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    Fuentes, Revista de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional

    versión impresa ISSN 1997-4485

    Rev. Fuent. Cong. v.4 n.11 La Paz dic. 2010

     

    LAS PÁGINAS DEL EDITOR

     

    A PROPÓSITO DEL BICENTENARIO DE POTOSÍ: APORTE DE LA MINERÍA NORTEPOTOSINA A LA HISTORIA SOCIAL

     

     


    Potosí todavía festeja el bicentenario de su independencia. Mucha tinta ha corrido en la prensa escrita sobre este tema, destacando aspectos fundamentales de su historia, en la que se reivindicó la Batalla de Suipacha en 1810.

    Pero poco se dijo sobre las provincias del interior del Departamento de Potosí. El propósito de esta nota es destacar el aporte del Norte de Potosí a la historia social y económica de Bolivia.

    La región fue conocida en el siglo XVI, pues llegó hasta sus cumbres el capitán español Juan del Valle, quien sin embargo se retiró frustrado al encontrar una montaña mineralizada de estaño al que llamaban "plomo blanco". Las minas fueron explotadas de forma incipiente e intermitente durante los siglos XVI al XVIII. Entre los mineros citamos al célebre Antonio López de Quiroga, dueño de las vetas de Titiri y Ocurí en 1661; Felipe de Soto Marmudejo "descubridor de vetas en Chayanta y dueño del socavón de Yaco" en 1676. En 1720 Antonio Plaza era Teniente de Corregidor en los asientos de minas de Amayapampa, Uncía y Orcopata. Uno de los propietarios más ricos era Domingo de Burruega, quien describe en 1731 a Uncía como "mineral yermo y despoblado". Pero también estaba allí Juana María del Carpio, minera y empresaria, quien entabló juicio a Burruega por la propiedad de las minas de Uncía "Juan del Valle", "La Salteada" o "San Nicolás". Juan B. Ormachea, era dueño de minas de plata en Aullagas y Uncía entre 1731 y 1804.

    Las rebeliones indigenales provocaron el abandono de las labores mineras, pero el Gobernador Pino Manrique describe a Uncía como "un pueblo tumultuariamente levantado por la codicia". En 1826 John B. Pentland informa que en las minas de Ocurí se explotaba plata y óxido de estaño y en las de Capacirca y Chayanta, oro. En 1846, José María Dalence informa que existían 8 minas en trabajo y 130 abandonadas, con mano de obra de mujeres (palliris) y niños. En 1872, Honorato Blacutt volvió a explotar en el cerro "Juan del Valle" una veta a la que denominó "La Salvadora".

    Hacia fines del siglo XIX, las minas de Uncía eran explotadas por tres hombres, pioneros en la industria del estaño: John B. Minchin, Pastor Sainz y Simón I. Patiño. Sainz vendió su empresa a la Compañía Estañífera de Llallagua. Detrás, pululaba un enjambre de mineros chicos y medianos, que buscaban la oportunidad para acceder al universo celestial de los privilegiados: Dulfredo Campos, Pedro Artigue, Donaciano Ibañez, Agustín David, Bebin Hnos., los que escribieron, cada uno a su modo, parte de la historia mineral del país. Patiño describe a Uncía como "una pobre colección de casas que pretendía tener alguna semblanza de un pueblo".

    El descubrimiento de la fabulosa veta "La Salvadora" por Patiño, motivó la creación de la tercera sección municipal de la provincia Charcas (1906) y la creación de la Provincia Bustillo (1908). En 1921 el Congreso reconoció a Uncía como ciudad, el mismo día que llegó el tren desde Machacamarca. La minería del estaño atrajo capitalistas chilenos, pero también obreros y mineros especializados desde las minas de plata de Colquechaca, los valles de Cochabamba y las salitreras de Chile. Más tarde se incorporarían oleadas de fuerza laboral desde los ayllus del Norte de Potosí. En 1914 existían 4195 trabajadores mineros, de los cuales 301 eran extranjeros, entre ellos 199 chilenos, 28 españoles, 14 alemanes, 14 peruanos, 9 norteamericanos, 7 eslavos, 5 argentinos, 4 ingleses, 3 rusos, 3 franceses, 3 austriacos, 2 irlandeses, y un suizo, cubano, griego, noruego, uruguayo y ecuatoriano. ¡Un verdadero cosmopolitismo¡

    Con la minería del estaño surgió una nueva era que generó una economía capitalista de enclave, con fuerza suficiente para transformar la viabilidad económica del país, cuando en el resto del país aún imperaba el régimen hacendatario-feudal.

    Uncía fue la plaza fuerte de la economía nacional. Allí se vendían mercaderías, bienes inmuebles, residencias en otras ciudades, propiedades agrícolas y mineras, contrayendo fuertes préstamos hipotecarios. Atrajo artistas, comerciantes yugoslavos, chicheras cochabambinas; en ella se practicaron deportes refinados como tiro al blanco, fútbol, tenis, palitroque y pelota vasca. Políticos, médicos e intelectuales, como el Dr. Jaime Mendoza y los líderes liberales Octavio Gutiérrez Moscoso, Ladislao Anaya, Ladislao Inarra y Pastor Sainz, convirtieron la región en avanzada y vanguardia. Llegaron artistas de diversos países, como las trouppes peruanas, el circo mexicano e italiano, prestidigitadores y artistas. El cinematógrafo era la sensación del siglo. Pronto surgió una pléyade de artistas locales. Notable fue la participación decidida y activa de las mujeres que se empoderó de las manifestaciones musicales, cultivó el deporte y se sumergió en la política.

    El auge capitalista minero generó una temprana organización sindical y la primera masacre en 1923, en la que el peluquero Gumersindo Rivera y el sastre Francisco Irusta, fueron los primeros mártires. Un año más tarde, Patiño adquirió las acciones de la Compañía Estañífera de Llallagua, fusionando sus empresas en la Patiño Mines Enterprises, Consolidated, Incorporated, señalando como domicilio el Estado de Delaware. Nunca más volvió al país. El gran capital trató de impedir el ascenso de las masas y la nacionalización de las minas, utilizando métodos crueles para aplacar la protesta social. La masacre fue la respuesta al pliego minero. María Barzola ofrendó la vida en la masacre de 1942. Los trabajadores mineros se convirtieron en la vanguardia, aprobando un plan revolucionario en la Tesis de Pulacayo, instando a tomar las minas. La respuesta de la oligarquía minera fue la masacre, que con tenebrosa frecuencia se repitieron en 1947, 1949, 1965, 1967, 1971, 1980 y 1996.

    Con la creación de la Corporación Minera de Bolivia, en 1952, como resultado de la nacionalización de las minas de Patiño, Hochschild y Aramayo, el Estado tomó a su cargo la producción y comercialización de estaño y con ello sustentó la economía estatal a partir de 1952 hasta la debacle forzada de la minería estatal en agosto de 1985, cuando se implantó el modelo de libre mercado administrado por gobiernos neoliberales que en 20 años de experimentos privatizadores condenaron a la minería estatal a su total extinción. Pese a ello, la minería estatal facilitó la apertura de caminos al oriente, subvencionó a YPFB, apoyó la diversificación productiva en Bolivia, la construcción de escuelas y hospitales.

    A partir de 2006, apoya al modelo de economía plural y comunitaria gracias a la reactivación de la minería estatal, con lo que nuevamente aporta de manera sustancial al Tesoro General de la Nación, con un importante impacto en las exportaciones. Hoy la minería estatal ha dejado de exportar mineral en barrilla (tierra mineralizada) y lleva al mercado mundial cobre catódico de Corocoro con pureza del 99.9%, que se suma al estaño metálico que siguen produciendo actualmente las minas del Norte de Potosí.