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    Revista Textos Antropológicos

    versión impresa ISSN 1025-3181

    Textos Antropológicos v.18 n.1 La Paz  2017

     

    ANTROPOLOGÍA

     

    Khari Khari, el matador

     

    Khari Khari, the Killer

     

     

    Carlos Mamani Condori*
    * Maestro en Historia, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Ecuador), Docente de la Carrera de Antropología-Arqueología e investigador
    del Instituto de Investigaciones Antropológicas y Arqueológicas UMSA.

     

     


    Un personaje en hábito de monje recorre los Andes aterrorizando a su población. Khari Khari es el nombre genérico que le ha dado la población, no se trata de un solo individuo sino de una legión esparcida por todo lo ancho y largo de la región. Dicen sus víctimas que deambula por las noches en parajes, caminos y calles solitarios armado de campanilla y rosario atrae apersonas desprevenidas, las duerme para extraerles el unto; luego sobreviene súbita la muerte. El artículo es un primer e inicial acercamiento al tema desde la historia como disciplina. Khari Khari es un viejo conocido de la antropología, desde los primeros hallazgos realizados por estudiosos de las costumbres y elfolklor regional ha corrido ríos de tinta describiendo al personaje como producto de la imaginación nativa, una muestra de folklore y supervivencia de sus mitos y tradiciones. En los primeros años de la imposición del dominio europeo dejó huellas, fueron los mismos españoles de ése tiempo que reportaron de sus actividades. Las pistas y versiones son escasas, pero suficientes como para identificarlo en el matador español tan bien retratado por Bartolomé de las Casas en su Brevísima Relación.

    Palabras clave: Guerra, degollador, trauma, sacerdote, unto


    A figure dressed in a monk's clothing roams the Andes terrorizing people. Khari Khari is the generic name given to this apparition by local inhabitants, but rather than being an individual it is more like a multitude spread throughout the region. Its victims claim that this figure walks at night across the countryside and along lonely roads, holding a bell and rosary to lure unsuspectingpeople. The victims are then put to sleep so that their fat or grease may be extracted; death comes soon after. This article is afirst examination ofthe themefrom the discipline ofhistory. Khari Khari is a well-known entity in anthropology from the first scholarly studies of local customs, andfolklorists ofthe region have written reams on the figure as aproduct ofthe native imagination and surviving element ofprecolonial legend, myths, and traditions.As early as thefirstyears ofEuropean domination there exist traces of this theme and it was the Spanish themselves who reported on the figures activities. The clues and traces arefew but enough to be able to identify it as the Spanish matador [or killer] so well described by Bartolomé de las Casas in his Brevísima relación.

    Keywords: War, deglaver, trauma, priest, fat


     

     

    Khari Khari. s. adj. Personaje legendario, a menudo imaginado como un sacerdote o monje, que vagabundea en las noches oscuras por los caminos del campo. Adormece a los transeúntes solitarios, les corta la carne y extrae la grasa de sus cuerpos para hacer velas. La víctima muere más tarde (Layme Pairumani, 2004: 99).

    Un personaje en hábito de monje recorre los Andes aterrorizando a su población. Con señas harto conocidas deambula sin cansancio ni pausa. Sin embargo, hasta el momento nadie pudo encararlo, menos llevarlo ante las autoridades para acusar sus crímenes. Khari Khari es el nombre genérico que le ha dado la población. No se trata de un solo individuo sino de una legión esparcida por todo lo ancho y largo de la región. El habitante andino nace y muere temiendo sus poderes, temiendo perder la vida, temiendo por su familia y por su comunidad.

    El Khari Khari, cuya traducción literal es 'el que corta', dicen sus víctimas y sabedores que deambula generalmente por las noches en parajes, caminos y calles solitarias. Durante el mes de agosto sus salidas son menos disimuladas: armado de campanilla y rosario atrae a personas desprevenidas, las duerme y opera a través de técnicas y magia la extracción del unto, una grasa especial; luego sobreviene súbita la muerte. No hay duda de que es un sacerdote, el mismo cura del pueblo o del barrio, pero también las sospechas recaen en sus auxiliares indios, como son los sacristanes, que por tanto servir al cura aprenden sus artes. El unto es un producto muy escaso, sostienen, que por ello es altamente requerido en Europa y los Estados Unidos para la medicina1. Por ese motivo, los extraños, los "gringos", son sospechosos de tal actividad, más cuando sin motivo alguno transitan por comunidades, pueblos y barrios. Por la misma razón los médicos entran en la categoría de sospechosos, porque ellos, que saben operar el cuerpo humano, tienen información acerca del valor comercial del unto.

    Khari Khari, a pesar de su apariencia humana e incluso piadosa, como la de un sacerdote cristiano, no es de naturaleza humana. Tampoco pertenece a la tradición oral, no existen fábulas que contar sobre sus andanzas como sí las tienen Pedro Urtimala, Atuq Antonio y tantos otros2. Es tan real que cotidianamente circulan noticias sobre personas que fallecen con un claro diagnóstico que lo señalan como autor. A través de cortes en el costado derecho del cuerpo extrae la grasa. Cuando una persona muestra los síntomas, familia y comunidad se movilizan y se esfuerzan por encontrar el antídoto, una bebida que es preparada por especialistas en pueblos del Altiplano. Los sobrevivientes que viven para contar sus experiencias identifican el haberse quedados dormidos en algún paraje, generalmente un lugar ligado a la religión católica, como la causa de su repentino y mortal malestar.

    ¿De dónde salió el personaje? Siendo un conocido de los indios y por el nombre que lleva en aymara y quechua, ¿será que tenga origen nativo, acaso prehispánico? Por su apariencia inconfundiblemente europea, la pregunta también podría ser: ¿cuándo llegó? Por la ambigüedad con la que se presenta en los estudios antropológicos es complejo definir su origen. Pese a tantos estudios que reportan sus andanzas, no hay certeza en los hallazgos de posibles respuestas. Sin embargo, podemos asegurar que su presencia es muy antigua: desde los abuelos, y los abuelos de estos, rigen los cuidados para no caer en sus manos. Un código de conducta que los pobladores andinos están obligados a mantener frente a Khari Khari:

    ■    No andar con extraños.

    ■    No andar y menos intimar con curas, monjas y otros afines (pastores protestantes).

    ■    No andar por lugares cercanos a templos y capillas, mucho menos en las horas extremas.

    ■    No confiar en los médicos y tener el mismo cuidado del hospital cual si fuera una iglesia católica.

    ■    Tener mucho cuidado durante el mes de agosto, que es cuando Khari Khari anda más suelto.

    ■    Estar prevenido contra los rezos y el sonar de campanillas.

    Una educación preventiva que por sus claras y estrictas reglas preserva la vida de las personas y de la comunidad.

    El documento es un primer e inicial acercamiento al tema desde la historia como disciplina. Khari Khari es un viejo conocido de la antropología desde los primeros hallazgos

    realizados por estudiosos de las costumbres y el folklore regional. Han corrido ríos de tinta describiendo al personaje como producto de la imaginación nativa, una muestra de folklore y supervivencia de sus mitos y tradiciones3.

    El personaje que se asemeja al mítico vampiro de las películas4 dejó huellas en los primeros años de la imposición del dominio europeo, pues fueron los mismos españoles de ese tiempo que reportaron de sus actividades. Las pistas y versiones son escasas, pero suficientes como para identificarlo en el matador español tan bien retratado por Bartolomé de las Casas (1552) en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. La secuela de crímenes, el reguero de sangre que fue dejando desde sus primeros años en las islas del Caribe, lo llevan a través de sus propios cronistas a México, donde se lo ve de cuerpo entero actuando. Luego, desde Panamá bajó hacia el sur, como Pedro de Alvarado que fue por oro hasta el Perú y fueron sus compañeros, que habiendo engrosado el grupo de Diego de Almagro, impusieron el arte de ranchear.

     

    Khari Khari, el conocido de escritores y etnógrafos

    Debemos el reporte más antiguo acerca del personaje a Manuel Rigoberto Paredes, quien en su libro Mitos, supersticiones y supervivencia popular de Bolivia, publicado en 1920, reveló que el indio en aquel tiempo tenía con los curas la misma consideración que otorgaba al brujo y, es más, le llamaban Kharisiri, una variante de Khari Khari5.

    Le llaman kharisiri, es decir degollador, y cuentan de él que desde mediados de julio hasta mediados de agosto de cada año sale de sus conventos y recorre las estancias y rancherías del campo, en busca de grasa humana para confeccionar la crisma de los bautismos, seguido a la distancia de un lego que lleva los cajoncitos de lata en que aquella especie será depositada (Paredes [1920] 1995: 43).

    La traducción de kharisiri en el aymara coloquial se traduce como 'el que sabe cortarse', pero significa 'el que sabe cortar a sus víctimas como si de ganado se tratara'. Sin embargo, la traducción que hizo Manuel Rigoberto no es literal sino conceptual: 'degollador'. Un sacerdote acompañado por un auxiliar que recoge en latas el producto de la extracción, cuyo destino serían las necesidades rituales de la iglesia católica. El lego en tanto auxiliar, colaborador y sirviente del cura luego llevará a que la sospecha se extienda a los yanaconas a su servicio.

    El Diccionario Mitológico de Bolivia, publicado en 1972 por Antonio Paredes Candia, hijo de Manuel Rigoberto Paredes, consigna a Kharisiri, en versión aymara, como "fraile franciscano que lleva una campanilla y una cajita con afilados cuchillos" (Paredes [1920] 1995: 99), que ataca a transeúntes de solitarios caminos. En versión quechua, grupos de cinco y diez frailes lik'ichiris "enmascarados provistos de una campanilla" salen de los conventos en busca de grasa que colectan para la cura del sífilis.

    Efraín Morote Best, destacado estudioso del folklore peruano, publicó en 1988 Aldeas sumergidas. Cultura popular y sociedad en los Andes. El libro recoge, entre otros artículos, "El Nakaq", que en versión quechua y aya-cuchana trata de nuestro mismo personaje en cuestión. El nombre, señala el autor, es definido y comentado por una multitud de vocabularios y diccionarios quechua. "En todo caso 'Nakaq' o 'Nak'aq'viene de 'Nakay' o 'Nak'ay': degollar" (Morote Best 1988: 155). Conocedor del quechua, que aprendió a hablarlo desde niño, se explaya al definir el vocablo:

    'Nakaq' es simplemente el degollador y por extensión se aplica a veces al carnicero o de-sollador tal como refiriéndose a los sacrificios en el antiguo Perú lo hace el P. Blas Valera: "Nacac, carniceros o desolladores de animales para el sacrificio" (Morote Best 1988: 155).

    Aclara que es el oficio de los desolladores de animales, pero lo es también del personaje fabuloso "...un hombre de pequeña talla, de miembros potentes, de rostro de color de púrpura. Los cabellos y la barba largos y ensortijados..." (157).

    ¿Por qué Morote y Paredes en sus distintos tiempos tradujeron los nombres aymara y quechua como degollador? No se trata de una mera coincidencia sino de la memoria que conlleva el personaje para las comunidades andinas.

    En el diccionario de la lengua quechua de Diego González Holguín ([1608] 1989: 255), naccani significa "abrir res, degollar, descuartizar, partirla en pedazos". Era el nombre de las personas que tenían por oficio el desuello del ganado, de las llamas. Coincide con la cita que hace Morote Best de Blas Valera, del parecido con el desollador de "animales para el sacrificio" del tiempo de los inka. En la recopilación de Ludovico Bertonio ccaritha, cuchutha son las palabras en aymara que significan cortar. En la grafía actual es kharita, en tanto que cortar en pedazos es ccarino-cata, cortar cercenado ccariquipata; kharinu-qatay kharikipata respectivamente (Bertonio 1612: 144). Ambos diccionarios tratan no de Khari Khari, sino del oficio de los desolladores, de su actividad, de los animales desollados y seccionados para el consumo. El nombre dado a Khari Khari deviene de este oficio de carnicero, pero ya no de degolladores de animales y del ganado doméstico, sino de los indios, de la gente: jaqi y runa, que son tratados como ganado, como animales. Khari Khari es un degollador, un desollador de seres humanos, por lo mismo su naturaleza no es humana, sino sobrenatural. Por eso que los primeros escritores que reportan sus andanzas lo nombran como personaje fabuloso.

    Morote Best se explaya en su estudio ilustrando con casos reportados en los Andes centrales la presencia del Nak'aq, versiones de personas que tuvieron experiencias de su actuar, testimonios con nombre propio, incluso sospechosos cuya identidad era conocida. Que es cómo ocurre actualmente en el mundo rural y urbano de predominancia indígena-mestiza.

    El modo de operar es de franco terror, pues nadie ha sido capaz, entre los sobrevivientes, de identificarlo, menos de resistir su poder. La víctima tiene muy pocas posibilidades de sobrevivir o recuperar la vida, su situación luego de despertar es la de un muerto viviente cuyas horas están prácticamente contadas. Manuel Rigoberto Paredes describe el actuar de Khari Kahri:

    Creen que el fraile, apenas encuentra un ser humano, lo halaga y le da un narcótico con el que le adormece: y cuando está yerto, le hace una incisión en la barriga, hacia el lado derecho, por donde le extrae toda la grasa que contiene su cuerpo y se retira después de curarlo y que de la herida no quede más huella que un ligero cardenal (1995: 43).

    Este modo de operar es el que con algunas variantes ha sido reportado por los investigadores en todo el espacio andino; los cambios son mínimos. En Chumbivillcas, departamento del Cuzco, siendo fiesta de Todos los Santos en el año de 1950, Santos Waman festejaba sus cumpleaños cuando:

    Igidio Waman, que había asistido, salió un momento fuera de la casa. Los concurrentes al notar su ausencia fueron a buscarlo y lo hallaron tendido en el suelo. Mama Berna, abuela de Salomé [la informante, nota del autor], vio al degollador alejarse velozmente. Era alto, flaco, mestizo y llevaba consigo un perrito y un caballo. Igidio murió horas después. Salomé también testimonió las muertes de Paulo Waman, Nicómedes Wallpayunka, Petrona Waman, Salomina Wallpayunka entre otros a manos de Nak'aq (Morote Best 1988: 163-164).

    De forma similar, Eulogia Acostopa enumeró a varios de los miembros de la familia Acostopa muertos a causa de la extracción en apenas diez años.

    Victoria Cocarico en 1987 contó a la an-tropóloga Alison Sepedding que en una fiesta cuya celebración había durado tres días en una comunidad a orillas del Titikaka, el primo de la informante vio cómo su compadre fue atraído a través de rezos para someterse sonámbulo a la extracción del unto:

    Noche de luna llena era. Así ha visto un tipo entrar al patio y sacar de su bulto una tela negra que tendía en el suelo, y encima de eso ponía un pan -porque siempre queremos pan-, un libro y una maquinita. Después se arrodillaba y con el libro se puso a rezar, y salió del cuarto donde estaba uno de los borrachos, como caminando en sueños y se echaba en la tela, y el kharisiri le operaba con su máquina. Después el borracho se volvió a levantar y se regresó al cuarto... (Spedding 2011: 41-42).

    Nuevos elementos innovan el instrumental de Khari Khari. A la campanilla se suman el libro, el pan y la máquina de extracción. Es de suponer que el libro es la Biblia, en tanto que el pan es la hostia, cuyo potencial mágico es invocado por los religiosos en hábito de monje.

    Khari Khari con sus andanzas tiene a la población andina viviendo en un ambiente de miedo permanente. Louis Girault (1988), que desarrolló un sostenido trabajo de campo entre los Kallawaya, al referirse al tema sostuvo: "Actualmente, los seres que tal vez inspiran más terror a los indios y aun a los mestizos, son imaginados más de las veces como monjes españoles" (98). En la región de Carangas, altiplano sur, sostiene Gilles Rivière (1991), Khari Khari es "un personaje cuyo origen es extranjero al mundo indio, un cura o un monje franciscano es parecido en varios casos" (26)

    La identificación de Khari Khari como religioso católico, cura o monje, es general, incluso la tradición oral señala sus orígenes en los tempranos años del período colonial. Martha Villka en agosto de 1994 contó a estudiantes de antropología de la Universidad Mayor de San Andrés: "Estos kharisiris tiempo, años dice, que es cuando llegando los españoles... Cuando venían esos tata curas, entonces ¡chililin! Saben correr en campos, dice... Entonces sabemos escapar. Cuando estamos pasteando unos cuantos ovejitas, llamitas..." (Spedding 2011: 40). Correr en campos, evoca a las primeras entradas españolas donde las avanzadas corrían el campo rancheando.

    En la recopilación realizada por Alison Spedding, kharisiri camina munido de pan, campanilla, libro de rezos nefastos y la máquina con que efectúa la extracción de grasa:

    Viendo desde lejos a una posible víctima, se pone a rezar para llamar su ánimo o ajayu (la parte del psique donde reside la fuerza vital animadora del cuerpo). Desprovista así de su fuerza vital, a la víctima le invade un cansancio irresistible, se sienta a descansar y cae presa del sueño (2011: 149)6.

    Despertando, marcha a su morada y entonces vienen los síntomas del mal mortal.

    En el estudio de Morote Best (1988), la versión de Rubén Sueldo Guevara, que data de 1949, permite apreciar en su cabal dimensión el miedo y zozobra en la que se encuentran los habitantes andinos a causa de este imaginario fantasma:

    En los recodos del camino, al amparo de las sombras nocturnas, en las callejas solitarias del poblacho aguarda a su víctima para extraerlo el "unto" o grasa del cuerpo. Sin forma determinada, tomando unas veces la semejanza del hombre y otras del animal doméstico deambula en parajes soledosos sobre todo en las noches. Cuando en el ayllu ha caído derribada la tarde, cuando el silencio y la soledad conciertan lúgubremente en los caminos..., aparece el Nakaj provisto de sus polvos mágicos en espera del viajero solitario o del transeúnte que con retraso se recoge a su bohío. Y sopla el polvo, paralizando toda acción defensiva de la víctima, que cae arrodillada o gateando a los pies del Nakaj (Guevara 1949: 176).

    Las versiones son casi siempre las mismas o similares, el poder de khari khari es irresistible, basta que haga sonar la campanilla para que la víctima vaya donde él. En otras ocasiones es el rezo, el poder del libro (la biblia) o el soplo de un polvo mágico. Es la misma víctima que va en pos de su sacrificio, no hay posibilidad alguna de que despierte del sopor; solo cuando la extracción termina se levanta, pero ya tiene las horas contadas.

    No hay súplicas, no hay llanto, ni siquiera una palabra de protesta o un grito de socorro. Calladamente, como si un nudo fuerte le apretara la garganta, como si un extraño poder le sujetara los miembros, queda, y se somete a la operación que le hace el malvado extrayéndole con maestría grasa de los riñones, el "unto", con un cuchillo o una hoja de arriero (Morote Best 1988: 176).

    Ausencia total de comunicación. Este pasaje narra con elocuencia el acto de la violación, el desollado del cuerpo, la disposición que tiene el agresor de extraer la grasa sin resistencia alguna de la víctima. Convertido en objeto pasivo de la violencia no emite la más absoluta queja, nada.

    Andrew Canessa (2008), que trabajó en una comunidad de la región de Sorata, departamento de La Paz, cuenta cómo por complacer a sus compadres suspendió un viaje al pueblo capital de provincia, porque día antes un miembro de la comunidad había muerto víctima de Khari Khari. Los compadres le exigieron suspender el viaje por temor a que cayera víctima también. A pesar de su incredulidad, el antropólogo inglés reconoce que "El kharisiri evoca un terror sin par: es temido como ningún otro ser y es una aterrorizante forma de maldad" (102). Su forma de actuar lo convierte en un ser "fuera de las normas sociales", siendo una figura esencialmente ajena, que representa al "otro" fuera de las normas sociales.

    ¿Quién es el otro para el poblador andino, para el campesino, el indígena habitante del mundo rural y los barrios de pueblos y ciudades? Manuel Rigoberto Paredes ayuda a encontrar la respuesta: "Creen que el fraile, apenas encuentra un ser humano". Esta afirmación es de cuidado. ¿Quiere decir que el cura es distinto al ser humano? Veamos: Manuel Rigoberto Paredes era uno de esos personajes producto de la mestización de la nobleza indígena con la raza española, era hablante de la lengua aymara y conocedor de su cultura. La diferencia que establece entre el fraile y los "seres humanos", sus víctimas, se refiere a la distinción entre jaqi, gente, con el otro distinto, que es el q'ara, cual es la designación del blanco, el extranjero en general. Jaqi es gente, persona, en tanto que q'ara no lo es por no conocer las normas de país y por negarse cumplirlas.

    Gilles Rivière (1991) sopesando la consideración de sus orígenes históricos, rasgos étnicos y comportamiento considera que es un forastero, blanco o mestizo, q'ara para el aymara, "quien no es reconocido como miembro del grupo" y no respeta las normas, por lo que representa "una amenaza permanente para su identidad", "escapa al dominio de los hombres, ninguna relación de reciprocidad o de 'negociación' puede ser establecida con él" (27), por lo que tampoco pertenece al mundo mítico nativo.

    En su tiempo, Manuel Rigoberto consideró que los indios asociaron al personaje con los verdugos españoles encargados de administrar la venganza colonial en contra de los rebeldes. Impresionados al ver "degollar a los ajusticiados y reducir el cadáver a cuartos, creían que el verdugo era un ser extraordinario, un malvado representante del kharisiri", quien por las noches andaba vestido con el hábito despojado al difunto sonando la campanilla. "Decían de él que se alimentaba de carne humana, prefiriendo devorar la de los niños que encontraba a su paso" (Paredes, 1995: 44). Se convertía así en perro, el 'animal doméstico' nombrado líneas arriba.

    Efraín Morote Best encontró huellas bastante antiguas, de 1690, cuando la orden Bethlemita se asentó en el Cuzco para regentar el hospital y por algún "chiste" fueron los religiosos de dicha orden acusados de ser Nak'aq (1988: 168-176). Sus enemigos esparcieron en la "bárbara sencillez del indio" la noticia de que eran enviados del rey para que degollando a los indios les sacasen sus mantecas para surtir las boticas reales. Sin embargo, las sospechas no solo recaían en los bethlemitas, sino también en agustinos, franciscanos y en general en todo religioso en hábitos.

    A pesar de tales hallazgos, los estudiosos consideran que Khari Khari es un fantasma imaginario o en todo caso un ser parte de la cosmovisión andina (Revière 1991: 27), un producto de la imaginación de los pobladores andinos; como decía Manuel Rigoberto Paredes, sobrevivencia de supersticiones. Efraín Morote Best lo catalogó también como superstición, con la particularidad de que Nak 'aq, por la personalización de los testimonios recopilados, lleva a casos en los que las víctimas son identificadas, no son anónimas. En la investigación encontró, entre tantos sospechosos de ser expertos extractores de unto:

    A un señor ingeniero (el informe nos lo dio en el momento de hacerse el presente estudio, por él mismo) cuando trabajaba en el distrito de Santo Tomás, de la provincia de Chumbivillcas, del departamento de Cuzco, [que] los naturales lo llamaban Ñakaq, le temían y no pocos huían del él (1988: 163).

    Andrew Canessa es de la misma opinión: el "ladrón de grasa humana, es un fenómeno cultural de los Andes rurales bien documentado y que ha estimulado la imaginación de diversos escritores" (2008: 102). Ciertamente, la imaginación de los investigadores ha sido bastante prolífica. Según se observa en Dioses y vampiros. Regreso a Chipaya, Khari Khari ya no es blanco y cura, sino un indio chipaya que se dedica a la extracción de sangre, o sea, todo un vampiro (Wachtel 1997)

    En las etnografías más recientes, el Khari Khari ha mutado de identidad:

    Aunque bien puede ser gringo o extranjero... tampoco se puede otorgarle determinada filiación étnica. Sin embargo en la Bolivia Contemporánea parece ser una especializa-ción altiplánica, y llamativamente los habitantes del Altiplano en otros contextos son considerados los más 'indios' que hay. Las descripciones de kharisiris modernos frecuentemente los pintan como personas de aspecto humilde (una mujer con pinta de pobre, una morena, un hombre con poncho) (Spedding 2011:46)

    De esta manera llegamos al Khari Khari indio: "un joven mentiroso, había comentado a la gente 'yo sé ser kharisiri, yo sé sacar sangre, uno de Salinas me enseñó'. Al joven habían hecho hablar...". Así fue acusado Gregorio, informante de Nathan Wachtel de ser kharisiri, extractor de sangre con una máquina dotada de jeringa. Un caso que llevó al castigo comunal y a juicios en los tribunales: "me han pillado, 'hable usted, dicen que hay una cosa donde usted, en tu conciencia hable, hable'... pegando puñetes, vendando, torturando, uuhh grave me han hecho" (Wachtel 1997: 58)

    En los casos en que las víctimas lograron contrarrestar -que no es cierto-, la cura y recuperación constituyen responsabilidad de la familia y la comunidad. Es el entorno social el que reconoce a la víctima de la extracción. El individuo en cuestión no mira de frente, oculta la mirada, se avergüenza, se turba cuándo alguien lo mira. P’inqasi es la palabra en aymara que califica el estado psicológico del enfermo (Spedding 2011: 44). La cura y medicación del mal no deben ser del conocimiento de la víctima, si no no surte efecto y muere indefectiblemente.

     

    Identificando a Khari Khari

    Como acabamos de apreciar, Khari Khari es un personaje muy andino y muy "indígena". Son los indios tanto del mundo rural como urbano que hablan de él. Es un personaje de espanto que sirve para el control social del individuo, en particular en sus relaciones con el mundo "blanco". En este acápite, con la lectura de fuentes muy conocidas, develaremos la existencia real y probada de Khari Khari como el matador español que desde su arribo a las Indias asola campos y ciudades.

    Nuestras pesquisas nos llevan hasta México del año 1519, año del desembarco del contingente de españoles bajo el comando de Hernán Cortés, quien desde su salida de Cuba porfió en poblar y apoderarse de ese país. Ahora bien, la entrada de Cortés no era la primera: antes había estado allí Panfilo de Narváez con el ánimo de rescate y gracias al permiso otorgado por el gobernador de Cuba, Diego de Velásquez. Incluso tres españoles habían estado viviendo entre los nativos, uno de ellos se había casado y convertido en indio, por lo que rechazó la idea de unirse a la compañía y servir de traductor.

    La hazaña de Cortés de apoderarse de un país tan poblado y rico como México fue descrita por él mismo a través de sus cartas y también por la Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara. Las aseveraciones allí vertidas llevaron a Bernal Díaz del Castillo7 como soldado (una manera de nombrar a los integrantes de una compañía de gentes que tenía por objeto el rescate) a escribir su propia versión, la versión del personaje de carne y hueso que estuvo metido en la conquista. Díaz del Castillo ([1632] 2000) describe los eventos que él presenció y en los que fue actor, en particular la guerra contra los indios, sus innumerables batallas. La crónica fue la certificación de lo ocurrido:

    y a esta causa, digo y afirmo que lo que en este libro se contiene es muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas y reencuentros de guerra; y no son cuentos viejos, ni Historias de Romanos de más de setecientos años, porque a manera de decir, ayer pasó lo que verán en mi historia, y como y cuando, y de qué manera; y de ello era buen testigo el muy esforzado y valeroso capitán don Hernando Cortés (Díaz del Castillo 2000: 61).

    En 1632 fue publicada por primera vez Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. El día 25 de marzo (día de Nuestra Señora de la Encarnación) de 1519, Cortés y sus amigos se encontraban en Tabasco, iniciando camino a Tenochtitlán. Sobre la batalla que tuvieron en el pueblo de Cintla (que era la segunda con Tabasco), por la dureza del ataque, Bernal Díaz del Castillo escribió:

    ...se vienen como perros rabiosos e nos cercan por todas partes, e tiran tanta de flecha e vara y piedra, que de la primera arremetida hirieron más de setenta de los nuestros, e con lanzas pie con pie nos hacían mucho daño, e un soldado murió luego de un flechazo que le dio por el oído ([1632] 2000: 145).

    La crónica describe cómo los españoles con su artillero Mesa causaban gran mortandad en los escuadrones indios que muy compactos daban batalla, en tanto que los de a pie, como Bernal Díaz, alanceaban a su gusto y cortaban con sus espadas las carnes de los guerreros nativos. Por su parte, los de a caballo con Cortés, atacando por lo espalda, también causaron gran mortandad, la cual fue motivo de la derrota y fuga de los nativos. Sin embargo, a pesar del tan mortífero contraataque español, fueron heridos cinco jinetes y ocho caballos: "Y después de apeados debajo de unos árboles que allí estaban, dimos muchas gracias y loores a Dios y a nuestra señora su bendita Madre, alzando todos las manos al cielo, porque nos había dado aquella victoria" (Díaz del Castillo [1632] 2000: 146).

    Prosigue la narración. Luego del ritual procedieron a curar a sus heridos, tanto humanos como bestias. He aquí que emerge de entre la compañía de Cortés, Khari Khari, de cuerpo entero: "apretamos las heridas con paños que otro cosa no había, y se curaron los caballos con quemarles las heridas con unto de un indio de los muertos, que abrimos para sacarle el unto" (ibid.). El cronista Bernal Díaz del Castillo fue uno de los khari kharis: no solo admite, sino que se vanagloria de abrir, junto con sus compañeros, el cuerpo del indio para extraer el unto y curar las heridas de sus caballos.

    Luego volvieron al campo, donde contabilizaron más de ochocientos guerreros indios muertos. Había también heridos que agonizaban. Hambrientos como estaban, volvieron a su real (cuartel) y después enterraron a dos de sus compañeros heridos, uno por la garganta y otro por el oído.

    Continuaron curando a sus heridos "y quemamos las heridas a los demás e a los caballos con unto del indio, y pusimos buenas velas y escuchas y cenamos y reposamos" (ibid.).

    En agosto de 1519, cuando estaban en camino a Tlaxcala (que luego sería su más importante aliado), pasando Xalacingo, en la ruda batalla que dieron los guerreros tlaxcaltecas los españoles tuvieron heridos a sus caballos y a cuatro miembros de la compañía. Uno de ellos murió a los pocos días. Bernal Díaz anota que lograron matar a cinco guerreros que "espiaban" y luego diecisiete. Como se hizo tarde, la batalla concluyó al recogerse los nativos. Los compañeros españoles avanzaron del lugar del encuentro hasta un caserío de labranzas de maguey y maíz acampando cerca a un arroyo. Entonces, Bernal Díaz del Castillo, uno de los khari kharis, narra: "y con el unto de un indio gordo que allí matamos, que se abrió, se curaron los heridos; que aceite no lo había" (Ibid: 228).

    En la guerra con Tlaxcala, el cinco de septiembre, un ejército mejor organizado pero con problemas internos les dio dura batalla. El resultado en el campo español fue un muerto, sesenta heridos y todos los caballos lastimados. El mismo Bernal Díaz del Castillo fue herido de una pedrada en la cabeza y de un flechazo. Luego de la batalla, se fueron a su real "muy contentos y dando muchas gracias a dios". Enterraron sus muertos en una casa cuidando que los nativos no los vieran, para que su fama de sobrenaturales no tuviera mella. Terminada la tarea de enterrar a los muertos se dieron a la tarea de curar sus heridas: "curaron todos los heridos con el unto de los indios que otras veces he dicho. ¡Oh que mal refrigerio teníamos, que aún aceite para curar heridas ni sal no había!" (Díaz del Castillo 1632/2000: 237). Era muy importante preservar el supuesto de su cualidad sobrenatural, pero como luego se supo en los Andes, fueron vistos y observados abriendo el cuerpo de los nativos muertos, extrayendo el unto con que luego curaban sus heridas y la de sus caballos.

    Una nota de interés. Inmediatamente después de narrar la extracción y cura con el unto del indio gordo, Díaz del Castillo cuenta el detalle de la gustosa cena de perros nativos: "y tuvimos muy bien de cenar de unos perrillos que ellos crían". Advertidos los tlax-calteca, como ocurría con todos los nativos, al paso de los españoles tenían el cuidado de recoger sus casas, en particular sus víveres, que cuando caían en manos de los extranjeros eran acabados al momento. Prosigue el Khari Khari cronista: "aunque los perrillos llevaban consigo, de noche se volvían a sus casas, y allí los apañábamos, que era harto buen mantenimiento". No era la primera vez que se devoraban a los perrillos, ya habían cogido el gusto; además, sabían que los ani-malillos regresaban siempre de noche. A diferencia de estos animales, los españoles llevaban lebreles enormes que no solo mataban sino que devoraban a los indios.

    En conocimiento de tales prácticas, los nativos, a pesar de sus apariencias, no los consideraron sus semejantes sino seres de una naturaleza distinta. Entonces, fueron llamados teules o "dioses o demonios" (Díaz del Castillo, 1632/2000: 185). Lo españoles tomaron el gusto por hacerse llamar dioses, establecieron normas, costumbres para que los indios los tuvieran por tales. Así ocurrió y ocurre en los Andes, donde el no indígena, como sinónimo de señor, es llamado wiraxu-cha (viracocha), nombre del dios creador.

    La administración colonial de España estaba al tanto de la práctica de sus gentes. Así fue expresado en 1601 por Antonio de Herrera, Cronista Mayor de las Indias: "... véase a quantos asaron e quemaron vivos, a quantos echaron a los perros bravos que los comiesen vivos, a quantos mataron porque estaban gordos para sacalles el unto para curar las llagas de los castellanos" (Cit. en Morote Best, 1988: 166). Bartolomé de las Casas fue muy explícito en la narración acerca de las formas y artes que tenían los españoles de matar indios. De lo ocurrido en el Perú, cuando en 1542 debatía en el Consejo de Indias la destrucción de la población indígena, Las Casas presentó como prueba el testimonio del franciscano Marcos de Niza, quien aseguraba:

    "que yo mismo vi ante mis ojos a los españoles cortar manos, narices y orejas a indios e indias, sin propósito, sino porque se les antojaba hacerlos, y en tantos lugares y partes que sería largo de contar. E yo vi que los españoles les echaban perros a los indios para que los hiciesen pedazos, y los vía así aperrear a muy muchos. Asimismo vi yo quemar tantas casas y pueblos, que no sabría decir el número según eran muchos. Asimismo es verdad que tomaban niños de teta por los brazos y los echaban arrojadizos cuanto podían, y otros desafueros y crueldades sin propósito, que me ponían espanto, con otras innumerables que vi que serían largas de contar" (Assadourian 1994: 33-34).

    Las prácticas de carnicería fueron las mismas en las Antillas, México y Perú. Así como en la toma y ocupación de México los res-catadores soldados destripaban indios para la extracción del unto para luego proceder a curar las heridas de sus caballos y la de ellos mismo, no hay duda de que lo mismo hicieron en el Perú, en todo el período de guerras y destrucción entre los años de 1532 a 1548, lo que Cristóbal de Molina, el Chileno, llamó "la gran vejación y destrucción de la tierra" (Assadourian 1994: 25).

    Conocidas las actuaciones de los peruleros en la sociedad nativa, comenzaron a circular las versiones sobre el degollador español cuya misión era la extracción de unto -como no podía ser de otra manera- para enviar a España donde, decía el rumor, había necesidad de tal materia.

    Fue Cristóbal de Molina, el cuzqueño, en Relación de las fábulas i ritos de los ingas, escrito en el decenio de 1570 a requerimiento del virrey Francisco de Toledo, quien dio la voz de alarma acerca de los cuidados y el temor que tenían los indios de relacionarse con los españoles ([1571] 1989: 129). En ese mismo tiempo ocurría también el Taky Ongoy8, que suponían venía por mandato del inka-nato que desde su refugio en Willkapampa resistía la ocupación. "Hará diez años, poco más o menos, que hubo una yerronia entre estos indios desta tierra y era que hacían una manera de canto, al cual llamaban taqui hongoy". Parinocacha era repartimiento del Obispado del Cuzco y la denuncia fue hecha por el clérigo Luis de Olivera, Vicario de dicha provincia. Y es que según la denuncia de Olivera, en una extensa región que abarcaba incluso La Paz y La Plata (hoy Sucre) los indios "habían caído en grandísimas apostacias y apartándose de la fe católica que habían recibido, y volviéndose a la idolatría que usaban en tiempo de la infidelidad". Taki Ongoy, enfermedad del baile, que fue relacionada e identificada con acciones políticas del inka-nato de Willkapampa, constituye el escenario propicio para ver asomar a Khari Khari en los Andes. El fanatismo de los curas y el terror al regreso de los inkas, los llevó a aguzar los sentidos.

    "El año de setenta y uno (sic) atrás de ayer tenido y creído por los indios, que de España habían enviado a este reino por unto de los indios para sanar cierta enfermedad que no se hallaba para ella medicina sino el dicho unto" ([1571] 1989: 167).

    ¿Por qué creer a los curas Luis de Olivera y Cristóbal de Molina que se trataban de yerronías, que luego modernamente folkloristas y antropólogos achacaron a los indios como supersticiones y creencias? Para 1571, cuando se hizo cargo del gobierno del Perú Francisco de Toledo, habían sido los nativos, testigos y víctimas hasta la saciedad de las andanzas de los españoles, de sus artes de picar los cuerpos de los indios para causar espanto y terror, el método del escarmiento para imponer su voluntad y dominio. Entonces circuló entre la población nativa un código de conducta con los extranjeros: "a cuya causa en aquellos tiempos andaban los indios muy recatados y se extrañaban de los españoles en tanto grado, que la leña, yerba y otras cosas no la querían llevar a casa de español, por decir no los matasen allí dentro para les sacar el unto" (Molina [1571] 1989: 129).

    Las sospechas para el funcionario español no podían tener otro origen que los dictados de Tupak Amaru, que aún gobernaba desde Willka Pampa:

    Todo esto se entendió haber salido de aquella ladronera por poner enemistad entre los indios y españoles, y como los indios desta tierra tenían tanto respeto a las cosas del Inca y decían que aquello salía de allá, caían muy presto en cualquier... hasta que el señor virrey don Francisco de Toledo los deshizo y echo de allí, en lo cual se sirvió mucho a Dios nuestro señor (Molina [1579] 1989: 129).

    No hay duda alguna de que para los nativos los españoles eran, como ya vimos en las traducciones aymara y quechua de Khari Khari/Nak'aq, degolladores y carniceros. Así fue su actuación antes y después del establecimiento del orden colonial por Francisco de Toledo. Es muy claro en el testimonio de Cristóbal de Molina que la "ladronera" (sic) fue deshecha por Toledo, cuando Tupak Amaru, que apenas tenía dieciséis años, fue conducido como delincuente para ser asesinado públicamente a los ojos de su pueblo.

    Sobre el crimen de Francisco de Toledo, Guamán Poma de Ayala (el615/2008) señala que este cogió odio al joven inka porque no quería tratar con un mayordomo, sino con el rey, entonces "lo sentenció a cortarle

    la cabeza9 a Topa Amaro Inga" (346-347). En la plaza del Cuzco donde fue ejecutado, en la versión de Guamán Poma, el pueblo lloró y clamó "Inca Uanacauri maytam rinqui sa-pra aucanchicchoc mana huchayocta concayquita cuchon", que quiere decir "Inca Uana cauri, ¿dónde te has ido? El barbudo enemigo sin culpa te ha cortado del cuello".

     

    Notas

    1 Los animales también tienen unto. La grasa de camélidos, como la llama, es muy requerida para el pago, la preparación de mesas de ofrendas a la Pachamama y demás santuarios existentes.

    2     Pedro Urtimala o Pedro Urdemales es un personaje de fábula que circula por el imaginario andino como gran burlador y vengador de los pobres, véase: Laval , Ramón A.(2 017). Cuentos de Pedro Urdemales. Santiago: Ediciones LOM; Sobre Atuq Antonio, personaje de la tradición oral andina, el Taller de Historia Oral Andina publicó títulos como: Qamaqixa warmi achakumpi, Qamaqixa K'ank'ampi, Qamaqixa Liwunampi en apoyo a la Educación Intercultural Bilingüe con la Unidad de Asesoramiento y Servicio Técnico (UNAS) del Ministerio de Desarrollo Humano (1995).

    3     Véase Arguedas, José María. (1953). "Folklore del valle del Mantaro. Provincias de Jauja y Concepción". Folklore Americano, 1: 101-293 y Zalles, Jaime. (1999). Complementación de las dos medicinas en el campo. En: Fernández Juárez, Gerardo (ed.). Médicos y yatiris. Salud e Interculturalidad en el Altiplano Aymara. La Paz: CIPCA/OMS/ESA. 229-241.

    4    Gerardo Fernández Juárez (2008) dedica el primer capítulo de su estudio Kharisiris en acción al Sacamantecas español y sus andanzas en las diversas regiones de la península. En lenguaje coloquial, según la definición del diccionario de español de la Real Academia, es el "Criminal que abre el cuerpo de sus víctimas para sacarles las vísceras. Ser imaginario con que se asusta a los niños" (Cit. en Fernández Juárez, 2008: 18). David E. Jones (2001) incluyó en su libro Evil in our midst una versión recreada de kharisiri que cual vampiro bebe la grasa humana de un gringo y, habiéndose saciado, duerme tres días.

    5     Un reporte con que Efraín Morote Best (1988) ilustra su estudio ya citado data del año de 1895, cuando en la provincia de Anta, departamento del Cuzco, los contrarios al gobierno de Andrés Avelino Cáceres asaltaban la hacienda Wayroq'ente, propiedad del subprefecto. Allí, uno de los actores fue acusado como Nak'aq, y no le prestaron ningún auxilio pese a tener uno de sus miembros fracturados.

    6     Spedding, en su publicación ya citada, trata de mostrar que ya no son curas los kharisiris sino que se ha personificado en los mismos aymaras del Altiplano, incluso las mujeres de pollera.

    7     Bernal Diaz del Castillo inició su aventura el año de 1514 cuando llegó a Nombre de Dios (Panamá). De allí fue a Cuba, desde donde inició sus correrías en México el año de 1517 siguiendo órdenes de Francisco Hernández de Córdova. Al año siguiente volvería con sus correrías de rescate al mando de Juan de Grijalva para finalmente embarcar con Hernán Cortés el año de 1519 en una nueva aventura de la que escribió la crónica (Cruz Bencono, 2011; el autor hace referencia en las páginas 16 y 17 cómo se curan de las heridas con unto de los indios).

    8     Sobre el Taki Ongoy, enfermedad del baile, que en los años de 1570 se manifestó como el retorno de las wak'as (dioses andinos) en contra de la imposición colonial, en particular la extirpación de idolatrías, véase: De la Torre López, Arturo E. (2004). Movimientos Milenaristas y cultos de crisis en el Perú. Análisis histórico y etnológico, Lima: PUCP, pp77-97.

    9    Guaman Poma (c.1615/2008) escribió: "Fue degollado Topa Amaro Inga por la sentencia que dio Francisco de Toledo... y de la muerte lloraron todas las señoras principales y los indios de este reino e hizo grandísimo llanto toda la ciudad... Antes de que le degollasen a Topa Amaro Inga pidió le otorgasen la dicha sentencia y le diese vida que quería ser esclavo de su magestad o que daría muchos millones de oro y plata... No hubo remedio y fue sentenciado ejecutado a cortar la cabeza del infante Topa Amaro Inga" (348).

    Referencias Citadas

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