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Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional
versión impresa ISSN 1997-4485
Rev. Fuent. Cong. v.10 n.47 La Paz dic. 2016
HISTORIAS DE VIDA
Alfredo
Thierry Bourquin
Recepción: 5 de agosto de 2016 Aprobación: Publicación: Diciembre de 2016
Un alegre grupo de canadienses franceses me hicieron descubrir, un día de primavera del año 1972, el antiguo Centro de Grabado Contemporáneo de Ginebra, escondido detrás del Museo de Historia Natural. Allá se podían utilizar las técnicas del grabado, serigrafía, litografía y se pasaban noches inolvidables en la amplia cocina.
Descubría el grabado.
En el taller, bastante seguido, hacía irrupción un magnífico niño de cuatro o cinco años, lleno de vida: Cesito. Se escuchaba tocar la guitarra en el primer piso.
¿Qué? No conoces a Alfredo? Esta noche toca en el teatro, ¡ven con nosotros!
Y fuimos todos a ver a "Los Jairas y Domínguez". En la segunda parte, Alfredo hacía un solo de guitarra y canto. Desplegaba su humor y su suave ironía, tocaba guitarra, jugaba con su guitarra, inventaba nuevos sones, nuevos ritmos, cantaba al amor y a la amistad; luego Gladys entraba bailando.
Después de las llamadas a escena, nos reuníamos en el Centro a continuar la fiesta; Cesito repetía el concierto, mimaba el espectáculo, no faltaba nada, ni los gestos de Gilbert Favre con su quena, ni las sonrisas de su padre, Alfredo.
Así es como nos conocimos. Admirando su talento de músico, al mismo tiempo, descubría sus talentos de grabador y de pintor. Su técnica del grabado igualaba a su genio en la guitarra: encontraba nuevos modos para encarar las exigencias de la tradición, sus grabados se abrían a la tercera dimensión, se servía del aerosol (pulverizador) lustros antes que los grafistas; sus acuatintas eran más profundas que las nuestras; ¿cómo las hacía?
Bajaba a los talleres después de irnos nosotros, y por la mañana descubríamos sus creaciones. Misterio de su concepción.
De esta manera me convertí en amigo de la familia Domínguez: descubría los Andes en Ginebra, procuraba imitar sus grabados, ¡en vano!
Comencé un viaje con la intención de llegar a Boli-via y me perdí en el camino, descubrí Asia y volví después de cinco años: los Domínguez estaban todavía en el Centro, los canadienses se habían ido, Melitón había llegado.
Y siempre el mismo talento, esa presencia, esa generosidad, esa curiosidad.
Esa sonrisa.
Cuando se fue, fuimos numerosos los que perdimos a nuestro mejor amigo.