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    Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional

    versión impresa ISSN 1997-4485

    Rev. Fuent. Cong. v.7 n.29 La Paz dic. 2013

     

    INVESTIGACIÓN

     

    Historia de las bibliotecas en méxico

     

    History of libraries in mexico

     

     

    Robert Endean Gamboa*
    * Maestro en Bibliotecología. Vicepresidente de Academia Mexicana de Bibliografía de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Presidente de la Sección de Políticas de Información de la Asociación Mexicana de Bibliotecarios.

     

     


    Resumen

    México es un país complejo por la diversidad de su territorio, por su multiculturalidad y por ser el escenario de procesos socio-culturales que de manera muy marcada e identificable han cambiado las formas de vida de los pueblos que lo han habitado. En el devenir permanente y mutable de su historia, se instalaron desde el pasado determinados repositorios para servir a la realización del desarrollo cultural, social, económico y/o político. Las bibliotecas son unos repositorios que llegaron a adquirir cierto carácter institucional con el paso del tiempo, por lo que tratamos de reconocerlas en la presente narración, desde la antigüedad prehispánica hasta el México de hoy.

    Palabras clave <Historia><Bibliotecas><Cultura><Sociedad>< México>


    Abstract

    Mexico is a complex country by the diversity of its territory, for its multiculturalism and for being the setting of socio-cultural processes that marked and identifiable way have changed the ways of life of the peoples that have inhabited. The permanent and changeable future of their history, were installed since last certain repositories to serve the realization of cultural, social, economic and/or political development. Libraries are repositories that reached a certain institutional acquire over time, so we try to recognize in this story, from ancient prehispanic Mexico until today.

    Keywords <History><Libraries><Culture><Society><Mexico>


     

     

    Introducción

    México tiene una historia bibliotecaria abundante y variada de la que sólo conocemos una parte, pues aún hay muchos indicios de que en el pasado las personas y las agrupaciones u organizaciones de todo tipo reunieron informaciones documentadas en repositorios, para servirse de ellas en la realización de determinados cometidos.(1)

    Este país es multicultural y en su territorio existen realidades muy diversas, en las que la convivencia y la lucha, la comunión y el disenso, la inclusión y la exclusión, la lealtad y la traición, o sea, todo parece estar en un sistema de opuestos que aunque se nos muestren en la latencia de una aparente calma constituyen un todo que puede esconder vértigos de intranquilidad y bullicio.

    La historia nacional es un crisol de claroscuros y destacadas luces centelleantes que nos atraen, aunque al acercarnos a veces podemos encontrar que son fulgores de mojiganga, de farra o de guateque. Así, descubrimos que los demonios del pasado tenían escondidas sus aureolas de benditos, que los simples podían ser brutales, o que los héroes fueron demasiado humanos como para que nombren una calle, un parque o una estatua.

    Entre verdades y mentiras, los testimonios pasados de las bibliotecas se abren paso como el rey desnudo que a cada tramo pretende vestir las ropas de los tiempos: De tlacuilo en el pasado, de fraile o cortesano en el Virreinato, más delante de literato, burgués o magistrado, hasta llegar a mostrarse hoy con hábitos de académico o de burócrata.

    Más no se piense que el recuento histórico de las bibliotecas mexicanas es harina pobre en saco sin fondo, ni se crea que no vale ni media moneda. Pues las bibliotecas en México guardan secretos de cosas que se acallaron en días pretéritos, reservas sobre saberes y amores, sobre ansiedades y desvelos que han movido a los que bien que mal hicieron esta Patria. Para descubrir esos escondrijos necesitamos que el lector apague la luz de su entendimiento y nos permita contarle el cuento, fatalmente incompleto, de lo que ocurrió hasta hoy a las bibliotecas mexicanas. 1, 2 y 3. Empieza nuestra historia...

     

    1. Bibliotecas prehispánicas

    México es una nación de territorio complejo en su orografía, su hidrografía, su diversidad climática y por la forma como sus pobladores lo han modificado desde hace más de dos mil años. Los historiadores y los arqueólogos han dividido en dos grandes segmentos este territorio: Mesoamérica al Sur y Aridoamérica al Norte.(2) Con esta partición, nos han enseñado que los grandes pueblos que originalmente se asentaron en el territorio produjeron las formas más altas de cultura en Mesoamérica.

    Así tenemos que en el Sur florecieron hasta el refinamiento más exquisito los pueblos Maya, Olmeca, Zapoteco, Mixteco, Tolteca, Teotihuacano, Azteca, Purépecha, Huasteco y muchos más, de los que cada día nos asombran las noticias que develan nuevas de su pasado.

    En oposición, Aridoamérica se nos presentaba como el gran espacio del Norte donde deambulaban pueblos nómadas y bárbaros llamados "chichimecas". Sólo hasta hace unas pocas décadas, se difundieron informaciones sobre la existencia antigua de una cultura que en esa zona tuvo un alto grado de desarrollo: El pueblo Paquimé, que corresponde a la región de Oasisamérica, donde vivieron en el Norte otros importantes grupos humanos que igualmente mostraron grandes desarrollos culturales.

    En este opulento espacio, desde antes de la era cristiana los pueblos mesoamericanos comenzaron a desarrollar incipientes formas de escritura. No todos llegaron a poseer un sistema completo, pero los mayas si consiguieron tenerlo. Entre los mixtecos, nahuas y otros grupos étnicos, al no tener una escritura completa, se mantenía la tradición oral. Asimismo, en algunos casos, como los olmecas, los zapotecos y los huastecos, los pueblos tuvieron formas de escritura propias, pero es muy poco lo que sabemos sobre ellas.

    "El discurso meso americano, y por tanto su escritura, se basa en un sistema de convenciones plásticas a partir de la imagen codificada para transcribir la lengua natural en la que fue escrita. Esta naturaleza nos dará como resultado una multiplicidad de elementos que se actualizarán como la expresión o el significante de sus signos lingüísticos" (Mohary Fernández, 2006, p. 21).

    Como cualquier otra escritura, tenía como función principal comunicar y, al mismo tiempo, representar de manera plástica elementos del mundo real, simbolizar y aludir a su cosmovisión cultural. Cumplía también una función social, religiosa, política, científica, artística, filosófica; es decir, una función pragmática. Los elementos de esta escritura son varios; entre los más importantes podemos mencionar el tamaño, los colores, el uso del espacio, las posiciones, las figuras, los colores, la orientación y la perspectiva indígenas.(3)

    Una característica de los sistemas de escritura es que los más desarrollados se aplicaban en distintos soportes, probablemente por razones prácticas. De esta manera, la escritura maya tiene ejemplos de inscripciones grabadas, pintadas o modeladas en códices, estelas, monolitos, altares, piedras circulares, dinteles, paredes, escaleras, tronos, piezas de cerámica, objetos de jade, orejeras e, incluso, en su propio cuerpo, pues según algunos cronistas españoles, se tatuaban su nombre en el brazo.

    El valor asignado a la escritura debió variar entre las distintas culturas mesoamericanas, pero en algunos casos, y para ciertos soportes, es probable que ocasionara la necesidad de resguardar los objetos portadores de mensajes escritos.

    En julio de 1924, apareció en las páginas del semanario estadounidense de interés general The literary quarterly una noticia sorprendente, que se refería al descubrimiento, ocurrido cerca de la ciudad de México, de lo que se consideró que eran los vestigios de una biblioteca prehistórica.

    A partir de los sedimentos de lava volcánica y cenizas que cubrían el hallazgo se determinó una antigüedad de siete mil años, por lo que -se aseguró debió haber pertenecido a la cultura mongola que habitó el Valle de México antes de la llegada de los aztecas y los toltecas.(4)

    Los arqueólogos William Niven y J.H. Cornyn que hicieron el descubrimiento se refirieron a las características encontradas en lo que debió ser esa biblioteca, mismas que describieron de la siguiente manera:

    •   Los libros eran tablas de piedra grabadas y pintadas, de varios tamaños. Se informaba que parecían ser de barro cocido.

    •   La escritura aparecía en cinco lados de la piedra.

    •   Algunos libros estaban en bruto y otros mostraban un alto grado de habilidad en su elaboración.

    •   Se extendían por un largo período de tiempo.

    •   Mostraban símbolos de elementos de la naturaleza y animales míticos, principalmente de estrellas, pues la civilización mongola sabía mucho de los cielos. Además, los había con dibujos arquitectónicos coloreados, que mostraban cada dimensión y piso de varias pirámides y templos.

    •   Las piezas se habían caído de estantes, donde evidentemente se hallaban colocadas.

    •   Tres volcanes del cono del Valle de México se encontraban permanentemente activos, y los flujos de la lava y ceniza que emanaban debieron cubrir esta biblioteca y enterrar a sus asistentes.

    Iguíniz hizo eco a quienes en la primera mitad del siglo XX aseguraban que entre los pueblos antiguos del territorio mexicano existieron "verdaderas bibliotecas, o sean [sic] lugares especiales, sostenidos por el Estado, para la conservación de los manuscritos o códices pictóricos" (Iguíniz, 1998, p. 171).

    Citando al historiador Orozco y Berra, agregó que los traxcaltecas, aliados de los castellanos, al ocupar la ciudad de Texcoco destruyeron la biblioteca que tenía la monarquía del lugar. Además, al invadir la capital perecieron las bibliotecas del México antiguo, los depósitos de manuscritos en los templos (teocalli) y los documentos que tenían los particulares.

    Por su parte, Peñalosa afirmó que cuando llegaron los españoles notaron la existencia de libros con jeroglíficos en los templos, que estaban al cuidado de los sacerdotes. Según este autor, más que ante una biblioteca estaríamos en presencia de una entidad de naturaleza archivística.

    Para Armendáriz Sánchez, los códices (amoxtli) y las bibliotecas (amoxcalli) prehispánicos(5) son materia de estudio interdisciplinario. En esas obras y locales estaban representadas la historia, la religión, el gobierno, la economía y la administración.

    Lau ha comentado que en México existían lugares para la reproducción, transmisión y promoción de la información antes de que llegaran los españoles en 1519. En particular, los aztecas tenían instituciones parecidas a las bibliotecas, a las que llamaban amoxcalli, o sea, la casa de los amoxtli, que eran los códices pictográficos en los que se registraron asuntos económicos, sociales y políticos de este reino del centro de México. Este estado de cosas se repitió en otros pueblos indígenas que tuvieron asentamientos urbanos, como fue el caso de los mayas.

    No sabemos cómo pudieron ser los amoxcalli que albergarían esas obras, o cómo se les tendría ordenadas, ni cómo sería el funcionamiento de estos sitios, aunque si tenemos conocimiento de que se encontraban instalados en espacios destinados al gobierno o la religión, y que su cuidado estaba a cargo de escribanos-pintores (tlacuilos) (6) encargados de redactar y copiar los códices, además de custodiarlos para su conservación y uso.

    En resumen, tenemos que algunos creen que los pueblos prehispánicos tuvieron bibliotecas, otros prefieren aclarar que eran depósitos de manuscritos o instituciones parecidas a las bibliotecas, en algunos casos se especifica que se trataba de sitios que tenían una naturaleza más archivística. En paralelo, están quienes prefieren asignar un nombre prehispánico a esos sitios para identificarlos como una entidad que existió pero de la que casi nada conocemos. En relación a esta indefinición, Osorio Romero (1988) escribió que no sabemos a ciencia cierta si los pueblos prehispánicos tenían bibliotecas, pues los conceptos de 'biblioteca' y 'libro' son de origen europeo, además de que los mismos han cambiado al pasar los años.(7)

    Los españoles llegaron al territorio mexicano en 1519 y dos años después se consumaría la Conquista, cuando se destruyeron numerosos sitios de resguardo y códices mesoamericanos. Hubo muchos casos de devastación, pero los más sonados fueron los ejecutados más tarde por dos frailes de alto rango; tal fue el acontecido en 1562 con el auto de fe de Maní, en Yucatán, donde fray Diego de Landa quemó alrededor de veintisiete códices yucatecos. Las otras pérdidas fueron causadas por fray Juan de Zumárraga, quien entre 1536 y 1543 ordenó la destrucción de varios escritos indígenas en la Nueva España.(8)

    La consecuencia de esa devastación ha resultado en que muy pocos son los documentos prehispánicos que llegaron hasta nuestros días. En paralelo, sabemos que los indios siguieron produciendo textos hasta el siglo XVII, casi doscientos años después de la conquista de Tenochtitlan. Además, en algunos poblados del territorio mexicano aún se elaboran escritos de la comunidad en lenguas indígenas con caracteres latinos, lo que algunos toman como un indicio de una presunta línea de continuidad cultural.(9)

    Para concluir nuestro recorrido por las bibliotecas prehispánicas, tenemos que Armendáriz Sánchez (2009, p. 101) aseveró que "la influencia de los amoxtli se dio en tres principales planos sobre las bibliotecas de los clérigos [novohispanos], los cuales son:

    1)  La selección y adquisición de obras de apoyo para la evangelización;

    2)  Materiales de carácter artístico enfocado a la pintura para el uso de las habilidades de los grupos indígenas en la decoración de los templos y el desarrollo de las ciencias, sobre todo las naturales y geográficas;

    3) Para la educación de los estudiantes criollos, indígenas y españoles en el nuevo continente con base en las necesidades existentes".

     

    2. Bibliotecas en el Virreinato de la Nueva España

    Para Osorio Romero (1986), las bibliotecas creadas en la cultura novohispana del siglo XVI respondían a la concepción de la biblioteca renacentista como consecuencia del cambio en el aspecto físico del libro, en los temas y en los idiomas de los contenidos, así como por la difusión expansiva de las obras a través de libreros que tenían intereses lucrativos, ideológicos y culturales.

    En el origen de las primeras bibliotecas del territorio novohispano se presentaron varios factores y necesidades, entre los que destacamos los siguientes:

    •   La conquista, evangelización y colonización plantearon cuestionamientos en la visión que se tenía del mundo y en la propia creencia del mundo que tenía el europeo. Algunos de estos cuestionamientos se referían a la existencia de los indios en la creación del mundo y a la naturaleza humana o racional del indio.

    •   Los misioneros enfrentaron dudas en la administración de los sacramentos, en especial el bautismo y el matrimonio, debido a las diferencias culturales que encontraron.

    •   La educación de los indios en la cultura occidental para prepararlos como ayudantes de los religiosos en los actos litúrgicos, en la predicación de la doctrina y para la aculturación de los nativos y su integración al Imperio hizo muy necesario contar con los libros adecuados para evitar la confusión y la mala interpretación.

    •   Las clases altas de la muy sofisticada y bien estructurada sociedad mexicana mostraron niveles elevados de cultura, por lo que el sencillo sistema del catecismo y las ceremonias no resultaron ser los modos más adecuados para su conversión, además de que darles el mismo tratamiento que al común de la población sería negar su reconocimiento como miembros privilegiados de la sociedad azteca.

    Grupos selectos de la nobleza india tuvieron acceso a la cultura europea, al libro y a las bibliotecas por un breve tiempo en los años inmediatos a la conquista, pero luego se suprimió esa posibilidad y el acceso fue privilegio exclusivo de la población blanca a lo largo del período virreinal.

    Millares Carlo (1981, p. 268) escribió que "la formación de las librerías o bibliotecas entre los siglos XVI y XVIII debióse, en su casi totalidad, a prelados, sacerdotes y religiosos, en especial a estos últimos (agustinos, jesuitas, franciscanos, dominicos y mercedarios)".

    En este concierto de ideas, notamos que los primeros esfuerzos educativos de los indios fueron realizados entre 1523 y 1527 con los libros que llevaban los religiosos consigo, y esta situación siguió incluso cuando en este último año se inauguró el Colegio de San José de los Naturales en el Convento de San Francisco de México.

    Cuando en diciembre de 1528 llegó como primer obispo de México, el religioso erasmista franciscano fray Juan de Zumárraga llevaba consigo una parte de su biblioteca, pues el resto lo había dejado en España. Durante los años 1532 y 1534, estuvo en España para su consagración episcopal y llevó a cabo gestiones cuyo fruto fue la cédula real del 21 de mayo de 1534 que decretó la creación de una biblioteca episcopal, con indicaciones claras sobre la procedencia del dinero para formarla.

    De esta manera, la primera biblioteca de una institución novohispana fue la episcopal, que según Osorio Romero (1986) algunas han confundido con la del propio obispo Zumárraga, aunque -dice el mismo autor- la biblioteca de éste se dispersó a su muerte en 1548,(10) pudiéndose encontrar algunos de sus libros en las bibliotecas del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, de la Catedral de México y del Convento de San Francisco de México.

    En el transcurrir del arribo e instalación de las diversas órdenes religiosas,(11) con el establecimiento de la primera imprenta de México en 1539, tras la conformación de las diócesis y las provincias de la religión, y con el asentamiento del Tribunal del Santo Oficio en 1571, al final del siglo XVI había en la Nueva España bibliotecas de particulares, de colegios y seminarios. Las primeras tenían tamaños variables y estaban más abiertas a las novedades, o sea, a la heterodoxia; mientras, las bibliotecas de los colegios y seminarios tuvieron al menos 100 volúmenes, que generalmente correspondían a materias de teología, liturgia, predicación, filosofía, historia y literatura.

    Rodríguez-Buckingham ha propuesto una posible vinculación de las imprentas con las bibliotecas monásticas en la América española durante este primer siglo. Así, luego de mostrar las coincidencias en el uso de letras capitulares y un frontispicio en libros distintos que fueron publicados en diferentes momentos en Nueva España, Perú y Europa, sugirió que al tener las bibliotecas monásticas libros que procedían de varias partes del mundo es probable que los impresores y artistas del libro tuviesen acceso a esas colecciones y que de esta manera hubiesen copiado los temas y los motivos.

    A finales del siglo de la Conquista, las primeras órdenes religiosas estaban conformando redes de bibliotecas controladas desde las cabezas de sus respectivas provincias. De esta manera, González Quiñones ha señalado las siguientes disposiciones estatutarias sobre el uso del libro en los conventos franciscanos:

    •   Tengan más libros que los necesarios, y esto a juicio del Provincial.

    •   Todo lo que dejan los que mueren en Provincia extraña, pertenecen a la suya. Todos los libros se han de aplicar a las librerías.

    •   Qué libros se podrán dar a los religiosos y con qué cautela.

    •   Los libros que estuviesen en celdas particulares, se vuelvan a las librerías.

    •   Cómo se podrán sacar libros de las librerías.

    A este respecto, Mathes (1986, pp. 21-22)) apuntó que "dado que muchos de los ejemplares donados al Convento de San Francisco [de México] eran de mayor utilidad en otras bibliotecas, muchos se distribuyeron en otros conventos franciscanos del Virreinato".

    Esta colaboración entre las bibliotecas fue considerada por Osorio Romero (1986), quien la identificó como una característica de la época barroca novo-hispana, o sea, del período que va de fines del siglo XVI hasta inicios del siglo XVIII. Tenemos así que las principales características de esa colaboración fueron los traslados de libros, el control provincial o central a través de instrucciones para la organización y el uso de los acervos, el levantamiento regular de inventarios para el control y la ejecución de visitas jurídicas y el uso de anotaciones de propiedad y marcas de fuego( 12) para identificar los libros pertenecientes a cada biblioteca.

    La época barroca fue muy significativa en la historia de las bibliotecas de la Nueva España. Así, comentó Osorio Romero (1986, pp. 257) que "las bibliotecas particulares de la época... reflejan en la composición de su acervo los intereses intelectuales de un período especialmente inquieto y angustiado de nuestra historia". Entre las bibliotecas conocidas de particulares destacan las de Bartolomé González, Francisco Alonso de Sossa, el médico Alfonso Núñez, Melchor Pérez de Soto, el profesor y estudioso Carlos de Sigüenza y Góngora,(13) y sor Juana Inés de la Cruz.

    Además, en este lapso sobresalieron, entre otras, las bibliotecas del Colegio de San Pablo, del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, del Real y más Antiguo Colegio de San Ildefonso, del Colegio de San Gregorio, del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, del Convento de San Francisco de México, y del Convento de San Gabriel de Cholula

    En el caso particular de los franciscanos, Desde 1662, se dieron instrucciones para que cada convento franciscano de la Provincia del Santo Evangelio tuviera un bibliotecario, quien debía ser un conocedor de libros. En caso de que no hubiera alguien con ese perfil, se elegirían para el cargo los profesores de teología y escolástica, o los lectores de casos. De esta manera, el perfil del bibliotecario era el del conocedor de libros (librorum notitia pollens), lo cual indica que debía ser un estudioso, con cierta autoridad y a quien se hacía referencia para saber sobre los libros: para obtener recomendaciones de libros para leer o resolver dudas o atender casos, para conocer interpretaciones de los libros o de enunciados de los autores, o para obtener indicaciones sobre dónde encontrar algún libro específico. (14)

    Con el cambio de la dinastía española al iniciar el siglo XVIII, y como resultado de las modificaciones que emprendió la monarquía borbónica en sus políticas económica y social hacia las posesiones de ultramar, se matizó el criollismo en torno a las bibliotecas. También hubo traslados de colecciones y pérdidas de bibliotecas conventuales por los procesos de secularización realizados por las diócesis. En 1755, don Juan José de Eguiara y Eguren publicó el primer volumen de su obra Bibliotheca mexicana, que es la primera bibliografía realizada sobre las producciones de autores mexicanos. La creación y publicación de esta obra fue un alarde del criollismo dieciochesco, que así buscaba responder a las consideraciones que había escrito el abate Manuel Martí en una carta, en la que calificaba de carentes de intelecto, cultura y bibliotecas a las Indias Occidentales.

    Osorio Romero (1986, p. 258) ha indicado que "al acercarnos a la segunda mitad del siglo XVIII el contenido de las bibliotecas empezó a cambiar, especialmente el de las particulares. En sus acervos aparecen con más frecuencia libros escritos en francés, italiano y algunos en lengua inglesa. Circulan cada vez más las obras... de los llamados controversistas o refutadores".

    Al enfocarnos en un caso dieciochesco, tenemos que la biblioteca del Convento de San Francisco de Veracruz debía contar con un local habilitado para albergar los libros y para usarlos, pues esa casa franciscana recibía huéspedes que estaban en tránsito. Su acervo constaba, en el primer tercio del siglo, de 160 volúmenes, y hacia el final llegó a tener 279 volúmenes, entre los que resaltaban las obras predicables y las narraciones históricas escritas, primordialmente, en latín y castellano, aunque también había textos en mexicano, italiano y francés. Estaba organizada por un inventario y una clasificación que correspondía con la ubicación espacial de las obras, identificándose éstas mayormente por el nombre del autor.

    Otra biblioteca fue la del Real y Pontificio Seminario Tridentino de Puebla, que a mediados del siglo XVII se creó incorporando la biblioteca personal del obispo Juan de Palafox y Mendoza. Tenía estantes con puertas alambradas y varios instrumentos curiosos, además de que a mediados del siglo XVIII se calculaba que su acervo ascendía a veinte mil volúmenes. Con la reestructuración que se le hizo, en 1773 se instaló en un espacio con forma de paralelogramo de 43 x 11.75 metros, se le dotó de estantería de cedro blanco con tres cuerpos de 824 casilleros con puertas alambradas, además de agregar en la parte superior bustos de los sabios de la antigüedad. Asimismo, el obispo promulgo las reglas y ordenamientos que regirían la conservación y el uso de esta biblioteca.

    En el siglo XVIII, circularon en la ciudad capital ejemplares latinos y castellanos del Tratado de los estudios monásticos del benedictino Juan Mabillón, que fue una importante obra para las bibliotecas, pues incluía un catálogo de libros selectos para componer una biblioteca eclesiástica, en cuya parte final se agregó un listado titulado "Los Bibliotecarios, y los catálogos de las bibliotecas".

    Añadamos que varios bibliotecarios de esta centuria consultaban repertorios bibliográficos para identificar autores y títulos, así como resúmenes y comentarios sobre las obras. Tenemos como ejemplo a fray Francisco Antonio de la Rosa Figueroa, quien fue bibliotecario del Convento de San Francisco de México de 1747 a 1758, y luego otra vez de 1760 a 1770. Para sus trabajos en la biblioteca, tenía en su haber y consultaba, entre otras, las siguientes obras:

    • Dos de Antonio Possevino: El Apparatus sacer ad scriptores veteris et novi testamenti (Venecia, 1603-1606), que era una obra de tres volúmenes que consignaba noticias de no menos de 600 autores; y la Biblioteca selecta qua agitar de ratione studiorum in historia... (Roma, 1593), que era un compendio de conocimientos de la Contrarreforma.

    •   La Bibliographia crítica sacra et prophana (Madrid, 1740-1742), en cuatro volúmenes, del trinitario descalzo Miguel de San José.

    •   La Bibliotheca sancta... (Lugduni, 1575), de Sixto Senense.

    •   La Bibliotheca scriptorum SocietatisJesu (Roma, 1676), en las ediciones de Sotwell o Sotuvelo.

    •   La Bibliotheca hispana... (siglo XVII), de Nicolás Antonio.

    •   La Bibliotheca universa franciscana (Madrid, 1732-1733), de fray Juan de San Antonio.

    "Algunos autores han afirmado que al llegar el fin del siglo XVIII la gran riqueza bibliográfica que Nueva España acumuló en las etapas anteriores se desorganizó y empezó a destruirse. Esta afirmación es parcial. Es cierto que durante la segunda mitad del siglo los grandes tesoros bibliográficos sufrieron un reacomodo... [que] principió con el proceso de secularización iniciado en 1757(15) y continuó en 1767 con la expulsión de los jesuitas" (16) (Osorio Romero, 1986, p. 259).

    Precisamente, la salida forzada de los jesuitas fue motivo de desconcierto y enojo entre sus alumnos, parientes y amigos, al grado que hubo importantes manifestaciones de repudio en los actuales estados de Michoacán, Guanajuato y San Luis Potosí. Es de notar que los jesuitas alimentaron con sus ideas la identidad y el arraigo de los criollos y los mestizos que estudiaron en sus colegios; e hicieron eso enalteciendo el pasado indígena, minimizando el peso que se daba a la Conquista y enfatizando la importancia de los cultos y las creencias locales.

    Esta situación se mantuvo como un fermento de malestar que poco a poco se fue enraizando, al grado que precisamente en la región donde se encontraban los estados de Michoacán y Guanajuato se presentaron nuevas inconformidades sociales. En esta región, estaba el Colegio de San Nicolás en Valladolid, Michoacán (hoy Morelia), que al comenzar el siglo XIX se lanzaba a una carrera ascendente dentro del mundo intelectual novohispano. En sus aulas, un selecto grupo de maestros y alumnos nicolaitas se involucró más tarde en el movimiento de Indenpendencia; entre ellos, podemos mencionar a Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos, José Sixto Verduzco, José María Izazaga e Ignacio López Rayón.

    La biblioteca de este Colegio fue muy importante y es un ejemplo de la situación de estabilidad de las bibliotecas en la primera década del siglo XIX. Llegó a tener una colección con algunos miles de volúmenes, sobre todo porque se había engrosado con obras procedentes de las bibliotecas del las casas jesuitas suprimidas, aunque más tarde, con el movimiento independentista, inició su dispersión y se vio afectada por continuos saqueos que mermaron su acervo.

     

    3. Bibliotecas en el siglo XIX

    Entre 1810 y 1821, el suelo novohispano se vio convulsionado por levantamientos insurgentes en la región Central, Centro-occidental y Sur, que avanzaban y retrocedían con rumbo a la capital del país. El 27 de septiembre de 1821, cuando el Ejército Trigarante(17) entró vencedor a la Ciudad de México, concluyó formalmente la lucha y se consumó la Independencia de México.

    Un año antes, en 1820, las cortes españolas promulgaron un decreto mediante el cual se establecía la supresión de las órdenes religiosas. En la Nueva España, se recibió la noticia con la fórmula que se había utilizado durante la mayor parte del Virreinato -"acato, pero no obedezco"-, excepto en el Departamento de Yucatán, en donde a inicios del siguiente año, por los intereses del gobierno y de la diócesis, se aplicó con todo rigor el decreto y en un santiamén desapareció toda la Provincia Franciscana de San José, y entre la destrucción y el saqueo no quedó rastro alguno de sus bibliotecas y archivos.(18)

    El despertar de la nación independiente mostró la existencia de una riqueza bibliotecaria de valor imponderable, que fue heredada por la nueva nación. Además, todos los gobernantes que ha tenido México hasta ahora han matizado, de distintas maneras, la necesidad de ilustrar a la población, por lo que la biblioteca siempre ha sido mencionada o referida en sus discursos.

    Sin embargo, en el siglo XIX se vivió una gran inestabilidad política por los continuos enfrentamientos de grupos en la capital y en las distintas regiones, por la permanente dependencia que tenía la capital de los recursos provenientes de las regiones, por las fricciones que causaron los intentos que desde la capital se hacían para construir una identidad nacional, para mantener la unidad territorial, para atender los problemas nacionales y para aplicar proyectos de nación, así como por las complejas relaciones de las élites de México con los gobiernos estadounidense y europeos.

    En varias partes del país, surgieron los clubes, sociedades, gabinetes o círculos, donde los asistentes contribuían para la compra de los libros que circulaban entre ellos. Algunos de estos esfuerzos se dieron en Michoacán, donde el gobernador intentó en 1823 el establecimiento de esos gabinetes en los ayuntamientos. Más tarde, ocurrió lo mismo en Yucatán, donde las sociedades literarias establecieron, entre 1848 y 1850, bibliotecas sostenidas por la cooperación de los abonados.(19)

    En medio de esta fragua para hacer un país, surgió la idea de tener una Biblioteca Nacional. La intención se manifestó por primera vez en 1828 y hasta 1833 se había negado la consideración de realizar el proyecto en tres ocasiones. Es de notar que estas negativas no respondieron sólo a razones ideológicas o políticas, sino a la difícil situación económica que atravesaba el erario.

    Los conceptos que se ventilaban en los postulados para hacer una nueva biblioteca con carácter nacional y público entendían esta segunda característica -lo público- de una manera distinta a como se había concebido en el pasado, pues las bibliotecas que anteriormente eran consideradas públicas, como era el caso de la Biblioteca Turriana, que estaba instalada en la Catedral, estaban abiertas a todo el público, en la medida en que todo el público podía entenderse en una sociedad estratificada y desigual. (20)

    La desigualdad social del régimen anterior es algo que pervivía cuando se discutió sobre crear la Biblioteca Nacional, pero un asunto ponderable es que se manifestó un interés por renovar la colección, esto es, no se proponía conformar un acervo nuevo con lo que ya se tenía de los fondos conventuales o colegiales del período virreinal, sino más bien que esta biblioteca se distinguiera por las novedades compradas para el sector ilustrado de la población, con lo cual se planteó una posición para mejorar el acceso institucional a la biblioteca.

    Esta diferencia entre hacer una biblioteca con una colección nueva o hacerla con los remanentes del pasado no es algo original del momento que tratamos, pues ya tiene larga historia y es determinante de la concepción que tenemos de la biblioteca. De esta manera, más tarde en México se crearían bibliotecas públicas de colección nueva y bibliotecas públicas de colección remendada, o sea, confeccionada con los retazos de otras bibliotecas.

    Hasta 1833, como parte de la reforma educativa, se decretó la creación de la Biblioteca Nacional y Pública y se prescribió la formación de su colección con fondos provenientes del Colegio de Santos, de la Real Universidad y de una compra a Lorenzo de Zavala; además, se considerarían un monto pequeño para adquirir libros y la aceptación de donaciones. El mobiliario se tomó de la Real Universidad y se nombró al Bibliotecario Nacional y a un Vicebibliotecario. Casi se acabó de clasificar el acervo en 1834; aunque por razones políticas este proyecto se desbarató y se impuso devolver las colecciones que se habían reunido.

    Las primeras bibliotecas públicas del siglo aparecieron entre 1827 y 1833 en los estados de Oaxaca, Zacatecas y México. En el primer caso, se convirtió en pública la biblioteca del Instituto de Ciencias y Artes del Estado. Asimismo, no faltaron los obstáculos para establecer bibliotecas públicas en varias partes del país, principalmente por razones financieras, y así tenemos que algunas de ellas debieron conformarse con libros que pertenecieron a seminarios, colegios y conventos creados en el antiguo régimen, que serían de gran valor histórico, pero poco uso en esos momentos.

    Fernández de Zamora (2001, p. 23) ha indicado las siguientes características de las bibliotecas públicas a lo largo de la centuria:

    •   "Primero se mantuvo la noción de apertura que se heredó de las instituciones religiosas que habían abierto sus bibliotecas a todo el público. De hecho, el acceso al público en muchas bibliotecas pertenecientes a instituciones privadas continúa presentándose como una tendencia desde el siglo XIX.

    •   Luego se dieron iniciativas personales con la creación de bibliotecas por suscripción o para socios. Esta tendencia se mantuvo a todo lo largo del siglo XIX y continuó durante el siglo XX; y

    •   Después de la consumación de la Independencia, se propuso al gobierno que asumiera su responsabilidad de difusión de las letras y la cultura, apoyando a la formación del ciudadano con el establecimiento de bibliotecas públicas. Esta idea se mantiene con fuerza en México hasta nuestros días".

    Con los albores de la segunda mitad del siglo, tenemos que "la ausencia de bibliotecas en México era el resultado de los carentes proyectos educativos. Liberales y conservadores pensaban que las bibliotecas traerían la civilización, como si se tratara de un acto de magia. Pero mientras la educación no fuera realmente popular y óptima, no surgiría ni siquiera la necesidad de instalar bibliotecas" (Vázquez Mantecón, Flamenco Ramírez y Herrero Bervera, 1987, p. 80).

    Con la promulgación de la constitución política de 1857, la confrontación entre los liberales y los conservadores llegó al límite, pues en su texto decretaba la separación de la Iglesia y el Estado, desconocía los tribunales eclesiásticos y militares, además de que establecía el registro civil, desconociendo así el registro parroquial. En pleno conflicto, el Presidente Juárez decretó la primera reforma destinada a nacionalizar los bienes eclesiásticos,(21) incluidas las bibliotecas de conventos, seminarios y colegios. Así, los bienes del clero secular y regular pasaron a ser de la nación, y en particular los impresos, manuscritos y otros recursos culturales pasarían a los museos, las bibliotecas, los archivos y otros establecimientos públicos.

    Es de llamar la atención que la triste situación que pasaban las bibliotecas institucionales tenía su opuesto en la posición en que se encontraban las bibliotecas de particulares que se vieron involucrados en el desarrollo de la educación y la cultura del país. Entre esas bibliotecas, las que más destacaron fueron la de Mariano Galván Rivera, Joaquín García Icazbalceta, Manuel Orozco y Berra, Lucas Alamán, Juan N. Almonte, Manuel Payno, Guillermo Prieto, José Fernando Ramírez y José María Vigil, entre otros.

    Este siglo fue de bonanza para los bibliófilos de lo mexicano, pero también fue de gran saqueo de bibliotecas y archivos, pues a falta de control muchas importantes obras que pudieron conformar el patrimonio bibliográfico nacional se vendieron al extranjero o salieron para ser vendidas o subastadas en Europa o Estados Unidos.

    En medio de este desorden, proliferaron los trabajos bibliográficos especializados y de todo tipo desde 1867. Asimismo, algunos bibliófilos destacados se dieron a la tarea de elaborar repertorios generales de toda la producción bibliográfica de este suelo desde el momento en que se estableció la imprenta. Como resultado, se produjeron las siguientes bibliografías:

    •   Bibliografía mexicana del siglo XVI, realizada por Joaquín García Icazbalceta y publicada en 1886, presentándose como un catálogo razonado de los libros impresos en México de 1539 a 1600, con biografías y partes de algunos textos registrados. Contenía 116 registros. En 1903, le añadió registros Nicolás León, a quien siguieron otros estudiosos.

    •   Ensayo bibliográfico mexicano del siglo XVII, fue iniciado por Agustín Fischer y lo concluyó Vicente de Paula Andrade. Fue publicado en 1900 y tenía 1,228 registros ordenados cronológicamente.

    •   Bibliografía mexicana del siglo XVIII, que se le encargó en 1900 a Nicolás León Calderón, y fue publicada entre 1902 y 1908. Contenía más de 3,300 registros y reproducciones de algunos manuscritos, reproducciones de libros raros y extractos.

    En el caso de la Biblioteca Nacional, desde 1843 hubo otros intentos para reactivar el proyecto de hacerla, y a partir de 1851 inició una campaña en la prensa para crearla. Con la expedición de un decreto en 1856, se impulsó el establecimiento de la Biblioteca Nacional con los fondos recabados de colegios y conventos. Sin embargo, el avance era lento y lo alcanzó la invasión francesa que instauró el Imperio de Maximiliano de Habsburgo, por lo que el proyecto fue de nuevo suprimido.

    Con la expulsión de los franceses y la restauración de la república, en 1867 se retomó el proyecto de la Biblioteca Nacional, y en noviembre de ese año se expidió un decreto que le entregó la antigua Iglesia de San Agustín como sede. Desde este momento, se le concedió la calidad del depósito legal para enriquecer sus fondos. Ese mismo año, se habilitó y abrió una biblioteca en la Capilla de la Tercera Orden de esa iglesia para dar servicio bibliotecario al público.

    La obra material para habilitar la Biblioteca Nacional en el sitio del antiguo templo se llevó más de 15 años, por lo que fue formalmente inaugurada hasta 1884 con más de cien mil volúmenes, de los cuales dos tercios trataban sobre teología debido a que procedían de los conventos, la Catedral y la Universidad. No obstante, se le dieron partidas presupuestales para hacer compras de libros. La biblioteca anexa de la Capilla de la Tercera Orden se cerró, pero luego volvió a funcionar como Biblioteca Nocturna, entre los años 1893 y 1915.

    El período de la historia de México comprendido entre 1876 y 1911 se llama la "época porfiriana" o el "porfiriato", que fue cuando gobernó el país el presidente Porfirio Díaz. Durante este período prosperaron las bibliotecas por el ambiente de paz que se pudo establecer, por el desarrollo económico, por la apertura al extranjero, por el nacionalismo del gobierno que dio gran impulso a la historiografía, la arqueología y la bibliografía, así como por el control y la dirección gubernamentales de la enseñanza.

    Se establecieron y reforzaron las bibliotecas públicas, se crearon bibliotecas en las cabeceras estatales, se conformaron bibliotecas en las instituciones de enseñanza, y las mismas secretarías del gabinete abrirían sus bibliotecas para el acceso al público. Prosperaron las bibliotecas en los institutos y colegios de los estados, en las sociedades científicas y literarias, además de que México estuvo presente en los congresos internacionales de bibliografía más importantes de la época.

    No obstante, la desigualdad social era enorme, con una avasalladora mayoría de mexicanos excluida de la educación, el desarrollo y el progreso, sobre todo en las áreas rurales. Con el alborear del siglo XX, grandes sectores de blancos, mestizos e indios manifestaron en repetidas ocasiones su inconformidad con levantamientos, algunos de los cuales fueron reprimidos de manera brutal por el gobierno nacional, generando así las condiciones para el movimiento revolucionario que marcó y transformó el curso histórico de México.

     

    4. Bibliotecas en el siglo XX

    El siglo pasado en México nació dos veces, una con el cambio de centuria y otra con la revolución. El malestar acumulado hacia 1910 tenía varios rostros: El del criollo y el mestizo del Norte de la nación, que veían negadas las posibilidades para participar en muchos acontecimientos de la vida política, económica y social de sus regiones. También estaban los indios y los mestizos retenidos en las estancias rurales y haciendas del Centro, Sur y Sureste del país, que muchas veces debían trabajar en condiciones cercanas a la esclavitud.

    Hay muchos relatos sobre la barbarie de los revolucionarios y los militares, quienes utilizaron volúmenes sustraídos de las bibliotecas para calentarse, para cocinar, para dormir, para limpiar sus cuerpos y de otras maneras. También hubieron quemas de libros y saqueos sin cuenta, aunque a menudo los segundos fueron realizados personas instruidas que sí conocían el valor de lo que había en las bibliotecas.

    Algunas instituciones bibliotecarias de la capital gozaban de gran estimación y prestigio, como la Biblioteca Nacional, las bibliotecas de las escuelas de estudios universitarios, como la de Jurisprudencia y la de Altos Estudios, o la Biblioteca del Museo Nacional.

    En las primeras tres décadas que siguieron al inicio del movimiento revolucionario, confluyeron intenciones diversas para mejorar la condición social, económica y, sobre todo, la cultural del pueblo mexicano. Como parte sustancial de los esfuerzos que se emprendieron, las escuelas y las bibliotecas estuvieron siempre en la consideración de los gobernantes.

    A partir de la creación de la Secretaría de Educación Pública en 1921, dio inicio una cruzada nacional en tres sentidos: Publicaciones, escuela y bibliotecas. El artífice de los programas que se establecieron fue José Vasconcelos, un oaxaqueño enigmático y poderoso que tuvo su momento de mayores logros y reconocimiento durante los siguientes cuatro años, en los cuales ejecutó acciones de gran envergadura y largo aliento que cambiaron la faz del país en materia de educación y acceso al libro y al conocimiento.

    De esta manera, se imprimieron gran cantidad de títulos, en cuya confección participaron animadamente escritores, artistas gráficos, promotores sociales y aquéllos que estaban dispuestos a dejarse envolver por la pasión del cambio que embargaba a todos. Con los libros listos, se formaban colecciones para enviarlas a todos los puntos del país, tanto a las escuelas como a las bibliotecas.

    "Vasconcelos pensaba a inicios de los años veinte que las bibliotecas eran santuarios, lugares de meditación y elevación espiritual; eran la casa perdurable, la mansión del Espíritu inmortal de una raza que es digna del Espíritu; para los niños era un complemento de la escuela. Al crear bibliotecas se ofrecía el pensamiento universal a la población entera, por lo que entrar a una biblioteca era un privilegio, un gran placer" (Fernández de Zamora, 2001, pp. 25-26).

    Los números pueden ser más elocuentes para mostrar el impacto de esta cruzada de Vasconcelos, pues al final de 1923 se tenían 929 bibliotecas públicas, en las que había más de cien mil libros. Un año después, al final de su gestión, reportó haber dejado instaladas 2,426 bibliotecas públicas.

    Como parte de este programa, se estableció una tipología de las bibliotecas: Urbanas, rurales, obreras, generales, escolares, ambulantes, y circulantes; además, otros productos bibliotecarios se pusieron a disposición, como la sala infantil, la biblioteca nocturna, la sección de periódicos y revistas, así como servicios bibliotecarios tales como el préstamo a domicilio, o los servicios culturales, como las exposiciones, las conferencias y otros.

    Es importante señalar que para cuando esto ocurría, en el país se habían realizado esfuerzos para formar bibliotecarios desde el año siguiente de la segunda invasión estadounidense, o sea, en 1915. Un año después, empezaría a operar la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archiveros, instalada como parte de la Biblioteca Nacional; sin embargo, la inestable situación del país llevó a suspender este empeño en 1918. Para paliar esta desventurada situación, en la Biblioteca Nacional operaron personajes comprometidos con el proyecto educativo bibliotecario; este fue el caso de Juan B. Iguíniz, quien continuó impartiendo diversos cursos.

    Confiados en que la educación y la cultura deberían ser útiles y servir para cambiar la situación del país y para resolver la violencia que se vivía, los intelectuales mexicanos, durante la segunda y la tercera décadas, se esforzaron para construir el nacionalismo revolucionario como política del Estado, esto es, trataron de que el pueblo fuera tema y se viera reflejado en las artes, en la literatura y en las producciones artísticas e intelectuales de todo tipo.(22)

    En las bibliotecas, tanto en las nuevas como en las que abrieron sus puertas a todo el público, se pintaron motivos nacionalistas, se realizaron actividades culturales con temas populares nacionalistas, se buscó reflejar en las colecciones los temas cívicos y literarios de interés nacionalista, y la biblioteca toda se convirtió en un vehículo del nacionalismo integrador de la identidad mexicana revolucionaria.

    Ante el cierre de la primera escuela de bibliotecarios, se conformó en 1924 la Asociación de Bibliotecarios Mexicanos con el ánimo de promover la labor bibliotecaria y contribuir al desarrollo de las bibliotecas del país.(23) Los impulsores de esta Asociación también lo fueron de la segunda escuela de bibliotecarios, que comenzó a funcionar en 1925.

    Es de notar que durante este siglo la formación de bibliotecarios profesionales ha sido un camino sinuoso, que no siempre ha estado a la par de la historiografía de las bibliotecas, esto es, son dos mundos que sólo en determinados momentos han podido coincidir, sin haberlo logrado completamente hasta ahora. Más bien, la capacitación para el trabajo o la formación técnica son las opciones que se han mostrado más conformes para atender los requerimientos de las bibliotecas.

    Entre las paradojas que se manifestaron en la primera mitad del siglo, estuvieron los debates al respecto de cómo se debían organizar las bibliotecas, así como la cada vez más expansiva presencia de las opiniones y las normativas estadounidenses en los asuntos y los discursos de los bibliotecarios mexicanos.

    En mayo de 1928, seis delegados mexicanos, mayormente del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública, asistieron invitados al congreso de la American Library Association en West Baden. Los bibliotecarios de la asociación estadounidense y los delegados mexicanos convinieron las ciertas resoluciones.

    1.   Intercambio de bibliotecarios, estudiantes y empleados a través de becas.

    2.   Canje de publicaciones.

    3.   Establecimiento de un servicio de información bibliográfica gubernamental por parte de México.

    4.   Inclusión de las bibliotecas mexicanas en las listas o catálogos de colecciones especiales de la Library of Congress.

    5.   Extensión del servicio bibliográfico para que eruditos y bibliotecarios estadounidenses puedan comprar en México libros mexicanos.

    6.   Adopción de reglas de catalogación uniformes entre los países.

    7.   Envío de exposiciones que muestren el desarrollo cultural de los países.

    8.   Traducción al español de publicaciones más útiles de las bibliotecas estadounidenses.

    9.   Listar libros estadounidenses que pudieran servir para niños, para las bibliotecas mexicanas y para traducirse al español.

    10.  Solicitud de apoyo a los bibliotecarios estadounidenses para que ayuden a crear una sección dedicada a libros sobre Estados Unidos en la Biblioteca Nacional de México.

    11.  Solicitud a la Sección de Niños de la Asociación, para que prepare una colección de libros infantiles y que se envié completamente catalogada, en calidad de obsequio, a la Biblioteca Lincoln de la ciudad de México.

    12.  Propósito de que todos los bibliotecarios mexicanos se hagan miembros de la Asociación estadounidense y que participen en sus actividades, con el propósito de impulsar el progreso profesional y la cooperación intelectual.

    13.  Propósito de publicar las minutas de las reuniones bilaterales en español e inglés.(24)

    Un año después de este encuentro, la Universidad Nacional consiguió su autonomía, y entre los haberes que el gobierno federal le entregó estuvo la Biblioteca Nacional, que a partir de ese momento y hasta 1967 dependió directamente de la Rectoría de esa institución educativa, pasando después a ser parte de un instituto de investigación de la misma casa de estudios.

    El crecimiento de la cantidad de bibliotecas del país ha sido compulsivo, generalmente como resultado de diversas acciones que como la cruzada de Vasconcelos han tenido detonadores muy específicos. De esta manera, después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos consideró a México como un socio estratégico para sus intentos de influir en los países del Continente Americano y evitar el ingreso de las ideas socialistas y comunistas.

    A partir de 1956, Estados Unidos apoyó la creación del Programa de Desarrollo Bibliotecario de la Organización de Estados Americanos, que se estableció a partir de la noción de que el acceso a la información y al conocimiento en forma impresa es esencial para la economía y el progreso técnico.

    Este Programa propuso desde su inicio dos líneas de trabajo:

    •   Mejorar la educación bibliotecaria. De esta manera, bibliotecarios mexicanos pudieron acudir a estudiar biblioteconomía en Estados Unidos.

    •   Crear herramientas bibliográficas para América Latina. En esta materia, se hicieron manuales y estándares, además de que se intercambiaron publicaciones.(25)

    A partir de los años 60 y 70, las bibliotecas especializadas y algunas universitarias crecieron mediante apoyos gubernamentales que recibieron, y que paradójicamente fueron mayores en la siguiente década, cuando el país debió sortear una gran crisis económica. Precisamente, en la década los 80 hubo una gran expansión bibliotecaria a través del Programa Nacional de Bibliotecas Públicas, por el cual se fue conformando la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, que al día de hoy tiene más de 7,200 bibliotecas públicas en casi todos los municipios de México.

    En esta misma década, la Secretaría de Educación Pública y la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones Educativas convocaron y reunieron a los responsables de los sistemas bibliotecarios de las universidades públicas -excluyendo a las grandes instituciones de la capital del país- para buscar establecer formas de reorganización mejores, más racionales y más baratas para sus bibliotecas. Quienes cumplieran con los lineamientos establecidos, podrían recibir apoyos federales para su desarrollo. Estos esfuerzos llevaron a constituir en los años siguientes el Consejo Nacional para Asuntos Bibliotecarios de las Instituciones de Educación Superior, que ahora agrupa cuarenta instituciones con más de dos mil bibliotecas académicas.

    Además, en el mismo lapso de tiempo comenzó un crecimiento no visto antes en la creación de instituciones de educación media y superior, lo que llevó a un incremento en la cantidad de bibliotecas preuniversitarias y universitarias en ella nación.

    Al llegar al siglo XXI, México tiene varios miles de bibliotecas, estimándose que debe haber entre quince y veinte mil, pues las estadísticas no son muy seguras. Está la Biblioteca Nacional que tiene la Universidad Nacional y hay otras cuatro bibliotecas que se ostentan como nacionales. Además, está la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, las bibliotecas escolares integradas en torno al Programa Nacional de Lectura, las bibliotecas universitarias agrupadas en el Consejo Nacional para Asuntos

    Bibliotecarios de las Instituciones de Educación Superior, las bibliotecas universitarias que no son parte de ese Consejo, las bibliotecas especializadas y muchas otras bibliotecas que no entran en la tipología tradicional.

    Estas tantas bibliotecas enfrentan dos grandes problemas, que son los siguientes:

    •   Falta de arraigo de la biblioteca en la población. Esto es, las bibliotecas parecen ser instituciones trasplantadas, de las que no se duda su utilidad, aunque a la par no se les da mucho valor, como si fueran objetos de uso, de interés ocasional, renovables y fácilmente sustituibles.

    •   Poco hábito de lectura y de utilización de las bibliotecas como fuentes de información. Este problema se vincula con el anterior, y resulta de una situación social y cultural ocasionada por la testarudez de las élites que controlan la educación y la cultura, y que están empeñadas en que las cosas sólo se hagan a su modo (como si México fuera un país nórdico), al tiempo que la mayoría de la población reiteradamente manifiesta su indiferencia y rechazo, o sólo se involucra ocasionalmente en las actividades culturales que se le ofrecen.

     

    5. Comentarios finales

    Para terminar nuestro relato, es importante que notemos que en los pueblos mexicanos ha existido desde antiguo la voluntad de hacer y de ser, y que en los empeños de los sujetos han participado la información, el conocimiento y los repositorios.

    A partir del siglo XVI, identificamos en este territorio una forma de repositorio que es la biblioteca, cuyo concepto se ha multiplicado de conformidad con los espacios y los momentos en que se le ha aplicado. El recorrido que hicimos desde este punto, muestra la grandeza de los empeños realizados por los criollos y los mestizos para arraigar la institución bibliotecaria en el suelo mexicano.

    No obstante, el común denominador de todas las bibliotecas de nuestra historia es que están bajo el control de los grupos que detentan el poder político, económico, cultural y social del país, quienes a lo largo de esta travesía temporal hemos visto que han usado la biblioteca para atender distintos intereses y como parte de proyectos específicos.

    Esto último no nos resulta extraño, ni tampoco nos espanta enterarnos de los esfuerzos de diversos agentes de la cultura hegemónica para intervenir, corregir y reparar los contados casos que hasta donde sabemos han existido, cuando las comunidades han querido hacer sus propios repositorios y resguardar su saber.

    Y es que como dice el refrán: "Al toro por las astas, y al hombre por la palabra".

    Fin de esta historia.

    NOTAS

    1.     Agradezco al historiador Luis Fernando Díaz Ávalos todo el apoyo que me brindó.

    2.     Hay un pequeño segmento en el Norte del país, en el estado de Chihuahua, que es parte de otra región llamada Oasisamérica, que se extiende con más amplitud en los Estados Unidos.

    3.     Cita de Joaquín Galarza, en Mohar y Fernández, 2006, p. 21.

    4.     Es de notar que las hipótesis sobre el origen de los pueblos mesoamericanos han sido diversas. En una de ellas, se concibió que los mongoles migraron al Oriente y debieron cruzar el Estrecho de Bering para así poblar el continente americano. Esta hipótesis ha gozado de gran aceptación, aunque existen varios hallazgos paleontológicos y arqueológicos que la han puesto en duda.

    5.     Es de notar que estos nombres corresponden al idioma náhuatl.

    6.     En la cultura maya, se tenía al aj'tsib, que era el escriba o narrador, y al yuxul, que era el grabador, pulidor y bruñidor. Estos dos a menudo trabajarían juntos.

    7.     El concepto de 'códice' también corresponde a la cultura europea, aunque eso no ha impedido que se hable de códices mexicanos.

    8.     Algunos autores prefieren no tocar el tema de la destrucción de los documentos del pasado mesoamericano durante la Conquista y la colonización hispana. En cambio, otros han tratado de justificar lo ocurrido, como es el caso de Iguíniz (1998, p. 174), quien apoyándose en Orozco y Berra escribió: "Comprendemos la necesidad en que se vieron aquellos buenos misioneros para destruir los objetos pertenecientes al idolátrico culto; no los censuramos, sabiéndonos colocar en las condiciones del tiempo y de las circunstancias; sin embargo, duélenos mucho aquellas destrucciones en que perecieron los tesoros científicos de un pueblo".

    9.     Para algunos investigadores, no es posible que exista esa línea de continuidad. Así, tenemos por ejemplo la siguiente afirmación: "Al profundizar en el universo cultural de los mayas, no debemos perder de vista que carecemos de la competencia lingüística para decodificar sus mensajes. Tampoco hemos podido desentrañar la clave para descifrar su sistema de escritura. Más aún, no manejamos términos apropiados para referirnos a las especificidades de su código, sin caer en una visión occidentalizada y etnocéntrica" (Martel, 2009, 107).

    10.   Según Mathes (1982, p. 25), esta biblioteca pudo haber tenido 400 volúmenes cuando murió su dueño.

    11.   En 1523 llegaron los primeros franciscanos a la Nueva España, en 1526 los dominicos, en 1533 los agustinos, en 1572 los jesuitas, en 1585 los carmelitas descalzos, y en 1594 los mercedarios.

    12.   Debido a la pérdida y hurto constantes de libros en la bibliotecas, comenzaron a poner una señal de propiedad en los libros de un modo parecido a como se aplican los sellos de cera, pero más semejante al marcado del ganado. Para ello, se usaban herrajes calientes presionados contra los cantos y así dejaban una hendidura indeleble que indicaba que el libro era propiedad de la biblioteca. A esta señal se le llama "marca de fuego".

    13.   Sigüenza y Góngora (1645-1700) es un caso muy interesante, pues según consta en su testamento él tenía en su poder códices mexicanos. Va a continuación la parte del testamento donde aparece: "38.-Con mayor desvelo y solicitud y gasto muy considerable de mi hacienda he / conseguido diferentes libros o mapas originales de los antiguos indios mexi- / canos, que ellos en su gentilidad llamaban texamatl o Amoxtle, y aunque / mi ánimo fue siempre remitir algunos de ellos a la librería Vaticana / donde se conserva uno, muchos años ha, con grande aprecio, otros al Escorial /y los restantes a la Biblioteca del gran duque de Florencia, quien por ma- / no del excelentísimo señor duque de Jovenazo me lo había insinuado, tengo / por más conveniente que alhajas tan dignas de aprecio y veneración por / su antigüedad, y ser originales se conserven en dicha librería del Colegio / Máximo de Señor San Pedro y San Pablo. Y aunque siempre estuve con /intención de hacer una explicación muy por menudo de ellas declarando / sus caracteres y figuras, no permitiéndolo al presente la gravedad de mi / achaque, procurare si la Divina Majestad me lo concede misericordiosamente / hacerlo sucintamente. El cual papel juntamente con dichos mapas mando / se entreguen al muy reverendo padre rectos Ambrosio Odón. Y para que estén seguros / y nunca falten de allí, y se preserven de polilla, mando que en algún es- / tante o mesa donde su paternidad mandare se haga un cajón / de cedro de La Habana muy curioso con su llave, y gastando en ello de mi ha- / cienda cuanto fuere necesario...". Testamento... 1700, fs. 8-8v. Agradezco al Acervo Histórico del Archivo General de Notarías del GDF las facilidades otorgadas para la reproducción con fines académicos del siguiente material.

    14.   Cf. Miscelánea de constituciones y leyes particulares..., 1667, p. 149.

    15. Por la cédula real de secularización de 1757, se prescribió que la separación de los frailes de los curatos debía ser llevada a cabo con juiciosa consideración y sin que se procediera con gran rigor en contra de los religiosos desposeídos, debiéndose reflexionar su estado, sus fondos y las limosnas de cuales subsistían sus conventos. Las bibliotecas de los conventos secularizados se trasladaron a las casas que conservaron las órdenes religiosas, o sirvieron para formar bibliotecas de instituciones administradas por los obispos.

    17.   Este ejército existió entre 1820 y 1821 estando encabezado por Agustín de Iturbide. Su nombre se debió a que defendía tres garantías: Religión católica, como la única tolerada en el país, la independencia de México y la unión entre los bandos de la guerra.

    18.   Entre 1848 y 1863, el abate Brasseur de Bourbourg (1814-1874) viajó como misionero por México y Centroamérica. En Mérida, Yucatán, encontró en las ruinas de la biblioteca del Convento de San Francisco el Códice Troano, mismo que sustrajo y se llevó a Europa. Más tarde, en 1862, descubrió en la biblioteca de la Real Academia de Historia la Relación de las cosas de Yucatán, de fray Diego de Landa, con la que dos años después pretendió traducir el códice maya. El Códice Troano se identificó como incompleto y se le reunió con el Códice Contesiano, por lo que ahora se le nombra "Códice Tro-Cortesiano" y se encuentra en el Museo de América de Madrid.

    19.   Fernández de Zamora, 2001, pp. 20-21.

    20.   En este sentido, la biblioteca pública en el

    régimen virreinal sería aquella que daría sólo acceso físico a la población, aunque en sus componentes no fuera igualitario el acceso social, o a pesar de que el acceso institucional estuviera orientado únicamente a una parte de la población, o aunque no hubieran condiciones para los accesos psicológico e intelectual. De esta manera, las pretendidas bibliotecas públicas del Virreinato serían instituciones muy acotadas en su acceso. Esta idea ha sido expresada con otros términos por Fernández de Zamora, 2001, pp. 13 y 19.

    21.   Esta ley fue promulgada por el Presidente Benito Juárez el 12 de julio de 1859.

    22.   Hubo un señalado interés por la cultura popular, como entendemos en la siguiente cita: "Durante los 32 años considerados, un nutrido grupo de intelectuales y artistas dedicó buena parte de su tiempo a realizar tareas de difusión; entre otros trabajos, esa élite impartió cursos y conferencias, proporcionó asesorías al Estado y escribió libros y artículos en periódicos y revistas. Toda esa labor significó la voluntad de transmitir sus conocimientos a un mayor número de personas, pero también tuvo que ver con el deseo de encontrar tribunas difusoras de sus intereses y preocupaciones, los cuales, o bien eran independientes del nuevo proyecto cultural, o bien lo hacían suyo". Cf. La cultura popular..., 1989, p. 7.

    23.   Cano Andaluz y Esstudillo García, 2007, pp. 167-168.

    24.   Malvido Gregg, 1928, pp. 285-286.

    25.   Seal, 1996, pp. 85-86

     

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