivientes tuvieron que retirarse, quedándose solo Eduardo Abaroa, quien siguió en combate junto con 13 rifleros a la defensa del Puente Topater; sobre su defensa el oficial chileno Carlos Souper escribió: "Nos sorprendió constatar que un boliviano desde dentro hiciera fuego a más de 100 hombres entre la caballería y el 2do de Línea que iban a pasar por allí. Pues amigo, nos dio bala duro y fue imposible pillarlo por mucho que se le buscaba". (Querejazu 2001, 304). Cuando al fin se le halló, lo vieron herido y sangrante, moribundo, pero con una furia reflejada en su mirada, le intimaron rendición, pero Abaroa respondió: "¿Rendirme Yo? ¡Que se rinda su Abuela!.... ¡Carajo!" (Querejazu 2001). Murió combatiendo ese día; junto con otros 15 defensores sería sepultado en el cementerio de Calama, convirtiéndose en un símbolo del heroísmo boliviano.

    Oficialmente, el 6 de abril de 1879 Chile declaraba la guerra a Perú y Bolivia. Mas el conflicto se desarrollaría por mar, siendo un objetivo estratégico el puerto peruano de Iquique, en donde el 21 de mayo de 1879 sucedería el combate naval entre los navíos peruanos Huáscar e Independencia en contra de las naves chilenas Esmeralda y Covadonga, destacándose allí el almirante peruano Miguel Grau, quien dirigió al Huáscar en contra de la Esmeralda, la cual en un combate singular fue hundida y su capitán Arturo Pratt murió al momento que abordaba el Huáscar. En un acto de hidalguía y respeto al valor de Pratt, Grau devolvería sus pertenencias a la viuda de éste, entre ellas su espada y su anillo de matrimonio adjuntando una carta de respeto hacia Pratt fechada en 2 de junio de 1879 (Moya, 2000, p. 180). Mas en Iquique, Perú perdió el Independencia, dejando solo a Grau y al monitor Huáscar, el cual se convirtió en la pesadilla de la armada chilena, aparecía y desaparecía, atacaba de forma sorpresiva y causaba caos sin dejarse ver ni seguir, portal acción se le conoció como: "ElTiburón Fantasma". Por su parte la flota chilena, cansada de los daños físicos y morales que ocasionaba, cercó al Huáscar en Punta de Angamos el 9 de octubre de 1879, allí Miguel Grau y sus hombres lucharon con denuedo en contra de los acorazados chilenos Blanco Encalada, Cochrane y O'Higgins así como una media docena de navíos que le servían de apoyo. Grau pereció destrozado por un disparo de cañón, su sucesor, Aguirre, fallecería al evitar un abordaje y finalmente el teniente Melitón Rodríguez, último oficial vivo, defendió el Huáscar con su último aliento. Sus marineros intentaron hundir al Huáscar pero fueron capturados antes de lograrlo, y ahora el Huáscar reside en Valparaíso como trofeo de guerra (Moya, 2000). Sobre la caída de Grau y su meritorio buque se realizaron varios homenajes, uno de estos fue publicado por el periódico cruceño La Estrella de Oriente de la estilográfica de Jacobo Ramallo quien honraba al capitán Miguel Grau de la siguiente forma:

    "El vil traidor, cobarde araucano.
    No pudo en lucha igual jamás vencerte;
    Toda su escuadra contra ti ha luchado.
    Y al caer como has caído,
    Tú has triunfado"
    (Ramallo, J., 1879, p. 3).

    En los periódicos bolivianos se consolidaba una postura nacionalista, realzando el valor y estoicismo del ejército en campaña, para mantener la moral de los combatientes. Así lo hace el escritor Nicolás Lora el 23 de septiembre de 1879, en el periódico La Juventud:

    ... Chile siente que tiene que pagar con mucha sangre cada trozo de la riqueza robada y que para seguir conquistando tendría que morir o pisar cuatro millones de cadáveres sabe que todo boliviano, que todo peruano defenderá su propiedad y su patria. Entre tanto un solo buque, difunde terror en el enemigo le llena de consternación y le sume en el abatimiento y la desesperación (Lora, 1879, p. 1).

    Libres de todo riesgo en ultramar, las fuerzas chilenas comenzaron a atacar suelo peruano, debido a que ya habían conquistado todo el litoral boliviano. Es así que, el 2 noviembre de 1879, atacan el puerto de Pisagua en cuya defensa se destacan las tropas del Gral. Pedro Villamil, comandante de la 3ra División boliviana constituida por los batallones "Independencia" del Cnl. Pedro Vargas y "Victoria" del Cnl. Juan Granier; con un total de 900 bolivianos y 110 artilleros peruanos adscritos a esa unidad. Todos combatieron con denuedo para evitar el desembarco de las 44 lanchas chilenas; con el agua hasta el pecho, y el oleaje dañando las armas, los defensores de Pisagua se batieron con fiereza hasta que un disparo de cañón destrozó un almacén de salitre, causando una gran humareda, obligando a los sobrevivientes a replegarse. Las tropas chilenas que ocuparon el puerto informaron que se constataron 418 muertos y 45 heridos bolivianos y peruanos. Sobre dicha acción se publicó en el Boletín de Guerra, del 21 de noviembre de 1879, una carta de un soldado anónimo del batallón Murillo de La Paz, en la cual relata lo acontecido en Pisagua:

    Querido: ... le pongo en el corazón lacerado la muerte de mi querido amigo y compañero Ricardo Valle. Ayer llegó el parte de agua salada en estos términos: avisen a las familias de Jorge Salinas y Wenceslao Yanguas, están bien, Ismael Ortiz Herido, Samuel Pareja, R. Valle y muchos soldados muertos. (...) El combate del 2 (de noviembre) ha sido sangriento y los nuestros han combatido con un valor espartano. De 80 que estuvieron en la playa solo llegaron a incorporarse 6, estos fueron los que cargaron la bayoneta y no cedieron el campo sino cuando concluyeron las municiones, estos soldados eran nuestros bravos artesanos, soldados del batallón "Victoria" no hay palabras que puedan hacer justicia del heroísmo de estos leones (N. 1879, pp. 3-4).

    Posteriormente, los hombres de Villamil se unirían a las tropas peruanas del Gral. Buendía y a los refuerzos bolivianos dirigidos por el Gral. Carlos Villegas; juntos se establecieron en San Francisco en donde tuvieron un encuentro bélico con las tropas chilenas que desembarcaron en Pisagua. El 19 de noviembre de 1879 se dieron los combates y ataques por la cima del cerro, la cual coronaron esquivando los disparos de cañón y de fusiles adversarios, los batallones bolivianos "Olañeta" de Sucre, "Dalence" de Oruro e "Illimani" de La Paz cumplieron esa misión, destacándose en esta acción el Cnl. Ramón Gonzales mejor conocido como "El Pachacha",1 quien, con destreza y agilidad, guió a sus hombres hasta conquistar la cima y capturar los cañones enemigos, en uno de los cuales se encaramó Pascual Mariano Mamani, corneta de órdenes del batallón "Dalence", quien tocaba fuertemente "llamada" a seguir combatiendo. Mientras ello sucedía en la cima del cerro, en sus faldas se batía en combate el batallón "Vengadores", llegado desde Colquechaca, pero fue superado por la caballería enemiga y tuvo que replegarse, ocasionando la dispersión. "El Corneta Mamani" siguió llamando a sus hermanos a continuar la lucha desde la cúspide del cañón capturado hasta que pereció en aquella cima al igual que 500 de sus hermanos en armas (Díaz, 1971a). Allí también combatió el joven oficial del batallón "Dalence" Isidoro Vásquez, quien recordaría esta batalla y la transmitiría a sus descendientes, entre ellos su nieta Felipa Ocaña, quien preservó el recuerdo de su abuelo para las futuras generaciones. Tras la dispersión de San Francisco, las tropas aliadas se replegaron hacia el norte, dejando el paso libre para que las tropas chilenas ocupasen Iquique, ciudad portuaria de gran relevancia económica en la región. Cuando se capturó esta ciudad instó a que se continuara con el trabajo salitrero debido a que: "La Continuidad de la producción del salitre y su venta al mercado internacional permitió a Chile financiar gran parte de los gastos de guerra" (Rocha Monrroy, 2013, p. 97). De esta forma Chile afianzaba su poder económico local.

    Los diseminados de San Francisco tomaron diferentes rumbos. En el caos ocasionado por la dispersión varios soldados se vieron en unidades diferentes a las suyas, a donde fueron incorporados, e incluso un batallón boliviano completo, El Loa 3ro de Línea, mejor conocido como Los Verdes, fue incluido en una división peruana. Grande fue la sorpresa de varios combatientes bolivianos al ver a paisanos suyos con uniformes peruanos. Ocurrió que durante la sequía de principios de 1879, muchas familias de Cochabamba emigraron a Puno a trabajar en las salitreras donde fueron reclutadas y enviadas a la guerra. Los batallones Tarapacá e Iquique"estaban conformados en su mayoría por soldados de origen boliviano (Diaz, 1971a). Todos se replegaron hacia Tarapacá, en donde las "Rabonas", mujeres que acompañaban a los soldados a la guerra, dieron aviso de la llegada de tropas chilenas. Disponiendo a sus hombres, el Gral. Buendía envió en vanguardia a las tropas del Loa y del Zepita apoyadas por los batallones Ayacucho y 2 de Mayo. En el fragor de la batalla el Batallón Loa se lanzó, en un encarnizado combate cuerpo a cuerpo, cayendo mortalmente herido el coronel chileno Eliodoro Ramírez, comandante del 2do de Línea, a la vez que el soldado boliviano Pascual Mérida logra capturar la bandera de este regimiento, cuyos soldados desmoralizados huyen. El Loa logró la victoria con apoyo de sus aliados peruanos y coterráneos bolivianos, destacándose a su vez el oficial Alfonso Ugarte, quien dirigió al Zepita con gran hidalguía. En esta batalla perecieron 200 soldados aliados, 43 pertenecientes al Batallón Loa, que había vengado a sus compatriotas de Calama, debido a que vencieron al mismo regimiento que había atacado esta población meses antes.

    En el sur, el general Narciso Campero había forjado la 5ta. División boliviana, la cual fue conocida como "La División Errante" debido a sus marchas y contramarchas; su misión consistía en defender los asientos mineros de la región, especialmente a la mina Huanchaca, perteneciente a Aniceto Arce. Es en este devenir que Campero divide sus tropas. Un fuerte destacamento dirigido por el Cnl. Lino Morales avanzaría hacia la región de Canchas Blancas y un destacamento menor, el Escuadrón de Francotiradores, bajo las órdenes del coronel Rufino Carrasco, avanzaría para avistar los movimientos enemigos.

    Canchas Blancas es una pampa amplia, rodeada de cerros y sinuosas colinas, en medio de todo este altiplano existía una pequeña laguna, resabio de las lluvias de fin de año, único ojo de agua en varios kilómetros a la redonda. Parte de los batallones Chorolque, Ayacucho, Tarija y el escuadrón Méndez, junto a varios indígenas auxiliares, haciendo un total de 500 combatientes, bajo el mando del coronel Lino Morales, debían avanzar hacia esta región a detener el avance chileno. "Vencer o Morir" era la consigna de los bolivianos que estaban listos a confrontar a los 1.400 soldados chilenos enviados por el coronel Ambrosio Letelier. Los bolivianos se posicionaron en las colinas que rodeaban el ojo de agua confiando en que las tropas chilenas no les descubrieran. Allí esperaron a ración seca y sin fogatas. Era el anochecer del 12 de noviembre de 1879 cuando las tropas chilenas arribaron y avanzaron desordenadamente buscando agua. Aprovechando la oscuridad y el desorden del enemigo sediento, Morales dio la orden, los soldados bolivianos atacaron sorpresivamente, ejecutando una emboscada sangrienta, como lo transcribe el Diario de Ezequiel Apodaca:

    Eran las ocho de la noche más o menos. Los jinetes chilenos que llegaron a la aguada, estaban desmontados. ...se dio la orden de ataque. Se deslizaron silenciosamente los bolivianos, mientras los indios ganaban la retaguardia del enemigo para caer sobre sus provisiones. Los chilenos se dispersaron. ...las contraseñas expresadas en quechua y términos chapacos hacían que en la oscuridad no haya confusión entre los nuestros. Los San lorenzeños del Escuadrón Méndez atacaron a machete y cuchillo limpios. Se escucharon ayes de dolor cuando las armas blancas se hundían en vientres y gargantas y hasta se vio cuadros de lucha debajo del caballo de cuerpo a cuerpo y escuchar fuertes interjecciones chapacas. Transcurrió tres cuartos de hora y los tiros se fueron alejando y conforme seguíamos avanzando contra el enemigo de rato en rato se sentía silbar la piedra de hondas indias dando caza a algún fugitivo, en este afán llegó la medianoche y los chilenos quedaron rechazados, destrozados (Apodaca, 2018, p. 49).

    Luego de la victoria, el teniente coronel Villarpando, emocionado dijo entre lágrimas: "Soldaditos, hijitos míos, soldaditos indiecitos queridos, ustedes han salvado Potosí y a la Patria" (Apodaca 2018, p. 50). Allí también se destaca el coronel cruceño Jesús Borda, veterano de las campañas de la Confederación y de Ingavi, quien volvió a vencer en defensa de Bolivia (Osuna, 2018). En este combate Bolivia perdió a 50 de sus hijos y otros 300 fueron heridos; por su parte, el ejército chileno tuvo que lamentar la muerte de 330 de sus hombres y 400 heridos, muchos de los cuales debido a la gravedad de sus heridas fallecerían a los pocos días de la batalla. Uno de ellos, el soldado Jorge Donoso Amautegui, informó a Morales antes de morir que la misión de la tropa chilena era ocupar Potosí y Chuquisaca para luego avanzar hacia la frontera con el Paraguay, misión que nunca se logró debido al accionar boliviano.

    Por su parte, el coronel Carrasco llegó a las cercanías de San Pedro de Atacama y, consciente de la poca presencia chilena, guio a sus 70 jinetes en el ataque a las fuerzas enemigas en el desfiladero de Tambillos, el 5 de diciembre de 1879, consolidando una gran victoria boliviana. Carrasco logra recuperar San Pedro de Atacama, deponiendo a las autoridades araucanas, nombrando delegados bolivianos y arengando a la población de la siguiente manera:

    Valientes Camaradas: en nuestro Opulento Litoral, villanamente hollado por los invasores del Mapocho, nadie más feliz que nosotros, que atravesamos las montañas de los Andes, venimos arrollando triunfalmente a aquellos que se enseñorean en el suelo patrio, porque nuestro ejército no está listo para escarmentarlos a tiempo; pero hoy un puñado de valientes setenta jefes y oficiales ha venido desde Canchas Blancas borrando las señales de estas profanaciones, hasta hacerles conocer en el desfiladero de Tambillos el valor y heroísmo del soldado boliviano !Adelante defensores de la Patria! El viento ya acaricia vuestras sienes, a los que se unirán muy pronto lo que recojáis en Calama (Murillo, 1979, pp. 53-54).

    Carrasco solicitó refuerzos para reconquistar Calama, pero su solicitud fue negada por Campero, recibiendo la orden de retirarse a Potosí. Bajo protesta, Carrasco obedece y al igual que Morales y los suyos deben replegarse sin poder reconquistar el Litoral Boliviano.

    Estas victorias, Tambillos y Canchas Blancas, constituyen una muestra del coraje, valor y estoicismo de las tropas bolivianas, ya que fueron las únicas batallas que fueron ganadas íntegramente por tropas nacionales. Con estas victorias se consolidó la presencia boliviana en el sur de Potosí y se evitó la incursión chilena a través de los Andes.

    Es pertinente hacer mención que, durante el desarrollo de todas las batallas libradas hasta ese momento, existían muchos heridos y moribundos quienes quedaban en el campo de batalla, gritando del dolor que les causaban sus heridas antes de perecer, tanto a merced de ellas o por el temido "repase" que causaban las tropas chilenas contra todo herido aliado que hallaban a su paso. Tal sufrimiento que dejaba la contienda impactó en el comando boliviano, es así que el 27 diciembre 1879 se decidió la formación de un cuerpo de ambulancias para atender con auxilio corporal y espiritual a los heridos y moribundos de la contienda bélica. Por ello, el Gral. Campero aprobó el Reglamento Orgánico para el servicio sanitario general del ejército en Operaciones en el Perú, en fecha 21 de febrero de 1880 (Diaz, 1971b). La organización del cuerpo de ambulancias se denota en las órdenes impartidas por el general Juan José Pérez del 1 de abril de 1880:

    ... hallándose ya organizados y equipados los sanitarios, se procedió a organizarlos en tres compañías (...) Designándose la primera ambulancia a ser destinada al servicio fijo de la población bajo el nombre de Ambulancia sedentaria y como segunda y tercera las destinadas al servicio en el campo de batalla bajo el nombre de ambulancias volantes (Dalence, 1881, p. 5).

    Dichas ambulancias se hallaban regidas por una Plana Mayor integrada por el Dr. Zenón Dalence, con apoyo del Dr. Abelardo Rodríguez y del inspector religioso fray José Loza, siendo el intendente de depósitos sanitarios el Cnl. Segundo Bascones y el cirujano auxiliar el capitán Isaac Arias. La primera compañía volante estaba a la cabeza del Dr. Demetrio Moscoso y del capellán Juan Sempértegui, con 4 practicantes de medicina y una tropa de apoyo que, entre camilleros y auxiliares, componían un efectivo de 60 miembros. La segunda compañía ambulante dirigida por el Dr. Constantino de Medina y el presbítero Pablo Soto contaba, con cuatro practicantes de medicina y un equipo auxiliar de tropa y camilleros de 55 personas. La compañía sedentaria estaba encargada al Dr. Donato Medina, con apoyo del sacerdote Hermógenes Navia, con dos practicantes de medicina y un farmacéutico, el primero reclutado para una campaña bélica, él era el ciudadano Idelfonso Aliaga. Con todo su elemento auxiliar, entre tropa y camilleros, formaban un efectivo de 25 auxiliares sanitarios. En esta organización sanitaria se incluye la cruceña Ignacia Zeballos, en grado de "Hermana de Ambulancia" junto a ella se hallaban valientes mujeres como: Andrea Rioja de Bilbao, Ana M. de Dalence, María N. Vda. de Meza y su hija Mercedes Meza y Vicenta Paredes Mier, inspectora de cocina, apoyada por Rosaura Rodríguez, como cocinera (Oporto, 2014). De la misma forma, actuaron nueve monjas de la Congregación "Hijas de Santa Ana" que atendieron a los heridos de la campaña. Asimismo, el primer presidente de la Cruz Roja Boliviana, organización creada durante la guerra, Obispo Juan de Dios Bosque realizó una labor loable en las ciudades en favor de los soldados:

    (..) organizó a las matronas de La Paz quienes reunieron los insumos necesarios para equipar las Ambulancias y un estandarte para el cuerpo, "para que significara consuelo y resignación y fe en la santidad del motivo porque tan generosamente se sacrificaban (los soldados de la patria)", y los enviaron, de inmediato al frente de guerra (Oporto, 2014).

    Dicho contingente se preparó para marchar y auxiliar a los combatientes bolivianos en los meses posteriores. Fue en el transcurso de estos meses en los que se dieron discusiones políticas que provocaron la caída del presidente Daza y el ascenso de Narciso Campero como nuevo mandatario. Fue bajo sus órdenes que se forjó el ejército aliado que diera batalla el 26 de mayo de 1880 a las fuerzas chilenas; una fuerza combinada de peruanos y bolivianos que ascendían a 12.000 contra el ejército chileno de 19.000 integrantes. La idea de una sorpresa nocturna, similar a la ocurrida en Canchas Blancas, fue aceptada y las tropas aliadas avanzaron en la oscuridad, pero, debido a la desorientación de los guías, fue imposible cumplir con este plan. Obligados a regresar a sus puestos, cuando al poco tiempo de su retorno resonó el llamado de combate debido al avance chileno, sobre la meseta de Inti O'rcko con tropas descansadas y dispuestas, bolivianos y peruanos sin haber dormido la noche anterior y sin alimento alguno se precipitaron al combate, destacándose en el mismo el Batallón Sucre 2do de Línea, mejor conocido como Los Amarillos, debido al color de su chaqueta, aunque tenían otro apodo dado por sus paisanos: "Los mamahuakachis"2 debido a que la integridad de su tropa la componían jóvenes adolescentes que al salir de la capital fueron despedidos entre sollozos de sus progenitoras (Diaz, 1971b). Fueron estos jóvenes que se batieron en bizarría y coraje contra el enemigo al igual que sus aliados del Batallón Cazadores del Misti y es en medio del fragor del combate que destaca la figura del músico Francisco Suárez Pando, quien pertenece a la Banda del Sucre y es autor de las marchas "La Cantería" y "Talacocha", mismas que son interpretadas al fragor del combate cuerpo a cuerpo (Sánchez Guzmán, 2015). En igual coraje patrio se bate el "denodado Batallón Loa" 3ro de Línea, Los Verdes aquellos héroes que guiaron la victoria de Tarapacá combaten nuevamente a la cabeza del coronel Miguel Castro Pinto, juntos, Verdes y Amarillos derraman su sangre en aquel campo de batalla, al mismo tiempo sale en pie de batalla el Batallón Viedma 5to de Línea del Ckochala Blindado, sargento Manuel Pascual Claros, quien vistió de civil debajo de su uniforme antes de la batalla. Sobre el desarrollo de la misma, el sargento Claros recuerda:

    Un jefe Gambarte (Del Sucre) trigueño, gordo, pequeño nos alentaba con estas palabras: ¡Jóvenes sucrenses valor! ¡Viva Bolivia! El combate se hizo más recio por el costado izquierdo haciendo una gran mortandad entre los del 2do de línea (Sucre) y Viedma, nosotros quedamos unos seis o siete (Rodríguez Ostria, 2017, p. 142).

    También se hallaban los batallones Murillo, de La Paz, Bustillo, de Potosí, Méndez de Tarija, Grau 9no de Línea, del coronel Lizandro Peñarrieta Padilla, 6to de Línea, del coronel Pedro Vargas; Aroma 4to de Línea y los escuadrones de Caballería Coraceros (Diaz, 1971b), a la vez que combatía el Batallón Vanguardia, donde se hallaba el oficial Nataniel Aguirre3, quien dirigió a sus hombres en el combate; junto a él se encontraba el coronel Ramón "El Pachacha" Gonzáles y los valientes que lo siguen. Asimismo, se encontraba el subteniente Ricardo Berdecio, del Batallón Libres del Sur, quien menciona:

    Yo estaba allí. Varios cuerpos agotados por el largo recorrido a pie. Entre ellos estaban los "Libres del Sur" al que me destinó con beneplácito mío, toda vez que allí estaban numerosos amigos de la infancia. Combatí en la memorable jornada del Alto de la Alianza (...) fui herido en el hombro derecho y en el furor de la lucha, apenas sentí el calor de la sangre que corría por mi brazo (Zarate, 2018, p. 5).

    Así también estaba presente el regimiento peruano Zepita, dirigido por Alfonso Ugarte, y demás unidades peruanas que luchaban en igual valor que las bolivianas (Diaz, 1971a). Desde la retaguardia, los cañones Krupp, llamados "Hualaychos", traídos directamente desde Alemania por el artillero germano Alexander Denhe, son utilizados por este meritorio oficial quien dirige a un joven José Manuel Pando y a sus camaradas Octavio Paz, Adolfo Palacios, Salustiano Barrón y Octavio Rivadeneira para que con su fuego apoyen la situación de sus camaradas de infantería, pero sin mucho éxito (Denhe, 2018). La fuerza de la artillería contraria tuvo un gran impacto en las tropas bolivianas, como lo recuerda el soldado boliviano Miguel Ramallo, del Regimiento Libres del Sud:

    El cañón seguía crujiendo; las granadas pasaban sobre nuestras cabezas con aquel sonido infernal que les es propio y se enterraban en la arena; algunas se estallaban, pero solo a su estallido se levantaba una gran columna de arena que se esparcía en el aire y luego descendía sobre nosotros como menuda lluvia (Ramallo, 1901, p. 47).

    En medio de la batalla se desbanda el Batallón Victoria, del Perú, arrastrando consigo a lo que queda del Batallón Viedma, de Bolivia; consciente de lo que este desbande podía ocasionar, el general Campero, estandarte en mano, instó a sus hombres a ocupar los claros dejados por los muertos y heridos: "ora con amenazas, ora invocando el patriotismo y asegurando que el enemigo está en derrota" (Diaz, 1971b, p. 340). Los claros fueron ocupados por los batallones Huáscar, del Perú y Tarija, de Bolivia, pero las horas pasaban, los muertos aumentaban y la línea se debilitaba, el coronel de estado mayor, Eliodoro Camacho, solicitó las últimas fuerzas de reserva, la guardia presidencial: Los Colorados 1ro de Línea, quienes avanzaron al ritmo de "La Cantería" sobre el campo de batalla y al grito de: "Temblad rotos que aquí entran los Colorados de Bolivia" (Sánchez Guzmán 2015, 116) dieron fiero combate, actuaron como un solo hombre, como una alma, dirigidos por su comandante Idelfonso Murguía, quien los guiaba con fervor y ellos respondían con un valor que solo un patriota puede tener. Sobre su combate, un soldado chileno que los enfrentó dijo al periódico El Mercurio:

    Mi batallón marchaba a vanguardia de toda la primera división, seguido de Navales, Esmeralda y Chillán. Una vez llegados a la última loma, divisó a los famosos Colorados. Sufrimos varias bajas, en la batalla fuimos derrotados por haberle venido una gran reserva a los Colorados. Ya nuestras fuerzas estaban diezmadas y casi agotadas las municiones. Valparaíso y Navales andábamos todos reunidos después de la retirada.4

    En esta situación los casacas rojas perecen al igual que sus hermanos y uno de sus músicos, un niño de apenas 12 años llamado Juan Pinto, cariñosamente conocido como "Juancito" tomó el fusil de uno de sus camaradas moribundos y se unió al combate, dejando de lado su tambor de marcha. El director de las ambulancias bolivianas, Dr. Zenón Dalence escribe sobre el niño:

    ... un morenito de menos de doce años, tambor de órdenes del Batallón 'Alianza' (Colorados) se había aproximado á nuestro campamento, y burlado por alguno de los sanitarios, á causa de haber dejado su puesto en el combate, replicó cuasi lloroso de despecho: 'que no se le había dado arma alguna', é instantáneamente le vimos forcejeando con un paisano, para quitarle el rifle que este decía hallarse descompuesto y una vez que consiguió arrebatarle y obtener con amenaza sus municiones, le vimos dirigirse al lugar en que evidentemente seguía combatiendo su cuerpo (Querejazu, 2001, p. 558).

    En el mismo informe realizado el 15 enero de 1881 sobre la batalla del Alto de la Alianza el director del cuerpo de ambulancias bolivianas Dr. Zenón Dalence relata:

    Cupo la nuestra en el campo de La Alianza estableciendo su vivac a tres o cuatro leguas del E.M.G. Unido (...) procedimos a establecer un rol para el servicio del campo de batalla. (...) poco tiempo después de comprometida el combate varios proyectiles principiaron a caer cerca de nuestras carpas, inmediatamente comenzamos la traslación a cuatrocientos metros atrás, mientras tanto comenzaron a llegar los heridos (Diaz, 1971a).

    El día avanza, el combate es recio, muchos perecen, ensangrentando el suelo, amigos y enemigos se funden en el sueño eterno acompañados del clamor de los que aún viven de los gritos de los moribundos y el tronar de las armas. Las heridas de batalla son de diferente grado y magnitud, unas con proyectil de fusil, otros por las esquirlas de un disparo de cañón, cortes profundos dados por bayonetas, espadas o dagas; todas causadas por una lucha cuerpo a cuerpo que no permite clemencia, piedad o misericordia. Los soldados que aún tienen la dicha de poder moverse o la de contar con algún amigo que los reconoce a pesar de sus heridas sangrantes, se dirigen o son llevados a los puestos de ambulancia tanto bolivianos como peruanos, donde los doctores, sanitarios y camilleros, les atienden de manera presurosa. Especialmente en el caso de las ambulancias bolivianas. Es en aquellas carpas polvorientas llenas de dolor y angustia, donde el grito de los heridos sangrantes se confunde con los reclamos de aquellos que han perdido uno de sus miembros o sentidos y van perdiendo el hálito de vida, lentamente en medio de un sufrimiento insoportable; muchos mueren allí, otros, los dichosos, reciben atención de mano firme y segura pero presurosa de los doctores y cirujanos mientras que camilleros y practicantes se mueven con una rapidez vital entre todos para poder salvar la vida de sus compatriotas. Es allí donde Ignacia Zeballos ayuda con calma y amor maternal a cada uno de los heridos y con asistencia de los sacerdotes deposita los restos de quienes fallecieron fuera de las carpas para que quienes aún viven tengan la oportunidad de mantenerse en ese estado por un tiempo más. Por este apoyo solícito se la conocería como "La Madre del Soldado" (Sánchez Guzmán, 2015).

    Las horas han pasado y el día está por concluir, la muerte se cierne sobre los aliados, quienes han perdido a varios camaradas en el combate, entre ellos el mayor Juan Reyes "El Indio de Pura Sangre". Igualmente, perece el coronel Juan José Pérez, oficial del Estado Mayor Aliado (Querejazu, 2001). El Cnl. Eliodoro Camacho herido en combate, es tomado prisionero, así también cae el oficial Gumercindo Bustillo, y el teniente coronel Felipe Ravelo, terriblemente herido poco antes de desmayarse también sería capturado para fallecer en cautiverio (Guzmán, 1919). Desangrados perecen el teniente Néstor Cuellar, el coronel Agustín López y el subteniente Antonio Sucre, descendiente del Mariscal de Ayacucho (Diaz, 1971b) Por su parte, el cabo del Batallón Aroma Fernando Yáñez, es capturado herido por los soldados del batallón chileno Atacama. Yáñez permanecería en Chile por el resto de sus días (Varas, 2017).

    Otros más siguen en pie de lucha, pero se hallan cansados y con la sangre de sus hermanos cubriendo sus cuerpos y rostros. No pueden continuar, deben replegarse, en una ordenada retirada hacia Tacna, dejando en el campo de combate los restos de 2.129 bolivianos y cerca de 1.200 aliados peruanos, entre ellos yacen en el campo de batalla, entremezclados con poco más de 3.600 chilenos (Querejazu, 2001). En medio de los cadáveres destacaban los restos de gran parte de Los Colorados, la casi totalidad de los Amarillos, así como varias decenas de los Verdes, cuyas chaquetas forjaban una bandera que serviría como honrosa mortaja de su valor patrio; a su lado, descansaban los restos de todos los valientes que lucharon por su patria y dieron su vida en su defensa. Ejemplos del coraje y amor patrio de los aliados, ante la tricolor formada por las chaquetas de las valientes tropas nacionales.

    Es poco después de la batalla que las ambulancias aliadas fueron encontradas por las tropas chilenas, en ese momento las ambulancias peruanas sufrieron el ataque y saqueo de sus enseres por parte de las tropas chilenas. El Dr. Pedro Bertonelli, cirujano mayor de las ambulancias civiles de la Cruz Roja peruana menciona:

    Se robó mucho de nuestros materiales, i que en una carpa de la 4a ambulancia se asesinó al coronel Luna i varios soldados todos heridos, i a mí que quise contener tales barbaridades, se me hizo fuego, pero felizmente sin hacerme daño (..) se recojieron i curaron a los heridos; pero de los nuestros que quedaron en el campo de batalla, pocos escaparon puesto que los asesinaron a todos (López, 2017, p. 187).

    El Dr. Plácido Garrido Mendívil, jefe de la 2a ambulancia de la Cruz Roja peruana recuerda:

    ... ni un solo herido nuestro, solo cadáveres, muchos de ellos, en particular jefes y oficiales, con los rostros desfigurados, partidos unos por la boca i otros por la frente; algunos con balazos en los ojos, que habían salido de sus órbitas; desnudos de su uniforme, i varios hasta de la ropa interior; en cuanto a los soldados, sus bolsillos sacados a fuera (..) Hai que notar que las heridas se hallaban denegridas por los balazos a boca de jarro (López, 2017, p. 188).

    Finalmente, el Dr. Claudio R. Aliaga, jefe de la Ia ambulancia civil de la Cruz Roja peruana, señaló que soldados chilenos se afanaban por arrancar las banderas peruanas que flameaban al lado de las de la Cruz Roja, siendo llevadas como trofeo de guerra. Además, registra que dichos soldados con fusil en mano penetraban las carpas de las ambulancias, profiriendo amenazas de muerte a su persona, a los demás miembros de la ambulancia y heridos. Solo se detienen ante las órdenes de sus superiores.

    En cambio, las ambulancias bolivianas fueron respetadas y lograron retirarse cargando con sus enseres, medicamentos y heridos que aún podían moverse. En su informe Dalence señaló este aspecto en los siguientes términos: "... A las 6 de la tarde el batallón (chileno) 'Chacabuco' nos mandó un pequeño retén para resguardarnos de cualquier abuso. (...) nos trasladamos a Tacna" (Diaz, 1971b, p. 173). En esta urbe serían concentrados los heridos aliados cuyo tratamiento fue relatado por un corresponsal chileno en el periódico "El Ferrocarril de Tacna":

    Desde el amanecer del 27 de mayo salí a recorrer la ciudad... Me dirigí a las ambulancias. La boliviana, perfectamente atendida, asilaba a unos 900 heridos entre jefes, oficiales y soldados; la peruana no menos de 600. Se convirtieron en hospitales de sangre el teatro, (...) encontré al coronel Camacho, herido por un casco de granada cerca de la ingle, (..) me dijo: "La presente contienda no terminará pronto. La continuarán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos hasta que retornemos al mar". En la misma habitación que el coronel Camacho vi al teniente coronel Felipe Ravelo, jefe de los Colorados... (López, 2017, p. 191).

    Por su parte, los sobrevivientes se retiraron. Los bolivianos regresarían a las montañas con la promesa de un pronto regreso, mientras que los peruanos volverían a sus tierras para seguir defendiéndola. Entre ellos los sobrevivientes del Zepita, comandados por Alfonso Ugarte, se fortificaron en Arica bajo las órdenes de Francisco Bolognesi quien resistiría el avance chileno y cuando se le intimó rendición aseveró: "Tenemos deberes sagrados con la Patria y los cumpliremos hasta quemar el último cartucho" (Sánchez Guzmán, 2015, p. 117). La tropa chilena inició el asalto al cerro de Arica, cuya punta llamada "El Morro" era la fortaleza de las tropas defensoras, quienes se batieron aquel 7 de junio de 1880. Bolognesi, Ugarte y el comandante de origen argentino Roque Sáenz se atrincheraron en el Morro, donde combatieron a fieros soldados chilenos. Aconteció que en medio del combate explotó un almacén de municiones que causó varias bajas a las tropas chilenas, quienes llevados por la furia atacaron las defensas peruanas sin contemplación, sin compasión y sin piedad; ya no era un combate, era una masacre. Los hombres de Bolognesi cumplieron el mandato de su comandante, no cesaron de luchar, ya era una guerra sin cuartel y todos murieron juntos, incluidos los valientes del Zepita, que fueron los últimos en perecer. Su comandante Alfonso Ugarte, consciente de la derrota, dirigió su caballo al barranco y lanzándose desde el Morro pereció en la caída. El único sobreviviente de los defensores fue el oficial Roque Sáenz, merced de su origen argentino, pero todos los demás, oficiales y soldados, bolivianos y peruanos, perecieron con honor en el Morro de Arica.

    Tiempo después de finalizadas las hostilidades bélicas, los sobrevivientes del cuerpo de ambulancias obtendrían el permiso chileno de regresar a su patria. En su informe Dalence menciona su arribo a la ciudad de La Paz de la siguiente forma:

    ...el 16 de enero de 1881, a las cuatro y media, llegamos a La Paz, donde fuimos recibidos por el señor prefecto del departamento y algunos vecinos que iban a saludar a los heridos, una banda de música solemnizó la recepción de los repatriados (Dalence, 1881).

    La llegada del cuerpo de ambulancias con los heridos supervivientes de la guerra, cuyas heridas aún no cicatrizaban y tenían el vívido recuerdo de la batalla librada y del éxodo desde suelo peruano, conmovió a la población paceña, que dio su apoyo y cuidado; médicos, practicantes y enfermeros fueron felicitados por su loable labor y todos fueron honrados como lo que eran: Héroes de la Patria.

    La guerra concluiría para Bolivia el 20 de octubre de 1904 con el tratado "Paz y Amistad" firmado por Emilio Bello, de Chile, y Alberto Gutiérrez por Bolivia, 120.000 km2 pertenecientes al litoral boliviano quedaban, desde ese momento, en poder de Chile.

    Los soldados y oficiales que lucharon y defendieron el litoral merecen ser respetados y recordados; su sangre y sacrificio no pueden ser olvidados, ni entregada su hazaña a la cruel indiferencia. Todos ellos, tanto los soldados como los doctores, chaskis, periodistas, rabonas, entre otros, dieron su máximo esfuerzo e incluso ofrendaron su vida en defensa de la heredad nacional, y así como ellos lo hicieron, es el deber de nuestra generación cumplir con el anhelo del general Camacho: retornar al Mar, ya no con armas sino con el estudio, el ánimo, el esfuerzo y el valor digno de todo boliviano para reivindicar el derecho soberano de Bolivia al Océano Pacífico.

    Un aspecto que merece ser rescatado es la publicación de 1880, realizada por el periódico quincenal "La Alianza", de Oruro, cuyo redactor, Ángel Wayar, escribe una resolución tan veraz y fuerte que aún tiene eco y relevancia en nuestros días:

    Tenemos fe y esperanza en la verdad del derecho y de la Justicia que reclamarán la pronta salvación del país, tenemos fe y esperamos en la conciencia imparcial y en el recto criterio de los patriotas que escucharán nuestra humilde voz y la harán resonar en todos los ángulos de la República, porque es dirigida a favor de los intereses de la Patria, que más que nunca exige hoy el concurso del más humilde de sus hijos (Wayar, 1880, p. 1).

     

    Notas

    1.  Aymara: "Dos veces hombre".

    2.  Quechua: "Los que hacen llorar a sus madres".

    3.  Futuro autor de Juan de la Rosa.

    4.  Relato anónimo de un soldado del batallón Valparaíso, inserto en El Mercurio de Valparaíso, números 15974-15975.

     

    Bibliografía

    APODACA, E. (2018). Memorias del Cnl. Ezequiel Apodaca. La Paz - Bolivia: Unidad de Comunicacion Social.        [ Links ]

    COLQUE, V. (2014). "Entre lo Prehispánico, colonial y republicano el chasqui Gregorio Colque". FuentesV. 8, N°30, pp. 10-15.        [ Links ]

    CORRESPONSAL (1879). "El 14 de Febrero tropas chilenas tomaron por asalto el Puerto de Antofagasta". En: El Comercio, 28 de Febrero, p. 1.        [ Links ]

    DALENCE, Z. (1881). Informe histórico del servicio prestado por el cuerpo de ambulancias del ejército boliviano. Informe de Campaña. La Paz - Bolivia: Tipografía Libertad.        [ Links ]

    DENHE, G. (2018). "Crónicas y Héroes olvidados Alexander Dehne". En: Historias de Oruro pp. 21-24.         [ Links ]

    DIAZ, J. (1971a). Fastos Militares de Bolivia. La Paz: Don Bosco.         [ Links ]

    DIAZ, J. (1971b). Historia del Ejército Boliviano. La Paz: Don Bosco.         [ Links ]

    GUZMÁN, A. (1919). "Los Colorados de Bolivia". La Paz - Bolivia.        [ Links ]

    LOPEZ, A. (2017). "En la línea de fuego: La Cruz Roja peruana y boliviana en la Batalla del Alto de la Alianza, 26 de mayo de 1880". En: Historia Republicana y Humanidades, Año 1 Número 1, pp. 185-208.        [ Links ]

    LORA, N. (1879). "La Actualidad". En: La JuventudN°2, 23 de Septiembre, pp. 1-5.        [ Links ]

    LOZA, B. (1879). "La Patria en Peligro". En: La Patria en Peligro, 10 de Abril, pp. 1-5.        [ Links ]

    MOYA, R. (2000). Grau, el peruano del Milenio. Lima: Grau.        [ Links ]

    MURILLO, R. (1979). "La Quinta División". La Paz, s.e.        [ Links ]

    N., N. (1879). "Carta Particular de un soldado del Murillo". en: Boletín de Guerra , 21 de Noviembre, pp. 1-5.        [ Links ]

    OPORTO ORDÓÑEZ, L. (2014). "Indios y mujeres en la guerra del Pacífico Actores invisibilizados en el conflicto". En: Fuentes N° 31, pp. 50-70.        [ Links ]

    OSUNA, J. E. (2018) "Cruceños en la guerra del Pacífico". en: Historias de Oruro, pp. 35-38.        [ Links ]

    PEÑARANDA, A. (1987). Nuestra Historia en la Poesía. La Paz: Panamericana.        [ Links ]

    QUEREJAZU, R. (2001). Guano, Salitre y Sangre. La Paz: Los Amigos del Libro.        [ Links ]

    RAMALLO, J. (1879). "Grau". En: La Estrella de Oriente N°20, 20 de Noviembre, pp. 1-5.        [ Links ]

    RAMALLO, M. (1901). "Recuerdos del "Tiempo Viejo". El 26 de mayo de 1880 en el Alto de la Alianza. Sucre: La Industria.        [ Links ]

    ROCHA MONRROY, R. (2013). Por la Astucia o por la Fuerza. La Paz - Bolivia: DIREMAR.        [ Links ]

    RODRÍGUEZ OSTRIA, G. (2017). "Huéspedes Guerreros El Batallón "Sucre" en el Sur del Perú 1879 -1880". La Paz: Ministerio de Defensa.        [ Links ]

    SÁNCHEZ GUZMÁN, L. F. (2015). "Soldados de Siempre". La Paz: La Razón.        [ Links ]

    VARAS, F. (v). "Gloriosos Batallones de Atacama.Un Gran Héroe, Ex cabo del batallón Aroma del Ejército Boliviano". 20 de Marzo. http://www.batallonesdeatacama.org/paginas/Prisioneros%20bolivianos.html (último acceso: 2 de Noviembre de 2018).        [ Links ]

    WAYAR, A. (1880). "Insistencia". La Alianza, pp. 1-5.        [ Links ]

    ZARATE, G. (2018). "Lo que me dijo un combatiente de la guerra de 1879". En: Historias de Oruro, pp. 3-6.        [ Links ]

    Wikisource. 3 de Julio de 2017. https://es.wikisource.org/wiki/Acta_de_fundaci%C3%B3n_de_La_Chimba (último acceso: 31 de Octubre de 2018).

    www.diremar.go.bo.