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    Revista Textos Antropológicos

    versión impresa ISSN 1025-3181

    Textos Antropológicos v.20 n.1 La Paz  2019

     

    AVANCES DE INVESTIGACIÓN

     

    Consideraciones sobre el repertorio metálico prehispánico
    en las Tierras Bajas de Bolivia

     

    Considerations on pre-Hispanic metal repertoire
    in Bolivia's lowlands

     

     

    Jédu Sagárnaga1
    1 Docente Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas
    y Arqueológicas, UMSA. E-mail: jasagarnaga@umsa.bo

     

     


    El presente artículo ratifica la evidencia existente, según la cual los habitantes de la región al este de los Andes no explotaron minas y tampoco produjeron objetos de metal. No obstante, el metal circuló en sentido Oeste-Este hasta lugares muy alejados, tal como se menciona en documentos coloniales. Recientes reportes acerca de hallazgos de artefactos metálicos que fueron encontrados en Tierras Bajas del actual territorio boliviano parecen ratificar estos datos.

    Palabras clave: Tierras Bajas, hombres de pluma, hombres de metal, planchas


    This article ratifies the evidence according to which the inhabitants ofthe Eastern Andes region did not exploit mines or produced metal objects. However, metals circulated from west to east until distant places as it is refe-rred in colonial documents. Recent information aboutfindings of metal objects in the Bolivian lowlands seems to support this data.

    Keywords: Lowlands, feathermen, metal men, plates


     

     

    DDesde mis primeras indagaciones acerca del laboreo en metales durante la época prehispánica en el territorio que hoy es Bolivia, saltaba a la vista el hecho de que los distintos grupos asentados al Este de la cordillera andina, no habían llegado a trabajar los metales. Se tiene como axioma, por tanto, que los pueblos que habitaron lo que en términos academicistas llamamos “Tierras Bajas”
    (Amazonas y Chaco, en líneas generales) no explotaban minerales ni labraban metales.

    El dato empírico reforzaba estos supuestos. Así por ejemplo, F. Peiser, quien habría realizado esmerada descripción geológica delos depósitos auríferos de Santa Cruz, estima que los yacimientos de la provincia Ñuflo de Chávez recién fueron descubiertos y explotados en la era republicana (cit. por Ávila- Salinas 1985:2). El texto reza: “De igual manera, Becerra (1977) basado en el testimonio del jesuita Eder —colonizador de la región del Beni— descarta una posible utilización del oro por los nativos de Mojos (a pesar que esa zona fue conceptuada como el “Gran Paititi”, o “El Dorado”, con un fabuloso potencial aurífero), debido a que Eder comprobó que no solo [no] existían explotaciones de oro en el Beni, sino que los nativos carecían de vocablos en su lengua para referirse al oro y la plata” (Ibíd.). Ávila-Salinas se refiere al misionero Francisco Xavier Eder quien trabajó en Moxos entre 1753 y 1767 y llegó a poseer un profundo conocimiento de los nativos y su cultura.

    Sin embargo, resulta llamativo que los primeros españoles que se adentraron en ese gran espacio geográfico, evidenciaron el uso de distintos objetos metálicos entre los indígenas allí asentados. Los posteriores exploradores y los datos etnográfico y arqueológico actuales, igualmente dejaron claro el uso de distintos artefactos metálicos en esa región, antes de la llegada de los europeos.

    Surgen, entonces, algunas interrogantes: ¿Si los habitantes de Tierras Bajas no producían objetos de metal, cómo los conseguían?, ¿de dónde?, ¿desde cuándo?

    El presente trabajo pretende un acercamiento a la problemática y procura responder esas preguntas, al menos de manera parcial.

     

    El desarrollo del trabajo en metales en los Andes Sur Centrales

    Resulta evidente, por toda la evidencia hasta ahora conocida, quela explotación de minerales y el consecuente beneficio de los mismos para la fabricación de artefactos metálicos, empezó en el período Aldeano al occidente de la cordillera. Las más tempranas evidencias del trabajo en metales en el Altiplano Andino, fueron reportadas hace unos sesenta años y dan testimonio de tal procedimiento. En el altiplano central (hábitat de los wankarani), en el altiplano norte (culturas Chiripa y Pukará), así como en los enclaves de estas formaciones sociales en los valles interandinos, se halló evidencia de la fundición de cobre y el laboreo en metales con fechados hasta de 1.200 años a.C. (Bennett 1936; Browman cit. por Lechtman 1980:280; Iba-rra y Querejazu 1986:162; Ponce 1970:42, 55).

    Con el surgimiento y desarrollo de Tiwanaku, del trabajo en cobre se pasa al trabajo en cobre-arsenical (en la fase urbano-temprana), para luego -ya en la fase tardía-dar paso al bronce estannífero (Lechtman y Macfarlane 2005; Ponce 1970).

    Tras el colapso de Tiwanaku, y durante los Desarrollos Regionales Tardíos, siguió produciéndose artefactos de bronce. Al menos, la evidencia apunta a la producción masiva de un tipo de adorno para el cabello, conocido en la época contemporánea como "laurake" (Sagárgana en prensa).

    Ya para el Horizonte Tardío, la fabricación de artefactos de bronce estaba muy extendida en todo el Tawantinsuyo. La evidencia apunta a diversos objetos de ornato personal (como los tupus); así como armas y herramientas (como las hachas), que contribuyeron al engrandecimiento del imperio inka. Asimismo, se evidencia una gran producción de objetos suntuarios realizados en metales preciosos, especialmente de oro y plata.

     

    Reportes de artefactos metálicos en Tierras Bajas

    Las dos terceras partes del actual territorio boliviano, se hallan al Este de la Cordillera Oriental, y a una altitud mucho más baja que la altiplanicie y los valles interandinos.

    Hasta hace unas décadas, se suponía -erróneamente- que los grupos que habitaron este amplio espacio no habían tenido mayor relacionamiento con los grupos llamados "andinos". En el amplio espacio sudamericano compartido fundamentalmente por Ecuador, Perú, Brasil y Bolivia, la evidencia señala que había un flujo importante de productos entre serranos y silvícolas, siendo el metal un elemento fundamental en ese proceso de intercambio.

    Se dice que plumas, pieles, algodón, madera, plantas, cascabeles y granos subían a la sierra, mientras que el metal, tal vez piedras semi-preciosas, tejidos y lana bajaban a la selva (Renard-Casevitz et al. 1988:27). "Abajo, en la montaña -señalan luego los autores-numerosas hachas de bronce recobradas en las excavaciones arqueológicas de la región del Chanchamayo, del Bajo Pachitea y del río Pichis, demuestran a su vez la importancia y lo permanente de estos intercambios, por su edad y número. Solo podemos imaginar la competencia y las transformaciones introducidas con la llegada del metal a la amazonia occidental" (Renard-Casevitz et al. 1988:27-28).

    Un dato sobrecogedor y altamente significativo es el referido a un mito cashinahua, referido por los mismos autores. Se dice que los Cashinahua, eran mitmaqkuna, voluntarios o forzados, pertenecientes a la familia lingüística pano. Viven hoy en el Alto Purus (Perú), cerca de la frontera brasileña y se estima que su antiguo territorio estaba cerca de esta región, al norte del Madre de Dios y del Beniló. Durante las grandes expediciones incas hacia los Mojos, habrían sido conquistados o "invitados" (a menos que emigraran por su propia voluntad) a un territorio próximo al de los incas. Su relación habría estado marcada por el intercambio de productos propios de su hábitat (especialmente plumas) por objetos elaborados en metal.

    Este vínculo, fincado en el interés de unos por los productos de los otros, habría dado lugar a una visión mutua en la que uno y otro producto designaban a las dos parcialidades. Así surgió el mito de los "hombres de pluma" y los "hombres de metal", en relación de oposición. Y es que los andinos demandaban plumas (por su significado y utilización en el ornato), además de otros productos naturales; y a cambio ofrecían artefactos de metal. La relación debió ser desigual (como ocurre en toda la historia de la humanidad), ya que, si bien los objetos metálicos implicaban conocimiento tecnológico, la cantidad de bienes obtenidos por ellos debió ser cuantitativamente más alta.

    Cuentan los cashinahua, en sus mitos, que: "sus antepasados emigraron en búsqueda del metal... Entre las gentes de pluma y las de metal siempre hay guerra...Y es que según su tradición el Inca les había invitado a vivir en su «gran aldea» y a compartir las riquezas del metal. Ellos habían dejado sus tierras «mas para comer, tuvimos que trabajar para ellos. Ellos no trabajaban ya y no nos daban nada de sus riquezas». El Jefe cashinahua, entonces,dijo: «hemos visto a los incas. Hemos entendido sus palabras. Ahora sabemos que no se puede vivir con esa gente. Vamos a matarlos y a regresar a vivir tranquilos en la tierra de nuestros antepasados»" (Renard-Casevitz et al. 1988:89). En otras palabras, los cashinahua (quienes designaron a los incas como "hombres de metal") atraídos por el metal, dejaron sus tierras y fueron a vivir cerca de las ciudades inkas (la "gran aldea" puede referirse al Cusco), pero éstos -que les habían ofrecido compartir sus riquezas- no cumplieron motivando el odio de aquellos y su retorno a casa.

    Por otro lado Renard-Casevitz y sus coautores, hilan más fino cuando suponen que existiría cierta periodicidad en los intercambios y -más aún- que pudo haber coincidencia con fiestas religiosas, es decir un conjunto más complejo de relaciones (1988:51). Es posible entonces que ciertos centros, como Samaipata, hubiesen sido espacios en los cuales no solo se intercambiarían productos, sino que se celebrarían rituales conjuntos acompañados por fiestas que, sabemos, se caracterizaban por consumo de bebidas alcohólicas, comilonas y danza.

     

    Fuentes arqueológicas en actual territorio boliviano

    La siguiente es una breve relación de hechos referidos al hallazgo de artefactos metálicos en el oriente del país (Figura 1).

    Presencia Inka en San Buenaventura

    En 1989 pobladores de San Buenaventura (prov. Iturralde del departamento de La Paz) reportaron el hallazgo casual (al abrirse una zanja para alcantarillado) de un entierro que incluía una diadema y una manilla de oro. Dado mi interés en los metales, me constituí allí para analizar el material recuperado, pues era llamativa la presencia de objetos metálicos. Una vez ante ellos, mi duda sobre la filiación cultural de los mismos no pudo disiparse de inmediato, pues la forma de la diadema no encajaba -precisamente- en el repertorio conocido. En el centro aparecía un rostro ornado con siete penachos, todo ello repujado (Figura 2). Casi treinta años después logré ubicar nuevamente ese mismo ícono en placas decorativas rectangulares y más pequeñas al visitar una exposición en el Museo de Etnografía y Folklore (MUSEF) (Figura3). Lastimosamente tampoco tienen procedencia ni filiación, así que no ayudan a dilucidar el asunto, pero hablan de iconografía prehispánica recurrente.

    Sin embargo, entre los fragmentos recuperados ubiqué un fragmento de aríbalo de estilo Inka Imperial. Pregunté si procedía del "entierro" y se me respondió afirmativamente. Estos datos sugieren que se trataba de la tumba de algún importante personaje Inka.

    Desafortunadamente todos o casi todos los pobladores de San Buenaventura habían "metido la mano" en la zanja y tomado alguna parte del "botín". Llegué a ver algunas lentejuelas cóncavas delgadas de oro, e incluso una soberbia faja ventral de plata que pude fotografiar. Casi todo el material se perdió, excepto la diadema, la manilla, unos cascabeles y un hacha de bronce que me fue donada (Figura 4). Ese material se guarda hoy en el Museo de Metales Preciosos Precolombinos de La Paz (MMPP). Lastimosamente la investigación no continuó. Hoy la población de San Buenaventura ha crecido grandemente, y ya no es tan fácil prospectar sus riberas. Incluso el lugar del hallazgo en el piso presenta hoy cemento rígido y sendas casas se levantan a los costados.

    De cualquier modo, estamos ante un típico caso de producción artefactual de origen andino y que las piezas habrían sido llevadas a la región por gente de Tierras Altas. En cuanto al poseedor de tales objetos, se perfilan dos posibles explicaciones: primero que pudo ser un señor Inka (mi hipótesis) y, segundo, que podría tratarse de un señor local para quien se habrían elaborado las piezas por encargo. En todo caso, se tiene certeza de que los inkas llegaron a este territorio, y que por entonces lo poblaban los tacana, cuyos descendientes todavía se hallan en el área. El dato etnográfico recogido el siglo pasado, todavía daba cuenta de los encuentros pacíficos entre inkas y tacanas; y el dato histórico señala de manera contundente la penetración de los cusqueños por vía fluvial quizás a inicios del siglo XVI.

    De hecho, en un artículo periodístico Carlos Arce Castedo hace alusión a algunos relatos que Juan e Ida Ottaviano (del Instituto Lingüístico de Verano) habrían recogido entre los tacana en la década de los '70. Una de las más interesantes narraciones señala que "la primera vez que el Inca llegó a lo que es ahora Tumupasa, una pequeña comunidad situada entre San Buenaventura e Ixiamas, un habitante de ese lugar, intrigado por la forma de vestir de los visitantes, quiso salir de su duda.. [y]... tocó al inca para saber si era hombre o mujer porque se vestía con falda". Aparentemente el inca se ofendió, y pasó a Ixiamas donde descansó. Después el inca pasó al Perú, haciendo un camino, y fundando pueblos. El texto de Arce da cuenta que las incursiones cusqueñas, "de ida y vuelta", demoraban doce días hasta el pueblo montañoso de Apolo. En suma "los incas recorrían permanentemente las selvas y llanos orientales". Y algo más, la palabra "inca" designaba "al que manda", en el lenguaje tacana que los etnólogos recogieron en el siglo pasado (Arce 1981).

    En cuanto al dato etnohistórico la relación colonial que resulta más interesante para el caso que nos ocupa, es el del Inca Garcilaso de la Vega quien señala a Tupac Yupanqui como el gestor de la conquista de los "musu" o "moxos", como más adelante se los definiría. Señala que era la intención de los incas ingresar en esa provincia, pero que "por tierra era imposible poder entrar a ella, por las bravísimas montañas y muchos lagos, ciénagas y pantanos que hay en aquellas partes" por lo que, durante dos años, los incas construyeron tantas balsas que "cupieron en ellas diez mil hombres de guerra" y que con ellas se internaron en el río Amarumayu. Mucha tinta empleó el cronista autollamado "Inca", para relatar lo que a la postre sucedió y la exitosa campaña que tuvieron los incas en sus incursionescolmadas (al menos al principio) de múltiples batallas con los "chunchus" (Garcilaso s/f: Libro séptimo, Capítulo XIV, pp. 41-43).

    Haciendo un escueto análisis geo-hi-drográfico a partir de los mapas virtuales disponibles (particularmente de Google Earth), podría conjeturarse que los inkas (y más tarde los españoles) se trasladaban por tierra hasta la naciente del río Amarumayu (hoy conocido como "Madre de Dios") en Pillcopata (a unos 95 km al noreste del Cusco), y de allí, río abajo, se dirigían hasta el punto que hoy se denomina Riberalta; y de allí, a través del río Beni (cuyo nombre original no se ha podido establecer) hasta San Buenaventura. La referencia entográfica arriba mencionada parece señalar la ruta que luego seguían los inkas pasando a Tumupasa y luego a Ixiamas. Alguno de los pueblos fundados (como se dice) pudo ser Tahua, ubicado entre Tumupasa e Ixiamas, y que en lengua quichua significa "cuatro".

    Una llamativa colección en Rurrenabaque

    Al otro lado del rio Beni, ya en el departamento del mismo nombre, se halla la población de Rurrenabaque, uno de los lugares más sensibles, arqueológicamente hablando, del oriente boliviano. Recientemente, por ejemplo, se hallaron piezas cerámicas durante la construcción de una escuela en esa localidad, los mismos que fueron reportados por nuestro equipo de arqueólogos (SCIENTIA CC:2016).

    Mi impresión, en base al breve reconocimiento que hice en 1989, es que los inkas no habían llegado allí y que, por tanto, el río Beni conformaría la frontera natural del Antisuyo en ese sector.

    Sin embargo existe información desconcertante. El señor Abelardo (Tico) Tudela1, vecino de Rurrenabaque, posee una colección arqueológica de gran interés. La mayor parte son ceramios pero, entre las decenas de piezas, pueden observarse varias hachas metálicas, posiblemente de bronce. En 2005, apresurados, tomamos algunas fotografías de la colección desde las vitrinas, pero Vera Tyuleneva pudo dedicarle más tiempo a la documentación gráfica y al análisis del conjunto de objetos.

    Al igual que nosotros, ella cree que estas hachas de metal (cobre o bronce), son las piezas más llamativas, por su clara filiación con el Horizonte Tardío de los Andes, es decir con la expansión Inka. Le despierta curiosidad el dato sobre el lugar de su hallazgo pues, según el dueño de la colección, todas juntas habrían sido encontradas durante la construcción de un pozo cerca de Santa Rosa de Yacuma. Pero el pueblo de Santa Rosa de Yacuma está ubicado en los Llanos de Mojos, lejos de la serranía, y lejos de toda evidencia arqueológica conocida de la expansión Inka. Por tal razón, la información sobre el lugar de procedencia de las hachas -según la autora- no puede ser considerada fidedigna, y el dato podría ser erróneo (Tyuleneva 2010: 134). Lamentable el señor Tudela no sabe a ciencia cierta su procedencia. Incluso tiene objetos que bien pudo comprar en el altiplano. Ello impide una mejor interpretación de los materiales que forman parte de la colección (Figura 5).

    Más hachas

    A propósito de Tyuleneva y de las hachas metálicas, transcribimos el siguiente párrafo de la obra de la acuciosa autora: "El sitio más cercano donde se encontraron hachas de metal y un prendedor 'tupu' de origen indudablemente Inca, es Bacua-Trau, un cementerio a la orilla occidental del río Beni, excavado en los años 1920 de una manera bastante violenta por Marius del Castillo. En el voluminoso libro en el que narra su viaje, publicó dibujos de las tres hachas y el 'tupu' (del Castillo 1929:315). Hasta ahora no se sabe con certeza si Bacua-Trau es el mismo sitio que 'Baba-Trau', reportado por Portugal Ortiz (1978:99-101) y Cordero Miranda (1984:21-22) y que el sitio 'Uaua-Uno', excavado hace pocos años por la expedición polaca (Karwowski 2005). Portugal Ortiz publicó fotos de un hacha de metal y de un recipiente 'p'uyñu' o 'aríba-lo' claramente Inca, ambos procedentes de Baba-Trau (1978:99). Michel López fotografió dos hachas de cobre provenientes del arroyo El Palmar en la reserva Pilón Lajas (1996:22, Fig. 45)" (Tyuleneva 2010:134). El interesante recuento de la investigadora nos permite observar, entre otras cosas, que la presencia de hachas metálicas en distintos lugares de la Amazonía no es muy esporádica y no son pocos los hallazgos.

    Nosotros mismos, durante el diagnóstico que levantamos en relación a la carretera Santa Bárbara - Quiquibey en 2013, recogimos la información, entre habitantes de Cascada (comunidad muy próxima a Puente Quiquibey, frontera entre los departamentos de La Paz y el Beni) que, hacía un tiempo, un poblador local había encontrado un hacha de bronce. Pese a que varias veces estuve en el lugar, no me fue posible ubicar al descubridor del artefacto quien al parecer vivía en otro sitio. Obviamente tampoco vi la pieza, pero no descarté nunca el dato, pues no se trataba de una información inducida, sino espontánea, durante el recojo de información con la gente.

    Un señor de alto estatus

    En las excavaciones llevadas a cabo en la Loma Salvatierra (Beni) en 2005 (a cargo de Heiko Prümers), se hallaron los restos es-queletales de un individuo que portaba objetos de metal (Figuras 6 y 7). Carla Jaimes, al referirse al hallazgo, señala que la tumba se habría ubicado a tres metros de profundidad, en el centro del pequeño "montículo 2". Se trataba de un adulto en posición decúbito dorsal y con la cabeza hacia el norte. "Este personaje -dice- llevaba un ajuar compuesto de collares, colgantes de colmillos de felino, brazaletes de hueso y discos de cobre sobre la frente y a manera de orejeras, resaltando probablemente el [alto] estatus que este individuo jugó en la sociedad" (2012:33).

    El individuo en cuestión portaba cuatro discos a la altura de las orejas, dos por cada lado. Por dicha posición se puede conjeturar que se trataba de orejeras que posiblemente iban colgadas de la oreja mediante hilos de origen orgánico. Es posible que presenten algún agujero como punto de sujeción, pero como no tuve la oportunidad de examinar las piezas personalmente, no puedo afirmarlo. En todo caso, a simple vista puede observarse el fino acabado impreso en la superficie de dos de las cuatro orejeras (una a cada lado). Personalmente no conozco nada semejante en piezas andinas. Probablemente se logró vaciando el metal líquido en un molde de cerámica fabricado con la impronta de un caparazón de alguna especie de armadillo.

    El sitio Las Piedras

    Ya en el departamento de Pando, pero próximo a Riberalta (en el Beni), se halla un sitio investigado desde hace casi un siglo y conocido como Las Piedras. Una de las referencias más tempranas del sitio es la del explorador-odontólogo uruguayo Marius del Castillo quien en 1926 obtuvo, en aquel lugar, cerámica que se llevó consigo. Del Castillo anoticia sobre una pulsera y un cincel de cobre (Ponce 1994:90).

    Allí trabajó también la Misión Boliviano-Finlandesa de 2001 a 2003, estableciendo que -a pesar de haberse encontrado bastante material cerámico de origen más bien local- se trataría de una avanzada Inka, aunque el material obtenido no siempre fue diagnóstico. Entre varios artefactos, los colegas finlandeses reportan el hallazgo de una pequeña placa [más bien lámina] de 45 mm x 3 0 mm, muy oxidada de cobre o bronce (Korpisaari et al. 2003:17). Pero en otro artículo (Sagárnaga 2017) me he referido a una placa de bronce estilo Aguada (Figura 8, hoy extraviada), que según Ponce procedería de este sitio (Ponce 1994).

    Samaipata

    Samaipata es un sitio suficientemente estudiado, sobre todo entre 1992 y 1995, en que se llevó a cabo cinco temporadas de campo en el marco del Proyecto de Investigaciones Arqueológicas en Samaipata, dirigido por AlbertMeyers (Meyers y Combès 2015). Pocos años más tarde, en 1998, sería declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad.

    Reportes de hallazgos de materiales metálicos hay varios. Por ejemplo el de lentejuelas de plata (Omar Claure, comunicación personal 1995). En el propio museo regional de Samaipata se exhiben varios artefactos metálicos (Figura 9), aunque debe tenerse cuidado en suponer que todos proceden del sitio, ya que muchos especímenes arqueológicos fueron llevados desde el Museo Nacional de Arqueología de La Paz, para reforzar la exposición en un principio. El reporte más evidente de objetos metálicos recuperados en excavaciones en Samaipata, es el de Richard Alcazar (2015).

    Los hallazgos de San Carlos

    En 2004, en San Carlos, una pequeña ciudad y municipio, ubicado a 110 km al noroeste de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra (en la provincia de Ichilo), conocí una interesante colección arqueológica (compuesta sobre todo por piezas cerámicas) formada por un señor de origen italiano, de nombre Moreno Giust. Entre las piezas, había algunas metálicas incompletas y en mal estado de conservación. Una de ellas era una lámina en forma de medio círculo con una perforación al centro cerca de la parte recta (Figura 10); la otra parecía una corona (más bien una cinta cefálica más o menos gruesa), y habían otros pedazos amorfos uno de los cuales podría ser parte de la corona (Figura 11). Estamos hablando de un área muy distante a la andina, de donde -con toda probabilidad- procederían estos materiales. Como dato referencial Samaipata se halla a unos 90 km en línea recta hacia el Sur. Tengo entendido que en el año 2018 se inauguró un museo con todas esas piezas en el propio San Carlos.

    Saipurú

    En un artículo publicado en 2009, Combès se refiere a la mina perdida de Saypurú mencionada por Alcaya, y que se habría ubicado en la Cordillera chiriguana en el oriente boliviano (actual departamento de Santa Cruz). Apoyada en fuentes contemporáneas e, inclusive, anteriores, Combés procura reivindicar la crónica del religioso, siempre tildada como fantasiosa. Los datos por ella encontrados parecerían confirmar la presencia inca en la zona y la existencia de la mina de Saypurú (Combès 2009).

    Tras las pistas proporcionadas por Combès, Cruz se dirige al área con fines investigativos publicando sus resultados un lustro después (Cruz 2014). Cruz arribó al actual pueblo de Saipurú en el Chaco boliviano registrando -tras sus prospecciones-dos "vastos" sitios de habitación prehispá-nicos (Sai01 y Sai02, según su codificación), y que los correlaciona con los señalados por Alcaya caracterizándolos como "sitios multi-componentes" y que se atribuirían al período de Desarrollos Regionales e Inka. Señala, asimismo, que en ambos sitios se identificaron fragmentos cerámicos de estilos inkas y otros.También menciona escorias y desechos metales, pero a continuación incluye una fotografía (Figura 12) en la que presenta 4 objetos aparentemente completos (uno semi completo), con códigos compuestos que no sabemos a qué se refieren (Sai02/T01, Sai02/ TC01, Sai02/RC y Sai01/RC), y si fueron recolectados en superficie (lo cual suponemos, pues no se hace referencia a ninguna excavación por él practicada, aunque el código "T" podría significar "tumba"). En todo caso, el dato resulta de interés, y aunque no nos animaríamos a atribuir las piezas a algún período o formación social (menos aún con sólo una imagen), creemos que al menos el pendiente designado como "Sai02/RC" podría ser de filiación Inka.

     

    El dato etnohistórico

    Gracias a la información contenida en documentos de los períodos de la conquista y la colonia, se tiene un mejor acercamiento hacia los hechos referidos a la presencia de metales en el oriente del actual territorio boliviano. Por ejemplo, algunos autores aportan información que muestra las relaciones de intercambio entre Tierras Altas y Tierras Bajas en la última fase pre-invasión. Dicen, por ejemplo, que los informantes guaraníes, chané, guajarapo y xaraye evocan los antiguos intentos promovidos desde el Paraguay para alcanzar el país de Kandire y para aprovisionarse de metal. Sabemos así de la existencia de toda una red de intercambios de "placas metálicas intercambiadas entre las etnias ("generaciones")" desde los Andes hasta el litoral atlántico. Los grupos en posesión del precioso metal (oro, plata y también cobre) son designados como "Carcaraes" y sus vecinos "Chane" y "Chimeo". Los primeros designan verosímilmente a los Qhara-qhara de la región de Potosí mientras que los segundos forman unos grupos de origen arawak instalados en los últimos eslabones y las llanuras del Chaco (Renard-Casevitz et al. 1988:110).

    En otro orden de cosas, existen vocablos que tradicionalmente se han vinculado con legendarias riquezas. Veamos algunos. En algunos documentos "Kandire" se ha entendido como "la tierra sin mal", aunque Combès ha encontrado una referencia que podría explicar el vocablo de forma más simple. Señala que, Hernando de Ribera encuentra en 1544 a un jefe llamado Camire o Candire entre los xarayes. Más tarde, en 1557, su hijo Vratobere explica el porqué de este nombre a los hombres de Ñuflo de Chávez diciéndoles que Candire, "es el señor del metal verdadero y de todas las cosas" (2008:67). Más adelante la misma autora relaciona el nombre Candiré con el del Inka Condori de Samaipata (2008:73), y deja de lado la otra expresión de "camire" que lejos de ser una palabra guaraní, parece ser de origen quichua y significaría "rico", en el sentido de "opulento". Al menos eso se desprende de una relación escrita por Marko Lewis y Cristina Tapia sobre la leyenda de "Chuqil Qamir Vernita" originada en la provincia paceña de Inquisivi, donde "chuqila" significaría "oro" y "qamiri", sería "rico", o sea que "chuqil qamir" podría traducirse como "rico en oro" (Lewis y Tapia 1990:51). Pero más que referirse a una persona o entidad, parece referirse a un "lugar o espacio rico en oro" (Sagárnaga 1993). En tal caso, la mención de Camiri o Candiré por parte de los indígenas de la foresta, era la evocación de un lugar mítico con riquezas metálicas. Tal vez las que ellos suponían que existían al oeste de la cordillera, de donde venían los preciados metales.

    Por supuesto que el "Paytití" o El Dorado, que fue objeto de implacable búsqueda por parte de muchos exploradores, es un concepto que puede homologarse con los de Camiri y Candiré. Renard-Casevitzy sus colaboradores, señalan que la búsqueda del Paytití, misterioso reino del Mamoré, llamado en el siglo XVI Moxos, Paytití o Candiré, es impulsada por tres fuentes regionales en parte independientes entre sí: las proporcionadas desde la orilla izquierda del Beni, las que circulan por el valle de Cochabamba y sobre todo -las más abundantes- que provienen de informantes guaraní y chiriguano, provocando la salida de expediciones paraguayas, luego cruceñas, en dirección al Mamoré (1988: 161-162).

    Pero al margen de ello, ha podido establecerse una dinámica muy interesante, basada en el creciente interés de los habitantes orientales por los objetos metálicos, y el surgimiento de grupos que servían como intermediarios entre los poseedores y productores de estos materiales y los consumidores.

    Según Renard-Casevitz y sus coautores, en la región, entre Guapay y Pilcomayo, había unos grupos de lengua "copore y co-miche" de los que "ignoramos todo". Estos grupos intercambian con los Tupi-Guaraní objetos metálicos contra esclavos, plumas, arcos o vestimentas. Hay que suponer que las invasiones guaraní (y chiriguano) proponían abastecerse directamente de la fuente de los bienes preciosos. La defensa Inka de la frontera bloqueó su avance (1988:111).

    Reproduzco, acá, algunas citas muy ilustrativas:

    Bajo el régimen Inca (como bajo el español), la atracción del metal orientaba los movimientos de los piemonteses hacia el oeste (Renard-Casevitz et al. 1988:128).

    "La fuerza que anima esos intercambios, especialmente el deseo del metal, es demasiado poderosa entre los piemonteses para impedirles restaurar poco a poco el antiguo sistema de relaciones mercantiles" (Renard-Casevitz et al. 1988:130).

    "... las autoridades de Charcas y de Santa-Cruz denuncian la complicidad de los colonos fronterizos quienes «rescatan» esclavos a los Chiriguano a cambio de objetos de metal y también dándoles armas (pólvora) para aumentar sus capturas" (Renard-Casevitz et al. 1988:171).

    "Los pueblos orientales atacaban periódicamente los grupos serranos con el fin de procurarse objetos de metal, luego la anexión inca permitió a éstos fortificar el piedemonte oriental y aun establecer [control] sobre los grupos arawak vecinos" (Renard-Casevitz et al. 1988:172).

    Esta información nos permite aseverar que, durante la época inka, algunos grupos habían establecido redes de intercambio entre pueblos andinos y de Tierras Bajas, llevando artefactos locales y trayendo artefactos metálicos, de gran interés. Pero al mismo tiempo surgió como elemento de mucho interés el tráfico de esclavos que, según dan cuenta los documentos, habría permanecido durante el régimen español y, tal vez, se incrementó.

    Isabelle Combès ha hecho una aún más completa investigación y ha identificado las rutas que seguía el metal andino en dirección Este. De inicio, ella señala que los indígenas de las Tierras Bajas "no sólo saben que el metal viene del oeste: nombran a sus productores, saben dónde y cómo viven, y tienen un gran conocimiento de lo que pasa más al oeste, es decir en los Andes... xarayes y chi-riguanáes saben perfectamente que la plata sale de las minas", que el metal amarillo lo sacaban de los arroyos y que el blanco lo sacaban de la tierra. También señalan que son diversos los "señores verdaderos del metal" y los primeros que aparecen en las fuentes son los "carcaráes" que, según concluye la autora, serían los "cara-caras" o "qhara-qharas" (en otra grafía) pueblo de habla aymara de la región de Charcas (Combès 2008:59-60).

    También se menciona a los "chemeneos" como poseedores de metal. Combès dice que "más problemas tenemos para identificar a los chemaos, chemeneos o chimeneos, también «señores verdaderos» del metal según las crónicas. Tal vez se trate del nombre local de una de las siete naciones de Charcas, pues sabemos que viven cerca de los carcaraes (Combès 2008:60).

    Pero quienes llevaban el metal hacia el oriente no eran sus productores, sino grupos intermediarios, algunos de los cuales quedan identificados en el documento elaborado por Combès. Ella alude, por ejemplo, a los gue-no, xarayes e ymore. "De los gueno e ymore, sólo sabemos que viven sobre el río Paraguay más arriba de los guaxarapos. En cuanto a los xarayes, es bien conocido que viven más allá de Puerto de los Reyes, más al norte en el Pantanal (Combès 2008:63).

    Otros grupos intermediarios mencionados por la investigadora son los payzunos y los chanés. Ella señala: "En todo caso, y si de comercio se trata, dos pueblos aparecen como principales intermediarios entre productores andinos y consumidores de los llanos: los payzunos y los chanés (Combès 2008:65).

    Hay una parte en el artículo de Combès que particularmente me parece la fundamental de su investigación, y que menciona los artefactos que circulaban en la época Inka e inicios de la ocupación hispana. "El metal, blanco o amarillo -explica- circula bajo dos formas principales: las «planchas», es decir la primera forma dada al metal por los mineros caracarás... y objetos labrados, trabajados. Cabeza de Vaca indica que los tarapecocis tienen vasijas, planchas, brazaletes, coronas y hachuelas y otras piezas de metal. Las cargas traídas por Ayolas consistían «en planchas y brazaletes, y coronas y hachetas, y vasijas pequeñas de oro y plata». Cuando los itatines fueron «tierra adentro» a robar metal, «en los pueblos que saquearon había habido muchas planchas de plata y oro, y barbotes, y orejeras, y brazaletes, y coronas, y hachuelas, y vasijas pequeñas». Schmidel menciona a «una corona de oro que pesaba casi un marco y medio» entre los xarayes, a «argollas de plata" entre los ortueses" (Combès 2008:70).

    Añade que, según los documentos consultados, "las planchas las usan los indios en la frente como adorno", es decir, lo que en los estudios contemporáneos se ha venido a llamar "diademas".

    Adicionalmente se mencionan barbotes (bezotes o tembetás), cadenas (tal vez ya con influencia hispana, pues no se tienen reportadas en la época anterior), palas y otros objetos de metal que, la autora supone, llegaban elaborados y no eran fabricados en el oriente.

    En todo caso, el dato etnohistórico muestra el gran interés de las etnias del oriente por los objetos metálicos, aunque no podamos entender a qué se debía. Tenía que ver con el ornato personal, pero a la vez parece haberse convertido en símbolo de estatus, lo cual solo se puede adivinar ante la carencia de mayor información. Llama la atención que los guaraníes o carios hayan utilizado hachuelas de cobre durante el rito caníbal; los mismos se habrían adornado con planchas de cobre, que reverberaban el sol, para ir a la guerra (Combès 2008:70). Una suerte de adorno relacionado con las actividades bélicas, gracias al cual tal vez se llenaba de la energía que precisaban o, simplemente, un elemento que los identificaba.

    También resulta muy interesante que, tras la llegada de los europeos, los indígenas (específicamente los ortueses, aunque no dudo que el hecho se generalizó) no habrían du-bitado en cambiar con ellos los artefactos que tanto les había costado y de tanto interés para ellos, por otros (como cuchillos, hachas y otras herramientas) de un metal de mayor solidez: el hierro (Combès 2008:71). Gran negocio para los españoles.

     

    A manera de conclusión

    Queda claro que, en la época prehispánica, los habitantes de las Tierras Bajas no poseían la tecnología para producir objetos de metal. Además las minas más ricas y explotadas en aquella época, se hallaban en territorio andino, al oeste.

    Sin embargo, el registro arqueológico metálico en esta amplia región oriental, es cada vez mayor con hallazgos tan lejanos como San Carlos en el departamento de Santa Cruz. Ello se debería a complejos procesos de intercambio que algunos investigadores han podido establecer para la fase de transición entre el régimen inca y el español.

    Podemos suponer, sin embargo, que esos procesos y las rutas pudieron ya existir en época pre-Inka, aunque todavía hace falta la evidencia empírica para asegurar tal cosa.

    Los artefactos metálicos provenientes de Tierras Altas, probablemente se convirtieron en bienes de prestigio, a imitación de lo que sucedía en la sierra. Aunque no es posible afirmar si, adicionalmente, alrededor de ellos se estructuraron sistemas de creencia religiosos.

    Es de hacer notar el hecho de que esta es una primera aproximación al tema y que será necesario recopilar más información para documentar la presencia de metales en el oriente boliviano en diferentes épocas del periodo prehispánico, y procurar observar las relaciones originadas en torno a ellos.

     

    Agradecimientos: Al Dr. José Teijeiro por la invitación a escribir para Textos Antropológicos, revista de las carreras de Antropología y Arqueología (UMSA). Al Dr. Roberto Lleras por haber leído mi borrador y haberme hecho valiosas sugerencias. Al Msc. Arturo Beltrán y al Msc. Eduardo Sagárnaga por sus correcciones de estilo y valiosos aportes. A Claudia Rivera y Alfredo López (del Comité Editor) por la lectura de mi borrador, y sus observaciones.

     

    Notas

    Propietario, allí, de una agencia turística (Fluvial Tours).

     

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