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    Umbrales. Revista del Postgrado Multidisciplinario en Ciencias del Desarrollo

    versión impresa ISSN 1994-4543

    Rev. Umbr. Cs. Soc.  n.20 La Paz abr. 2010

     

    RESEÑAS

     

    El mito del eterno retorno

     

     

    Henry Oporto*

     

    *        Sociólogo y ensayista.

     

     


    “El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales”. Fernando Molina; Pulso, Bolivia, 2009.

    En las primeras líneas de esa memorable novela que es La Insoportable Levedad Del Ser, del escritor checoslovaco Milan Kundera, se lee:

    “La idea del eterno retorno es misteriosa. Con esta idea, Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡Pensar que alguna vez haya que repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?”.

    “Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente –prosigue Kundera–, con seguridad la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pues, hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses”.

    Recordando estas reflexiones de Kundera, yo diría que “el mito del eterno retorno”, la vuelta, una y otra vez, a lo ya vivido, es el sino boliviano; una suerte de marca registrada de Bolivia. Veamos algunos ejemplos:

    La idealización del pasado. Esto es algo que hemos experimentado en varios momentos de nuestra historia, pero que hoy día es un sentimiento y una pasión más fuertes que nunca. Para muchos, la visión de un pasado milenario idílico y casi paradisaco, se ha transformado en la esencia de un proyecto político cuya utopía –o al menos su retórica y su carta de presentación– es recrear un pasado cargado de mitos y de sueños, que, por lo mismo, niega los aportes y valores de la modernización, y tiende una y otra vez a sumergirnos en una contradicción maniquea y perversa: tradición versus modernidad.

    Lo peor de esta idealización del pasado, que niega absurdamente la historia, es que paraliza a la sociedad y ata a la gente a un presente lleno de heridas, adversidades y frustraciones. Aferrarse al pasado; mirar siempre hacia atrás y no hacia adelante, es sembrar constantemente el resentimiento, el deseo de venganza y, por tanto, la discordia y la división entre los bolivianos.

    Otro ejemplo: la vuelta al mito de la revolución. El retorno a la tradición revolucionaria que dominó la política boliviana en los años 50, 60 y 70, y que llevó, sobre todo a la juventud de la clase media, a abrazar la causa del socialismo, dispuesta incluso a inmolarse en el altar de la revolución y la lucha armada. Por cierto sin ningún logro ni sentido.

    No obstante esta experiencia histórica, y a pesar del aleccionador fracaso del mundo socialista en el siglo pasado, resulta que ahora asistimos al renacimiento de un proyecto revolucionario y socializante. Un proyecto que desdeña el valor de la democracia y desconoce los progresos alcanzados en más de dos décadas de vida democrática. Un proyecto que ha decidido que lo que realmente importa es la revolución social, puesto que de ella vendrá la felicidad del pueblo.

    Es nuevamente la vuelta al pasado, aunque se llame “socialismo del siglo XXI” o “socialismo comunitario”, y se vista con un ropaje autóctono e indigenista. El retorno a esta tradición política revolucionaria, nuevamente coloca a Bolivia en la encrucijada de la democracia y el autoritarismo, de la libertad y el despotismo. Porque el avance de un proyecto revolucionario implica, inexorablemente, la transgresión de la democracia y el reinado de un régimen absolutista y autocrático.

    El tercer ejemplo es la vuelta al mito del Estado, y, por lo tanto, la estadolatria. Es decir, la idea de que el verdadero actor del desarrollo es el Estado. El Estado bienhechor, ese padre protector que debe producir desde cartones y condones hasta pilas de litio. Un Estado que debe controlarlo todo, incluso las ideas y los bienes de las personas.

    Lo raro es que décadas de estatismo, de empresas estatales ineficientes, mal administradas, que han sido una carga fiscal y una fuente incontrolable de corrupción, no parecen ser suficientes para aprender la lección. Por encima de la experiencia está el mito del Estado, que se nutre de la obsesión por centralizar el poder económico y político en un puñado de personas iluminadas.

    Estos ejemplos –y pueden haber otros más– ilustran ampliamente acerca de la vigencia del mito del eterno retorno. Un mito que, como dice el escritor Kundera, es demencial, y yo diría además ruin y nefasto. Sinceramente, creo que Bolivia es un país atrapado en esta clase de mito; incapaz de escapar a lo que parece ser su destino trágico. Por eso es que una y otra vez volvemos a lo mismo, y seguimos dando vueltas en el mismo círculo vicioso de pobreza, atraso e ingobernabilidad.

    Estas reflexiones mías vienen a propósito de la lectura del libro de Fernando Molina: “El pensamiento boliviano sobre los recursos naturales” (Pulso, 2009). Un encomiable estudio acerca de las creencias que los bolivianos abrigan respecto de los recursos naturales y de la ideología nacional construida alrededor de ellos.

    El trabajo de FM plantea la tesis de la existencia de otro mito, que se podría decir constitutivo de Bolivia: la fetichización de los recursos naturales; esto es, la “dimensión sobrenatural” que estos adquieren en el imaginario social y que hace que sean objeto de adoración colectiva. Se trata, pues, de un fenómeno propio de sociedades que no han superado una fase naturalista y agrarista de vida, y que se manifiesta en la creencia de que la riqueza de los pueblos está en la naturaleza. Es la idea de que la riqueza no es algo que se crea sino, ante todo, que se la toma porque ella preexiste en los dones naturales. De ahí por qué el conflicto en Bolivia es casi siempre una disputa por la posesión de los recursos naturales (sea la plata, el estaño, el gas o la tierra). La lucha por el poder es en realidad una disputa por quién debe tener la autoridad y la capacidad para disponer de la riqueza natural.

    La teoría que FM construye es consistente y explica plausiblemente la raíz y la dimensión del sistema social rentista que los bolivianos hemos forjado de alguna manera. Esquemáticamente, diríamos que la base económica de este sistema está dada por una economía de índole extractivista, la cual genera una forma de enriquecimiento también extractivista y depredadora. Esto se percibe no sólo en cómo se explotan los recursos no renovables y el mismo recurso tierra, sino, también, en la forma de usufructuar esta riqueza.

    Sobre este tipo de estructura económica se erige una superestructura política que tiene la marca de un sistema de poder que se organiza primordialmente para detentar el control y el reparto de las rentas generadas por los recursos naturales. Este Estado patrimonialista se correlaciona y sustenta en un patrón de comportamiento social rentista, que parece transversal a los distintos estratos de la pirámide social. Los recursos naturales son el mello de una compleja red de relaciones sociales. Los grupos sociales se organizan y actúan corporativamente (en sindicatos, gremios, logias, partidos políticos, comités cívicos y otros grupos de interés, civiles o uniformados) para acceder a los privilegios del Estado y capturar una parte de las rentas que éste controla.

    En este esquema interpretativo, y más allá de las adscripciones ideológicas de izquierda y derecha, librecambistas, nacionalistas, endogenistas o indigenistas, lo que resalta es un sustrato común ideológico, tributario de la fetichización de los recursos naturales; por lo tanto, expresivo de un fenómeno cultural fuertemente internalizado en la idiosincrasia de los bolivianos.

    De cara a la actualidad del debate sobre los recursos naturales, lo interesante del análisis que hace FM de ese sistema “rentista” –prosiguiendo una línea de investigación ya iniciada por otros autores nacionales-, y de su recorrido por los vericuetos de las corrientes del pensamiento político boliviano, es que abre una veta promisoria para entender el masivo y entusiasta apoyo popular a la política de nacionalización de los recursos naturales que lleva a cabo el gobierno del MAS. Detrás de ese apoyo social asoman los mitos profundos de la sociedad boliviana. Es la vuelta a una de las fuentes persistentes de la identidad cultural, y que se ilustra muy bien con la idea nietzcheana del eterno retorno.

    En ello reside una de las grandes paradojas de este tiempo. El llamado “proceso de cambio” es el vehículo para la vuelta al pasado y a la resurrección de los viejos mitos nacionales. De ahí por qué nadie se extrañe si en la aplicación de estas ideas, el resultado concreto probablemente no sea otro que el reforzamiento de las bases estructurales del sistema rentista. Los indicadores socio-económicos de los últimos años así lo sugieren:

    Contrariamente a los postulados del discurso de la “revolución productiva” y de la “industrialización”, la base económica del país ha tendido a angostarse y hacerse monoproductiva y monoexportadora; vale decir, a reforzar su carácter extractivista y de economía basada en recursos primarios.

     

    Tal como se observa en este gráfico, la economía boliviana es hoy día más dependiente de las materias primas, y ha desandado un camino de relativa diversificación que comenzó a darse en las dos décadas anteriores, con el paulatino incremento de la producción agroindustrial y de las exportaciones no tradicionales. Una consecuencia de ello es que ahora los ingresos fiscales dependen en casi un 50% de la renta del gas. Otro dato ilustrativo es que cuando el país alcanza la mayor tasa de crecimiento, el año 2008, del 6.5% del pib, la mitad de ese crecimiento proviene del crecimiento de la minería y, en particular, de la contribución de un proyecto extraordinario: San Cristóbal.

    Por su parte, los indicadores de pobreza muestran que si el año 2001 se contabilizaron 5.2 millones de pobres, el año 2007 el número de pobres aumentó a 5.9 millones.

    La desigualdad fiscal que genera la aplicación de la nueva Ley de Hidrocarburos es también preocupante. Los ingresos prefecturales de Pando han sido 10 veces más que los de Potosí, y los de Tarija 10 veces más que los de Santa Cruz. El monto per cápita que corresponde a la población de Pando es 13.6 veces mayor que el monto per cápita para La Paz y 11 veces mayor que para Santa Cruz.1

    No cabe duda que estamos ante un nuevo auge del nacionalismo rentista que tiende a reforzar la dependencia e idolatría de los recursos naturales. Aunque los titulares del poder son otros, las prácticas políticas poco o nada han cambiado, puesto que siguen atrapadas en la fetichización de los recursos. Es, se diría, el eterno retorno a las viejas ideas y los viejos mitos. Por ahora es el capitalismo de Estado basado en recursos naturales, el modelo que adquiere nueva vida. Mañana quizás lo sea el socialismo basado en recursos naturales.

    Pero los recursos naturales no tienen por qué ser una fatalidad o una maldición. Lo demuestra la experiencia de muchos otros países, como es el caso notable de Chile, que ha sabido encontrar en su riqueza, especialmente minera, una palanca para modernizarse y diversificarse, eludiendo la trampa del rentismo. En cambio, en Bolivia, prácticamente hemos dejado pasar la oportunidad para sembrar el gas.

    El problema nuestro es la pervivencia de una mentalidad que impide que el país se transforme y desarrolle. El libro de FM es una invitación a recordarnos que el progreso no está en el pasado sino en las posibilidades futuras que debemos construir. Para decirlo en palabras de otro autor nacional, Roberto Laserna: “la idea de un futuro nos permite imaginar el reencuentro, la prosperidad y la equidad. El pasado no se puede cambiar, el futuro sí”.

     

    Notas

    1        Un análisis de las asimetrías departamentales y municipales puede verse en Verónica Paz Arauco: “El desafío urgente: actuar ante la asimetría departamental”, Informe Nacional sobre Desarrollo Humano 2009, PNUD. Otro trabajo sobre los efectos perversos de la forma de asignación de los ingresos fiscales basados en la renta del gas es el documento de Luis Carlos Jemio: “La Paz y la Descentralización Fiscal”, en La Autonomía Departamental: dilemas y retos, Foro por La Paz, junio 2008.