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    Revista Textos Antropológicos

    versión impresa ISSN 1025-3181

    Textos Antropológicos v.14 n.1 La Paz  2003

     

    ARTÍCULO

     

    IDENTIDAD MASCULINA: LA CONSTRUCCIÓN Y DECONSTRUCCION DE VIEJAS ESTRUCTURAS PATRIARCALES

     

    MASCULINE IDENTITY: THE CONSTRUCTION AND DECONSTRUCTION OF OLD PATRIARCHAL STRUCTURES

     

     

    Claudia Vincenty
    Claudia Vincenty: Docente Universitaria, Especialista en Asuntos de Género y Desarrollo. Carreras de Antropología y Arqueología, Universidad Mayor de San Andrés, La Paz.

     

     


    Este ensayo examina, a partir de bibliografía reconocida en el tema, la construcción de las identidades de género. Se hace una consideración más detenida de la identidad masculina, tomando en cuenta las características de su construcción y de sus expresiones. Se analiza el termino "maricón"y las connotaciones que ello tiene en nuestras sociedades para la construcción de las masculinidades. Se concluye con la reflexión de la capacidad de reconstrucción de identidades genéricas más integradoras y manumsoras.


    This essay examines, startingfrom renowned bibliography ofthe subject, the construction ofthe gender's identities. The masculine identity is explored more carefully considering the characteristics ofhis structure and his expressions. The word "fag/sissy " is analyzed, as well as the implications that it has in our societies for the foundation ofthe manhood. This evaluation concludes with the acknowledgement ofthe reconstruction's capacity of the gender's identities, that can become more integratedandliberated.


     

     

    En los últimos años, se ha venido elaborando en el medio académico latinoamericano un soporte teórico-metodológico importante en el tema de género, que nos permite la discusión de temas antes ignorados o abordados desde una perspectiva unilateral.

    Este artículo pretende adentrarse en la discusión de uno de estos conceptos, el de identidad masculina, para intentar develar las características que adopta en nuestro medio. Empero, previamente, se harán algunas aclaraciones necesarias respecto de ciertas nociones a partir de las cuales se está llevando adelante esta disquisición.

    El término "patriarcado", si bien es una categoría esencial de la teoría de género, es por ello mismo, amplia, multidimensional y compleja de definir brevemente. Para que su significado quede delimitado de forma precisa, he recurrido a Victoria Sau (1981), quien aclara de la siguiente manera esta palabra tan cargada de sentidos y que nos concierne tan profundamente:

    "...Si la paternidad es la institucionalizadón de la figura del padre como el Único, el patriarcado es el desarrollo y puesta en práctica de esta forma de poder...es una toma de poder histórica por parte de los hombres sobre las mujeres cuyo agente ocasional fue de orden biológico, si bien elevado este a la categoría política y económica...El patriarcado consiste en el poder de los padres: un sistema familiar y social, ideológico y político con el que los hombres-a través de la fuerza, la presión directa, los rituales, la tradición, la ley o el lenguaje, las costumbres, la etiqueta, la educación y la división del trabajo-determinan cuál es o no el papel que las mujeres deben interpretar con el fin de estar en toda circunstancia sometidas al varón... Webster y Newton ven al patriarcado como un sistema en el que los hombres sea como clase social o como grupo dominan sobre la clase social o grupo de las mujeres..." (Sau 1981:237-238).

    El patriarcado asume características específicas y propias en cada sociedad y cultura, sin embargo, encierra mecanismos, redes y nudos de poderes múltiples y asimétricos que entrecruzan las relaciones entre mujeres y hombres (Lagarde 1993). Tomando en cuenta éstas y otras consideraciones, Marcela Lagarde (1993) ha creado algunas categorías de análisis que enriquecen los instrumentos epistemológicos de esta teoría. Entre ellas, se encuentra el cautiverio entendido como dominio, confrontación, conflictos y enajenación que definen las relaciones entre los géneros (Lagarde 1993).

    Aunque los varones no son los directos responsables de los cautiverios de las mujeres, contribuyen y se benefician de ellos. Personalmente opino que, a los cautiverios, aunque de formas diversas y asimétricas, estamos , y "...sólo a partir del reconocimiento y de la re significación de las relaciones entre hombres y mujeres, es posible desarticular [o deconstruir] los contenidos patriarcales de la organización genérica del mundo. Se trata de incidir tanto en las formas de ser de mujeres y hombres, como en los contenidos específicos de las sociedades y de las culturas..." (Lagarde 1993:20). Una vez desarmadas y analizadas las estructuras genéricas que componen las creaciones culturales e históricas de varones y mujeres, lo ideal sería fundar identidades que no sean reguladas por el orden político que las clasifica a partir de principios antagónicos y excluyentes (Lagarde 1993).

    La construcción de las identidades es un proceso complejo, ya que confluyen múltiples factores que intervienen en su configuración (Lagarde 1992). El género, junto a la etnia, la clase, la edad, entre otros, se constituye en uno de los elementos de la identidad. Por lo tanto, la feminidad y la masculinidad, forman parte de la distinción culturalmente determinada que caracteriza a mujeres y hombres a partir de su identidad genérica. Esta se manifiesta en un conjunto de atributos adquiridos y modificables, en situaciones y momentos de la existencia de las personas (Basaglia et al. 1983).

    La identidad se expresa en actitudes, sentimientos, valores, creencias, formas de ver y concebir el mundo, mentalidades, lenguajes y relaciones específicas, a través de las cuales una mujer o un hombre se conforman. Así, cada mujer y cada varón han sido constituidos culturalmente a partir de los parámetros de feminidad o masculinidad dominantes en su sociedad. Estos parámetros del cómo se debe ser se han internalizado y se constituyen en un modelo a seguir, una necesidad de cumplir con los roles establecidos. Este DEBER SER comporta para cada hombre y para cada mujer una obligación social y cultural tan fuerte que, su incumplimiento implica conflictos cuya magnitud está en relación directa con las exigencias y el control social (De Barbieri 1992). Las identidades asignadas de esta manera conforman una imposición o una prohibición de SER. Muchas veces, surgen conflictos entre el DEBER SER y el SER (Badinter 1993).

    De esta manera, cada sociedad tiene mecanismos para que sus miembros, hombres y mujeres, adquieran, desarrollen y reproduzcan los roles de género esperados, convirtiéndose estos últimos en mandatos sociales, que los mitos y los prejuicios, a su vez, van transformando como verdades absolutas1.

    Sin embargo, la identidad genérica sufre transformaciones y redefiniciones, a partir de los cambios histórico-sociales de las sociedades, reconstruyéndose, de este modo, nuevas subjetividades. Estos tránsitos y las redefiniciones antes mencionadas, van generando cuestionamientos sobre las categorías de masculinidad y feminidad.

    En el caso de los hombres, ellos han sufrido fuertes embates a aquello que consideraban estructuralmente inamovible y una verdad completamente absoluta: su identidad. La masculinidad parecía evidente, clara, natural y contraria a la feminidad. En las últimas tres décadas, estas certezas milenarias se han hecho añicos. Las mujeres en su voluntad por redefinirse han obligado al hombre a hacer otro tanto. Esta es una tarea de deconstrucción que sólo es posible cuando el modelo dominante ha demostrado sus límites. Este es el caso del modelo masculino tradicional, desfasado en relación a la evolución de las mujeres (Badinter 1993).

    XY es la fórmula cromosómica del hombre. Los cromosomas definen el sexo genético masculino, pero no lo caracteriza. El convertirse en hombre es una empresa que incluye factores psicológicos, sociales y culturales que no tienen nada que ver con la genética, pero que tienen un papel igualmente determinante y, en muchos casos, más. De XY al sentimiento de identidad masculina, que resulta en la conformación de un hombre, el camino es largo y sembrado de dificultades. La masculinidad se convirtió en un referente permanente y principio universal que pretendía desafiar tiempos, espacios y contextos culturales. Sin embargo, hoy en día asistimos a la configuración y rearticulación de esta identidad. Al hablar de la masculinidad pareciera ser que ello implica un objetivo y un deber. La virilidad debe adquirirse, en un proceso de construcción permanente. Ser hombre se dice mejor usando el modo imperativo: "Sé un hombre". Esta orden deja entrever que este cometido no es tan fácil y que la "hombría" no es tan natural. Ser hombre se constituye en un trabajo y un esfuerzo permanente de tal manera que, los mismos varones, se auto demandan continuamente pruebas de virilidad, interrogándose secretamente para saber si merecen o no dicha categoría (Badinter 1993).

    Ahora bien, siguiendo los procesos que se dan en nuestro medio, en el transcurso de la niñez de los varones, uno de los insultos más habituales, que pone de manifiesto el conflicto principal en la formación de la identidad masculina se refiere a una palabra, cuya carga emocional y cultural es tremendamente poderosa. El mundo de cualquier niño, adolescente, u hombre adulto se ve sacudido si es que recibe la peor de las injurias: MARICÓN!!!

    Esta palabra, usada con más frecuencia entre chiquillos, tiene una connotación tal que, en muchos casos, los varones adultos prefieren utilizar otro tipo de agravios, "menos lesivos" como llamar al otro "hijo de puta"2. Si se utiliza en una discusión el término de "maricón", lo más probable es que no exista posibilidad futura de reconciliación completa, perdón, o por lo menos de acuerdo. Ello se extracta de algunas referencias de hombres mayores que consideran éste como uno de los peores insultos, ya que apunta directamente al centro nuclear de su construcción identitaria. Si esta ofensa es manifestada entre un grupo de pares, el nivel de resentimiento, expresado u oculto, se hace aún mayor.

    Pero, ¿Cuál es el significado de tan terrible humillación? En el diccionario, encontramos la palabra "maricón o marica", que denota "hombre afeminado y de poco ánimo y esfuerzo"3. Otra acepción nos remite a un sentido altamente similar; "sustantivo masculino, figurativo y familiar, Marica. Hombre afeminado u homosexual"4. Veamos con mayor detenimiento las implicaciones identitarias del término.

    El ser maricón se asocia con debilidad, temor y actitudes pusilánimes, con falta de esfuerzo, con ausencia de decisión, con delicadeza y amaneramientos. Ellos son atributos asignados comúnmente a las mujeres, y en muchos casos estimulados desde distintas instituciones5, como parte del DEBER SER femenino en nuestras sociedades.

    Aunque el término "maricón" puede implicar no ser lo suficientemente hombre, ello está íntimamente ligado a la construcción de identidad masculina en oposición a las mujeres. Es más, se conforma a partir del antagonismo con la madre, su primera referencia en la vida: no soy ella, no soy como ella (Badinter 1993). El temor de no ser lo suficientemente hombre yace en el núcleo de la identidad, intrínsicamente relacionado a esta primaria oposición. En el fondo, qué significaría no ser suficientemente "hombre" ¿En qué se convierten aquellos que no lo son?

    Finalmente, desde una perspectiva de varones heterosexuales y prejuiciosos, un hombre que ha perdido completamente todos sus atributos masculinos es un homosexual6.

    Este apelativo tan sugestivo ilustra claramente el pavor supremo que existe en los hombres de "convertirse" en mujeres, o de ser considerados como una de ellas. Las actitudes homofóbicas, desde el chiste grosero hasta la agresión más brutal, no esconden otra cosa que este temor inconsciente. De esto se deduce que, ser mujer no es lo deseable, lo preferible, o la mejor opción!. Ser mujer, es visto de esta manera solapada como un demérito, como la peor de las condiciones, frente a aquella de la masculinidad. La pregunta inmediata que me viene a la mente es: ¿Es tan malo ser mujer? POR SUPUESTO QUE NO. Sin embargo, los varones, aunque en muchos casos de manera inconsciente, parecen creer lo contrario. A pesar de no admitirlo, los hombres han internalizado el criterio a partir del cuál, en la equiparación entre la mujer y el varón, éste se presenta siempre como el ejemplo mejor acabado de la humanidad, absoluto a partir del cual se sitúa a la mujer, aparentemente en una escala mucho menor e "inacabada", para asociada a "lo natural", que debe ser "domado" y contenido.

    Los hombres ven amenazada su identidad y temen verse obligados ellos mismos a cumplir tareas femeninas, las cuales son mal vistas, mal pagadas y mal reconocidas. Los hombres tienen miedo!. Ellos se encuentran intimidados frente a la mínima posibilidad de perder sus poderes en su vida cotidiana. El paroxismo de horror entre los varones, no solo de occidente, sino también de nuestras sociedades, genera inseguridad extrema La virilidad nunca puede darse por definitivamente adquirida, Ello provoca temor al concepto de mujer, lo que a su vez deviene, en muchos casos, en malestar, sexismo, misoginia abierta o encubierta, y en casos extremos, antifeminismo violento (tratando de demostrar la inferioridad de las mujeres). Aquí entra en juego, indudablemente, nuestra construcción simbólica de las diferencias sexuales y nuestro sistema de representación de los géneros.

    Desde que nació el patriarcado, el hombre se había definido siempre como un ser humano privilegiado, dotado de algo más que las mujeres ignoraban. Se juzgaba más fuerte, más inteligente, más valiente, mas responsable, más creador o más racional. Y ese "más" justifica su relación jerárquica con las mujeres. Pierre Bourdieu constata que; "ser un nombre es, de entrada, hallarse en una posición que implica poder". Sin embargo, hay motivos suficientes para provocar el vértigo entre los jóvenes, que deben enfrentarse a dos escollos; no ser suficiente macho o serlo demasiado (Badinter 1993).

    En todos los tiempos han existido maneras de convertir a un varón en "hombre". Ello se logra, tanto en las sociedades occidentales, como en las tradicionales, a partir de rituales de paso, en las distintas etapas de la vida de los niños y jóvenes. En nuestra sociedad sincrética y abigarrada, los rituales son menos obvios aunque igual de visibles que en otros contextos culturales. Ocurren frente a , aunque no los reconozcamos como tales. Muchos juegos masculinos deportivos o no7, los bailes de "caporales8", los "viernes de solteros", o los jueguitos mortales de los "hijitos de papá9", entre otros, ¿No se constituyen acaso, y por lo general, en este tipo de rituales?

    En la actualidad, los Men's studies coinciden en rechazar la idea de la masculinidad única. No existe un modelo masculino universal, válido para cualquier lugar y en cualquier momento. Finalmente, la masculinidad no constituye una esencia, sino una ideología que tiende a justificar la dominación masculina (Badinter 1993). Si la masculinidad se aprende y se construye no cabe duda que también puede cambiar. Lo que se construye también es susceptible de ser derruido para reedificarse y redefinirse de manera más positiva, dejando de lado una visión positivista de los opuestos contrarios, optando, en su lugar, por masculinidades y feminidades holísticas, tolerantes y liberadoras.

    Agradecimientos

    Este artículo retoma en gran parte la postura de la autora Elizabeth Badinter (1993) en referencia a la identidad masculina. Agradezco los comentarios del Lie. Javier de la Riva, psicólogo y docente de las Facultades de Ciencias Sociales y Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Mayor de San Andrés.

     

    Notas

    1 Notas de la ponencia de Marianella di Negri en el II Encuentro Latinoamericano de "Mujer en Ciencia y Política", La Paz, 26 de junio de 2002.

    2 Inclusive, en algunos casos esta expresión puede conllevar una especie de halago.

    3 Diccionario Ilustrado de la Lengua Española Aristos, 1982.

    4 Diccionario Enciclopédico Ilustrado Océano UNO, 1993.

    5 Cuando menciono Instituciones, me estoy refiriendo, sobre todo, a la Familia y a la Escuela.

    6 Esta interpretación hecha por grupos de varones heterosexuales, obviamente no corresponde a la identidad optada de los grupos gay, en la que prevalece la voluntad. La autoidentidad gay, transexual, travestí y otras, así como su autoreconocimiento no se enmarcan en valores homo fóbicos, y es un tema que excede los límites de este artículo.

    7 Se me vienen a la memoria juegos exclusivamente masculinos no deportivos, extremadamente físicos, como el llamado "chorro morro", en el cual algunos jóvenes hacen una especie de fila india agachada, poniendo las espaldas a disposición de otro grupo que salta y cae encima. El juego termina cuando, a causa de los sucesivos saltos y golpes, la cadena humana se rompe. Entonces es momento de cambiar de puestos, y los grupos intercambian posiciones.

    8Aunque, en principio, este baile es una expresión folklórica (considerando el folklore como parte de la antropología y en el entendido de que, si bien todo hecho folklórico es cultural, no todo hecho cultural es folklórico), muchos grupos de jóvenes de distintos estratos sociales han optado por estay no otra danza, sobre todo por su exhuberancia y despliegue físico. Recordemos, no obstante, a los grupos afrobolivianos que reivindican estas expresiones culturales, en términos, por ejemplo, de la búsqueda de la recuperación de la verdadera saya.

    9Hace alrededor de tres años atrás, se hicieron públicas, y se pusieron en evidencia conductas de algun@s adolescentes adinerados de la ciudad de La Paz, las cuales lindaban con actos delincuenciales. Entre ellos, el atrepellar animales y el conducir los autos de sus padres a altas horas de la noche, a alta velocidad, a ciegas, y cruzando transversalmente avenidas de alto tráfico, poniendo en riesgo no sólo sus vidas, sino la de otr@s.

     

    Referencias Citadas

    Badinter, E.
    1993 X Y identidad masculina, Editorial Alianza, Madrid.

    Basaglia F., et al.
    1983 Mujer, Locura y Sociedad. Editorial de la Universidad Autónoma de Puebla, Puebla.

    De Barbieri, T.
    1992 Sobre la Categoría de Género. Una Introducción Teórico-Metodológica. En Fin de Siglo. Ediciones de la Mujeres, Isis Internacional, Santiago de Chile.

    Lagarde, M.
    1992     Identidad y subjetividad femenina. Managua.

    Lagarde, M.
    1993     Los cautiverios de las mujeres, madresposas, monjas, putas y locas. Universidad Nacional Autónoma de México, México, D.F.

    Sau, V.
    1981 Diccionario ideológico feminista. Editorial Icaria, Barcelona.