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    Revista Textos Antropológicos

    versión impresa ISSN 1025-3181

    Textos Antropológicos v.14 n.1 La Paz  2003

     

    ARTÍCULO

     

    CONVIVENCIAS INTERCULTURALES Y TURISMO: LAS PAMPAS BENIANAS

     

    INTERCULTURAL CO-EXISTENCES AND TOURISM: THE BENIAN PAMPAS

     

     

    Javier Alejandro Barrientos Salinas
    Javier Alejandro Barrientos Salinas: Carrera de Antropología, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz. E-mail: abarrientos@elrincondelantropologo.com

     

     


    Paisajes paradisíacos, personajes pluriculturales, animales salvajes, flora exótica, turismo de aventura y una ensalada de historias de vida son los elementos que componen el presente artículo; que, más que artículo, parece ser el extracto de un diario de campo en el cuál inevitablemente se imprimen acentos y signos de admiración sobre ciertos aspectos, convirtiéndolos de esta manera en anecdóticos, pero, donde también se ocultan o camuflan otros tantos aspectos. Los cuales, sin embargo, pueden ser leídos entre las líneas de un relato etnográfico basado en la propia experiencia de un viaje inolvidable por las pampas benianas.


    Paradisiacal landscapes, pluri-cultural characters, wild animáis, exoticflora, adventure tourism, and a salad of Ufe histories, are the elements that compose the present article. Which, more than an article, seems like afield-work diary in which inevitably accents and signs of exclamation are printed over certain aspects, shifting them, into anecdotic. But also, where other aspects are hidden or camouflaged, that, however, might be read between the Unes of an ethnographical tale based in the personal experience of an unforgettable voyage through the Benian pampas.


     

     

    El viaje

    A las siete y cuarto de la mañana de un domingo caluroso de noviembre en la puerta de la oficina de Donato Tours, en el concurrido puerto de Rurrenabaque, sobre la rivera Este del río Beni, un par de personas sobre el techo de un jeep blanco land cruiser terminaban de acomodar algunas cajas de alimentos y provisiones para el viaje a las Pampas.

    Puntuales como buenos ingleses, William y James, de veintitrés y veintisiete años respectivamente, esperaban sentados en la oficina de la agencia, iban acompañados de su amiga Finn de Australia, de unos veinticinco. El grupo de viaje lo completaba Maya Benavides, paceña, de veintiún años, y yo, también de la ciudad de La Paz y con la misma edad. El conductor encargado del land cruiser era el Petacas, un camba regordete y alegrón de no más de treinta años, conocido por su alias en todas partes y por todos.

    Con las mochilas bien acomodadas en la parrilla del jeep y tras las últimas recomendaciones de don Donato, un colla casado con una camba y con dos hijos, dueño y administrador de la agencia Donato Tours, partimos rumbo a Santa Rosa de Yacuma. Eran las ocho de la mañana y el sol comenzaba a brillar con fuerza en la imponente atmósfera azul de la amazonia.

    En la tranca, a la salida de Rurrenabaque, el Petacas se encontró con un amigo, dijo que era el guía de una empresa amiga y que si no había problema en llevarlo hasta Santa Rosa. Como había un asiento vacío adelante, el amigo del Petacas subió al jeep y entre ambos de rato en rato nos fueron ilustrando el viaje.

    En media hora nos encontrábamos cruzando la tranquila localidad de Reyes, un hermoso paraje beniano donde el achachairú, el cacao, las toronjas y los mangos inundan las calles, los patios y los canchones de la amable población reyesana.

    No mucho rato después de haber pasado por Reyes, el Petacas detuvo el jeep y se bajó para dar un vistazo al coche, su amigo le acompañó. Pasaron unos minutos revisando por debajo de la carrocería y comprobaron que uno de los muelles delanteros estaba a punto de romperse. Tan infortunado acontecimiento no trascendió a mayores, todo gracias a que entre ambos se encargaron de dar solución al problema e improvisaron un repuesto en base a un cordón de goma, un pedazo de madera y unos amarros de hojas que recogieron del camino. Tal repuesto, aunque precario, increíblemente soportó el resto del viaje.

    La temperatura se incrementaba a medida que transcurría la mañana y el sol se hacia cada vez más insoportable al mismo tiempo que nos insertábamos en las pampas benianas, esas inmensas llanuras verdes que se proyectan en el horizonte, estepas interminables donde la vista se pierde. Eran ya como las diez de la mañana y sobre estas inmensas pampas comenzaron a dibujarse miles de cebúes blancos, negros, cafés y toda una variedad de ganado vacuno que se estampaba en el paisaje.

    Las miles de cabezas de ganado que pastean a lo largo de estas praderas están principalmente destinadas al mercado de la carne, no sólo a escala regional sino especialmente a nivel nacional, siendo justamente éstas tierras benianas las que más aportan en tan importante rubro económico, a decir en las propias palabras de los benianos: somo nosotro los que damo de comer a toda Bolivia.

    La carretera a esa hora de la mañana se había convertido en una plancha quemante, los neumáticos literalmente se cocinaban y el freno humeaba permanentemente. Fue necesario hacer una pausa y esperar que las llantas enfríen un poco, dejándolas reposar sobre unos charcos de agua que aún no se había evaporado en los baches y deformaciones del camino. Estas pausas hubo que repetirlas un par de veces más, de lo contrario se le hacía difícil al Petacas controlar la movilidad, pues a ratos el freno dejaba de funcionar por el exceso de calor que experimentaba.

    Al mediodía llegamos a la tranca de Santa Rosa, allí un par de policías refugiados en un retén de madera eran los encargados de controlar el ingreso de los visitantes, a la par que combatían el calor con un par de cervezas. El amigo del Petacas bajó del jeep para avisar que viajaban tres extranjeros y dos collas, tuvo que pagar algo por los extranjeros y no así por los nacionales pues son estos últimos los que menos visitan la zona, a pesar de los descuentos en la tarifas turísticas y la cercanía en relación a los que vienen de otros países. No tardó en volver y fue para despedirse de todos y para agradecer al Petacas por haberle llevado.

    Después de avanzar lentamente por algunas calles de tierra llegamos a una pequeña pensión, el Petacas preguntó si aún quedaban almuerzos, al recibir la respuesta afirmativa estacionó el jeep al lado de la puerta de ingreso, justo detrás de otro land cruiser blanco, en el cuál viajaba un grupo de judíos, hombres y mujeres, quienes al parecer habían terminado de almorzar. Como iban de salida, mientras nosotros entrábamos, intercambiamos algunos saludos, un ¡hola! pero con distintos acentos.

    En el jardín que precedía la pensión se encontraba una pileta donde pudimos asearnos y refrescarnos del infernal calor. Muy cerca se alzaba una antena parabólica que al parecer era bastante nueva. Colgando a un lado de la pensión se distinguía un letrero, que en letras de colores anunciaban: Santa Ana, Riberalta, Guayaramerín. Todos ellos destinos a donde se dirigen las flotas que salen o que pasan por allí.

    A esa hora del día Santa Rosa de Yacuma se encontraba sumergida en el silencio y la calma, típico de los parajes del oriente, gracias a la temperatura que en esos momentos fácilmente alcanzaba los treinta y cinco grados.

    A manera de esperar, mientras sirviesen el almuerzo, aproveché de dar una pequeña vuelta por el pueblo en busca de cigarros, mi caminata se prolongó más de lo pensado pues las tiendas se encontraban cerradas. Después de caminar varias cuadras por un lado y por otro encontré un pequeño puesto en la calle refugiado bajo la sombra de la pared de una casa. La vendedora era una mujer colla, una de las pocas que vivía en el lugar. Como buena comerciante no cerraba por nada su puesto de venta, vigilándolo desde el interior de una casa en frente, cómodamente sentada, con la puerta abierta y conversando con una de sus hermanas.

    Casino y Derby blanco eran las únicas dos opciones en cigarros, me decidí por los Casino: son más baratos, duran más, son más fuertes y supuestamente espantan a los mosquitos. Ya que estaba ahí aproveché de llevar algunos dulces y chicles, desde luego brasileros, como casi todo lo que se comercia por la zona.

    Luego de conseguir los cigarrillos me dirigírápidamente de vuelta a la pensión, allí todos ya se encontraban reunidos en la misma mesa, charlando en inglés, tomando un jugo de tamarindo y viendo televisión en portugués.

    Almorzamos una especie de ajiaco de sopa, un plato de majao de segundo y gelatina con fruta de postre. La dueña de la pensión era una camba relativamente joven, le colaboraban sus primas, hermanas y cuñadas, pues además de la comida también vendía pasajes de flota y trabajaba con giros de dinero.

    Una vez concluido el almuerzo, considerando que llevábamos cierto atraso, nos apresuramos en subir al jeep y retomamos de inmediato la marcha. Pasaron unos cuarenta minutos hasta que encontramos un desvío en el camino, a cuyo ingreso se alzaba un cartel de aproximadamente dos metros cuadrados, que anunciaba: Reserva Ecológica: Laguna del Bravo..

     

    El escenario y los personajes

    Santa Rosa de Yacuma es un pueblo pequeño y caluroso, se encuentra cerca del río Yacuma, en plena pampa beniana. Gran parte de quienes viven allí son hacendados, poseedores de vastas extensiones de tierra y miles de cabezas de ganado, con una buena cantidad de capitales acumulados y vinculados a partidos políticos que monopolizan las esferas gubernamentales. Es conocida su fama por la manera de resolver los pleitos, generalmente metiendo bala, como lo sucedido algunos meses antes, cuando los dirigentes regionales de dos partidos políticos protagonizaron una confronta armada en disputa por la alcaldía, acontecimiento muy fresco en la memoria de los pobladores.

    La actividad ganadera, entonces, constituye el principal eje económico de la región y atrae, o atrajo en algún momento, la atención de casi toda la población. Capataces, vaqueros, peones, pastores, cazadores, matarifes y hacendados componen ésta sociedad en particular de tierras bajas.

    Recientemente una parte de las población se ha vinculado al turismo, actividad que en Santa Rosa ha comenzado a florecer hace unos cinco años atrás. La fama internacional del Parque Nacional Madidi y la declaración del Pilón Lajas como Reserva de Biosfera han beneficiado directamente al turismo de Santa Rosa de Yacuma, considerando que se ha convertido en una alternativa al monte, la selva y la jungla. De esta manera, con el denominativo de las pampas, estas tierras han sido ampliamente difundidas en Rurrenabaque, eje turístico de la zona.

    Paulatinamente el turismo va concentrando la atención de todos quienes llegado el momento se encuentran en este exótico lugar de la amazonia sur. Es decir, tanto habitantes y visitantes que vinculados mediante el turismo se encuentra en un paraje único del planeta sumergidos en una convivencia inevitablemente intercultural.

    El Petacas estacionó el land cruiser a las sombra de unos árboles a pocos metros de la orilla de la Laguna del Bravo. Allí nos esperaban algunas personas que se acercaron para ayudar a llevar las provisiones. Estaba nuestro guía, conocido como el Chivo, Lula, cocinera del primer campamento, el conductor del bote y su hijo.

    El Chivo, un hombre risueño, de piel bronceada y ojos achinados, oriundo de Santa Rosa de Yacuma, casado con Lula y padre de dos niños. Desde su infancia, como la infancia de muchos niños de estas tierras, se la pasó caminando, explorando y jugando a lo largo de las pampas. Posteriormente entro en el mercado de las pieles y los cueros silvestres, él específicamente se encargaba de la caza de caimanes, actividad con la cuál pudo financiarse algunas tierras y algunas cabezas de ganado. Al momento de conocerlo, el Chivo ya llevaba alrededor de tres años como guía turístico.

    El Chivo, con sus treinta y cinco años, siempre con el machete a la mano, era conocedor de cada paraje y cada recoveco de esas llanuras, experto imitador de los sonidos de la naturaleza, capaz de imitar el sonido emitido por el caimán, cosa poco creíble a no ser por el hecho de que tras emitir este sonido, flotando sobre un pantanal aparecieron seis pares de ojos de caimanes bebés, que creyeron reconocer el llamado de la madre, la cuál aparentemente dormía enterrada en las profundidades del fango. Así mismo los sonidos de aves y de monos los conocía a la perfección, logrando que un pequeño mono amarillo se le acercase de tal manera que terminó llevándose un plátano pelado de su propia mano. Le eran también conocidas las plantas, los frutos y cada detalle que compone la biodiversidad del lugar. E incluso, en el último tiempo, había logrado perfeccionar interesantes e ingeniosas artesanías, como ser adornos de motacú, pendientes de colmillos de caimán, pipas de palo de diablo y tutumas decoradas.

    Lula, una mujer de cabello largo y teñido, madre de dos niños y esposa del Chivo. Su primer hijo lo tuvo a los quince años y el otro a los diecisiete, a la fecha había cumplido los diecinueve. Ella ocasionalmente era la encargada de cocinar en el primer campamento y también, en caso de haber mayor afluencia de visitantes, se encargaba de ayudar en la cocina del otro campamento. Ésta era una forma de ayudarse económicamente aprovechando sus conocimientos gastronómicos, especialmente en la preparación de la comida tradicional de la región, como las crocantes palometas que cocinó la primera noche en el campamento de la laguna. Lula era de Santa Rosa de Yacuma y en su infancia había viajado por algunos de los principales ríos de la región, llegando a conocer de esta manera una buena parte del territorio beniano. Lula añoraba bastante poder conocer algún día la ciudad de La Paz y el lago Titikaka, dos lugares que llamaban especialmente su atención.

    Con las mochilas cargadas y portando cada quien una botella de dos litros de agua Clarita, nos dirigimos hacia el bote, una embarcación similar a los otros botes que usualmente navegan los ríos benianos, esos troncos partidos a la mitad de unos cinco metros de longitud, con una seguidilla de pequeñas tablas transversales como asientos y con un motor a gasolina.

    Antes de llegar a la embarcación caminamos sobre una suave capa de fango tibio, el agua de la laguna estaba caliente y llegaba hasta las rodillas. Las mochilas y las cajas de víveres fueron acomodadas en las parte de adelante del bote y todos nos distribuimos a lo largo de la embarcación.

    La laguna del Bravo es una increíble extensión de agua en medio de las pampas benianas, originada gracias a las condiciones de drenaje que caracteriza éstos llanos, lo que permite concentrar el agua y formar una inmensa laguna, cuya mayor profundidad en esa época no superaba los dos metros del alto y con un promedio aproximado de un metro, es decir que se trata de aguas estancadas por lo plano del terreno, lo que significa que en época de lluvias tiende a extenderse más, llegando a provocar serias inundaciones de espacios habitables o campos ganaderos, incrementando considerablemente su profundidad en uno o dos metros.

    La laguna del Bravo hace varios años poseía un color azul verdoso, gracias a la vegetación acuática que actualmente ha desaparecido producto un desequilibrio ecológico, a partir de la sobre explotación de la pesca con materiales explosivos. El colorido que posee hoy es similar al de los grandes ríos amazónicos, como tierra descolorida.

    En unos quince minutos, a buena velocidad y contra el oleaje, atravesamos la laguna hasta llegar a una isla donde se encontraba el primer campamento. La isla era un extenso playón que en época húmeda permanecía inundado y que en otras ocasiones, como era el caso, producto del excesivo calor cobraba mayor terreno, toda vez que las aguas bajaban, dejando tierras fangosas pobladas de palmeras de motacú. El campamento se encontraba sobre tierra compacta y lisa, protegido por unos diez perros, rodeado de tutumas y lleno de una variedad de frutas tropicales: mangos, papayas, mango-uva, cacao, mango japonés, cocos y mangas.

    Las camas estaban dispersas en un refugio de adobe con un techo a base de hojas de palmera y algunos troncos atravesados. Cada cama iba cubierta por su respectivo mosquitero, más que necesario, indispensable, considerando, entre otras cosas, que entre el techo y la pared del refugio existía un vació por donde se filtraban todo tipo de bichos.

    Después de acomodar las cosas en el refugio, pudimos lavarnos, ayudados con una tutuma, con el agua de un pozo en medio del campamento, para luego proceder a rosearnos de pies a cabeza con el muy poco eficiente repelente, no por su mala calidad, sino porque los mosquitos de las pampas son supermosquitos acostumbrados ya a todo tipo de repelentes. A manera de descansar, degustamos la sabrosa variedad de mangos y paseamos por el campamento, por allí había un establo relativamente grande, también algo que parecía un corral y una gran extensión de palmeras de papayas.

    El calor había bajado unos grados, el Chivo alisto algunos hilos, anzuelos y carnadas, y nos pusimos en marcha hacia la laguna, aquella era una tarde excelente para ir de pesca, considerando además que la cena dependería del resultado de ésta.

    En el camino hacia la laguna nos detuvimos un momento a la sombra de las palmeras de motacú, cuyo tronco es el lugar predilecto para el reposo de las tarántulas. El Chivo recogió algunos motacús que habían caído al suelo, con su infaltable machete procedió a abrirlos y seleccionó unos cuantos, de los cuales extrajo unas pequeñas larvas blanquecinas para luego comerse una de ellas. Después nos invitó uno por uno, y, aunque dubitativos pero intrigados, todos probamos el gusano del motacú, mucho más apetecido que el motacú como tal.

    En la laguna del Bravo nos esperaba el mismo bote que nos había traído. El conductor era un camba, robusto, de bigote espeso y un poco mayor, experto pescador y conocedor de ríos y lagunas benianas; su hijo era un adolescente de buen carácter y fiel seguidor a sus pasos.

    No muy cerca de la orilla un grupo de chiquillos jugueteaban, chapoteaban y nadaban a su gusto en las tibias aguas de la laguna, en la misma donde pescaríamos palometas, más conocidas como pirañas, las cuáles al contrario de lo que se cree sólo atacan a quienes tengan alguna herida en la piel, pues es el olor a sangre lo que las atrae. La prueba clara de esto eran justamente esos niños bañándose de lo más tranquilos en sus aguas, algo cotidiano para ellos que se crian en estas indómitas tierras benianas.

    En medio de la maravillosa laguna del Bravo, el conductor apagó el motor, remo un poco con la ayuda de su hijo y luego detuvo el bote dejando caer el ancla. El Chivo nos entregó a todos quienes íbamos en el bote, un hilo de pescar, un anzuelo y unos cuantos pedacitos de carne cruda. Entre él y el conductor nos enseñaron la manera de colocar la carnada, la forma de aventar el hilo y otras estrategias.

    Toda aquella tarde de domingo la dedicamos exclusivamente a la pesca. Cuando no había mucha suerte en un lado, se recogía el ancla y con motor o bien remando íbamos en busca de otro lugar, disfrutando de un paisaje impregnado de aves, algunas que voloteaban de árbol en árbol y otras que cruzaban lentamente sobrevolando la laguna. A veces ocurría que debido a la baja profundidad de la laguna el motor encallaba, y era el Chivo el encargado de bajarse para destrabar la embarcación.

    Al final del día, cuando el sol caía lentamente por el horizonte y sus rayos comenzaba a sumergirse en la laguna, entre el conductor y su hijo habían pescado como unas ocho palometas blancas, tres palometas rojas, un pez gato y un par de pececillos más, el Chivo había pescado media docena de palometas blancas y del resto, sólo James, había pescado una palometa roja.

    James era del área rural de Inglaterra, de padre siciliano y madre inglesa. Su padre pertenecía a una familia tradicional de la mafia siciliana, razón por la cuál, la familia inglesa no consentían el casamiento de la madre, ante tal acontecimiento, colaborado por su familia, el padre de James resolvió robársela desde Inglaterra y llevársela a Italia. Este hecho derivó en el inevitable consentimiento de la familia inglesa, quienes como protestantes, además, tuvieron que asentir al matrimonio católico, toda vez que éste era indispensable en las costumbres de la familia siciliana.

    James trabajaba a través del Internet en un empresa encargada de distribución y asignación de empleos, este trabajo podía realizarlo desde cualquier parte donde hubiese una computadora conectada a la red, Rurrenabaque por ejemplo, y recibir un salario por ello que le permitía financiar su gran viaje. Él, junto a su amigo William, con quien se conoció a través del Internet, habían emprendido un viaje que duraría alrededor de dos años, el cual había comenzado de Londres a Buenos Aires para luego ir subiendo poco a poco hasta México, de ahí dirigirse rumbo al lejano Oriente y posteriormente a Egipto, para finalmente retornar a Inglaterra.

    El cielo poco a poco se fue oscureciendo, los sonidos de la naturaleza rodearon estereofónicamente el ambiente y las estrellas comenzaron a tatuarse en el firmamento. En el campamento Lula había cocinado arroz, plátano frito y ensalada. En una cacerola grande vertió una buena cantidad de aceite, dejando que se caliente lo suficiente antes de ir colocando una a una las palometas; los demás esperábamos hambrientos y sentados alrededor de una mesa de madera iluminada por algunas velas, conversando en inglés y en español, para ese entonces Maya ya había asumido el papel de traductora toda vez que el Chivo no habla más que unas cuantas palabras en inglés y por el contrario la australiana y los ingleses entendían muy poco el español, de todas maneras hay cosas que superan las fronteras lingüísticas y son las que permiten entendernos entre todos más allá del idioma que hablemos, permitiendo compartir interculturalmente ciertos lazos que nos unen como especie de este gran ecosistema. Aquella fue una noche pesada, extremadamente caliente, densa y sin brisa alguna.

    Despertamos temprano por la mañana. Desayunamos. Alistamos nuestras cosas y cada quien, con mochila al hombro, se montó en un caballo. El cuidador del establo era un camba flaco y alto, su hijo de unos nueve años era el encargado de llevarnos hasta el otro campamento a orillas del río Yacuma. El niño se llamaba Rene, ni siquiera llegaba a los estribos del caballo pero era el mejor jinete, con razón su padre le había encomendado dicha tarea.

    Cabalgamos toda la mañana, una cosa de cinco horas, sólo descansamos una vez y fue a la sombra de el único árbol que encontramos en nuestro camino. Durante el recorrido nos dedicamos a ver anacondas, cuyo habitad son aguas estancadas a lo largo de las pampas. Descansan enroscadas y son muy lentas, comen capibaras, roedores y serpientes más pequeñas, la única que el Chivo consideró peligrosa fue la anaconda-cobra, reconocida por sus jaspes atigrados y sumamente ágil, contraria a la anterior, por lo que preferimos alejarnos de su camino. Las serpientes son tan comunes a lo largo de estas tierras que ni los caballos se asustan cuando se pasa cerca de alguna.

    En medio de las tierras fangosas se extienden verdes estepas de tierra firme, fue allí donde William aprovechó para retar al Chivo a una carrera de caballos, la cuál terminó, según ambos, en un empate, pero que de todas maneras parecía contentar más al inglés.

    William vivía en Londres, hablaba un inglés perfecto, aspecto destacado por su propio amigo James, que a pesar de ser inglés reconocía no hablar de la misma manera e incluso no entender algunas expresiones. William había estudiado algo relacionado con leyes, más específicamente se interesaba en la problemática de las cárceles y el penalismo, motivado a partir de su propia experiencia tras haber permanecido recluido durante algún tiempo.

    William financiaba el viaje de dos años, que emprendía junto a James, con el alquiler de su casa en Londres. Él hace algunos años atrás había visitado parte de Latinoamérica, debido a que su padre residía en Costa Rica, un país turístico por excelencia que consigue encandilar sobre todo a visitantes europeos, quienes suelen quedarse durante años o toda la vida. Por lo que había logrado conocer antes y por lo que estaba conociendo en lo que iba de su viaje, William consideraba que el lugar más barato al que había viajado era Bolivia, donde podía conseguir una cajetilla de cigarros Casino a dos bolivianos en comparación a las ocho libras que le costaba una cajetilla de Benson & Hedges en Londres. William venía de un lugar donde recientemente se había dado paso a la legalización de algunas sustancias controladas y donde paradójicamente está prohibida la difusión de certámenes de belleza, como miss universo, razón por la cuál le había llamado especial atención el miss piernas que se realizó en el Oasis, la discoteca de moda en Rurrenabaque, donde las candidatas, para sorpresa del inglés, entraban con el rostro cubierto.

    Pasado el medio día, los jinetes estábamos exhaustos, a esa hora el calor se había incrementado demasiado, las pocas nubes que nos acompañaron en el recorrido matutino para ese momento habían abandonado por completo el cielo limpio y radiante. Finalmente, después de varias horas de cabalgata, llegamos a un lugar lleno de árboles, nos refugiamos en su sombra, desmontamos y amarramos los caballos.

    El Chivo saludo a un hombre de gorra, ojos rasgados y bigote ralo que apareció de pronto de entre los árboles, era el guía de otro grupo, le decían el Chino. Junto a él venía el papá de Rene quien se hizo cargo de los caballos. Rene montó en su caballo y le dijo a su padre que se iba a la escuela; a todo galope, con una mano en su mochila dejean y con la otra en la rienda, se perdió en la gran estepa verde. El Chivo conversó por unos segundos con el Chino y fue éste último el que nos llevó caminando entre la arboleda hasta llegar al campamento.

    El segundo campamento constaba de unas cuatro cabanas construidas de madera y mallas milimétricas y los techos de plástico grueso y azul. Todo el campamento se encontraba a un metro y medio de altura, reposando sobre pilares de madera, esto para evitar se inunde en época de lluvias, considerando que el río Yacuma pasaba a tan solo unos metros.

    El río Yacuma es una extensa franja que atraviesa las pampas de occidente a oriente con una ligera inclinación al norte, comienza en las estribaciones de la cordillera al sur del Pilón Lajas, poco a poco va incrementando su volumen a medida que va acogiendo aguas tributarias de otras corrientes, hasta llegar a Santa Ana de Yacuma para posteriormente ir a formar parte del gran río Mamoré. En el río Yacuma existen algunos accidentes geográficos que originan pozas naturales sobre las ligeras curvaturas que sufre; los niveles del torrente son sumamente variables, en noviembre el calor había hecho que bajen las aguas considerablemente, quedando una profunda huella, no así en meses como febrero cuando el río fácilmente tiende a desbordarse de su cause e inundar las llanuras del sur beniano.

    En una de las cabanas del campamento se encontraba un gran comedor, allí almorzamos junto al otro grupo, que estaba compuesto por cuatro madrileñas y dos catalanes, ellos hacían el recorrido a la inversa que nosotros. Las provisiones que este grupo traía consigo estaban principalmente compuestas de botellas de ron brasilero, singani camargueño y vino en caja. En la mesa conversamos entre todos, en distintos idiomas y con distintos acentos, los más charlatanes y bullangueros eran los españoles, la más callada y silenciosa, la australiana.

    Finn, de cabello corto e intensamente amarillo, había estudiado arquitectura en su país, hablaba francés e inglés, recientemente había concluido un complejo habitacional, sus regalías más sus ahorros le permitían cubrir los gastos de tan esperado viaje, considerando que Finn hace algún tiempo atrás había recibido un libro de turismo mundial, que fue regalo de quien era su novio. El cuál se lo leyó de principio a fin, con antidepresivos de por medio, cuando rompió la relación entre ambos. Fue precisamente en aquellas páginas donde nació su interés de conocer esta parte del planeta. Finn hace varios años atrás había vivido por un corto tiempo en Dinamarca, lo que le había permitido conocer una buena parte del viejo continente.

    Finn se había conocido con los ingleses en Buenos Aires y entre los tres continuaron juntos el viaje, ella los acompañaría al Cuzco y después hasta Lima. De allí se iría ella sola hasta la India, otro lugar que añoraba conocer, para luego retornar a su país por razones laborales.

    Un suculento almuerzo acompañado de chicha morada fue lo que disfrutamos ese lunes en el campamento del río Yacuma. El cocinero era un colla, don Manuel, él era de la ciudad de La Paz y sus padres de Huatajata, lugar dónde anteriormente se había relacionado con la actividad turística. Don Manuel llevaba casi dos años como cocinero, para él la vida en las pampas no era tan sencilla, las picaduras de insectos a las cuáles aún no se acostumbraba y las condiciones en las que vivía en el campamento, le amedrentaban bastante. Al momento de conocerlo llevaba tres días de constantes hemorragias, según él mismo debido a la fiebre de un resfriado mal curado y al intenso calor del ambiente.

    Don Manuel se sorprendió bastante al ver que en el grupo viajábamos dos collas, pues era en realidad la primera vez que el conocía a alguien de su misma ciudad visitando el campamento donde cocinaba, razón por la cuál se acercó especialmente para conversarnos y comentarnos de paso que es sumamente extraño ver la visita de turistas nacionales, comentario anteriormente expuesto también por el Chivo, por Lula y por los demás personajes del relato.

    En la tarde dimos un largo paseo en bote por el río Yacuma, allí pudimos ver cadenas de petas que se dejaban caer de troncos flotantes al agua, una a una, cual valet acuático. Vimos grupos de capibaras, compuestos por un macho y varias hembras, que se bañaban en las orillas, pues el intenso calor solía quebrajarles el cuero y la capa de grasa que las recubre. Así mismo tuvimos el gusto de ver caimanes, o como se los llama en la coba turística: aligaitors, los cuales suelen reposar bajo la sombra de arbustos o bien, cuando ya no soportan el calor, permanecen sumergidos en el río, en cambio si les hace frío se quedan estáticos tomando sol, con la boca abierta y mostrando sus puntiagudos dientes. En estas aguas también se encuentran los delfines de río, o bufeos, de color rosa, son muy traviesos y algunas veces se los logra ver saliendo por unos segundos a la superficie, principalmente en las pozas naturales que se forman en el río. Entorno a las hembras se trazan una serie de mitos y creencias, pues son consideradas algo así como las sirenas del Yacuma.

    Volvimos al campamento al final de la tarde, descansamos y aprovechamos para charlar y compartir las más diversas experiencias. Luego, más tarde, cenamos el mejor spaguetti a la bolognesa que he podido probar. Después de la cena, el Chivo nos invito una pequeña rama, parecida a la canela, algo picante y que hacía salivar, luego nos invitó un poco de bicarbonato para mezclarlo con la rama triturada y finalmente unas hojas de coca, y como dijo el Chivo: así pijcheamo en la pampa.

    Era una noche extraordinaria, salimos del campamento pasada las diez de la noche y nos dirigimos hacia el río, volvimos a hacer el recorrido de la tarde pero esta vez a remo, principalmente para ver y diferenciar los ojos rojos de los caimanes y los azules verdosos de los lagartos.

    Al día siguiente despertamos muy temprano, al amanecer fuimos a dar un pequeño paseo en el bote escuchando los misteriosos gritos simiescos que resonaban como un eco permanente y el concierto de aves y pájaros que a esa hora se trasladan de sus nichos en busca de alimentos, principalmente de frutas. Cuando salen los primeros rayos solares sobre la superficie del río aparecen volando escuadrones de libélulas que desayunaran cuanto mosquito encuentren. Volvimos al campamento y era nuestro turno de desayunar, para luego emprender una caminata durante el resto de la mañana, conociendo y admirando la exuberante flora de la zona.

    Al medio día regresamos al campamento y procedimos a alistar todas nuestras cosas y a acomodarlas en el bote. Poco después, a buena velocidad, nos dirigíamos con rumbo al puerto de Santa Rosa. En el trayecto hicimos una parada para nadar en una de las pozas que se había formado en la curvatura del río. Retomamos la marcha y después de un rato llegamos hasta el puerto, allí bajamos y dejamos nuestras cosas al pie de un árbol para poder caminar hasta donde se encuentra la llamada Reina Victoria, conocida también como Reina Amazonas, impresionantes hojas flotantes, circulares y con pequeñas elevaciones que las hacen ver como verdes y orgánicas coronas.

    Por un camino de tierra seca caminamos lentamente de regreso hasta donde se encontraban nuestras mochilas, allí esperamos a que llegue el Petacas en su jeep land cruiser para llevarnos de retorno a Rurre. No tardó en llegar, traía un par de noruegas y un holandés. Lo último que hicimos antes de subirnos a la movilidad fue despedimos del Chivo y de Lula que debían irse con el nuevo grupo, y ambos, en un gesto muy amable, nos ofrecieron llegar a su casa, en Santa Rosa de Yacuma, cuando nosotros quisiéramos.

     

    Epílogo

    A las seis de la tarde, cansados y sedientos, llegamos finalmente a la agencia de Donato Tours en Rurrenabaque. Extrañamente el viaje parecía no concluir aún.

    Esa misma noche en el Tacuara, un bar de Rurre, los cinco viajeros festejamos la tan extraordinaria aventura por las pampas benianas y culminamos el viaje sentados cómodamente bajo la delicada llovizna tropical de la noche amazónica, escuchando Portishead y tomando unas latas de cerveza paceña, entre el jardín y la cabana número nueve del hotel Santa Clara.

    Las pampas benianas son parajes únicos donde el turismo, inevitablemente de aventura, a dado pie a la consolidación de espacios interculturales, sobre formas de vida, costumbres y biodiversidad.

    Agradecimientos

    El presente artículo no hubiera sido posible sin la colaboración de Maya Benavides del Carpió, compañera de la Carrera de Antropología, traductora y fotógrafa.