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    Umbrales. Revista del Postgrado Multidisciplinario en Ciencias del Desarrollo

    versión impresa ISSN 1994-4543

    Rev. Umbr. Cs. Soc.  n.24 La Paz dic. 2012

     

    TEMA CENTRAL

    El Estado es sólo la punta del iceberg.

    Consideraciones teóricas sobre la crisis del Estado neoliberal y el giro a la izquierda en América Latina1

     

     

    Audun Solli2

     

     


    Resumen

    ¿Ha provocado el giro a la izquierda una crisis del Estado neoliberal? Si el giro, definido por victorias electorales, ha causado la crisis del Estado neoliberal, depende cómo se conceptualiza el Estado. Aplicando los conceptos del Estado integral y hegemonía de Antonio Gramsci, de acuerdo al que el Estado como tal no representa sino la punta del iceberg, su verdadera fuerza se encuentra en la base social que lo soporta. Por consiguiente, un enfoque gramsciano tiene por lo menos dos implicaciones. Primero, indica que una verdadera crisis del neoliberalismo y su Estado implicarían un cambio tanto en el Estado formal como en la sociedad. De este modo, una verdadera crisis del Estado neoliberal supone una crisis de la ideología neoliberal. Segundo, rechaza el lugar común que considera que el neoliberalismo es opuesto al Estado. Aunque el neoliberalismo se esconde tras el lema laissez-faire y un discurso de libertad, su Estado es fuerte, judicial y antidemocrático.

    Palabras clave: Estado neoliberal, izquierda, Gramsci, ideología.


    Abstract

    Has the Left turnprovoked a crisis ofthe neoliberalstate in Latin America? Ifthe crisis, deft-ned by electoral victories, has brought about a crisis ofthe neoliberal state, depends on how the state is conceptualized. Following Antonio Gramsci's concepts ofthe integral state and hege-mony, the state assuch represents but the tip ofthe iceberg, given that its real strength isfound in the social base on which it rests. Thus, a Gramsáan approach has at least two implications. First, it suggests that a true crisis ofneoliberalism and its state would imply a transformation ofthe state as wellas society. This implies that a crisis ofthe neoliberal state presupposes a crisis of neoliberal ideology and imaginary. Second, it rejects the common supposition that neolibe-ralisin is antithetical to the state. Although the neoliberalism hides behind the slogan laissez-faire, itfeatures a strong, judicial and antidemocratic state.

    Keywords: Neoliberal state, left, Gramsci, ideology.


     

     

    Introducción

    ¿Ha provocado el giro a la izquierda una crisis del Estado neoliberal? Más que ofrecer una respuesta definitiva, el presente ensayo sugiere un enfoque teórico para acercarse a los términos que componen esta pregunta: 'la izquierda', 'el neoliberalismo' y 'el Estado neoliberal'. Se pondrá énfasis en el Estado, pues se ha definido el giro a la izquierda como una captura del Estado a través de las victorias electorales desde 1999 en Venezuela, Boli-via, Ecuador, Argentina, Brasil, Chile, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, Honduras y Uruguay (Escobar 2010: 2).3 Si estas capturas han causado la crisis de Estado neoliberal o no, depende de lo que se quiere decir con el concepto del Estado y con el de crisis. Si se considera el aparato formal del Estado solo como la punta del iceberg de las relaciones de poder entre Estado y sociedad, una respuesta afirmativa implicaría más que un partido izquierdista y anti-neoliberal gane las elecciones. Con los conceptos del Estado integral y hegemonía tomados de Antonio Gramsci, colapsa la diferencia entre Estado y sociedad. Es decir, como en el Estado se expresa la naturaleza y distribución de poder en la sociedad, el Estado se conceptualiza mejor como parte de ella y no como una entidad sobrepuesta a la sociedad, capturándola y definiéndola.

    Por consiguiente, una verdadera crisis del Estado neoliberal supone una crisis del imaginario neoliberal y una transformación de las relaciones de poder en la base social sobre la cual el Estado se apoya. De acuerdo al enfoque gramsciano, tal cambio en el bloque histórico (blocco storico) involucra un cambio de la sociedad, tanto en la economía como en la ideología. Por ende, se sugiere que se puede hablar de una crisis del Estado neoliberal en la medida en que los gobiernos que encabezan el giro a la izquierda gobiernen a través del consentimiento, es decir, realmente tengan hegemonía en el sentido de supremacía moral, intelectual y política. A la inversa, una ausencia de crisis sería caracterizada por estados dominantes, que aplastan las fuerzas de oposición, llegando hasta recurrir a la fuerza bruta.

    De manera contraria al sentido común construido a lo largo de su formación, el Estado neoliberal es realmente fuerte, pues funciona como un Estado tecnocrático que, a través de la cientifización, no permite que la democracia 'imprevisible y caprichosa' haga cambios esenciales en el sistema político. Además, el Estado neoliberal es un Estado judicial, sea porque el neoliberalismo ha tenido efectos negativos que se han traducido en pobreza y desigualdad, o porque una clave de su imaginario y modo de legitimación sea, precisamente, el orden y la seguridad. En un contexto donde la delincuencia y la seguridad pública y el miedo producidos por ellos constituyen la preocupación pública más importante en América Latina, la fuerza política que logra presentar su programa como aquel que puede garantizar la seguridad, lleva la delantera.

    A continuación, el ensayo se organiza del siguiente modo. Primero, se define el neoliberalismo, destacando sus elementos claves, para posteriormente poner énfasis en el concepto del Estado neoliberal. En un segundo apartado se relaciona el giro a la izquierda con los fracasos y defectos del neoliberalismo, y cómo la incapacidad de los regímenes neoliberales para cumplir sus promesas en la esfera material abrió una oportunidad para la izquierda. En tercer lugar, se presenta una teoría del Estado como la relación orgánica de la punta y la base del iceberg, con referencia a los conceptos gramscianos de Estado integral y hegemonía. Finalmente, se concluye que un enfoque gramsciano pone en duda la hipótesis de que el giro a la izquierda implica una crisis del neoliberalismo. Más bien, la metáfora del iceberg señala que tanto la base como la punta tienen que rechazar el imaginario neoliberal para que pueda existir una verdadera crisis del neoliberalismo.

     

    El neoliberalismo: el mercado libre y la libertad del individuo

    En lo siguiente, se considerará el neoliberalismo como una teoría o un núcleo, por un lado, y una práctica que cambia según las particularidades del contexto geohistórico donde se inscribe. La falta de claridad sobre lo que es realmente el neoliberalismo debido a dicha discrepancia ha sido parte de su fuerza ideológica, dado que la reducción del neoliberalismo al lema laissez-faire ha permitido que se considere como algo opuesto al Estado, que a su vez calificó de obstáculo a la libertad del mercado (Mirowski 2009: 426). Bajo el supuesto neoliberal, el 'Estado' remite a control e intervención, por lo que se presenta a éste como un heredero de antiguas restricciones para el libre juego de las fuerzas económicas que, en todo caso, requieren de funciones administrativas y coordinadas por la instancia estatal. Debido a su carácter impreciso, se han podido aplicar medidas neoliberales en la política, sin necesariamente asumirlas como tales, como es el caso de la llamada 'buena gobernanza'.

    ¿Cómo entonces comprender el neoliberalismo, tras un ciclo semilargo de plena operación en el mundo? Se distingue típicamente entre un núcleo de rasgos o una teoría, por un lado, y la práctica (en sus diferentes versiones) del neoliberalismo, por el otro (Harvey, 2005; Jessop, 2002; Peck et al., 2009). En sus dimensiones económica, política e ideológica el neoliberalismo guarda rasgos nucleares, sobre los que se ha abundado mucho, pero que vale la pena recordar: económicamente, se apoya en un mercado libre caracterizado por la competencia, sigue la teoría de 'la ventaja comparativa' de Ricardo (dado que cada país tiene una actividad que hace relativamente mejor que otros países, se debería especializar en ella) y la financiación de las actividades económicas (Harvey, 2005). Mientras que durante la era de industrialización por sustitución de importaciones y proteccionismo, el Estado asumía la responsabilidad de sacar adelante a la economía, el neo-liberalismo asigna este papel al sector privado y a los grupos económicos grandes (Cuervo-Cazurra, 2007; Fernán dezjilberto y Hogenboom, 2007).

    Políticamente, se desarticulan los sindicatos y otras organizaciones colectivas, se radicaliza la 'flexibilidad' en el mercado laboral, se privati-zan activos y empresas estatales, y se desmontan programas de seguridad social. Ideológicamente, se presupone que las relaciones sociales, políticas y económicas se organizan mejor bajo el cobijo de una bandera de libertad. No es la sociedad sino el individuo el objetivo de la política que, además, se legitima a partir de justificaciones 'científicas'.

    En lo referente a la práctica del neoliberalismo, Jessop (2002) y Peck et al. (2009) sugieren el iluminador concepto de 'neoliberalismo realmente existente'4 para poner de relieve la divergencia necesaria entre la teoría neoliberal y su práctica. En sus propias palabras, se trata de "unproceso disparejo, contradictorio y actual de neoliberación", un proceso que se caracteriza por una hibridez necesaria (Peck et al. 2009: 51; sub. orig.).

    Más que considerar estas diferencias como divergencias o desviaciones de un tipo ideal, el concepto de neoliberalismo realmente existente subraya la necesidad de que el neoliberalismo se desarrolle de modos disparejos y contradictorios. Un ejemplo de Bourdieu (1998a) es esclarecedor: no es que Gran Bretaña adoptó el neoliberalismo gracias a Thatcher, sino que la sociedad ya era susceptible de abrirse a éste. En Meditacionespascalianas ofrece la metáfora de un vaso roto por una piedra: no se rompe porque lo alcanza la piedra, sino porque desde el principio podía romperse (Bourdieu, 2000).

    Ampliando esta analogía en términos socioeconómicos, se considera a las tradiciones políticas, la fuerza de los sindicatos y la historia de las instituciones colectivas como factores claves que determinan hasta qué punto el neoliberalismo logra penetrar en la sociedad (Bourdieu, 1998a; Peck et al., 2009). Por lo tanto, el análisis del neoliberalismo se aborda con un componente global (la piedra; las fuerzas exteriores que imponen los cambios sobre el país), otro nacional y local (el vaso; hasta qué punto la sociedad es susceptible al neoliberalismo). A fin de cuentas, la solidez del neoliberalismo se encuentra en el vaso, en la medida en que el imaginario neoliberal se ha convertido en sentido común.

    Es preciso señalar las siguientes características como parte integral del neoliberalismo realmente existente. Primero, el neoliberalismo se caracteriza por lo que Harvey llama 'acumulación por desposesión'. En sus propias palabras, "el neoliberalismo no ha sido muy eficiente en revitalizar la acumulación global del capital, pero ha tenido un éxito notable en restablecer el poder de una élite económica, o en algunos casos (como en Rusia y China) de crearlo" (Harvey, 2005: 19). Harvey argumenta que el núcleo teórico del neoliberalismo sirve para justificar las políticas que establecieron las condiciones necesarias para realizar este proyecto.

    Segundo, para realizar la acumulación por desposesión es indispensable que haya un mercado para todo. Si no lo hay, habrá que crearlo. El neoliberalismo comparte esta necesidad con el liberalismo clásico (Polanyi, 2001; ver también Harvey, 2005, Peck et al., 2009;Jessop, 2002). Según Polanyi, si cada individuo busca la ganancia máxima para sí mismo, la introducción del mercado autorregulado constituye la tarea principal del liberalismo. Puesto que una inversión en la producción requiere recursos altos, el capitalista necesita tener seguridad de la rentabilidad de su inversión, por lo cual tiene que haber un mercado de compra y venta para todos los elementos del proceso de producción. Esto incluye lo que Polanyi denomina 'las mercancías ficticias': la tierra, el trabajo y el dinero. Así que la economía de mercado es una economía controlada y regulada por los precios del mercado mismo, y el orden tanto de la producción como de la distribución de los bienes depende de este mecanismo de autorregulación.

    Tercero, y más relacionado con las cualidades de la base del 'iceberg' (o el vaso de Bourdieu), se enfatiza el neoliberalismo como una ideología de la plena libertad individual, así como un tratamiento supuestamente científico de la política. La primera columna de la ideología neoliberal se relaciona con la manera en que se concibe la libertad del individuo (Harvey, 2005; Jessop, 2002; Mirowski, 2009). En palabras de Zizek, "eres libre de hacer lo que sea si involucra ir de compras" (citado en Mirowski, 2009: 421). Harvey (2005) subraya la sabiduría al escoger la noción de libertad, puesto que ésta se considera sacrosanta en la teoría política clásica y tiene una resonancia global.

    A partir de los ochentas, se ha introducido el neoliberalismo en países democráticos, lo cual suponía procesos y mecanismos de legitimación, pues la "neoliberalización requería tanto políticamente como económicamente la construcción de una cultura populista basada en el mercado de un con-sumismo diferenciado y libertarismo individual" (Harvey, 2005: 42). En resumen, la noción de 'libertad' ha sido un recurso simbólico clave para impregnar el neoliberalismo en el 'sentido común'.

    Para vincular el neoliberalismo con la libertad, se considera una lista de opuestos binarios, cuya primera parte implica restricción y la otra libertad: Estado contra mercado, cerrado contra abierto, rígido contra flexible, inmóvil contra dinámico, estancamiento contra crecimiento, grupo o colectivismo contra individual o individualismo, totalitario contra democrático -se puede continuar la lista ad nauseum, pero ya con estos términos se revela un programa político de ajustes neoliberales basados en la sencilla pero irresistible idea de libertad (Bourdieuy Wacquant, 2001). Mirowski (2009) subraya que la libertad neoliberal es "libertad negativa" en una extensión al sentido con que ésta fue definida por Isaiah Berlín: libertad de consumir y de elegir sin interferencia de las autoridades.

    La segunda columna de la ideología neoliberal se refiere al carácter supuestamente científico de sus políticas. Aquí se ubica el enfoque crítico planteado por Bourdieu (Bourdieu 1998a; Bourdieu y Wacquant 2001; Bourdieu 1998b). Con un lenguaje matemático se presenta el neoliberalismo como si fuera necesario y natural, lo cual inhibe las protestas. Se supone que el neoliberalismo representa lo que es mejor desde un punto de vista objetivo. Si la privatización de los servicios públicos de hecho implica mayor eficiencia y más libertad para el individuo, debería ser implementada. Se puede explicar su supremacía en el debate público, pero nunca negociarla. Bourdieu y Wacquant (2001) consideran que el neoliberalismo ha creado tópicos en el sentido de Aristóteles, definidos como lugares comunes sobre los que no se puede discutir, sino que se toman por sentado, como puntos de partida para el debate. De esta manera, el neoliberalismo es un 'discurso fuerte' que ha tenido impacto gracias a las fuerzas sociales que lo apoyan, es decir, gracias a una variedad de industrias, universidades, revistas y periódicos poderosos (Bourdieu 1998b; véase también Peck et al., 2009).

     

    El Estado neoliberal, un Estado fuerte

    Se puede caracterizar un Estado neoliberal como un Estado fuerte y antidemocrático. Por lo visto, parece una paradoja, pues su ideología de libertad e individualismo protesta frente a la presencia estatal. En lo siguiente, se sugerirán dos respuestas que encarnan ambas facetas de esta paradoja: la necesidad de crear mercados y la noción de la supuesta 'buena gobernanza'.

    La primera faceta exhibe las dos caras del Estado neoliberal: la contradicción entre la teoría neoliberal con su discurso anti-estatal y la práctica del neoliberalismo realmente existente de depender del Estado para crear y mantener mercados libres para trabajo, tierra, dinero, servicios como salud, educación e infraestructura (Harvey, 2005;Jessop, 2002; Peck et al., 2009). Mirowski (2009:431) pone de relieve que no se trata de ninguna contradicción, sino que es precisamente la naturaleza del neoliberalismo de aplicar un discurso anti-estatal y antiautoritario de libertad para el público general. Mientras que los lemas de laissez-faire y el adelgazamiento del Estado son convenientes para su autolegitimación, los teóricos del neoliberalismo (como Hayek) distinguen a éste del liberalismo clásico al darse cuenta de que los mercados libres no surgen naturalmente.

    De este modo, el proyecto neoliberal se esfuerza por reestructurar y redefinir las tareas del Estado. Mientras apoyan a un Estado fuerte, los neoliberales luchan con una tensión inherente a su teoría: un Estado fuerte puede fácilmente implementar o desbaratar las políticas neoliberales. En contextos de crisis económicas o políticas -como las crisis que precedían a la introducción del neoliberalismo en América Latina o la reciente crisis financiera a nivel global- se llama a un Estado fuerte para implementar programas de ajustes estructurales o rescatar el sistema financiero y, a la inversa, se pone al Estado a hibernar en tiempos estables.

    Respecto a la reestructuración del Estado, Bourdieu (1998c) ofrece la metáfora del brazo izquierdo y derecho del Estado. Al debilitarse el brazo izquierdo (que cuida de los servicios sociales y las políticas redistributivas) se incrementa la fuerza del brazo derecho, de tal manera que el Estado neoliberal es fuerte respecto de su capacidad financiera, su protección de la propiedad privada y el funcionamiento del mercado libre. Además, el Estado neoliberal es un Estado judicial, tanto por la tendencia a la desigualdad y el crimen de acrecentarse, como por la necesidad de los regímenes neoliberales por mantener el orden y estabilidad que garanticen el buen funcionamiento del mercado libre (Bourdieu y Wacquant, 2001; Harvey, 2005; Wacquant, 2010). Debido a su desconfianza en la democracia, el Estado neoliberal restringe las políticas democráticas y prefiere la gobernanza propuesta por expertos y tecnócratas (Beasley-Murray et al., 2009; Bourdieu, 1998a; Bourdieu y Wacquant, 2001; Demmers et al., 2004; Harvey, 2005; Huber y Solt, 2004; Jessop, 2002; Mirowski, 2009; Taylor, 2004). Aunque no haya un consenso respecto a lo que es la buena gobernanza (Doornbos, 2003; Hoebink, 2006), se vincula con la relación de los binomios Estado/economía o Estado/sociedad. Una premisa fundamental es que la falta de desarrollo y crecimiento se debe primordialmente a la incapacidad del aparato estatal y no a la mala voluntad de los gobiernos (Hope, 2009).

    La noción de buena gobernanza le viene al neoliberalismo como anillo al dedo. Si la gobernanza puede ser 'buena' o 'mala', quiere decir que hay estándares objetivos para medirla y, por ende, son asuntos que corresponden a los expertos. Si los cambios económicos o ajustes estructurales -que los expertos consideran científicamente correctos- no dan los resultados prometidos, se debe a la 'mala' gobernanza de los Estados no-occidentales. En particular, se trata de aislar instituciones claves para el mercado libre como el Banco Central del Estado (Harvey, 2005).

    En resumen, el propósito de la supuesta buena gobernanza es construir y mantener un "núcleo del aparato estatal para impulsar la liberalización" (Taylor, 2004: 130). Con el fin de proteger dicho núcleo, se considera la democracia como un lujo y, por ende, se construye un Estado donde las iniciativas ciudadanas no tienen capacidad de provocar cambios estructurales (Harvey, 2005; Mirowski, 2009).

     

    Las nuevas izquierdas y la crisis del neoliberalismo

    Se puede entender porqué se habla de una crisis del neoliberalismo sin referencia al giro a la izquierda, pues en términos económicos, el neoliberalismo en América Latina se relaciona con el aumento de la desigualdad y la pobreza. De hecho, cuanto más radical o intensivos fueron los procesos de neoliberalización, peores fueron las cifras (Huber y Solt, 2004).

    Si bien se observa un modesto crecimiento económico, éste se caracteriza por su volatilidad, hecho que pone en duda su sostenibilidad. El crecimiento de PIB por habitante en el continente entre 1980 y 2006 era apenas del 15 por ciento, mientras en las dos décadas anteriores hubo un crecimiento de 82 por ciento (Sandoval y Weisbrot, 2007). En el caso de México, el crecimiento real por persona (ajustado por inflación) medido desde 1986 o 1994y el año 2005 fue en promedio del 1.3 por ciento anual; una tasa de crecimiento baja desde cualquier punto de vista (Haber et al., 2008). El valor del salario real de los trabajadores disminuyó 40-50 por ciento entre 1983 y 1988 (Harvey, 2005).

    Como se ve, el Estado neoliberal pasa apuros en la esfera materialista, por lo cual se lo considera como una entidad "inestable y contradictoria" (Harvey, 2005: 64). La inestabilidad se relaciona con la dificultad de mantener la hegemonía en un contexto caracterizado por problemas económicos.

    La manifestación más obvia de dicha crisis ha sido el giro a la izquierda en América Latina. Desde la elección de Chávez en Venezuela en 1998, un espectro se cierne sobre América Latina: ya no la sombra del comunismo sino de una 'nueva' izquierda. Su éxito se relaciona con el fracaso del neoliberalismo, o por lo menos, la marginalización y el aumento de la desigualdad que lo produjo (Arditi, 2008; Beasley-Murray et al., 2009; Cameron, 2009; Casteñada, 2006; Cleary, 2006; Escobar, 2010; Lomnitz, 2006a).

    Los gobiernos del giro a la izquierda y los movimientos sociales que los apoyan se caracterizan por una serie de elementos generales y poco específicos. Se ponen de relieve seis elementos. Primero, la izquierda lucha por la justicia social y la redistribución (Arditi, 2008; Cameron, 2009; Cleary, 2006; Escobar, 2010). Segundo, la idea de libertad tiene un papel fundamental en el discurso izquierdista, pero se distingue de la versión neoliberal por ser más compleja. Como subraya Arditi (2008), la izquierda no considera posible la libertad sin equidad.

    Tercero, dado que la izquierda debe su éxito a la desigualdad extrema de la región, se apoya en un discurso que hace referencia a 'lo popular' (Carne-ron, 2009; Cleary, 2006; Escobar, 2010). Cuarto, la nueva izquierda es una izquierda moderada; ya no se manifiesta contra el capitalismo del mercado libre o la democracia liberal, definida por la política electoral (Arditi, 2008; Beasley-Murray et al., 2009; Lomnitz, 2006a; 2006b). La reintroducción del Estado en la economía no amenaza a los intereses del sector privado; de hecho, el sector privado ocupa un porcentaje más grande de la economía bajo el régimen de Chávez que antes (Beasley-Murray et al., 2009).

    Quinto, se distingue la izquierda por sus ideas post-liberales (Amézqui-ta, 2010; Arditi, 2008; Beasley-Murray et al., 2009; Escobar, 2010) o en algunos casos, poruña tendencia decolonial (Escobar, 2010). El post-liberalismo no es un 'post' en el sentido de 'después', sino marca una preocupación por enfatizar la participación popular en los procesos democráticos. Se considera la mera dimensión electoral como insuficiente, y a través de constituciones nuevas y movimientos sociales, se busca formas alternativas de empodera-miento social. Finalmente, la izquierda se caracteriza por sus adversarios, sea en referencia a una retórica contra el neoliberalismo, el imperialismo o los Estados Unidos (Escobar, 2010). Del mismo modo, se define por una voluntad redentora, encontrando su sustento en la rectificación de un error o mal del pasado reciente o lejano (Lomnitz, 2006a; 2006b).

    Dichos elementos son muy abiertos, en particular la parte ideológica relacionada con los valores como justicia social, libertad e igualdad. ¿Tiene entonces sentido hablar de una izquierda, como si ésta compartiera un elemento esencial en todas sus expresiones? De hecho, lo esencial son estos seis elementos, dentro los cuales cabe una pluralidad y heterogeneidad.

    Partiendo del concepto de 'desacuerdo' del filósofo Ranciére, Arditi argumenta que esta pluralidad es lo que define a la nueva izquierda (Arditi, 2008; véase una entrevista en Amézquita, 2010). Justicia, libertad, igualdad, participación democrática son conceptos movedizos, con implicaciones y significados distintos, dependiendo del contexto geohistórico. Más que considerar esto como una contradicción o falta de consistencia, Arditi propone que 'la izquierda' surge precisamente a través de este desacuerdo; es decir, los debates y luchas sobre qué debería significar, por ejemplo, la justica social en instancias concretas. El resultado es necesariamente plural, por lo cual se habla de las izquierdas de América Latina (Arditi, 2008; Beasley-Murray et al., 2009).

     

    El Estado y su poder según Gramsci

    El análisis convencional sugiere que el giro a la izquierda es parte de la crisis del neoliberalismo. Una perspectiva gramsciana problematiza esta hipótesis, ya que una crisis profunda requiere, necesariamente, cambios más allá del Estado formal. Es decir, los gobiernos izquierdistas tendrían que encabezar 'Estados integrales', donde se gobierne no con dominación sino con hegemonía, debido al consentimiento del pueblo y gracias a procesos de legitimación ideológica y compromisos sociales (Gramsci, 1971).

    Esta perspectiva sobre la naturaleza del poder, y de cómo gobernar de una manera eficiente, resuena con la perspectiva de Hegel planteada en la idea de que el "Estado será bien constituido e interiormente poderoso, si los intereses privados de sus ciudadanos coinciden con el fin común del Estado" (Hegel, 1975). Bajo dichas condiciones, el Estado ya tiene poca necesidad de mostrar sus músculos y hacer uso de su aparato coercitivo. Y es aquí donde se encuentra la clave del éxito que ha tenido el neoliberalismo, según Harvey (2005). No es el argumento de este trabajo que el neoliberalismo logró una hegemonía en América Latina sino que es indispensable entender cómo el proyecto neoliberal aspira hacia ésta, y el hecho de que existen fuerzas poderosas que participan de dicho esfuerzo.

    ¿En qué se distingue la teoría de Gramsci del Estado integral y su concepción del poder como hegemonía? Primero, como afirma Hall (1996), un enfoque gramsciano es apropiado para problematizar teorías y cuestiones actuales, en particular cuando las líneas de conflicto se vuelven borrosas. De este modo, un enfoque gramsciano del Estado no considera a éste como un tipo ideal ahistórico, sino que lo asume en términos concretos (Cox, 1983; 1987). Se trata de un análisis de su base social, sus fuentes de apoyo y resistencia; el Estado es el lugar y resultado de una lucha de poder entre varios grupos sociales y sus opuestas concepciones del mundo y, por lo tanto, el Estado está inmerso en la sociedad, y surge de ella como una cristalización de su propio poder (Cox, 1983; Cox, 1987; Jessop, 2003). Esto es el Estado en su sentido integral, como sociedad política y sociedad civil Qessop, 2003: 145).

    La perspectiva de Gramsci es a la vez materialista e idealista, pues considera un Estado concreto como un bloque histórico, definido como estructura y superestructura donde "las fuerzas materiales son el contenido y las ideologías son la forma [del bloque histórico], aunque esta distinción simplemente tiene un valor didáctico, puesto que las fuerzas materiales serían históricamente inconcebibles sin forma y las ideologías serían fantasías individuales sin las fuerzas materiales" (Gramsci, 1971: 377).

    En consecuencia, un análisis del Estado integral en su expresión concreta demanda una descripción del carácter de las relaciones de poder en la sociedad. Para Gramsci, dado que la sociedad es plural -compuesta por una diversidad de grupos sociales marcados por diferencias de clase, etnia, raza, género, etc.-, el ejercicio del poder radica en la manera en que un grupo logra presentar su visión del mundo como si fuera 'la' concepción universal, 'el' sentido común, y en consecuencia, son ellos quienes pueden gobernar con el consentimiento de la población. Aquí se encuentra el concepto quizás más importante del pensamiento de Gramsci: hegemonía (Femia, 1981). Aunque la hegemonía se caracteriza por el consentimiento, Gramsci pone de relieve que el poder siempre es una combinación de "dominación" o coerción y consenso debido a un "liderazgo intelectual y moral" (citado en Femia, 1981: 24).

    Por lo tanto, en cada situación hegemónica, siempre está incorporada la fuerza bruta como una armadura. En las propias palabras de Gramsci, la hegemonía es el "consentimiento 'espontáneo' de parte de las grandes masas de la población a la dirección general impuesta a la vida social por parte del grupo dominante y fundamental; este consentimiento (...) que el grupo dominante disfruta gracias a la posición y función que ocupa en el mundo de producción" (Gramsci, 1971: 12).

    Además, sin hegemonía o consentimiento, el grupo dominante tiene que recurrir a la fuerza bruta: "si la clase reinante ha perdido su consenso, es decir, ya no es 'dirigente' sino sólo 'dominante', ejerciendo solo la fuerza coercitiva, eso implica precisamente que las grandes masas se han despegado de sus ideologías tradicionales, y que ya no creen en lo que solían..." (Gramsci, 1971: 276). Si bien es cierto que la clase dominante opta por la hegemonía, la coacción siempre estará latente. Se ha creado el aparato coercitivo del Estado "en la expectativa de momentos de crisis de mando y dirección, cuando el consentimiento espontáneo haya fracasado" (Gramsci, 1971: 12).

    Aunque Gramsci se cuidaba de definir el núcleo de la hegemonía, es decir, que la población dé consentimiento a la dirección general de la vida social (Femia, 1981), se propone que existe algo más profundo que la mera manipulación de los valores, lo cual implicaría un idealismo puro. Por una parte, se trata de las ideas y valores de la población, de lo que creen es justo o injusto respecto a la distribución de bienes, y de cómo el Estado y sus instituciones ejercen el poder. Se trata de que el grupo dominante sea un líder en el buen sentido de la palabra, que tenga el poder porque los otros grupos sociales realmente creen que lo merece. Aquí se puede ver que la capacidad de definir un principio ético fundamental (como la libertad) para la sociedad es muy importante.

    En este sentido, se puede sostener que el consentimiento se trata de un acuerdo fundamental por parte de los sujetos acerca de los "estándares morales de la distribución social de los beneficios, y sobre el valor de las instituciones de autoridad y orden, a través de los cuales se produce, cambia o mantiene aquella distribución" (Femia, 1981: 39).Dicho consentimiento puede ser explícito o no, puede ser interiorizado, pasivo o invisible, cuando por ejemplo reside en la estructura lingüística o cultural.

    Una situación hegemónica propiamente designada como tal se distingue por poseer líneas de conflicto borrosas. Dicha situación equivale a lo que Gramsci llama 'guerra de posiciones' a diferencia de una 'guerra de movimientos' donde el carácter de dominación es visible. Harvey (2005), en su discusión de la creación del sentido común en el neoliberalismo, subraya el papel que tiene la cultura y la experiencia cotidiana para crear una 'guerra de posiciones' y confirma que el neoliberalismo con su discurso de libertad ha disfrazado fenómenos políticos como si fueran culturales.

    Por otra parte, se pone de relieve la faceta materialista del concepto de hegemonía, sin el que no sería sino una fantasía individual. En este sentido, hegemonía da resonancia al concepto de 'compromiso de clase', es decir, que hegemonía es un tipo de supremacía ganada a partir de concesiones otorgadas por parte de un grupo social dominante (Cox, 1983; 1987). El consentimiento en este sentido se debe a la creencia por parte de los subordinados de que existen posibilidades de obtener cambios positivos en el futuro (Cox, 1987). Estos dos aspectos se interrelacionan, ya que se trata de la creencia en el mejoramiento material. Gramsci subraya que, aunque un partido político puede ser la expresión de los intereses de un grupo social, para constituir o mantener la hegemonía, éste tiene que equilibrar y negociar sus propios intereses con los de otros grupos sociales; (Gramsci, 1971, veáse el capítulo III de La filosofía de la praxis).

    No es el objetivo de este trabajo ofrecer una presentación completa del pensamiento gramsciano. Basta con poner énfasis en un último aspecto del concepto de hegemonía. La imagen de poder que esboza Gramsci es abierta, ya que la hegemonía en su forma pura es imposible e inconcebible (Cox, 1987). El cambio puede producirse a partir de nuevas ideas ('las masas ya no creen en lo que solían') o de un fracaso económico, si el grupo dominante no cumple con sus promesas de bienestar material. Por lo tanto, se concibe a la hegemonía como un proceso más que como un estado final, o el posible resultado de dicho proceso (Long, 1999).

     

    Conclusión

    Más que afirmar o rechazar la hipótesis de que el giro a la izquierda ha dado la última estocada a la crisis del neoliberalismo, se han ofrecido consideraciones teóricas para abordar dicha problemática de un modo distinto. Primero, se ha discutido el neoliberalismo, su ideología y su forma de Estado. Segundo, se ha presentado el giro a la izquierda y las características de las nuevas izquierdas. Tercero, se ha sugerido un enfoque gramsciano, de acuerdo al que el Estado no representa sino la punta del iceberg, pues su verdadera fuerza se encuentra en la base social que lo soporta. Este enfoque tiene por lo menos dos implicaciones, por un lado, un Estado en las manos de un partido izquierdista no implica, necesariamente, una crisis del neoliberalismo, pues ésta requeriría un cambio tanto de la base como de la punta del iceberg; por otro lado, con Gramsci se ha rechazado el lugar común que considera que el neoliberalismo es opuesto al Estado. Aunque el Estado neoliberal se esconde tras la forma aparente de su programa de laissez-faire y un discurso de libertad, es un Estado fuerte, judicial y antidemocrático.

    Para concluir, se ofrecen tres razones para considerar con cautela los vaticinios acerca de la muerte del neoliberalismo. En principio, parece iluminadora la idea de Harvey acerca de que la resiliencia del neoliberalismo depende de su capacidad de dominar las narrativas cotidianas. El discurso neoliberal es tentador: si eres libre de hacer lo que te dé la gana al tener dinero, la libertad es cuestión de hacerse rico. La versión izquierdista es más compleja, dado que la libertad implica la libertad de los demás, pues la equidad es un prerrequisito de la libertad individual.

    La segunda razón tiene que ver con la continuidad de las políticas neoliberales por parte de los regímenes izquierdistas. Este punto demanda un análisis específico de cada país, es decir, un análisis del neoliberalismo realmente existente y su encuentro con las tradiciones de colectivismo. En este contexto, es importante darse cuenta de que el patrimonio neoliberal restringe los regímenes izquierdistas (Cleary, 2006). A partir del miedo a la inflación, la movilidad del capital y la inmensa dificultad de deshacer procesos de privatización y apertura a la economía mundial, surge una discrepancia entre una retórica radical y la realidad de las políticas. No obstante, los gobiernos izquierdistas han restablecido al Estado como un actor preponderante dentro de la economía al servicio de la redistribución y el fortalecimiento de los servicios públicos (Escobar, 2010; Lomnitz, 2006b).

    La tercera razón tiene que ver con la izquierda y su actuación. Producto de la resistencia popular contra el neoliberalismo, el foco de los gobiernos izquierdistas ha sido el rompimiento con las políticas neoliberales. Según Arditi (2008) y Lomnitz (2006b), su éxito más importante en este contexto ha sido la capacidad de redefinir el orden del día. El debate público ahora se encuentra conducido por la izquierda. Para Arditi, este aspecto tiene que ver con el fracaso del neoliberalismo en la esfera simbólica y el éxito de la izquierda para ganar 'la guerra de posición' en el sentido gramsciano, junto con las victorias electorales.

    No obstante, Arditi también subraya que gobernar ha sido una experiencia humillante. En este sentido, se puede decir que el peor enemigo de la izquierda es la izquierda misma (Beasley-Murray et al., 2009). Si no cumple sus promesas, el proyecto izquierdista tendrá problemas de legitimidad. En un contexto de crisis económica global, Cleary (2006) nota que solo Venezuela tiene los recursos económicos que le permitan ampliar su espacio político. Sin embargo, mientras aplaude las políticas contra el neoliberalismo, considerando a Venezuela como un miembro de la izquierda 'modernista', Escobar (2010) critica sus tendencias autoritarias y por restringir el espacio de expresión a voces feministas y movimientos sociales. En términos gramscianos, Chávez tiende hacia la dominación más que hacia la hegemonía.

    En conclusión, se pone de relieve un elemento clave tanto para los regímenes de izquierda como para los de derecha: el sentimiento general de inseguridad provocado por la violencia y criminalidad cotidianas. La mayoría de los estados en América Latina ya no son capaces de garantizar la seguridad (Beasley-Murray et al., 2009), lo cual ha producido 'ciudadanos de miedo' (Rotker y Goldman, 2002). La percepción de una violencia omnipresente define la relación que establecen la mayoría de los ciudadanos con el Estado (Rotker, 2002: 13). Mientras que entre 1995 y 2007 se consideraba 'el desempleo' como el problema principal de la región, ahora se percibe que 'la delincuencia' es más importante (Latínobarómetro, 2010). La identificación de la delincuencia como el problema más importante tiene consecuencias políticas significativas, ya que el miedo propicia un uso político (Arditi, 2008; Balan, 2002) del que pueden tomar ventaja los partidos de 'laleyy el sistema legal' que apoyan el Estado judicial del neoliberalismo (Cleary, 2006).

    Lomnitz (2006b) nos ofrece una síntesis de la problemática: la fuerza política que logra definir 'lo real', es decir, que logra presentarse como representante verdadera del pueblo y la sociedad civil, gana el debate político. La marginalización y la desigualdad producida por el neoliberalismo ofrecieron una ventaja a la izquierda. No obstante, un enfoque gramsciano pone de relieve que la batalla por la hegemonía es un proceso siempre indefinido.

    La llamada crisis del neoliberalismo no ha terminado aún. Es una historia con final abierto, que sigue mutando a partir de la reconfiguración de los grupos sociales y la naturaleza del poder que ejerce el Estado, sea neoliberal o de izquierda.

     

    Notas

    1       Colaboración elaborada durante la estancia de investigación doctoral del autor en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (enero a junio del 2011) bajo la coordinación de Maya Aguiluz-Ibargüen. El autor expresa su sincero agradecimiento a José Jiménez, Amaia Az-queta, Daniela Ramírez Camacho, Dra. Benedicte Bull y Dra. Maya Aguiluz-Ibargüen por su ayuda.

    2       Estudiante de doctorado en el Centro para el Desarrollo y el Medio Ambiente de la Universidad (SUM) de Oslo (Noruega) bajo el programa de investigación "Cultural Transformations in the Age of Globalization" (KULTRANS).

    3 La relación de países signados de esta manera, evidentemente cambió a partir de 2009, por los sucesos en Honduras y las elecciones del 2010 en Chile. Se define el giro a la izquierda en términos generales como las victorias electorales por partidos caracterizados como izquierdistas, pues como señala Arditi (2008: 2) el mero uso del término en el debate público significaría que el partido o los partidos en cuestión cuentan como parte de ese giro.

    4 En adelante las citas textuales de las fuentes en inglés son traducciones propias.

     

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