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    Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional

    Print version ISSN 1997-4485

    Rev. Fuent. Cong. vol.7 no.28 La Paz Oct. 2013

     

    RESEÑAS

     

    Tiwanaku, la cuna de la civilización andina

    Un libro de Patricia Montano

     

     

    Jedú Antonio Sagárnaga

     

     


     

     

    Acudo a esta cita gracias a la gentil invitación de Patricia Montano, una intelectual y amiga muy apreciada.

    Pero acudo, a la vez, porque allí donde se rinda algún homenaje a la figura de don Carlos Ponce Sanginés, estaré o procuraré estar yo. Aunque nunca compartimos un aula universitaria, le consideré y considero mi maestro... pero a la vez mi amigo. Analizar la obra de Montano es, en gran medida, analizar la obra de Ponce ya que, corno ella misma dice, este libro trata de divulgar la obra de éste investigador. Según mi humilde entendimiento, y en palabras sencillas, lo que ha hecho Patricia ha sido intentar poner en "fácil" la un tanto "difícil" producción intelectual de Ponce. Tarea gratificante, porque los escritos de los cientistas normalmente son poco comprensibles por el grueso de las personas quienes, justamente, precisan conocer el fruto de esas investigaciones.

    Pocas veces leí una tan ajustada descripción de Ponce, como la que ha hecho Luis Oporto Ordóñez en el prólogo del libro que hoy se presenta en su 2a edición, según la cual "fue una dínamo imparable, investigador impenitente, acucioso, tenaz, temperamental, incluso orgulloso. Su carácter fuerte e indoblegable le trajo antipatías, sumadas al celo profesional que despertó...".

    A Luis le faltó decir que don Chaly fue un acre crítico. Desmenuzó la labor de quienes le habían antecedido, y de sus contemporáneos, en un intento por aplicar el método de la crítica que incluye la observación del error con el propósito de la enmienda.

    De esta forma, no podemos sino tratar de analizar la obra del maestro con mirada crítica, pero siempre con la distancia temporal, pues cierto es que "los científicos somos hijos de nuestro tiempo". La obra de Ponce Sanginés tiene un doble significado: Su empecinado interés por la protección del Pa-trimonio Arqueológico, que le llevó a inventariar, conservar y restaurar varios monumentos, además de inventar sistemas de catalogación y registro para lograr su cometido.

    Pero a la vez, como pocos en su época, elaboró cuadros explicativos hipotéticos sobre el desarrollo de Tiwanaku y otras formaciones sociales que se desarrollaron en lo que hoy es Bolivia, y que aún hoy son la base sobre la que descansa gran parte de la interpretación que hacemos los actuales arqueólogos, quienes por ello estamos en deuda.

    Pero no le rendiríamos verdadero homenaje, si a la vez no asumimos una actitud crítica para evaluar su obra y la nuestra propia. En tal sentido, quien habla ha acogido muchas de las propuestas de Ponce, pero también se ha apartado de algunas en virtud de su propia indagación.

    Con total humildad y respeto debo señalar, por ejemplo, que en mi percepción lo que Ponce llamó Tiwanaku Aldeano, era en realidad parte de un Horizonte más amplio y extendido en el altiplano norte que en el Perú llaman "Qaluyo" y que acá decimos "Chiripa". La trayectoria de Tiwanaku empezaría, por tanto, en la época que Ponce llamara "Urbano-temprana", y que Bennett llamó "Temprana", acertando casualmente en su cronología de tres épocas. No comparto en cambio la más reciente propuesta del colega Janusek, para quien la época 111 de Ponce no sería sino el Formativo Tardío.

    Como propusiera Ponce, a la larga Tiwanaku constituyó un Estado poderoso que bien podemos llamar Imperio, pese al conflicto que el uso de ese epíteto puede acarrear. Pero sin duda, un Estado competitivo colindante al norte, se había tornado tan o más poderoso: Wari. Y acá debe quedar claro que Wari no se reduce al sitio epónimo en el departamento de Ayacucho, Perú. Hoy se sabe que su expansión fue admirable y cada vez se hallan más centros afiliados a esta formación social gracias, fundamentalmente, al impulso que recibe la arqueología en el vecino país, desde el gobierno central; lo que paradójicamente no sucede en Bolivia donde la Arqueología ahora no es ni la quinta rueda del coche.

     

     

    En los últimos años me he abocado con bastante entusiasmo, más que con recursos, al estudio de la época de los constructores de las torres funerarias, conocidas comúnmente como chullpares. Estos empezaron a erigirse tras la caída de Tiwanaku en el s. XII. Y sus constructores poco o nada tienen que ver con Tiwanaku, ni en lo social, ni en lo político, ni en lo religioso. La muestra de su cultura material (arquitectura, lítica, cerámica, metalurgia, etc.) se aleja bastante de aquella que produjeron los tiwanakotas. Es como si hubiesen sido dos pueblos totalmente distintos, por tanto, con orígenes también distintos. Tal vez invasores venidos del Sur o tal vez los molió a quienes aludió Ponce. Esa situación nos sugiere que incluso el idioma de unos y de otros pudo haber sido diferente, y esto podría apuntalar la tesis de Torero que tanto disgustó a mi maestro.

    No quiero ahondar, ni extenderme, aunque en varios de mis escritos estoy desarrollando mis conjeturas lo más rigurosamente posible.

    Pero antes de terminar quisiera hacer énfasis en un aspecto. Los teóricos de la arqueología contemporánea, han desacreditado la Arqueología Nacionalista como una forma de especulación muchas veces alejada de la realidad por su tendencia chauvinista y el uso político que se pueda hacer de ella. Por ello mismo, Ponce fue objeto de crítica por parte de sus antagonistas. Sin embargo, no podemos sustraernos al hecho de que Bolivia no solo no ha consolidado su identidad, sino que sus habitantes poseen una muy baja autoestima. Una historia de derrotas a lo largo de su época republicana, no ha hecho sino configurar una mentalidad de perdedor en las y los bolivianos que, más que nunca, necesitamos referentes históricos que sirvan como pilastras sobre las que erijamos nuestra razón de patria, aunque estos sean imaginarios colectivos. Hace un par de años, cuando dábamos la bienvenida a la primera edición del libro de Patricia Montano, el historiador y amigo entrañable Luis Oporto, preguntaba "¿cuántos países pueden decir que en su territorio se erigió un imperio? Por tanto debemos sentirnos orgullosos de que el Imperio de Tiwanaku se haya asentado en lo que hoy es Bolivia". Comparto el valioso criterio y me hago eco del mismo. Sin duda Tiwanaku es el referente histórico más importante que tenemos y por tanto merece mayor indagación científica y requiere con urgencia mayores políticas de conservación.

    Solo me resta agradecer profundamente a Patricia Montano no solo por la lealtad a quien fuera su esposo, sino por mantener viva su memoria y su empecinada labor de divulgación.

    Gracias también a Uds. por su atención.