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    REVISTA MEDICINA CIENCIA INVESTIGACION Y SALUD

    versão impressa ISSN 1818-5223

    REVISTA MEDICIS  n.7 ORURO  2012

     

    ARTÍCULO ESPECIAL

     

    ¿Qué es un médico?

     

     

    Autor: Dr. Pablo Alejandro Morató Arancibia
    Docente Facultad Ciencias De La Salud

     

     


     

     

    El día que la Universidad de Chile me confirió el título de Doctor en Medicina" yo creí que ya lo era. Había hecho mío el conocimiento de La anatomía y la fisiología, el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades.

    Y así, con mi ser de científico colmado de saber con pretensión de omnipotente, me lancé a ejercer la medicina. Los medicamentos que prescribía controlaban las afecciones de mis pacientes y mi bisturí extirpaba sus tejidos dañados, Pero muy pronto la corona de mi erudición médica sufrió una lastimosa abolladura. Fue un día domingo cuando, me llamaron de la Clínica para informarme que reingresaba grave la paciente a la que había salvado la vida unas semanas antes; dada de alta tras una recuperación que sorprendió a propios y extraños junto a La inmensa alegría de sus padres de tenerla en casa, volvía nuestra paciente, con una complicación.

    Sucedía que, luego de superar una pancreatitis grave y tras tres intervenciones quirúrgicas para poder controlar una enfermedad grave donde las enzimas del páncreas prácticamente digieren la propia carne de la paciente. Se pudo lograr con los conocimientos de la ciencia, superar una enfermedad que cobra muchas vidas. En medio de sueros, antibióticos y nutrición artificial veíamos día a día superar en una niña de 14 años una enfermedad mortal.

    Grande fue mi pesar al ver regresar a nuestra "paciente estrella" sufriendo la complicación menos esperada de su enfermedad. Las enzimas pancreáticas nuevamente se activaron tras la ingesta de un alimento prohibido y horadaron Los grandes vasos sanguíneos del cuerpo y veíamos que la paciente entre llantos de dolor y entre la desesperación nuestra y de sus padres "se moría".

    Al evidenciar la terrible complicación no dudamos ni un segundo en tratar de hacer hasta lo que no está escrito en los libros por salvar su vida. Cuando estabilizamos la hemorragia exanguinante, me acerqué a la paciente de la que nunca olvidaré su nombre para decirle que debíamos operarla. Ella me agarró la mano y me dijo: "Opéreme doctor, me duele mucho, no quiero morir, quiero vivir por mis papas". Al saber la gravedad de la enfermedad y el deseo de la paciente por vivir, se puede sentir que el corazón de uno se estruja y solo atiné a agarrar la mano de la paciente muy fuerte y ofrecer una sonrisa alentadora.

    Durante la operación, se pudo controlar el sangrado, esperábamos solo un milagro y temporalmente lo logramos, la paciente estaba viva, estable y lo más importante con muchas ganas de vivir. Una esperanza floreció en todo el equipo quirúrgico que de lo único que hablábamos era del caso dramático que acabábamos de operar. Sin embargo del esfuerzo médico y principalmente de la fe con la que actuamos otra vez volvimos a ser médicos y a pensar en: ¡Qué más de la Medicina podíamos ofrecer a la paciente! Se nos iluminó la posibilidad de aprovechar su seguro médico para trasladarla a un Hospital con posibilidad de tratamiento hemodinámico de última generación. Se hicieron los contactos mientras nuestra paciente permanecía estable junto a sus padres. Poco antes de subir a la ambulancia "mi paciente estrella", nuevamente me tomó la mano para decirme que la esperara pues pronto volvería.

    Grande fue nuestra sorpresa al enterarnos pronto que a su llegada al centro de alta tecnología no le prestaron la atención que merecía y la derivaron a un hospital pediátrico de cuidados menores donde no la dejaron ni siquiera estar junto a sus padres. A la madrugada de un jueves, la paciente volvía a sangrar en forma profusa; casi agonizante llamó a su padre por celular para despedirse de él diciéndole que se moría y que nadie estaba a su lado.

    Un frío estremecedor corrió por mis venas y un sentimiento de pesar y lágrimas deformaron mi rostro arrepentido de no haber tomado una decisión "No médica", sino humana de no haberla enviado, para poder seguir estrechando su mano moribunda hasta el último aliento de su corta vida.

    Quizás presentíamos el desenlace, quizás nuestro conocimiento médico nos encegueció ante una luz de tratamiento con nueva tecnología. Quizás no nos resignábamos a su muerte anunciada, sino a una luz de vida.

    Lo más desconcertante fue horas después, encontrar a su padre malherido, desconcertado por la diferencia de la atención humana entre un grupo de médicos que la llamaban a su hija por su nombre, frente a un grupo de médicos que ni siquiera analizaron su caso e informes.

    El padre maltrecho, no por el dolor de su corazón por la pérdida de su hija, sino porque al regresar a Oruro, la ambulancia que transportaba el ataúd de su hija rumbo a su comunidad y muy cerca de la ciudad, sufrió un vuelco de campana que dejó a todos heridos. Hasta el día de hoy me pregunto: "Si... fue ella, que al ver Oruro a la vista quiso decirnos de alguna manera con sus ansias de vida y la promesa hecha de volver: ¡Oigan...estoy de vuelta, me quiero quedar...!"

    Con todo ello percibí que la verdadera medicina no consiste en combatir la enfermedad como si fuera un objeto que entró en un cuerpo, sino en atender en su integridad humana a la persona que padece. Así, hora tras hora fui descubriendo que era más lo que ignoraba que lo que creía saber, y que llegar a ser un verdadero médico no se logra con la mera obtención del título profesional, pues por encima del conocimiento científico certificado, está la comprensión y la entrega para con el semejante que padece, a fin de atenuar sus dolores físicos, atenderlo en lo íntimo de sus temores, y confortarle en su interioridad que sufre.

    He quedado maravillado ante los prodigios que obran en la evolución de las enfermedades la fe en Dios y la voluntad de superar sus padeceres, despedazando triunfalmente las estadísticas médicas y los pronósticos de las eminencias.

    He descubierto que tras los síntomas que manifiestan los pacientes, clama el conñicto anímico que los ha originado, conñicto que anda por los consultorios buscando encontrar a un médico que lo reconozca, lo entienda y lo conforte para aliviarlo.

    Pero... ¡Qué lejos están de estos asuntos íntimos de la vida humana las páginas de los textos médicos y los sofismas de los catedráticos!

    Con todo ello me quedó manifiesto lo distinto que es cada paciente, y el grave error que se comete al generalizar con ligereza en el tratamiento de los enfermos. Como si todos los pacientes fuesen iguales. Como si no tuviese cada uno sus muy propios sentimientos y circunstancias.

    Cada día se graba más en mi conciencia que mis manos son sólo un modesto instrumento entre el Creador y mis enfermos. Por ello, ojalá se actúe ante quien padece, con humanismo y espiritualidad, no de médico a paciente, sino de ser a ser.

    Porque después de todo, nosotros los médicos sólo somos sencillos intermediarios del Señor que nos ha encomendado la misión predilecta de Cristo: curar a los enfermos para que, cumpliéndola, lleguemos todos a merecer el noble título de "Doctor en Medicina"