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    Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional

    versión impresa ISSN 1997-4485

    Rev. Fuent. Cong. v.7 n.28 La Paz oct. 2013

     

    HOMENAJE

     

    En Memoria: La placidez irremplazable

     

     

    Carolina Cappa y María Domínguez*
    * Este artículo es una colaboración a título personal y no institucional de Carolina Cappa y María Domínguez,
    quienes en la actualidad están a cargo de la catalogación del archivo fílmico de la Fundación Cinemateca Boliviana,
    en el marco del proyecto "Imágenes de Bolivia".

     

     


     

     

    En La Paz el lunes 7 de octubre de 2013 falleció Plácido Martín Alí Merlo, joven de 50 años que desde los 15 trabajó en la Cinemateca Boliviana. Lo que sigue a continuación es una rememoración personal de este colega archivista fílmico quien durante casi 30 años se dedicó principalmente a ser el proyeccionista de 16 y 35 mm. Pero en realidad, según conversaciones sostenidas con él y con sus compañeros de trabajo, Plácido hacía todo. Inquieto y laborioso, se dedicaba al mantenimiento de los equipos, a catalogar, a reparar películas, a recibir taquilla, a limpiar. Era un experto.

    En la pequeña sala de proyección de la antigua sede de la Cinemateca Boliviana, ubicada en la calle Pichincha esquina Indaburo, Plácido exhibía películas de 35 mm con un proyector que funcionaba a carbón y que siguió en uso hasta el cierre esa sede. Con estos aparatos se debían cambiar los lápices de carbono cada 30 minutos porque se gastaban y la luz de la lámpara se apagaba. Los lápices traían una tapa que protegía al proyeccionista de quemarse con las chispas que saltaban. La sala se llenaba de humo y muchas veces el conducto de expulsión se tapaba, el cual Plácido también limpiaba. Sus compañeros recuerdan como desarmaba los proyectores hasta sus piezas más pequeñas para limpiarlos con gasolina y luego volverlos a armar justo un rato antes de una exhibición.

    Plácido fue también responsable de la catalogación de las películas del archivo fílmico de la Cinemateca. Junto a Javier Luna, su compañero más cercano, realizaron el registro de cada lata y con Ana Sotomayor y Clemencia Nina (quienes aún trabajan en la Cinemateca) trasladaron las más de 30.000 latas de películas desde la Pichincha y el almacén de la calle Armentia al actual edificio en Sopocachi. Cuentan que lo hacían a las 5 mañana porque más tarde el centro urbano era pura trancadera y al llegar debían subir dos pisos por escalera. La mayoría de las latas eran de 35 mm, de las grandes, que entre cinco o más juntas completan la duración de un largometraje. Este era el equipo de archivistas anónimos que, junto a otros, catalogaron las películas que por Bolivia habían transitado desde principios del siglo XX, sin quienes los historiadores no podrían haber realizado sus investigaciones.

    Hacia el 2007 las cosas cambiaron, tanto con el nuevo edificio como con la industria del cine. De acuerdo a lo que Plácido contaba, él vislumbraba que el DVD sería la muerte de una época. No se equivocaba del todo pues hoy las salas de cine no se llenan como antes mientras la pipoca y el centro comercial limita al cine a un espectáculo para niños o adultos consumistas. El 35 mm también desaparecerá en poco menos de un año para ser reemplazado en tocias sus fases de producción y exhibición por el efímero digital que expresa su fin desde su propia materialidad. En plena transformación tecnológica de su oficio, Plácido dejó la Cinemateca en 2008.

    El 10 de agosto de 2013 lo invitamos a las visitas al archivo. Era el emotivo comienzo de "Peripecias y Encantos", un ciclo de exhibiciones de las otras películas del archivo, las ignotas. Nadie más que Plácido para hablarnos de la historia detrás de ese lugar. Más tarde nos acompañaría unas pocas semanas revisando películas. Con profundo respeto y humildad, Plácido transmitía sus conocimientos y emociones. Su tarea en la Cinemateca se convirtió en su oficio, aprendido a partir de la experiencia del quehacer cotidiano (y no del conocimiento académico) y del amor por el cine.

    Plácido ha dejado un vacío irremplazable, un saber que nadie o muy pocos conocen. El mismo día de su muerte se rompió la movióla donde catalogamos; no había nadie más que Plácido que supiera arreglarla con los ojos cerrados. Se llevó consigo un conocimiento único, lamentablemente no transferido, que el progreso y la desmemoria harán desvanecer. Era un ser imprescindible, no sólo para el cine sino para la vida de muchos amigos y familiares que lo recuerdan en silencio.