SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.8 número35Algunas reflexiones sobre la Educación Endógena en Contextos MultiétnicosLa Evolución del Pensamiento Constitucional a Través de la Bibliografía Jurídica Boliviana índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Artigo

Indicadores

    Links relacionados

    • Não possue artigos citadosCitado por SciELO
    • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

    Bookmark

    Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional

    versão impressa ISSN 1997-4485

    Rev. Fuent. Cong. v.8 n.35 La Paz dez. 2014

     

    INVESTIGACIÓN

     

    El Perú y La Guerra Civil Española

     

    Peru and The Spanish Civil War

     

     

    Heraclio Bonilla *
    * Historiador. Coordinador de Postgrado de Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de obras sobre la Independencia del Perú y otras naciones latinoamericanas y la Guerra del Pacífico entre Bolivia, Chile y el Perú.

     

     


    Resumen

    La investigación sobre el impacto de la guerra civil española en algunos grupos de la sociedad peruana, así como las razones del mismo, aún requieren de una mayor investigación. En su artículo El autor trata de encontrar respuestas a este vacío, presentando algunos argumentos de respuesta y otros sobre la necesidad de continuar esas investigaciones sobre el legado de la guerra civil tanto en el corto como en el largo plazo. Expone los antecedentes históricos de la relación entre Perú y España. Identifica la cantidad de peruanos que viven en España en el momento de la guerra civil y señala aquellos que se enrolan en las filas republicanas.

    Palabras clave: <Relaciones entre España-Perú><Guerra civil española><Situación social de España y Perú><Historiografía>


    Summary

    The study on the impact of the Spanish civil war in some groups of the Peruvian society, as well as the reasons of himself, still require of a greater investigation. In his article the author tries to find answers to this emptiness, presenting and displaying some arguments of answer and others on the importance to continue those investigations as much on the legacy of the civil war in the short one as in the long term. It exposes the historical frame of the relation between Peru and Spain. It identifies the amount of Peruvian that lives in Spain at the years of the civil war and indicates those that they are enlisted in the republican rows.

    Key words : <Spain-Peru relations><Civil War Spanish><Social Situation of Spain and Peru><Historiography>


     

     

    A la distancia de los 83 años transcurridos desde el estallido de la guerra civil española su evocación y su análisis siguen siendo trascendentes. Pese a los múltiples conflictos que estallaron en la península, y las guerras seculares de resistencia de su pueblo frente a los Árabes o frente a la ocupación francesa en 1808, la guerra civil de 1936 es una de las heridas abiertas en la memoria colectiva por la división irreconciliable que impuso entre los diversos contrincantes, por las repercusiones internacionales que tuvo, porque preparó el escenario de la segunda guerra mundial, porque su legado es un referente para entender las condiciones específicas del tránsito de la dictadura a la democracia, y porque el holocausto de su pueblo inspiró las obras inmortales de un Federico García Lorca, de Pablo Picasso, de André Malraux, de Ernest Hemingway y de un César Vallejo. Como recordaba Julio de Aróstegui, el autor de la biografía de Largo Caballero, la lectura cambiante del conflicto puede ser dividida en cuatro momentos. La primera corresponde a los años del conflicto y se extiende por un cuarto de siglo: se trata de una historiografía de combate en la que los vencedores difundieron su versión y que Franco se encargó de canonizarla con exclusión de cualquier otra. La segunda surge en la década de los 60 del siglo pasado: cuestiona la versión anterior y es fundamentalmente elaborado por extranjeros como Gabriel Jackson The Spanish Republic and the Civil War, 1931-1939 (Princeton, 1965) y Hugh Thomas The Spanish Civil War (New York, 1977). La tercera surge con la muerte de Franco en 1975: el inicio limitado al acceso de los archivos y el debilitamiento de la censura posibilitan la emergencia de la historiografía científica sobre la guerra civil. La cuarta corresponde a la actualidad: preocupada en el análisis de los costos de la guerra y la recuperación de la memoria de la guerra y de la dictadura. La bibliografía de estas cuatro coyunturas es inmensa y no es este el lugar para su tratamiento.

    Las repercusiones del conflicto en las colonias que tuvo España en la América Latina fueron igualmente inmensas y fue materia de reflexión entre la gente educada y familiarizada con las peripecias europeas. Y fue particularmente importante en aquellos países que contaron con una población española relativamente grande, como Cuba, México, o la Argentina, o cuyos dilemas políticos podían ser confrontados con lo que estaba ocurriendo en la península. La mejor visión del conjunto lo ofrece el libro editado por Mark Falcoff y Fredrick B. Pike The Spanish Civil War, 1936-1939. American HemisphericPerspectives (Lincoln: University of Nebraska Press, 1982).

    En el caso del Perú el conflicto fue tratado por Thomas Davies Jr. en su artículo "Peru", incluido en el libro mencionado, mientras que Olga Muñoz Carrasco en Perú y la guerra civil española. La voz de los intelectuales (Madrid: Calambur, 2013) presenta una antología con fragmentos de las opiniones que los intelectuales escribieron en varios momentos. Estos trabajos de alcance limitado se añaden a los libros anteriores de Jesús Chavarría José Carlos Mariátegui and the Rise of Modern Peru, 1890-1930 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1979); Gerold Gino F. Baumann Extranjeros en la Guerra Civil Española. Los Peruanos (Lima, 1979); Steve Stein Populism in Peru. The Emergence of the Masses and the Politics of Social Control (Madison: The University of Wisconsin Press, 1980); José Ignacio López Soria El pensamiento fascista (1930-1945) (Lima: Francisco Campodónico/Mosca Azul, 1981); Willy Pinto Gamboa Sobre fascismo y literatura (Lima: Cibeles, 1983); George Lambie El pensamiento político de César Vallejo y la guerra civil española (Lima: editorial Milla Batres, 1993); Ascensión Martínez Riaza Por la república. La apuesta política y cultural del peruano César Falcón en España, 1919-1939 (Lima: IEP, 2004), "A pesar del gobierno". Españoles en el Perú, 1879-1939 (Madrid: CSIC, 2006); Tirso Molinari El fascismo en el Perú. La Unión Revolucionaria, 1931-1936(Lima: UNMSM, 2006) y su tesis doctoral inédita "Dictadura, cultura autoritaria y conflicto político en el Perú, 1936-1939" (Lima: UNMSM, 2012), los cuales no tratan directamente sobre las coordenadas centrales del impacto de la guerra civil española en el Perú pero sí brindan elementos para contextualizarlo.

    Por lo tanto, la investigación sobre el impacto de la guerra civil española en algunos grupos de la sociedad peruana, así como las razones del mismo, aún requieren de una mayor investigación. La pregunta es: ¿por qué? En las secciones que siguen van a presentarse algunos argumentos de respuesta y sobre la necesidad de continuar esas investigaciones sobre el legado de la guerra civil tanto en el corto como en el largo plazo.

    Al final de la guerra civil española el Perú contaba aproximadamente con siete millones de habitantes, entre los cuales la población indígena era cercana a la mitad. Manuel A. Bedoya, un observador de la realidad peruana de ese momento, escribe en El otro Caín (Lima: editorial Llamarada, s.f.) sobre la composición de esa sociedad:

    Existe en la modalidad de nuestros habitantes dos aspectos esenciales, que definen perfectamente su idiosincrasia, y que corresponden a otros dos aspectos de nuestro escaparate político. A saber El Civilismo y el Sanchezcerrismo...El Civilismo no es, precisamente, un estado político, sino un estado social. La gente que tiene tarjeta civilista, no es civilista ESTÁ CIVILISTA. Civilista es afán de medro, enriquecimiento, auge social, banquetes, Country Club, Packard, sangre azul aunque la cara sea un tanto mulatilla.. Es segundonería española; logro del trabajo ajeno; especular aunque sea con la sangre y el honor de la patria; poder, dominio, honores, condecoraciones, hetairas opulentas...Al lado de esta clase social. - y esto es ya más criollo- se agita el ansia del injerto o del nativo, que algo ha estudiado, y que comienza a renegar de sus propios padres, si los ve por la calle de poncho, con sombrerote y ojotas. Esta clase de gente no sabe cómo llegar al Poder. Sus medios educacionales son muy pobres, pero la ambición es infinita. En sus entrañas tiembla una especie como gelatina dictatorial. Son intolerantes, ceñudos, creen que "la letra con sangre entra", y que el "pez grande se come al chico". Adoran a la gente que escupe siempre interjecciones, y da puñetazos sobre la mesa. No tienen más imagen de regeneración social, que la del látigo sacudiendo carnes humanas. Se arrodillan ante el fuerte, y yérguense ante el débil. Pero no al fuerte por sus virtudes, sino al fuerte porque HA VENCIDO, PORQUE MANDA (pp. 55-56).

    El Perú de la década de los treinta enfrentaba los efectos de la crisis de 1929, el fin del "oncenio" de Augusto B. Leguía, la transición hacia una primavera democrática con Samanez Ocampo, y el regreso a dictaduras más familiares como la de Luis M. Sánchez Cerro y Oscar R. Benavides, proceso atravesado por conmociones sociales como lo ocurrido en julio de 1932 en Chan Chan y el asesinato de Sánchez Cerro en julio de 1933. Fue, además, una década caracterizada por la consolidación de nuevos actores y por el ingreso a la arena política de masas organizadas como lo fueron el Partido Aprista Peruano de Víctor Raúl Haya de la Torre y los seguidores de Sánchez Cerro y Luis M. Flores en la Unión Revolucionaria, mientras que el pensamiento de la derecha y de la izquierda se expresaba sobre todo en las obras de José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaúnde, por una parte, y de José Carlos Mariátegui, por otra, ya que no contaban con organizaciones políticas propias.

    Pero en lo que concierne a las relaciones entre España y el Perú esta coyuntura corta de la década de los treinta se inscribía en el marco de un proceso más complejo y cuyas coordenadas configuran el contexto de la guerra civil. Se ignora el número de españoles residentes en el Perú y en ese sentido sería deseable conocer los resultados de la invocación formulada a los presidentes de las instituciones españolas el 2 de agosto de 1936 por Avilés y Tiscaz, representante del gobierno rebelde de Burgos, para elaborar una lista que permita:

    Conocer los españoles residentes en el Perú que hallan conformes con los resultados del restablecimiento del orden y total desplazamiento de los comunistas de España... excluyendo de dicha lista, los que opusieran cualquier distingo, quienes serán considerados por esta Legación como declarados o embozados comunistas"

    No todos acataron esta singular convocatoria, lo que motivó, al vencimiento del plazo de cinco días para hacerlo, que el diplomático comentara ácidamente:

    "la ausencia de firmas de elementos destacados de la colonia española en Lima no por ideología comunista, sino por errónea interpretación de mi escrito circular... imbuídos de no sé cuáles arcaicos privilegios y dando palpables muestras de incomprensible indiferencia ante la tragedia de su propia patria, rehusando hasta el apoyo moral de sus reconocidas firmas".

    La reticencia inicial de algunos españoles, fue ampliamente compensada durante la guerra, expresada en la propaganda activa de los enviados de Franco para hacer propaganda a favor de su causa, y del lado peruano en los editoriales de los diarios de Lima, y en la ayuda material enviada por los recaudos de la organización nacional "El Ropero Peruano Español", animado por prominentes damas de la oligarquía limeña, con la 'participación de parroquias, y congregaciones religiosas en casi todo el país. Terminado el conflicto, el Perú, a diferencia de México, Argentina y Colombia, no recibió por razones obvias a los republicanos exiliados, salvo al periodista Corpus Barga, privándose de ese modo de una contribución decisiva a su crecimiento cultural y científico.

    Según el diario La Crónica del 25 de setiembre de 1935 los peruanos residentes en la península totalizaban 309, el 3.6 % del total de 83,791 extranjeros, dedicados al comercio y al trabajo doméstico, radicando un tercio de los mismos en Barcelona. A estos guarismos deben agregar los 32 o 43 que se enrolaron para luchar por la República, en el marco de las Brigadas Internacionales, la última expresión de un noble compromiso por la libertad y la democracia. Por otra parte, las relaciones económicas entre ambos eran poco relevantes. Dimensiones materiales poco significativas, en consecuencia, pero que ocultan mal el significado de la presencia de España en la cultura política del Perú.

    Como se sabe Perú y México fueron las áreas centrales de la dominación colonial ejercida por España y fueron las últimas, conjuntamente con Cuba, Puerto Rico y Las Filipinas, en renunciar a este dominio. Las razones de esta fidelidad son múltiples, pero una de ellas tiene que ver con Tupac Amaru y el terror que suscitaba en las élites la reproducción de una movilización independiente de los indios. Por eso, y a diferencia de otros países de la América Latina, no hubo Juntas de Gobierno en Lima luego de la abdicación de Fernando VII, y por eso también fue necesario que las tropas de San Martín y de Bolívar sancionaran la separación de España con la fuerza de sus armas.

    Pasaron varias décadas, hasta el 15 de marzo de 1880 para que se establecieran las relaciones diplomáticas, las que se interrumpieron por el incidente ocurrido en la hacienda "Talambo", la ocupación de las islas de Chincha por el almirante español Pinzón, y la guerra naval de 1864. Se volvieron a romper las relaciones diplomáticas el 17 de marzo de 1938, luego que la sede del Perú en Madrid fuera ocupada por las actividades de contra espionaje desplegados por los españoles rebeldes asilados, según la versión del gobierno republicano, y fueron restablecidas con la victoria de Franco, desempeñando su representación Tudela, primero, y Benavides, poco después. Pero ni la separación ni estos incidentes afectaron el rol que tuvo y tiene España entre las élites y vastos sectores medios y populares en la configuración de su identidad social y política. El hispanismo como ideología, y España como referencia, son uno de los vectores de cohesión y cuyas raíces vienen de muy lejos y que se manifiestan, en una sociedad multiétnica, en el rechazo y en el desprecio hacia los otros, particularmente frente a los indios y negros. A la sinonimia de español y blanco se añade una connotación religiosa: el catolicismo. Por lo tanto, en un grupo con estas características lo ocurrido en España en el contexto de la guerra no podía ser indiferente, y ello explica que los principales diarios limeños comentaran y difundíeran lo que ocurría de manera casi cotidiana y como procesos muy cercanos, y en la cual la posición de los mismos, con débiles matices, era claramente a favor de los rebeldes contra la república y por los seguidores de Franco. Para decirlo de otra manera, el conflicto español hizo que salieran del exilio interior en el que se encontraban para configurar su situación y su destino dotando a su clase con un contenido específico. Para hacerlo fue necesario enfatizar las semejanzas entre una situación y otra, y sobre todo manipular ideológicamente las consecuencias reales y potenciales del desenlace.

    La agenda y el conflicto de la década de los treinta en España involucraba cuestiones como la disparidad de sus regiones, la pobreza y la miseria de unas frente a la relativa opulencia de otras, la viabilidad de la república frente al imperio, las perspectivas de una frágil democracia, los artículos 26 y 27 de la Constitución promulgada por las Cortes Constituyentes sobre la separación de la Iglesia y el Estado y la expropiación de toda propiedad para la utilidad social, la fragilidad de las coaliciones gobernantes, el papel del Frente Popular y del ejército, el fascismo y el comunismo como doctrinas incompatibles, la división entre fracciones de izquierdas y de derechas, y el papel del entorno internacional con el eje Berlín-Roma-Tokio, frente a la indecisión de Paris, Londres y Washington. Pero en el Perú de los treinta los dilemas eran otros y fue necesario un travestismo ideológico para que la derecha nativa convirtiese al conflicto español en el espejo su situación y en la premonición de su destino. No era éste un ejercicio inédito ni último: la de combinar realidad y fantasmas en la afirmación de una ideología.

    El enfrentamiento militar de la guerra civil transcurrió entre 1936 y 1939, pero esa breve coyuntura se inscribe dentro de un proceso cuyas aristas más significativas fueron las que se mencionan a continuación. Se inicia con la dimisión de Primo de Rivera el 27 de enero de 1930, quien había dado inicio a su dictadura el 13 de setiembre de 1923 a través de un golpe militar. El fin de la dictadura permitió las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, y en la cual triunfaron las listas republicanas, provocando dos días después el exilio de Alfonso XIII y el establecimiento de la Segunda República. En las elecciones para las Cortes Constitucionales del 28 de junio triunfó la coalición republicana-socialista y es electo el 10 de diciembre Niceto Alcalá-Zamora como presidente de la república. En setiembre de 1932 se aprueba el Estatuto de Autonomía de Cataluña y de la Ley de Reforma Agraria, mientras que la derecha crea en febrero de 1933 la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y el 29 de octubre la Falange Española con el hijo de Primo de Rivera, preludio al triunfo de la derecha en las elecciones generales de noviembre y la derrota de la coalición republicana-socialista. Alejandro Lerroux es nombrado presidente de un efímero gobierno que termina en abril de 1934 siendo reemplazado por Ricardo Samper. El 7 de enero de 1936 Alcalá-Zamora disuelve las Cortes y encarga a Manuel Portela Valladares la organización de nuevas elecciones, en las que triunfa el Frente Popular el 16 de febrero. El 13 de julio es asesinado José Calvo Sotelo, uno de los partidarios de la Monarquía más conocidos, y una semana más tarde Franco inicia la guerra civil. Mientras tanto en el entorno internacional el 25 de julio Francia declara su no intervención en el conflicto y procede a cerrar sus fronteras con España el 13 de agosto, el 28 de julio Italia inicia sus envíos militares a España y al día siguiente Hitler lo hace con sus aviones Tetuán para apoyar a Franco. A fines de agosto 27 Estados europeos firman el Acuerdo de No intervención en España, mientras que el 18 de setiembre el Komintern aprueba el envío de voluntarios de las Brigadas Internacionales, llegando entre el 4 y el 15 de octubre a Cartagena la primera ayuda soviética para la República española. Alemania, de su lado, envía a mediados de noviembre la Legión Cóndor produciéndose el 26 de abril el bombardeo de Gernika. El 1 de abril de 1939 con la caída de Madrid se cierra la guerra civil española.

    La enumeración de las crispaciones de esta coyuntura revela que la guerra civil española no puede ser pensada como un bloque homogéneo, sino que estuvo atravesada por tensiones que se dieron no sólo entre los dos principales contendores, los leales y los rebeldes a la república, sino que cada uno de ellos, a su vez, fue el campo de enfrentamiento entre fracciones rivales, división que se acentúa particularmente con la intervención de las fuerzas externas a favor de una u otra de las fracciones en conflicto. Estas consideraciones no son sólo útiles para una comprensión cabal de lo ocurrido en la península, sino que dan sentido a los reportes de una prensa local que con cables y envíos de sus corresponsales siguió con precisión las modulaciones de la guerra.

    En el caso del Perú, como se mencionó antes, la coyuntura de los 30 se abre con el impacto de la crisis de 1929, y cuyas consecuencias fueron tanto económicas como políticas. La más evidente fue la caída del gobierno de Augusto B. Leguía por un golpe de estado liderado por el coronel Luis. M. Sánchez Cerro desde Arequipa el 22 de agosto de 1930. Luego del golpe gobernó hasta febrero de 1931, abandonando el país para dirigirse a Europa, siendo reemplazado por Samanés Ocampo quien organizó las elecciones el 11 de octubre de 1931 con Sánchez Cerro y Haya de la Torre como los principales contrincantes. En ellas el primero, Sánchez Cerro, obtuvo el 50.7 % del total de los votos (157,062), mientras que el segundo, Haya de la Torres, alcanzó el 36.4% (106,007). En julio de 1932 se produjo la masacre de Chan Chán con cientos de muertos entre las filas del Apra y de muchos oficiales del ejército. Sánchez Cerro gobernó hasta su asesinato a comienzos de abril de 1933, en el contexto de la promulgación de una Constitución que declaró fuera de la ley tanto al Partido Aprista como al Partido Comunista, A su muerte, el Congreso nombró como presidente a Oscar R. Benavides por tres años, a cuyo término se convocaron elecciones que fueron interrumpidas, siguiendo al frente del gobierno hasta 1939 cuando fue reemplazado por el banquero Manuel Prado.

    La coyuntura política de los treinta en el Perú fue completamente diferente de todas las anteriores. Hasta 1872 cuando irrumpe el civilismo con Manuel Pardo, fue básicamente el escenario del enfrentamiento de los caudillos militares, gran parte de ellos surgidos en el contexto de las guerras de la independencia. La crisis de 1871 y la guerra con Chile en 1879 pusieron fin a esa brevísima primavera democrática. Fueron Andrés A. Cáceres y Nicolás de Piérola los que iniciaron la reconstrucción económica y política del país, y en el cual el capital extranjero, la monopolización de los recursos mineros y agrarios, y el control oligárquico de la política fueron los determinantes del cambio. Esa "república de aristócratas" continuó hasta que la crisis de 1929 produjo sus primeras grietas, aunque entre 1919 y 1930, en el "oncenio" de Augusto B. Leguía se implementaron una política para modernizarla y así crear una "patria nueva" y cuyos resultados fueron profundamente contradictorios. Pero debajo de esa elegante fachada, el breve gobierno de Billinghust entre 1912 y 1914 era el anuncio de cambios importantes que se estaban produciendo desde comienzos del siglo XX y cuyas expresiones más visibles fueron la discusión política del Perú como problema y posibilidad, para evocar el título del célebre libro de Jorge Basadre, y la emergencia de fuerzas sociales y políticas completamente nuevas. En el campo del pensamiento, sus principales protagonistas fueron José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde, José Carlos Mariátegui, y Víctor Raúl Haya de la Torre, entre otros, y cuyas ideas permearon el debate político en las décadas siguientes. Mientras que en el terreno social, los cambios económicos y políticos producidos después de la guerra con Chile y que se acaban de mencionar, lanzaron a la contienda a las primeras capas del movimiento obrero, a las capas medias, y a grupos de artesanos y burócratas.

    El surgimiento de estas masas políticas fue encuadrado dentro del Partido Aprista Peruano y la Unión Revolucionariade Sánchez Cerro y Luis A. Flores, los únicos grupos dotados de organización y de presencia en Lima y en las principales ciudades. No ocurrió lo mismo ni con el Partido Comunista, entrampado en sus disputas internas luego de la desaparición de Mariátegui, ni con los conservadores, quienes prefirieron su representación en las filas del fascismo de Flores y sus seguidores. La derecha no tuvo, por cierto, un pensamiento uniforme y coherente sobre el curso a seguir ni sobre las políticas centrales, aunque concordaba sobre la necesidad de atajar el peligro comunista (y para ella apristas y comunistas eran lo mismo), de impedir el laicismo en el Estado, de pensar en las fuerzas armadas como garantes del orden, del reconocimiento del Occidente, y de España por lo tanto, como encarnación de la civilización, de la hispanidad y de los reyes católicos como expresiones y símbolos de una identidad. Los indios eran los sobrevivientes de un pasado excelso, pero su interés hacia parte del folklore y en el mejor de los casos debían recorrer un largo camino antes de ser tenidos en cuenta.

    En esos términos fue totalmente comprensible que los grupos de derecha siguieran en los diarios de Lima los incidentes casi cotidianos que se desarrollaban en la península, y que vieron con temor o con esperanza la marcha cambiante del proceso. Porque los que estaba en el centro del conflicto en España eran los mismos que nutrían los temores de estos grupos. Como diría Eugenio Montes, propagandista de la causa franquista en la América Latina, en su conferencia del 10 de junio de 1938 en el Teatro Municipal:

    "durante doscientos cincuenta años por lo menos han estado los españoles de América y los de Hispania península, no ya lejanos sino de espaldas unos a otros; y que España se sentía herida por esta ausencia de Hispanidad en América, como la hispanidad de América se sentía herida por hallarse ausente de España..Comienza ahora una reconquista del espíritu español...si España estaba ausente de América es porque se hallaba ausente de si misma, pero ¡qué hondas de españolismo no habrá en vosotros cuando el 17 de julio de 1936 al son de las trompetas españolas, todo vuestro ser se sintió conmovido y quien más, quien menos, sintió que allí se iba a decidir vuestro destino nacional".

    El destino de la derecha, por cierto. Porque en el otro extremo del espectro político, la izquierda, si bien los textos de un César Vallejo, de César Falcón, o de Eudocio Ravines, testimonian con elocuencia su posición, por su lejanía no tuvieron trascendencia inmediata. Igualmente debe mencionarse el desempeño de la hija de Falcón, Irene, quien luego de la guerra se desempeñara como secretaria de Dolores Ibarruri, la leyendaria "Pasionaria" del "¡no pasarán!". El caso más extraño de este silencio es el del Apra, que como partido optó por el mutismo, salvo el caso de algunos exiliados como Luis A. Sánchez y Manuel Seoane, quienes desde Chile expresaron su solidaridad con la república española. El crítico más panfletario fue Manuel Bedoya, quien después de saludar inicialmente al gobierno de Benavides en El otro Caín, escribió en 1939 el libro El general Bebevidas. Monstruo de América. (Lágrimas y sangre del calvario de un pueblo), que es una crítica despiadada a quien cuyas simpatías por el franquismo eran inocultables.

    Entender los avatares de la guerra civil española, por lo tanto, implica no sólo conocer el conflicto como tal, sino configurar los parámetros del pensamiento de la derecha peruana, tarea tanto más necesaria cuando el interés por las clases populares que predomina en las investigaciones sociales de hoy corre el riesgo de ocultar la importancia igualmente necesaria de investigar los resortes del poder y la ideología de la clase propietaria que hasta hoy trazó la historia del país.

    Pero no solamente se trata de la derecha. La guerra también fue perdida porque el amacijo de fuerzas que convivieron durante la República, las contradicciones y el sectarismo entre el Frente Popular y sus aliados más cercanos, el Komintern y sus cambiantes políticas internacionales en función de sus estrechos egoísmos domésticos, la escisión y el enfrentamiento entre los sindicatos socialistas de la Unión General de Trabajadores (UGT) y los sindicatos anarquistas de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), el enfrentamiento abierto del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), de Trotskistas con los fieles de Stalin, anunciaron premonitoriamente la derrota, que una y otra vez se repite en otros tiempos y bajo otros cielos.

    Bogotá, noviembre de 2013.