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    Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional

    versión impresa ISSN 1997-4485

    Rev. Fuent. Cong. v.9 n.39 La Paz ago. 2015

     

    REFLEXIONES BIBLIOAMERICANAS

     

    Ideología y modernización en la historia bibliotecaria latinoamericana

     

     

    Maestro Robert Endean*
    * Maestro en Bibliotecología. Vicepresidente de la Academia Mexicana de Bibliografía de la Sociedad Mexicana de Geografía y
    Estadística. Presidente de la Sección de Políticas de Información de la Asociación Mexicana de Bibliotecarios.

     

     


     

     

    Hace unos años, el puertorriqueño Héctor J. Maymí-Sugrañes publicó un estudio sobre las acciones que emprendió en los años 40 del siglo XX el gobierno de Estados Unidos para frenar la difusión del fascismo y promover su propia imagen positiva entre los países de América Latina, en una suerte de ofensiva imperialista en el ámbito cultural. En esos esfuerzos, colaboró con el gobierno estadounidense la asociación bibliotecaria de esa nación (en inglés, American Library Association; abreviado es ALA), y lo hizo con varios proyectos desarrollados en cuatro vertientes:

    1.    Creación de bibliotecas difusoras de la cultura estadounidense en México, Nicaragua y Uruguay. A estas se les llamaba "bibliotecas americanas".

    2.    Educación y capacitación de bibliotecarios, sobre todo a través de períodos formativos o estadías en bibliotecas de Estados Unidos.

    3.    Programa de Libros para América Latina, que buscaba difundir obras que fueran útiles a mediano o largo plazo para las más grandes bibliotecas de la región.

    4.    Cooperación y asistencia técnicas, que consistió en asesorías y planeación de las mejoras que habrían de realizarse a las bibliotecas que interesaban a los estadounidenses y a las élites latinoamericanas.

    Al respecto de la última categoría, el autor comentaba que durante el siglo XIX Estados Unidos compitió permanentemente con los países europeos en materia de organización bibliotecaria. En este sentido, ambos contendientes buscaron influir en los países latinoamericanos, aunque Maymí-Sugrañes no aclaró la finalidad que se buscaba con esta competencia y la situación de dominio que se quería establecer.

    Finalmente, en la primera mitad del siglo XX la ALA consiguió la hegemonía para su país en materia técnica, encabezando un proyecto de modernización bibliotecaria para América Latina, con una visión homogénea de la biblioteca, sus componentes y su funcionamiento.

    Es de notar la posibilidad de que la ALA haya establecido contactos y formas de colaboración con los bibliotecarios de varios países de la región con anterioridad. Así, desde dos décadas antes en los años 20, los funcionarios de la asociación estadounidense hicieron intentos para difundir y apalancar los conceptos y las prácticas de la modernización de la biblioteconomía. Al respecto, en mayo de 1928, seis delegados mexicanos, mayormente del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública, asistieron invitados al congreso de la American Library Association en West Baden, Indiana, Estados Unidos.

    En esa ocasión, se hicieron acuerdos al respecto del intercambio de bibliotecarios, el canje de publicaciones, la adopción de reglas de catalogación uniformes entre los dos países, la traducción al español de obras en inglés y la filiación de los bibliotecarios mexicanos como miembros de la ALA, entre otros asuntos.

    Los personajes mexicanos que paulatinamente se fueron involucrando en el discurso modernizador fueron los bibliotecarios Juana Manrique de Lara y Juan Vicéns de la Llave, el pedagogo Domingo Tirado Benedi, el bibliógrafo Julián Amo y la escritora María Luisa Ocampo. Por supuesto, hubo otros varios bibliotecarios del país que, lejos de rechazar la invasión cultural estadounidense la abrazaron con gusto y fueron sus principales difusores.

    En la década de los años 40, la situación fue más benévola para la ALA ya que el gobierno estadounidense le confirió por contrato la responsabilidad de administrar las bibliotecas americanas, de dictar las políticas del programa de distribución de libros, así como para realizar tareas que contribuyeran a la promoción positiva de la cultura estadounidense.

    Sin embargo, bien pronto entraron en conflicto la ALA, las áreas del gobierno estadounidense con la responsabilidad de los asuntos culturales allende fronteras, así como las embajadas, debido a que aunque todos trabajaban para difundir la ideología estadounidense y la política del buen vecino, la forma como lo hacían tenía señaladas diferencias.

    De esta manera, la ALA proponía que las bibliotecas americanas debían servir de ejemplo de lo que era una biblioteca pública moderna en una sociedad democrática, por lo que tenían que mostrarse como neutrales ante sus usuarios. No obstante, las embajadas estadounidenses querían que las bibliotecas fueran promotoras directas y abiertas de los intereses de Estados Unidos en los países latinoamericanos.

    La ALA promovía también que los volúmenes del Programa de Libros para América Latina debían seleccionarse para bibliotecas específicas generalmente, las que interesaban a las élites nacionales, de manera que la utilidad de los libros enviados estuviera asegurada. Sin embargo, las embajadas querían que se repartieran bloques de libros según los intereses propagandísticos estadounidenses en la región.

    La educación y la capacitación de los bibliotecarios latinoamericanos, así como la cooperación y asistencia técnicas no fueron asuntos que al inicio de la colaboración le importaran mucho al gobierno y las embajadas estadounidenses, pero bien pronto, el gobierno del país del Norte se interesó en la formación de cuadros difusores de su ideología entre los bibliotecarios.

    Tenemos que en la década que comentamos estuvieron participando bibliotecarios de México (Juana Manrique de Lara, Juan B. Iguíniz y otros), de Cuba (Fermín Peraza y Sarausa, y Jorge Aguayo), de Argentina (Alfredo Console, Ernesto G. Gietz y Carlos Víctor Penna), de Perú (Jorge Basadre), de Chile (Héctor Fuenzalida), de Brasil (Rubens Borba de Moraes), y otros más, quienes colaboraron con el esfuerzo modernizador que fomentaba la ALA, además de que varios de ellos luego participaron en el Programa de Desarrollo Bibliotecario de la Organización de Estados Americanos, que fue establecido con el apoyo de Estados Unidos, a partir del año 1956, con el objeto de establecer la noción de que el acceso a la información y al conocimiento en forma impresa es esencial para la economía y el progreso técnico.

    La relación de la ALA con el gobierno de su país se rompió en 1946, debido a la injerencia de los órganos de

     

    gobierno que mencionamos antes, aunque la ALA en realidad nunca se alejó de los preceptos ideológicos que se defendían, sino que más bien siguió participando en calidad de asesor.

    Tenemos entonces que los cambios de enfoque que se dieron en la biblioteconomía latinoamericana durante el siglo XX pueden comprenderse mejor si tratamos de conocer la historia de los procesos que los conformaron para llegar a ser lo que hoy nos muestran de sí las bibliotecas latinoamericanas.

    A este respecto, cualquiera que se acerque a estudiar la historia de la biblioteconomía en América Latina durante el siglo XX encontrará un salto en las concepciones que circulaban en los años referidos, que se manifestó en un abandono, más o menos brusco, de las ideas de organización técnica de origen europeo para abrazar las propuestas estadounidenses.

    Además, es interesante notar que esta influencia del país del Norte no se ha detenido en la actualidad, sino que más bien se ha diversificado hacia otras instituciones estadounidenses, aunque con políticas nuevas del tipo de "te doy hasta aquí" y "no pidas más", que operan como mecanismos de control. Un ejemplo de la primera política es la clasificación de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, que aunque se utiliza intensamente en varias bibliotecas universitarias del orbe no se ha autorizado nunca que se traduzca al español.

    En la segunda modalidad de política están los apoyos que brindan organismos como la Fundación Bill y Melinda Gates, aunque los mismos niegan la posibilidad de que parte de los recursos que aportan se puedan usar para hacer manuales de interés local. Sobre esta segunda política, encontramos otro ejemplo en el actuar de la organización OCLC, que a menudo establece barreras para ofertar sus productos en América Latina por una mera cuestión de seguridad nacional de su país de origen.

    Este panorama que bosquejamos abre varias interrogantes, cuyas respuestas nos podrían servir para comprender mejor quiénes somos y dónde estamos, además de respondernos por qué hacemos lo que hacemos de las formas como lo hacemos. Esto es, nos puede servir para resolver nuestros problemas al conocernos mejor, lo cual no es poca cosa.