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    Umbrales. Revista del Postgrado Multidisciplinario en Ciencias del Desarrollo

    versión impresa ISSN 1994-4543

    Rev. Umbr. Cs. Soc.  n.24 La Paz dic. 2012

     

    TEMA CENTRAL

     

    Recuerdos del presente. La casa de los conejos.

    Una mirada lateral a la experiencia de la militancia y la violencia política en Argentina

     

     

    Gilda WaldmanM.1

     

     


    Resumen

    Este texto analiza en términos generales la persistencia del pasado en Argentina, un asunto todavía inconcluso cuyas heridas siguen provocando interrogantes. Uno de los temas que está siendo objeto de análisis y reinterpretaciones es el de la militancia política, sobre el que recientemente se ha producido una gran bibliografía en diferentes registros. Este artículo se enfoca en uno de los libros recientes al respecto: La casa de los conejos, novela de Laura Alcoba.

    Palabras clave: Argentina, pasado, memoria y narrativa, militancia política, Laura Alcoba.


    Abstract

    In general terms, this article analyzes the persistence of the past in Argentina, a topic still unfinished which inner injuries keep arising questions. One ofthe themes that's still object of analysis and reinterpretations is political activism, upon which a wide bibliography has been produced in different ranges. This article isfocused on one ofthe books regarding the issue: La casa de los conejos, a novel by Laura Alcoba.

    Keywords: Argentina, past, memory and narrative, political activism, Laura Alcoba.


     

     

    El 24 de marzo de 2011, a treinta y cinco años del golpe militar en Argentina, miles de personas salieron a las calles de Buenos Aires para rememorar uno de los más dolorosos episodios históricos del país, que dejó -entre otros resultados- treinta mil desaparecidos (en trescientos cuarenta centros clandestinos de detención) y alrededor de cuatrocientos bebés secuestrados. Organismos humanitarios y de derechos humanos, organizaciones sociales y políticas, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Familiares de Desaparecidos y Detenidos, entre otros, marcharon una vez más portando banderas con los rostros de los desaparecidos, reclamando por la restitución de la identidad de los niños robados por los represores, y exigiendo juicio y castigo para los cientos de acusados que aún siguen libres. Conmemoraciones similares se realizaron en diversas ciudades del país, entre ellas La Plata.

    Por otra parte, a finales de febrero del año 2011 comenzó el juicio en contra de los ex dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone por el plan sistemático ideado durante la dictadura militar de sustraer, ocultar y sustituir su identidad a menores, un delito de lesa humanidad que no tiene antecedentes en ningún régimen dictatorial previo (juicio que culminó con una sentencia histórica). Entre los treinta y cuatro casos que se han sometido a juicio se encuentra el de la nieta de María Isabel Chorobik de Mariani, una de las fundadoras de "Abuelas de Plaza de Mayo" y presidenta del organismo de 1977 a 1989.

    En una audiencia anticipada -realizada en octubre del 2010 por razones de salud- María Isabel Chorobik aseguró que su nieta Clara Anahí -secuestrada el 24 de noviembre de 1976 en La Plata en un violento operativo a una casa de la calle 30, en el que fue asesinada su nuera Diana Teruggi junto con otros cuatro militantes de la organización Montoneros- habría sido entregada a Ernestina Herrera de Noble, una poderosa empresaria, directora del periódico Clarín -el más importante de Argentina- y presidenta de un emporio editorial y mediático.

    A su vez, casi a fines del año 2008, se encontró, en lo que fuera uno de los centros clandestinos de detención en la ciudad de La Plata, más de diez mil fragmentos de huesos calcinados. Los restos se encontraban en dependencias policiales utilizadas como centros clandestinos durante la última dictadura militar (1976-1983). En el sitio fue hallado también un paredón con cerca de doscientos impactos de bala, posiblemente utilizado para fusilamientos. A raíz de este macabro hallazgo, el pasado volvió a hacerse presente en la sociedad argentina, evidenciando que los crímenes cometidos durante el régimen militar no están aún cabalmente esclarecidos.

    Lo anterior constituye una demostración de que en Argentina el pasado reciente es, todavía, un tema inconcluso que suscita interrogantes y cuyos efectos siguen vigentes. Las heridas del pasado siguen estando presentes en la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo por recuperar a sus nietos y en el esfuerzo para que los niños secuestrados recuperen su identidad; el pasado no resuelto sigue presente cuando todavía se siguen discutiendo medidas reparatorias para las víctimas, e incluso el tema de las desapariciones vuelve a colocarse en el centro del debate cuando en 2006, Julio López, un testigo del juicio que se estaba realizando en La Plata en contra del represor Miguel Etchecolatz, desapareció misteriosamente sin dejar rastros.

    La historia reciente de Argentina, y en particular el período dictatorial, sigue estando presente en debates diversos sobre la "historia del tiempo presente" (Franco y Levín, 2007), en investigaciones periodísticas, en nuevas líneas de investigación e interpretación desde diversos abordajes, en películas y documentales, en la publicación permanente de narrativas vivenciales como biografías y autobiografías y, ciertamente, a través de la ficción literaria que, mediante distintos registros narrativos, matices y exploraciones de los discursos de la memoria, ha dado cuenta de la realidad reciente del país, abordando incluso en fechas recientes temáticas tan dolorosas como el secuestro de bebés (Osorio, 2006).

    Una de las dimensiones más extendidas e interesantes en esta "obsesión memorialística" (Huyssen, 2002) se refiere a la recuperación, desde distintas vertientes del tema de la militancia política -y más allá de las consideraciones sobre la desviación militarista o el binomio héroe/traidor-, sea en términos de reconstrucción de la historia de las principales organizaciones político armadas como también en términos de la publicación de testimonios, memorias, biografías y autobiografías. Ello se produce, paradójicamente, en una sociedad que al igual que el resto de los países latinoamericanos se encuentra inserta en un tiempo de desactivación del espacio de lo público traducido en apatía política, des-ciudadanización, fragmentación social, predominio de una cultura individualista y competitiva, presentismo y desencanto con las utopías de largo plazo.

    Es paradójico que sigan siendo un tema de reflexión permanente en Argentina en un momento de liderazgos personalizados, carencia de proyectos políticos a futuro, desdibujamiento de las fronteras ideológicas tradicionales que rigieron al espectro político del siglo XX y debilitamiento del potencial movilizador de los grandes mitos políticos, la década de los sesenta y los setenta -con sus anhelos de renovación social y cultural inscritos en la posibilidad del surgimiento de una sociedad más justa-. Quizá como efecto del desencanto con una democracia en la que siguen persistiendo pobreza y desigualdad, o como posibilidad de recuperar formas de solidaridad, comunidad y pertenencia hoy perdidas. Como señala Hugo Vezetti:

    El relativo cierre de ese horizonte futuro ha desplazado el fiel de la balanza en la conciencia temporal hacia el pasado: bajo la forma de la alucinación (son las mismas luchas), de la nostalgia o de la idealización heroica (que puede llegar hasta la banalización mediática), de la incertidumbre autocrítica o la manipulación política. Pero también se han abierto nuevas posibilidades de interrogar las condiciones, las responsabilidades y las consecuencias de la opción estratégica por la guerra revolucionaria (2009: 127).

    Ciertamente, el interés por el relato de la militancia política en lo que se ha denominado la "izquierda revolucionaria" (Palieraki, 2008; Ollier, 1998), en particular en el caso argentino, ha sido re-escrito sucesivamente, no necesariamente de manera lineal, sino arqueológicamente entretejida en tiempos distintos. Si Mario Benedetti tituló a uno de sus libros de poesía El olvido está lleno de memoria (Benedetti, 1995), sabemos que de manera correlativa la memoria no es ajena, de ninguna manera, al olvido. Memoria y olvido se juegan, así, en un frágil equilibrio de fuerzas ligado a los cambiantes sentidos e interpretaciones del pasado que siempre, en última instancia, arrancan del presente.

    La memoria, que alude también al "proceso de construcción simbólica y elaboración de sentidos sobre el pasado'" (Franco y Levín, 2007: 40) no sería -en sentido estricto- un reflejo exacto o total de los acontecimientos vividos sino, en primera instancia, una representación interpretativa de los mismos -selectiva, discontinua, arbitraria y fragmentaria-, cuyos códigos se expresarían de manera narrativa y, en consecuencia, tendría un carácter relativamente ficcional. Al mismo tiempo, la memoria es histórica, transformándose según los espacios y los tiempos. En palabras de Elizabeth Jelin: "Los cambios en escenarios políticos, la entrada de nuevos actores sociales y las mudanzas en las sensibilidades sociales inevitablemente implican transformaciones de los sentidos del pasado" Qelin, 2001: 89). En este sentido, no existiría una sola memoria, sino interpretaciones plurales, diversas, simultáneas y en ocasiones contradictorias, en las que se juegan disputas, conflictos y luchas en torno a cómo procesar y re-interpretar el pasado.

    De este modo, la comprensión de la memoria en tanto uunproceso abierto de reinterpretación del pasado que deshace y rehace sus nudos para que se ensayen de nuevo sucesos y comprensiones... (remeciendo) el dato estático del pasado con nuevas significaciones sin clausurar que ponen su recuerdo a trabajar, llevando comienzos y finales a re-escribir nuevas hipótesis y conjeturas para desmontar con ellas el cierre explicativo de las totalidades demasiado seguras de sí mismas" (Richard, 1998: 29) permite asumir que no existe "una" verdad histórica que dé cuenta definitiva de procesos que pueden ser interpretados de diversas maneras.

    En este sentido, la reapertura de los debates sobre el pasado en un gran número de países, así como la irrupción de memorias diversas y hasta cierto momento marginadas del ámbito público, ha evidenciado que no existen "verdades históricas" monolíticas ni tampoco una memoria colectiva que aglutine los recuerdos de toda la sociedad, sino que más bien coexisten memorias parciales e incluso antagónicas, aunque en cierto momento alguna de ellas aspire a ser hegemónica Qelin, 2001). Lo anterior se traduce en "batallas por la memoria", en las que "se enfrentan múltiples actores sociales y políticos que van estructurando relatos del pasado y, en el proceso de hacerlo, expresan también sus proyectos y expectativas políticas hacia el futuro " (Jelin, 2 001:43 -44).

    Lo anterior explica que, en relación al tema de la militancia política "hubo diversos pasados, recuperados desde diversos horizontes y proyectos, en un presente que cambia" (Vezzetti, 2009: 101). En un primer momento, luego del retorno a la democracia en 1983, la narrativa sobre el pasado reciente se enmarcó en una atmósfera político-cultural que exigía que nunca más se repitieran las atrocidades cometidas durante el período dictatorial. Ello se plasmó, precisamente, en el Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas titulado Nunca Más, (CONADEP, 1985) el cual, elaborado principalmente a partir de testimonios de las víctimas, sus familiares, testigos, e incluso algunos pocos represores (Crenzel, 2008), privilegiaba la identidad de los desaparecidos en tanto víctimas de una maquinaria estatal represiva, despolitizando su carácter de militantes de organizaciones pertenecientes a la izquierda revolucionaria.

    En este sentido, la narrativa dominante -bajo el impacto de la atroz realidad de las desapariciones y en el entorno de una transición democrática concebida como una etapa de recuperación de una democracia perdida- se centró en torno a la violación de los derechos humanos de las víctimas. Sin embargo, no puede dejar de señalarse que aun en tiempos del régimen militar salió a la luz uno de los grandes relatos sobre la dictadura y sus crímenes: Recuerdos de la muerte (Bonasso, 1984), libro que no sólo se refiere a los centros clandestinos de tortura sino también, a través de testimonios de sobrevivientes, a la figura del militante montonero.

    Fue a mediados de la década de 1990 que el tema de la militancia política se insertó en la memoria social, después de que la corrupción y la crisis ética del menemismo -que apuntó a la impunidad y al olvido- se tradujeron en un repliegue de la memoria hacia el espacio privado. La exposición pública del discurso autocrítico del entonces Jefe del Ejército, Martín Balza, reconociendo los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, así como las confesiones del capitán Adolfo Scilingo sobre las formas en que eran asesinados los secuestrados alentaron nuevos debates sobre el terror estatal.

    Pero también en 1996, en la conmemoración del vigésimo aniversario del golpe militar, la aparición de la organización H.IJ.O.S. favoreció la emergencia de debates sobre la militancia de los años sesenta y setenta. Una nueva generación que llegaba a la adultez reivindicaba el carácter político de las luchas de sus padres y se preguntaba: ¿cuáles fueron las experiencias de subjetivación política de sus padres?, ¿cómo eran sus rostros, sus voces?, ¿qué tensiones, qué contradicciones los recorrían?

    Ciertamente, las fracturas políticas y económicas del 2 001 reforzaron el retorno de la memoria. Desarticuladas las coordenadas sociales y la narrativa de la nación, insuficientes ya los discursos históricos oficiales, evidenciado el fracaso de la política (a través del grito "¡Qué se vayan todos!"), los ojos comenzaron a volverse hacia la movilización política de los años sesenta y setenta y hacia su pasión revolucionaria.

    Sin duda, el gobierno de Néstor Kirchner abrió también la puerta a la memoria militante al colocar en el escenario público a miembros de esa generación, a la cual él se sentía perteneciente y con cuyos ideales personalmente se sentía ligado. Desde las más diversas miradas se comenzó entonces a abordar la militancia política de las víctimas de la dictadura. La historiografía jugó, en este sentido, un papel esencial (Pittaluga, 2007; Carnovale, 2005, 2008).

    A ello se puede sumar ensayos o investigaciones periodísticas que tuvieron como objetivo reconstruir la historia y política de las organizaciones de la izquierda revolucionaria así como las biografías de algunos de sus principales dirigentes. Entre los textos más significativos al respecto puede citarse Soldados de Perón (Gillespi, 1987); Todo o nada (Seoane, 1991); Montoneros. Final de cuentas, (Gasparini, 1988); Galimberti (Larraquy y Caballeros, 2003); Montoneros: el mito de sus doce fundadores (Lanusse, 2005); La Montonera. Biografía de Norma Arrostito (Saidón, 2005); Hombres y mujeres del PRT-ERP. De Tucumdn a La Tablada (Mattini, 2003); Fuimos soldados. Historia secreta de la contraofensiva montonera (Larraquy, 2006); Monte Chingólo (Plis-Sterenberg, 2003), entre otros.

    Pero, sin duda, fue la producción discursiva testimonial de los participantes directos -militantes y sobrevivientes de los campos de concentración y centros de detención clandestinos- una de las formas privilegiadas de reconstruir la experiencia militante. En esta línea, el texto más representativo es La Voluntad (Caparros y Anguita, 1997-1998), que recogía los testimonios directos de la experiencia militante en términos de su pertenencia a núcleos ideológicos.

    En este libro los militantes recuperaban identidad y subjetividad, privilegiándose el hecho de su compromiso político y el riesgo, asociada a ella a partir de una decisión propia que los había conducido a la acción política y a un trágico final. Hugo Vezzetti señala:

    Las memorias de la militancia que se abrieron en los noventa establecieron el molde de una recuperación personal, a menudo idealizada, que hablaba de aventuras e ilusiones juveniles... una experiencia que desbordaba la acción política y en la que se ha evocado, a menudo con inocultable nostalgia, un modo de vida, los afectos, las amistades y las costumbres. (Pero) la militancia parecía reducida a las virtudes privadas, de un modo que destacaba la vida y eludía las prácticas, sobre todo el peso de la organización (2009: 101).

    A La Voluntad se pueden agregar los testimonios de mujeres militantes recogidos por Marta Diana (1996) y el relato entretejido de cinco mujeres supervivientes de la ESMA en una larga conversación (Varias autoras, 2006). De igual modo, se pueden agregar ensayos históricos autocríticos (Calvei-ro, 2005) o exploraciones sobre las complejidades entre militancia y moral combatiente (Longoni, 2007; Hecker, 1996).

    Pero también, "paralelamente, empieza a desarrollarse la literatura de los que podríamos llamar los testigos, aunque quizá les convenga mejor la palabra inglesa bystanders, que designa al testigo-observador más que al testigo-participante; niños o como mucho adolescentes cuando aquel fatídico 24 de marzo de 1976, demasiado jóvenes para la militancia y mucho más para la guerrilla" (Gamerro, 2010).

    Es en esta línea que se ubica la reciente publicación La casa de los conejos (2008), un libro en el que su autora, Laura Alcoba, una escritora argentina residente en París desde 1979, traza con una voz narrativa infantil su propia historia: la de la niña de siete años, hija de un militante montonero -preso durante el período que abarca el relato- que se va a vivir clandestinamente durante algunos meses de comienzos de 1976 con su madre, también militante de la misma organización, a la casa donde funcionaba la imprenta clandestina de la organización político-militar Montoneros, en la ciudad de La Plata, encubierta bajo la fachada de un criadero de conejos, y que fuera destruida el 24 de noviembre en un violento operativo militar en que fueron asesinados siete montoneros y una bebé, Clara Anahí, fue secuestrada -presumiblemente la nieta de María Isabel Chorobik de Mariani.

    ¿Testimonio o ficción? si bien el material del libro es autobiográfico, no se trata de un testimonio, aunque las fronteras entre ambos se confundan.

    La casa de los conejos es, más bien, una reconstrucción ficcional. Reconstruir la mirada de la niña sólo se puede hacer a través de estrategias narrativas, las que le dan una densidad literaria particular a lo testimonial-autobiográfico. Ciertamente, aunque la raíz del libro sea autobiográfica, éste ya no puede ser leído como una auto-representación dotada de una identidad estable sino como un territorio discursivo en el que se intenta articular y recuperar a un yo fragmentado y múltiple. Si, a la vez, la identidad se sustenta en la más subjetiva de las experiencias interiores, la memoria, la cual es "tramposa, selectiva, parcial (cuyos) vacíos, por lo general deliberados, los rellena la imaginación " (Vargas Llosa, citado por Pina, 1986) y, dado que el pasado no se puede reconstruir fielmente y menos en su totalidad (ni siquiera con la más detallada cronología), la autobiografía no puede ser entendida como una escritura espontánea, fiel a la memoria que la sustenta, ni como reflejo fiel de la experiencia pasada, sino como una interpretación parcial de una vida en la que el espesor del tiempo juega un papel en la construcción del recuerdo.

    Si, al mismo tiempo, la identidad se construye a través de la narración y, siguiendo a Edmondjabés, "nuestra identidad es un proceso de ficcionaliza-cio'n" (Arfuch, 2007: 25), la imagen que aparece en el espejo de la escritura autobiográfica no es real sino una máscara discursiva.

    En esta línea, y asumiendo también la creciente intersección narrativa entre realidad y ficción, el relato autobiográfico es, antes que nada, una construcción subjetiva del pasado, es decir, una estrategia de auto-representación elaborada "a posteriori" -y mediada por el lenguaje- en la cual quien escribe plantea una relación imaginaria con su pasado, intentando poner orden en el caos de lo vivencial para darle significación, desde el presente, a su trayectoria existencial. Así, toda autobiografía, en tanto estrategia de representación, se pone en contacto con un yo que se sabe esquivo, que juega entre "presencia y ausencia: lo que muestra, lo que calla, lo que insinúa" (Arfuch, 2007: 150), constituyendo, por tanto, "un" relato entre otros posibles, aunque provengan de la misma voz.

    Por lo tanto, el relato de una vida será un discurso interpretativo conformado desde una perspectiva particular a través del montaje de fragmentos y omisiones. Armado con retazos de la infancia plasmados como instantáneas fotográficas, el relato autobiográfico de Laura Alcoba necesitó más de treinta años para que, en palabras, pudiera expresar cómo sus días infantiles se vieron cruzados por la violencia política que recorrió Argentina entre 1976 y 1983. Escrito desde el punto de vista del superviviente, aquella "figura que contiene un plus de vida que lo hace permanecer después de la catástrofe para poder contar lo que ocurrió" (Domínguez, 2008: 288) y que al mismo tiempo recupera las voces de los agraviados y forzando la "reaparición" de lo que se pretendía desaparecido" (Calveiro, 2008: 221-222), sólo ella puede contar la historia de esa casa, pues todos, salvo ella misma, su madre y quien los delató, están muertos.

    Las estrategias narrativas de La casa de los conejos están construidas a través de capítulos-fragmentos muy pequeños, que parecen como instantáneas de un álbum de fotos. El álbum de La casa de los conejos comienza con la fotografía nítida de la voz en primera persona de la autora-narradora ya adulta, dirigiéndose a Diana Terrugi, la militante de Montoneros responsable de la imprenta -y madre de Clara Anahí- y finaliza con otra fotografía igualmente nítida en la que la misma autora-narradora resume de manera escueta el destino de los personajes; entre ambas fotografías el álbum se desgrana en un alud de escenas borrosas y casi inconexas, como lo es la memoria misma: fragmentaria, selectiva, carente de un orden cronológico lineal.

    Como señala Susan Sontag, la fotografía es una manera de mirar, no la mirada misma; ninguna fotografía calca la realidad tal cual es, sino que está siempre mediada en un encuadre, un ángulo y una luminosidad específica (Sontag, 2006). También es una manera de poner distancia, como lo es la ficción en el caso de La casa de los conejos, autobiografía construida como un álbum desde la pérdida, desde la ausencia. Finalmente, "toda identidad autobiográfica no es un producto acabado, sino incierto y precario porque se ha elaborado sobre la pérdida. Escribir no es recuperar la vida sino constatar su disolución en un extenso e inquietante territorio de olvido" (Fernández Prieto, 2004: 21).

    El relato está estructurado desde una doble mirada. Por una parte, escrita desde un presente, una voz autoral adulta -que a su vez figura como personaje- inicia y cierra el texto. Desde el comienzo, un "yo" en primera persona se dirige a Diana Teruggi, la responsable de la imprenta clandestina y madre de Clara Anahí. "Te preguntarás, Diana, por qué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia. Me había prometido hacerlo un día, y más de una vez terminé diciéndome que aún no era el momento. (...) Debía esperar a quedarme sola, o casi. Esperar a que los pocos sobrevivientes ya no fueran de este o esperar más todavía para atreverme a evocar ese breve retazo de infancia argentina sin temor de sus miradas... Y luego, un día, ya no pude tolerar la idea [...] (Alcoba, 2008: 11). La superviviente le cuenta a su recuerdo de una mujer muerta el por qué de su relato, y esa advertencia inaugura a éste como un ajuste de cuentas con el pasado, en el cual cobra significación el resto de la ficción narrativa. "[...] si al fin hago un esfuerzo de memoriapara hablar de la Argentina de los Montoneros, de la dictadura y del terror, desde la altura de la niña que fui, no es tanto por recordar como por ver si consigo, al cabo, de una vez, olvidar un poco" (Alcoba, 2008: 12).

    En el epílogo, también una voz adulta -a través de documentos y testimonios- cuenta el destino de los personajes: la salida clandestina de la madre y posteriormente la de la niña, y el violento enfrentamiento en que son asesinados los habitantes de la casa y otros militantes de Montoneros. uEn la parte de atrás de la casa, allí donde se encontraban los conejos y la imprenta, no quedan sino ruinas de lo que yo había conocido. Ruinas y escombros. Nada más" (Alcoba, 2008: 128). Entre ambos, la voz infantil, ubicada en un espacio y un tiempo -"La Plata, Argentina, 1975" - (Alcoba, 2008: 13) reconstruye, desde la subjetividad más íntima, tanto el clima de violencia, angustia y miedo propio del horror dictatorial, como la vida cotidiana de un grupo de militantes montoneros agobiados por las presiones y peligros de su inminente derrota, en la que coinciden la limpieza de las armas y las muñecas, el pan untado con dulce de leche y la construcción de la imprenta clandestina, la vida escolar y las noticias del desaparecimiento de grupos enteros de militantes.

    La distancia que imprime la voz infantil de la niña no privilegia los hechos involucrados en la represión militar y en la resistencia -permeada de presiones y peligros- de quienes se oponían radicalmente a ella, sino el mundo simbólico de violencia y reclusión de una sociedad en la cual el miedo se apoderaba, paulatinamente, de la cotidianidad. La brutalidad de los hechos se vuelve aun más intensa desde la mirada infantil, ingenua e incisiva, para dar cuenta de una historia personal y a la vez generacional. Esta toma de distancia impide que la narración adquiera un carácter ideológico, explicativo o moral. El lector puede interpretar o valorar a su arbitrio lo acontecido.

    A través de una narración centrada en los hechos y carente de explicaciones, el dramático relato sobre la Argentina de los años setenta se desenvuelve desde las vivencias privadas de la intimidad. Relatada desde la contemporaneidad de los hechos, la mirada infantil, nunca quieta, se contrapone con las múltiples voces de los adultos: la madre, Diana -con quien mantiene una estrecha relación-, la vecina, que aparece como un escape al clima que impera en la casa; y el ingeniero, el inventor del sofisticado mecanismo que mantiene oculta a la imprenta lejos de cualquier ojo inquisidor tras la fachada de un criadero de conejos.

    Desde el silencio obligado y la clandestinidad (traducida en el constante cambio de domicilios, la utilización de documentación falsa, la pérdida del apellido, la visita esporádica a su padre en la cárcel, los encuentros a escondidas en una plaza con sus abuelos), la niña que narra se asoma, perpleja y vulnerable, a un mundo que no comprende cabalmente, pero en el que debe asumir responsabilidades adultas: "Todo el mundo dice que hablo y razono como una persona mayor''' (Alcoba, 2008: 17). La pequeña debe comportarse (casi) como una militante: mantener el secreto de lo que verdaderamente pasa en el lugar ("Del altillo secreto que hay en el cielorraso no voy a decir nada, prometido. Ni a los hombres que pueden venir y hacer preguntas, ni siquiera a los abuelosv) (ídem: 16), conocer las reglas de seguridad ("Lo más importante entonces es no detenerse. La policía podría llegar para ver qué pasa") (ídem: 21), manejar el secreto ("Yo he comprendido y voy a obedecer. No voy a decir nada. Ni aunque vengan también a casa y me hagan daño. Ni aunque me retuerzan el brazo o me quemen con la plancha. Ni aunque me claven clavito en las rodillas. Yo, yo he comprendido hasta qué punto callar es importante") (ídem: 18) o servirse de sus ojos y oídos infantiles para verificar que nadie sospechoso esté cerca ("Casi siempre, soy yo la que se vuelve a mirar hacia atrás. Resulta más natural que un niño pare, dé media vuelta y desande sus propios pasos; en un adulto, en cambio, este comportamiento podría considerarse sospechoso''1) (ídem: 24).

    En ocasiones, la niña comete algunos errores que ponen en peligro a la organización. Pero es precisamente a través de esta voz en la clandestinidad que la escritura se hace cargo de lo indecible, de lo no dicho. Al igual que el criadero de conejos oculta la imprenta clandestina de Montoneros -mostrar es la mejor manera de encubrir- lo invisible aparece tras lo visible. La obviedad de lo que se evidencia, que sirve para nombrar lo que se enmascara; sirve como mecanismo estratégico poner a la autora, a la narradora y al propio personaje de cara a una verdad que había estado desnuda todo el tiempo, sin ser percibida. "El embute estará mejor guardado si los medios para ponerlo en funcionamiento quedan a la vista de cualquiera. ¿Genial, no? La idea se me ocurrió mientras leía un cuento de Edgar Alian Poe: nada esconde mejor que la evidencia excesiva Mi cuento preferido es La carta robada" (ídem: 56-57).

    Así como el cuento de Poe gira en torno a una "evidencia excesiva", lo que ocurriría en "la casa de los conejos" estaba contenido ya en el cuento: "El hombre que permitió a los militares identificar la casa fue el mismo que construyó la imprenta clandestina... Sobrevolaron con él, en helicóptero, toda la ciudad. Ese hombre no conocía la dirección, puede ser, pero tenía el plano en la cabeza, conocía perfectamente el diseño y la construcción, conocía hasta los materiales de que estaba hecha. Pudo reconocerla perfectamente'0 (ídem: 13).

    Aunque la experiencia referencial del relato autobiográfico fue vivida en español, el texto fue escrito originalmente en francés, una lengua aprendida en el exilio. Tanto la lejanía con el espacio geográfico original en el que transcurren los hechos como la escritura en un idioma que no es el propio le permite a la autora tomar distancia para contar una historia que, si bien es la suya, es abordada como si fuera la de otro. El filtro lingüístico permite, entonces, convertir una historia personal y dolorosa en una ficción en la que los juicios de valor quedan suspendidos. El "gatillo" que dispara el torrente de los recuerdos es, para Laura Alcoba, haber regresado a La Plata en 2003 y visitar "la casa de los conejos". He ahí una de las paradojas: encontrarse viva en Argentina y haber vuelto por primera vez, con su hija, a un lugar donde una madre y una hija habían sido separadas. "Voy a evocar al fin toda aquella locura argentina, todos aquellos seres arrebatados por la violencia. Me he decidido, porque muy a menudo pienso en los muertos, pero también porque ahora sé que no hay que olvidarse de los vivos" (Alcoba, 2008: 12).

    Lo que fuera "la casa de los conejos" está convertida actualmente en un museo de la memoria. La única persona que puede contar la historia de esa casa, por lo menos durante los meses que vivió allí, es Laura Alcoba. Todos, salvo ella, su madre y quien los delató, están muertos y una bebé fue secuestrada. Relatada desde su particular punto de vista y tomando en consideración que nadie más sobrevivió la interrogante que atraviesa todo el texto es: "¿por qué algunos han muerto y yo no?". La respuesta es: "el azar", palabra ideada en un juego de crucigramas y que resulta ser "la más adecuada ya que se había formado sola, por azar". Pero escrita inicialmente con faltas de ortografía ("asar"), incluso su corrección ("Izabel") se entreteje con los otros vocablos del crucigrama: "Videla", "dar", "muerte", "arte". Se trata de una metáfora pertinente para el azar de la sobrevivencia y de la escritura de este libro. ¿Cómo vivir después de esa historia? ¿Cómo aceptar el azar de haber sobrevivido?

    Los análisis sobre la experiencia militante, incluso en sus versiones más críticas y autocríticas -revisando la historia sin dogmatismos ni silencios-caparros, 2008; Vezzetti, 2009) son hoy parte importante del escenario cultural y político de la Argentina contemporánea, desbordando los huecos de la historia y la memoria. La abuela de Clara Anahí, María Isabel Cho-robik de Mariani, continúa siendo un símbolo de la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo para recuperar a los niños secuestrados. Los rostros ocultos asumen un nuevo protagonismo.

     

    Notas

    1 Profesora titular de la licenciatura en sociología y del posgrado en Estudios Políticos y Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Investigadora nacional por el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) de México. Trabaja desde las intersecciones de la literatura, la historia y la sociología, sus líneas de investigación son: memoria y testimonio, subjetividad, narrativa y militancia política en Chile y Argentina.

    Bibliografía

    Alcoba, Laura
    2008          La casa de los conejos. Buenos Aires: Edhasa.

    Arfuch, Leonor
    2007           Crítica cultural entre política y poética. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Benedetti, Mario
    1995          El olvido está lleno de memoria. Buenos Aires: Sudamericana.

    Bonasso, Miguel
    1984          Recuerdos de la muerte. Buenos Aires: Bruguera.

    Calveiro, Pilar
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